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Catulo – Carmina

I
¿A quién regalo mi ingenioso librito recién aparecido, pulido hace nada con la
árida piedra pómez(1)? A ti, Cornelio(2); pues tú solías considerar que de algún valor
eran mis naderías, ya entonces, cuando te atreviste tú el único de los ítalos a desarrollar
la historia toda en tres tomos sabios, ¡por Júpiter!, y trabajosos.
Por eso, acepta cualquier cosa que esto de librillo sea y lo que valga, que, ¡oh
doncella protectora(3)!, ojalá permanezca sin menoscabo más de un siglo.
II
Gorrión(4), capricho de mi niña, con el que acostumbra ella jugar, tenerlo en su
regazo, ofrecerle la punta de su dedo tan pronto se le acerca y moverle a agudos
picotazos, cuando al radiante objeto de mi desasosiego le agrada jugar a no sé qué cosa
querida y solaz de su dolor; entonces -creo- se le calmará su ardiente pasión.
¡Ojalá pudiera yo, como ella, jugar contigo y aliviar las tristes cuitas de mi alma!
II a(5)
(…) Tan grato es para mí como cuentan que fue para la veloz muchacha(6) la
manzana de oro que desató su cinturón de siempre negado.
III
¡Llorad, oh Venus y Cupidos(7) y cuanto hay de hombres refinados! El gorrión
de mi niña ha muerto; el gorrión, capricho de mi niña, a quien ella más que a sus ojos
quería; pues era dulce como la miel y la conocía tan bien como una niña a su madre, y
no se movía de su regazo, sino que, saltando alrededor unas veces por aquí, otras por
allá, piaba sin parar a sola su dueña; y que ahora va por un camino tenebroso hacia allí
de donde dicen que no vuelve nadie.
¡Malhaya a vosotras, malvadas tinieblas del Orco(8), que devoráis todas las cosas
bellas!: tan hermoso gorrión me habéis arrebatado. ¡Oh desgracia! ¡Pobrecillo gorrión!
Ahora, por tu culpa, los ojitos de mi niña, hinchaditos, enrojecen de llanto(9).
IV
Esa barca(10) que veis, huéspedes, presume de que fue la más rápida de las
naves y de que el empuje de ningún navío sobre las ondas pudo dejarla atrás, bien se
tratara de volar a remo o a vela. Y dice que esto no lo niegan la costa del amenazador
Adriático o las islas Cícladas ni la famosa Rodas ni la espantosa Propóntide Tracia o el
terrible golfo del Ponto, donde ésta, luego barca, fue antes melenudo bosque: pues, en la
cumbre del Citoro(11) a menudo silbó con su habladora cabellera.
Amastris del Ponto y Citoro que produces bojes, para ti esto fue y es
conocidísimo -presume la barca-. Desde su más lejano origen dice que se asentó en tu
cumbre, que empapó sus remos en tu superficie y de allí avanzó como dueña por tantas

inmoderadas corrientes, ya el viento la empujara por izquierda o derecha, ya Júpiter
hubiera soplado favorable sobre ambas escotas; y que, en su interés, no se hicieron
votos a los dioses de la costa cuando volvía hace nada del mar a este cristalino lago.
Pero estas cosas ocurrieron antes; ahora, en oculta quietud, descansa vieja y se
consagra a ti, gemelo Cástor, y al gemelo de Cástor(12).
V
Vivamos, Lesbia(13) mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos,
todas, valorésmoslas en un solo as(14). Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en
cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna.
Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin
parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los
revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de
través(15), cuando sepa que es tan grande el número de besos.
VI
Flavio(16), a Catulo querrías hablarle de tu capricho, si no fuera sosa y basta, y
no podrías callarte. Pero no sé qué clase de febril y enfermiza puta te ha encandilado:
eso te avergüenza confesarlo.
Pues, que tú no pasas las noches viudas lo grita tu estancia, en vano callada, que
derrama aroma de guirnaldas y de aceites sirios(17), y las almohadas, ésta y aquélla,
aplastadas, y el crujido quejumbroso de tu temblequeante lecho y sus meneos.
De nada sirve callar tus adulterios, de nada(18). ¿Por qué? No arquees tus
costados, tan consumidos, ni hagas tantas tonterías. Por eso, lo que tengas de bueno y
de malo, dímelo: quiero a ti y a tus amores pregonaros hasta el cielo con mis graciosos
versos.
VII
Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia, me son bastante y de sobra. Cuan
gran número de arena libia se extiende por Cirene, rica en laserpicio(19), entre el oráculo
del tempestuoso Júpiter y el sepulcro del antiguo Bato(20). O cuantas estrellas
contemplan, cuando calla la noche, los furtivos amores de los hombres. Tantísimos
besos le son bastante y de sobra besarte al loco de Catulo, que ni podrían contar los
curiosos ni embrujar(21) con su mala lengua.
VIII(22)
Desdichado Catulo, ¡que dejes de hacer tonterías y lo que ves que se ha
destruido lo consideres perdido! Brillaron un día para ti radiantes los soles, cuando
acudías una y otra vez a donde tu niña te llevaba, querida por mí(23) cuanto no lo será
ninguna. Y allí tenían lugar entonces aquellos múltiples juegos que tú querías y tu niña
no dejaba de querer. Brillaron, es verdad, para ti radiantes los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú, como nada puedes hacer, tampoco quieras, y a la
que huye no la persigas, ni vivas desdichado, sino resiste con tenaz empeño, manténte
firme. ¡Adiós, niña! Ya Catulo está firme, y no te buscará ni te hará ruegos en contra de
tu voluntad. Pero tú te lamentarás cuando nadie te haga ruegos. ¡Criminal, ay de ti! ¿Qué
vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás bella? ¿A quién
querrás ahora? ¿De quién se dirá que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los
labios?
Pero tú, Catulo, resuelto, manténte firme.
IX
Veranio(24), el preferido para mí entre todos mis trescientos mil amigos(25),
¿has regresado a casa, a tus penates y a tus queridísimos hermanos y tu anciana madre?
Has regresado. ¡Noticia dichosa para mí(26)! Volveré a verte sano y salvo y te oiré
hablar de los lugares, las hazañas, los pueblos de los iberos, según tienes por costumbre,
y, abrazándome a tu cuello, besaré tu deliciosa boca y tus ojos. ¡Oh, cuanto hay de
hombres más dichosos!, ¿quién hay más alegre o más dichoso que yo?
X
Mi amigo Varo(27), como estaba yo sin hacer nada, me había llevado desde el
foro a ver a su amor, una putilla, según me pareció al pronto, nada sosa ni falta de
encanto.
En cuanto llegamos allí, tocamos conversaciones diversas, entre las cuales
hablamos de cómo era en ese momento Bitinia(28), qué tal se estaba allí, con cuánto
dinero me había yo beneficiado. Respondí tal y como era: que ni ellos mismos ni los
pretores ni la cohorte habrían sacado nada con lo que volver con la cabeza mejor
perfumada, sobre todo si tenían por pretor a un mamón a quien le importaba un bledo
la cohorte. «Pero, al menos, -me dicen- comprarías lo que se dice es típico de allí: para la
litera de un hombre(29).»
Yo, para hacerme el más feliz del mundo delante de la chica, dije: «No me fue
tan mal, porque hubiera caído en una mala provincia, como para no poder comprar
ocho hombres de buena planta.» (Y la verdad es que yo no tenía ni uno, ni aquí ni allí,
que pudiera echarse al hombro la pata rota de un catre viejo).
Entonces ella, como corresponde a una más que pendón, dijo: «Por favor,
querido Catulo, préstamelos un rato, pues quiero que me lleven al templo de
Serapis(30).» «Aguarda -dije a la chica-, respecto a eso que hace poco te había dicho que
yo tenía… me he equivocado: mi compañero -o sea, Gayo Cina(31)-, él es quien los
compró para sí. Pero, sean de él o míos, ¿a mí qué? Me sirvo de ellos igual que si los
hubiera comprado para mí. Pero tú andas por la vida hecha una desgraciada y una
impertinente, y contigo no puede uno descuidarse.»
XI(32)
Furio y Aurelio(33), compañeros de Catulo, bien llegue hasta los confines de la
India(34), donde la ola del mar de Oriente de gran bramido golpea la costa; bien hasta
los hircanos o los muelles árabes o los sagas o los partos, armados de flechas, o hasta
las llanuras que tiñe el Nilo de siete brazos; o bien encamine sus pasos más allá de los

[22]
elevados Alpes, para visitar los testimonios del gran César(35), el Rin de la Galia, el mar
que causa horror y los más alejados britanos. Puesto que estáis preparados a visitar
todos esos lugares juntamente conmigo, cualquiera que sea la voluntad de los dioses,
comunicadle a mi niña estas pocas palabras no agradables: viva y disfrute con sus
adúlteros, los trescientos(36) a los que tiene abrazados a la vez sin amar de verdad a
ninguno, sino rompiéndoles a todos las entrañas cara a cara; que no vuelva como antes
sus ojos a mi amor, que por su culpa sucumbió como la flor del prado más recóndito
tras haberla herido el arado al pasar.
XII
Asinio Marrucino(37), no usas bien tu mano izquierda en medio del juego y del
vino: robas a los descuidados sus servilletas(38). ¿Te crees que eso es gracioso? Te
equivocas, idiota. La cosa es de lo más mezquina y falta de gracia. ¿No me crees? Pues
cree a tu hermano Polión, que querría comprar tus hurtos hasta por un talento(39), y
eso que él es un muchacho experto en bromas y chanzas. Así que, o aguarda trescientos
endecasílabos(40) o devuélveme la servilleta, que no me interesa por su valor, sino
porque es un souvenir(41) de un amigo, pues desde Iberia me enviaron de regalo unas
telas de Sétabis(42) Fabulo y Veranio(43), y tengo que quererlas como quiero a mi
Veranito y a mi Fabulo.
XIII
Cenarás bien, mi querido Fabulo(44), en mi casa dentro de pocos días (si los
dioses te son propicios), si traes contigo una cena buena y abundante, y no faltan una
deslumbrante muchacha y vino y sal y toda clase de carcajadas. Si, como te digo, te traes
eso, guapo mío, cenarás(45) bien, pues la despensa de tu Catulo está llena de arañas. Eso
sí: en respuesta, recibirás puro cariño o algo más delicado y elegante: pues te daré un
perfume que regalaron a mi niña las Venus y los Cupidos(46) y que, en cuanto lo huelas,
rogarás a los dioses, Fabulo, que te hagan todo entero nariz.
XIV
Si no te quisiera más que a mis ojos, mi muy encantador Calvo(47), por ese
regalo te odiaría con el odio dirigido contra Vatinio(48). Pues, ¿qué he hecho yo o qué
he dicho para que me agobies con tantos poetastros? ¡Que los dioses concedan muchas
desgracias al protegido ese tuyo que te envió tan gran cantidad de abominaciones! Y si,
según sospecho, ese novedoso repertorio te lo obsequia el maestro Sila(49), no me
parece mal; al contrario: bien y enhorabuena, porque no se echan del todo a perder tus
esfuerzos. ¡Grandes dioses!, ¡horrible y maldito librito ese que tú enviaste a tu querido
Catulo, sin duda para que de inmediato pereciera en las Saturnales(50), el más
maravilloso de los días!
Pero no, esto no quedará así, simpático: pues, en cuanto amanezca, correré a las
estanterías de los libreros, cogeré a los Cesios, a los Aquinos, a Sufeno(51), haré una
recopilación de todos los venenos y te recompensaré con estos castigos. Entretanto,
vosotros id con bien de aquí, marchaos al sitio de donde salisteis con mal pie(52),
escoria del siglo, pésimos poetas.
XIV a(53)
Los que quizá seáis lectores de mis tonterías y no os horroricéis de acercar
vuestras manos a mí (…)
XV
Mi persona y mis amores te los confío a ti, Aurelio(54). Te pido un discreto
favor: si en tu corazón has anhelado guardar un deseo casto y puro, presérvame
púdicamente a este muchacho(55), no digo de la gente (nada temo a los que pasan de
largo por las calles de acá para allá ocupados en sus asuntos), de ti tengo miedo y de tu
pene, peligro para los muchachos, tanto honrados como disolutos. A ése tú menéalo
por donde quieras, como quieras, cuanto quieras, cuando esté fuera preparado: a éste
solo lo exceptúo, discretamente, según creo. Porque, si un mal pensamiento o una
insensata locura te empujan, canalla, a tan gran desatino como para acosar mi cabeza
con tus trampas, entonces ¡ay de ti, desdichado y de mala estrella, que, con las piernas
separadas, por la puerta abierta, te acosarán rábanos y mújoles(56)!
XVI(57)
Os daré por el culo y me la vais a chupar, Aurelio comevergas y Furio(58)
julandrón, que, por mis versitos, como son lascivos, me habéis considerado un
desvergonzado. Es, de hecho, procedente que el poeta honorable sea personalmente
casto; no es necesario que lo sean sus versitos, que, en definitiva, tienen sal y gracia si
son lascivos y desvergonzados y pueden provocar la comezón, no digo a los
muchachos, sino a esos peludos que no pueden mover sus duros lomos.
¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos(59), me consideráis poco
macho? Os daré por el culo y me la vais a chupar.
XVII
Oh colonia(60), que ambicionas jugar en un puente largo y tienes pensado
brincar en él, pero temes las endebles patas de ese puentecillo sostenido en unos
ejecillos reutilizados, no vaya a irse patas arriba y a caer en las profundidades del
pantano. ¡Ojalá se construya para ti un buen puente a tu gusto en el que incluso se
aguanten las danzas de los salios(61)!
Concédeme, colonia, este regalo que da muchísima risa: cierto paisano mío
quiero que se precipite desde tu puente y entre hasta el fango de pies a cabeza, pero por
donde de todo el lago y del fétido pantano el remolino está más encenagado y es más
profundo. Es un hombre completamente necio y tiene menos inteligencia que un niño
de dos años que duerme en los acunadores brazos de su padre. Porque, estando casada
con él una muchacha en la flor de la edad (una muchacha más delicada que un tierno
cabritillo, a la que hay que guardar con más celo que a las uvas más maduras), la deja
divertirse a su gusto, y no le importa un bledo ni se altera por su parte, sino que, tal
como un aliso está tendido en un hoyo cortado por un hacha lígur(62), apreciándolo
todo como si ella no existiese, este tal asombro mío nada ve, nada oye, quién sea él
mismo, o si es o no es, ni eso sabe.
Ahora a éste quiero enviarlo desde tu puente de cabeza, a ver si es posible
arrancarle de golpe su estúpida modorra y que deje en el espeso cieno su indolente
espíritu, como una mula deja en un hoyo pegajoso su herradura(63).
XXI
Aurelio(64), padre de las hambres, no sólo de éstas sino de cuantas han sido,
son y serán en los años venideros, quieres dar por el culo a mis amores. Y no a
escondidas: pues estás a su lado, bromeáis juntos y, pegándote a su costado, lo intentas
todo. En vano: porque a ti, que me tiendes emboscadas, te haré yo primero que me la
chupes.
Y, si lo hicieras estando harto, me callaría; pero ahora me lamento por eso
mismo, porque mi niño va a aprender a pasar hambre y sed. Por eso, déjalo mientras te
sea posible hacerlo decentemente, no sea que pongas fin a ello pero después de
chupármela.
XXII
Ese Sufeno(65) que conoces muy bien, Varo(66), es un hombre guapo y
simpático y educado, y, además, hace muchísimos versos. Yo creo que tiene escritos mil
o diez mil o más, y no como suele hacerse, transcritos en un palimpsesto: hojas de lujo,
libros nuevos, varillas nuevas, correas rojas para pergamino, todo ello con líneas rectas a
plomo y pulido con la piedra pómez(67). Cuando te pones a leerlos, ese guapo y
educado Sufeno te parece, en cambio, sólo un ordeñador de cabras o un enterrador: tan
distinto es y tanto ha cambiado.
¿Qué pensaríamos que es eso? Quien hace nada parecía un hombre de mundo,
o si hay algo más refinado(68) que eso, ese mismo es más grosero que un grosero
campesino en cuanto pone la mano en los versos, pero ese mismo nunca es igual de
feliz que cuando escribe un poema: tanto se deleita en sí mismo y tanto se admira. No
es extraño: todos metemos la pata por igual, y no hay nadie en quien no puedas ver en
cierto sentido a un Sufeno. A cada cual se le concedió un defecto, pero no vemos el
seno de la alforja que llevamos a la espalda(69).
XXIII
Furio(70), que no tienes ni esclavo ni arca ni chinche ni araña ni lumbre, pero sí
un padre y una madre cuyos dientes pueden comer hasta piedras, te va perfectamente
con tu padre y con ese leño de la esposa de tu padre. Y no es extraño: estáis realmente
todos bien de salud, digerís bien, nada teméis, ni incendios ni grandes catástrofes ni
crímenes ni las trampas del veneno ni otros azares de peligro. Tenéis, desde luego, unos
cuerpos más secos que un cuerno o si hay algo todavía más apellejado por el sol y el frío y el hambre.

¿Cómo no te va a ir bien y dichosamente? De sudor estás libre, estás libre de
saliva, de mocos y de dañino resfriado de nariz. A este aseo añádele uno mayor: que
tienes el culo más limpio que un salero(71), pues en todo el año no cagas ni diez veces, y
lo que haces es más duro que un haba o que las piedras, y, si te restregaras y frotaras con
las manos, no podrías mancharte ni un dedo. Esas comodidades tan dichosas, Furio, no
las desprecies ni las tengas en poco… y los cien mil sestercios(72) que sueles pedir
olvídalos: ya eres bastante dichoso.
XXIV
Tú que eres la flor de los Juvencios(73), no sólo de los de ahora sino de cuantos
han sido y serán luego en los años venideros, preferiría yo que hubieras dado las
riquezas de Midas(74) a ese que no tiene ni esclavo ni arca(75) a que te dejaras querer
por él. «¿Por qué? ¿No es un hombre guapo?», dirás. Lo es: pero este guaperas no tiene
ni esclavo ni arca. Esto tú déjalo aparte y dale toda la poca importancia que quieras: es
igual, ése no tiene ni esclavo ni arca.
XXV
Talo(76) julandrón, más blando que el pelo de un conejo o el tuetanillo de un
ganso o el lobulillo de la oreja o el pene fláccido de un viejo o un lugar lleno de
telarañas; y, además, Talo, más rapaz que una tempestuosa tormenta en cuanto la diosa
señala a los mujeriegos pasmados(77), devuélveme, el manto que me robaste y el
pañuelo de Sétabis y los bordados bitinios(78), que sueles lucir en público como si
fueran de tus abuelos; despégalos ya de tus uñas y devuélvemelos, no sea que tus
costaditos de lana y tus blanditas manos queden horriblemente garabateados con
correas pasadas por el fuego, y te agites sin control como una barca diminuta atrapada
en alta mar por un viento furioso.
XXVI
Furio(79), tu pequeña quinta no está expuesta al soplo del austro ni del favonio
ni del crudo bóreas ni del afeliota(80), sino a quince mil doscientos sestercios. ¡Ay,
viento cruel y apestoso!
XXVII
Muchacho escanciador del añejo falerno(81), sírveme copas de vino más fuerte,
como manda la ley de la reina Postumia(82), más cargada que los cargados hollejos. Y
vosotras, marchad de aquí a donde os plazca, aguas claras, perdición del vino; emigrad
junto a los serios: aquí hay tioniano puro(83).
XXVIII
Compañeros de Pisón(84), empobrecida cohorte, de maletuchas apropiadas y
ligeras, maravilloso Veranio y tú, mi querido Fabulo(85), ¿qué andáis haciendo? ¿Es que
no habéis pasado con ese pillo bastante frío y hambre? ¿No incluís en el registro de
ganancia vuestro gasto, como yo, que, tras haber acompañado a mi pretor, anoto por

ganancia lo gastado? ¡Oh Memio(86), qué bien y cuánto tiempo a mí, puesto boca
arriba, me forzaste a chupártela, pegándote a mí con fuerza con tu viga entera!
Pero, por lo que veo, os ha pasado la misma desgracia: pues estáis hartos de una
picha nada menor. ¡Anda, busca amigos nobles! ¡Y a vosotros, que os castiguen con
muchos males los dioses y las diosas, vergüenzas de Rómulo y Remo!
XXIX
¿Quién puede ver esto, quién puede aguantarlo, a menos que sea un crápula, un
devorador y tahúr, que Mamurra(87) posea lo que antes poseía la Galia Cabelluda(88) y
los confines de Britania?
Rómulo julandrón(89), ¿verás y soportarás esto? Y él ahora, ensoberbecido y
empavonecido, ¿recorrerá los cuartos de todos como un blanco palomo o un
Adonis(90)? Rómulo julandrón, ¿verás y soportarás esto? Eres un crápula, un devorador
y tahúr.
¿Y con esas credenciales, general sin igual, estuviste en la más lejana isla de
occidente para que esa vuestra fláccida minga devorara doscientos o trescientos mil
sestercios?
¿Qué otra cosa es que funesta generosidad? ¿Derrochó poco o acaso poco
dilapidó? Lo primero, acabó con los bienes paternos; luego, con su botín del Ponto; en
tercer lugar, con el ibérico, que conoce el aurífero Tajo; ahora se teme por la Galia y por
Britania.
¿Por qué protegéis a este malvado? ¿Qué puede hacer éste más que devorar
pingües patrimonios? ¿Y con esas credenciales, dueños y señores de la ciudad, suegro y
yerno(91), habéis echado todo a perder?
XXX
Olvidadizo Alfeno(92) y falso con tus compañeros queridísimos, ¿ya no te
compadeces nada, insensible, de tu dulce amiguito? ¿Ya no dudas en abandonarme, en
traicionarme, desleal?
Los actos perversos de los hombres mentirosos no gustan a los habitantes del
cielo; y eso tú lo desprecias, y, ¡desdichado de mí!, me abandonas en medio de mis
desgracias. ¡Ay! ¿Qué pueden hacer -dime- los hombres, o a quién pueden tenerle ley?
Y tú, injusto, bien que me exigías entregarte mi alma, arrastrándome a quererte,
como si para mí todo estuviera asegurado. Ahora, de la misma manera, te retraes y dejas
que todas tus palabras y tus actos se los lleven vanos los vientos y las nubes arrastradas
por el aire. Si tú te has olvidado, en cambio, los dioses se acuerdan; se acuerda la
Lealtad(93), que hará que de tu acto te arrepientas un día.

Anton y Carl Stamitz


Carl Stamitz Concerto for Flute and Oboe in G major

Stamitz, Anton Thadäus (1750-1809).

Compositor y violinista de Bohemia, miembro de una familia de músicos (hijo de Johann y hermano menor de Carl). Hasta 1770 fue miembro de la orquesta de Mannheim; después se trasladó a París con su hermano Carl, quien fue nombrado compositor y director en la corte del duque Luis de Noailles. Realizó varias giras de conciertos a Viena y, entre 1782 y 1789, fue miembro de la Capilla real de Versalles. Como compositor, su importancia es menor que la de su hermano; de su amplia producción se conocen doce sinfonías, seis dobles conciertos, varios conciertos para violín y otros para viola, piano, flauta y oboe, así como cincuenta y cuatro cuartetos de cuerda, dieciocho tríos y noventa dúos.

fuente: mcnbiografias.com

Biografia Anton Stamitz

Stamitz, Carl Philipp (1745-1801).

Compositor, violinista e intérprete de viola y gamba bohemio. Hasta 1770 fue violinista en la corte de Mannheim y después fue compositor y director de la corte del duque Luis de Noailles en París. Desde esta ciudad realizó varias giras de conciertos, para regresar definitivamente a Alemania en 1785, donde fue profesor de música en la Universidad de Jena a partir de 1895. Fue continuador de la tradición de Mannheim de un modo próximo a la escuela vienesa, marcado también por influencias italianas. Al igual que su padre, realizó importantes aportaciones para el repertorio de la sinfonía clásica; a él se debe el florecimiento, a partir de 1770, de las sinfonías concertantes, que alcanzaron gran popularidad en París. De su producción, gran parte de ella perdida, se conservan cuarenta y siete sinfonías, varias sinfonías concertantes, diez conciertos de violín, varios conciertos de viola, violoncelo, flauta y piano, así como algunos aires y numerosas obras de música de cámara para viento y para cuerda.

Biografía Carl Stamiz

compositores: Francisco Alonso

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Biografía

Pagina oficial de Francisco Alonso

Obras y archivo histórico

Según Celsa Alonso ‘Francisco Alonso es un hito en la historia del teatro lírico español. Fue un compositor de inmenso éxito, con un catálogo excepcional de obras líricas en géneros muy diversos: sainetes, zarzuelas, juguetes, revistas, operetas, humaradas, comedias musicales, himnos, cuplés y pasodobles. El apoyo del público le convirtió en un compositor de una gran popularidad, su obra contribuyó a crear una nueva cultura popular donde los elementos simbólicos nacionales eran determinantes. Supo combinar el éxito comercial con una profesionalidad sin paliativos como compositor y como artista.

Fue un músico intuitivo, de una personalidad musical definida, un hombre hecho a sí mismo, familiar, conservador, pragmático y divertido, alegre y con un innato instinto de lo comercial, ajeno por completo al esnobismo y con excepcional sentido del humor.

La música del maestro Alonso fue sometida a una poderosa movilización, convertida en símbolo nacional: se hizo popular por derecho propio, en la medida que el público se apropió de ella, cantando, bailando y compartiéndola. Fue una música de la que el público se apropiaba porque se identificaba con ella, aquella que sabía articular los resortes de la nostalgia, la emoción, el orgullo, el entusiasmo o las ganas de vivir, aquella que al público que iba al teatro le hacía sentir diferente, o sencillamente español’.

Zarzuelas

  • Revista y comedia musical:

La Lola se va a los puertos

Título: La Lola se va a los puertos : zarzuela en tres actos : adaptación lírica de la comedia del mismo título de Antonio y Manuel Machado / libro de Guillermo y Rafael Fernández-Shaw ; y música de Ángel Barrios. Título uniforme: La Lola se va a los puertosAutor(es):

Ángel Barrios, Guillermo Fernández-Shaw Iturralde, Rafael Fernández-Shaw Iturralde, Antonio Machado, Manuel MachadoFecha: [1950]Descripción física: Ejemplar mecanografiado y paginado, encuadernadoSignatura: RFS-114Archivo-Serie: Escritos de Rafael Fernández-Shaw – Teatro

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Nota general:

Estreno: «La Lola se va a los puertos. Zarzuela en tres actos. Adaptación lírica de la comedia de Antonio y Manuel Machado. Libreto de Guillermo y Rafael Fernández-Shaw. Música de Ángel Barrios. Estreno: 19 de octubre de 1951, en el Teatro Albéniz, de Madrid». [En: La aventura de la zarzuela: (memorias de un libretista) / Guillermo Fernández-Shaw ; prólogo de José Prieto Marugán ; revisión del texto y notas de José Prieto Marugán y Alejandro Vales Pinilla.– 1ª ed.– Madrid : Ediciones del Orto, 2012]; Archivo Rafael Fernández-Shaw; «Primer premio en el Concurso Nacional de Obras Líricas de 1950». – CubAlcance y contenido:

Contiene: Acto primero. — Acto segundo. — Acto tercero.Materias: Teatro lírico; Zarzuelas

Ángel Barrios (músico)

Ángel Barrios Fernández (Granada4 de enero de 1882Madrid26 de noviembre de 1964) fue un compositor y guitarrista español. Biografia en wikipedia

Ángel Barrios

Información personal
Nacimiento4 de enero de 1882 
Granada (España
Fallecimiento17 de noviembre de 1964  (82 años)
Madrid (España) 
NacionalidadEspañola
Información profesional
OcupaciónCompositor y guitarrista clásico 
GéneroÓpera y zarzuela 
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Rossini la cenerentola

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Gioachino Rossini La Cenerentola Frederica von Stade – Cenerentola Francisco Araiza – Don Ramiro Paolo Montarsolo – Don Magnifico Claudio Desderi – Dandini Laura Zannini – Tisbe Margherita Guglielmi – Clorinda Paul Plishka – Alidoro Orchestra e Coro del Teatro alla Scala Claudio Abbado, conductor 1981

ACTO I

Angelina, conocida como Cenerentola,sueña con un rey que elige una esposa por su bondad. Sus hermanastras, Clorinda y Tisbe, se rien de ella.
LLama a su puerta, Alidoro, un filósofo disfrazado de mendigo. Las hermanas lo insultan, pero Cenerentola le ofrece pan y café. Se enteran de que el príncipe Ramiro está buscando esposa y las hermanas le ordenan a Cenerentola que prepare sus vestidos con los que van a ir a ver al príncipe. Don Magnifico, el padre, se despierta de una siesta e interpreta un sueño en el que sus hijas se convertiran en reinas. Al conocer las intenciones del príncipe piensa que su sueño se cumplirá.
Ramiro llega disfrazado de criado y ve a Cenerentola. Se enamoran de inmediato. Cenerentola le explica su triste vida y Ramiro queda maravillado con su inocencia. Su criado, Dandini, llega disfrazado de príncipe. Las hermanas lo cortejan, pero él las mira con desprecio. Cenerentola pide a Don Magnifico que la lleve a palacio, pero él la amenaza con golpearla. Alidoro invita a Cenerentola al baile y cambia sus pobres vestidos por otros ricos y joyas.
En palacio, Clorinda y Tisbe luchan por Dandini en su papel como príncipe, pero éste advierte a Ramiro que las hermanas son vanidosas y tienen mal carácter. Alidoro presenta a una misteriosa dama cubierta con un velo. Al mostrar su cara, Don Magnifico, advierte el parecido con Cenerentola.

ACTOII

A pesar de la inquietud que el parecido le produce, Don Magnifico sigue deseando que una de sus hijas sea poderosa. Dandini, todavía en su papel de príncipe, declara su amor por Cenerentola, pero ella responde que de quien está enamorada es de su criado. Cuando éste se acerca, Cenerentola le da un brazalete y le pide que encuentre el otro que ella llevará puesto, que la busque si la quiere. Don Magnifico le pide a Dandini que elija a una de sus hijas, pero finalmente Dandini admite ser solamente un criado. Alidoro simula que el carruaje sufre una avería enfrente de la casa de Cenerentola, quien está de nuevo limpiando los suelos.
Sigue soñando con un rey, pero recuerda que está enamorada de un criado. Dandini anuncia que elcarruaje del príncipe ha volcado y entra Ramiro, que ve enseguida el brazalete en el brazo de Cenerentola y le declara su amor.
Don Magnifico y las hermanas, insultan a Cenerentola que pide a Ramiro que las disculpe. Alidoro les dice que serán desgraciadas si no piden disculpas a Cenerentola. Don Magnifico se arrodilla ante ella que le perdona así como a sus hermanas. Todos alaban su bondad y ella recuerda sus años de penuria como si hubieran sido un sueño.

Esta ópera cómica con música de Gioacchino Rossini y libreto de Jacopo Ferretti, fue estrenada en el Teatro Valle de Roma el 25 de enero de 1817. 

Angelina – Cenerentola, hijastra de Don Magnifico – mezzosoprano / contralto

Don Ramiro – príncipe de Salerno – tenor
Dandini – valet del príncipe – barítono/ bajo de coloratura
Alidoro – filósofo y maestro de Don Ramiro – bajo de coloratura
Don Magnifico, barone di Montefioscani – bajo bufo
Clorinda – hija mayor de Don Magnifico – soprano
Tisbe – hija menor de Don Magnifico – mezzo

Villancicos 9 Sor Juana

Le_Repas_d'Emmaüs (1)

SAN JOSÉ, 1690

Villancicos con que se solemnizaron, en la S. I. Catedral de la Puebla de los Ángeles, los Maitines del gloriosísimo Patriarca Señor San José, año de 1690.

DEDICATORIA AL MISMO SANTO

DIVINO JOSÉF: SI SON
vuestras glorias tan inmensas,
que ignorándolas ninguno,
no hay alguno que las sepa
—pues aunque es notoria a todos
vuestra Dignidad suprema,
se sabe que es grande, pero
no se mide su grandeza—,
el no saber yo decir
10 de Vos lo que nadie acierta,
será sobra del asunto,
no del cariño tibieza.
Recibid éste; y ya que
por indigno no merezca
atenciones de tributo
ni aceptaciones de ofrenda,
al menos merezca ser
índice de una fineza
que piensa de vuestras glorias
20 todo aquello que no piensa,
Vuestra esclava, aunque indigna,
Juana Inés de la Cruz

PRIMERO NOCTURNO

VILLANCICO I

Estribillo
Coro 1.—¡AY, AY, AY, CÓMO EL CIELO SE ALEGRA!
Coro 2.—Mas ¡ay, ay, ay, que se queja la Tierra!
¡Ay, cómo gime,
1.—¡Ay, cómo suena,
2.—llorosa,
1.—festivo,
el Cielo!
2.—la Tierra!
¡Ay, que se queja!
1.—¡Ay, que se alegra!
1.—El Cielo se alegra de que a José goza.
10 2.—Y porque lo pierde la Tierra, lo llora.
1.—Llore en buen hora,
que el Cielo se alegra.
2.—¡Ay, ay, ay, que se queja la Tierra!
1.—Mas ¡ay, ay, ay, que el Cielo se alegra!
Coplas
2.—Como aun después de su muerte
la Tierra lo poseía,
y guardado lo tenía
en su calabozo fuerte,
siente más perder la suerte
20 cuando tanto bien la deja.
¡Ay, que se queja!
1.—Como el Cielo carecía
la ventura de tenerlo,
cuando llega a poseerlo
es más grande su alegría,
y con dulce melodía
se da a sí la enhorabuena.
¡Ay, cómo suena!
2.—Ella dice: Siempre ha sido
30 mío, pues yo le crïé,
Vara fértil de José
que de mi vientre ha nacido;
y así, el corazón herido
me queda, al ver que se aleja.
¡Ay, que se queja!
1.—Más a mí me pertenece,
pues tan Ángel se mostró,
que nunca a hablarle llegó
ninguno que Ángel no fuese;
40 ni que voz humana oyese
ni aun en medio de su pena.
¡Ay, cómo suena!

VILLANCICO II

Coplas
SI MANDA DIOS EN SU LEY,
que al que sin hijos acabe,
por el más cercano deudo
vuelva su nombre a excitarse,
porque los hijos que engendre
el nombre y las heredades
gocen del difunto, como
hijos suyos naturales,
y que aunque otro los engendre,
10 de los difuntos se llamen,
los naturales cediendo
el derecho a los legales:
si es José Virgen y Puro,
y el Virgen no vive en carne,
muerto está al mundo y bien puede
como muerto reputarse.
Pues ¿quién le podrá suplir
la infecundidad, si nadie
es digno de engendrar hijos
20 que suyos puedan llamarse?
¡Oh grandeza sin medida,
que sólo el Eterno Padre
le da su natural Hijo
para que suyo lo llame,
porque si por Virgen quiere
de la sucesión privarse,
se aventaje su Progenie
con infinitos quilates!
Sépase, pues, de José,
30 que es su perfección tan grande,
que para ser Hijo suyo,
sólo Cristo fue bastante.
Estribillo
¡Pues los Ángeles todos sus glorias canten,
que no es mucho, si Cristo le llama Padre!

VILLANCICO III

Estribillo
1.—¿QUIÉN OYÓ? ¿QUIÉN OYÓ? ¿QUIÉN MIRÓ?
¿Quién oyó lo que yo:
que el Hombre domine, y obedezca Dios?
¿Quién oyó? ¿Quién oyó lo que yo?
Coplas
2.—Yo lo vi en Moisés,
cuando revocó
la sentencia, porque Moisés lo pidió.
1.—¡No, no, no, no, no,
10 que es el que yo digo
prodigio mayor!
Que allí, de Piadoso
concedió perdón;
pero aquí, Obediente
mostró sujeción.
3.—Yo lo vi en Josué
cuando al Sol paró:
que a la voz del hombre
Dios obedeció.
20 1.—¡No, no, no, no, no,
que es la que yo digo
merced superior!
Que allí, paró sólo
el material Sol
y aquí, el de Justicia
su luz sujetó.
4.—También nos lo dice
de Acaz el Reloj,
en que el Sol las líneas
30 diez retrocedió.
1.—¡No, no, no, no, no,
que es ésta, señal
de mayor primor!
Y así sólo puede
ser demostración
de conceder, ésa
de obedecer, no.
5.—Yo lo vi en la lucha
que tuvo Jacob:
40 donde Dios vencido,
y él fué vencedor.
1.—¡No, no, no, no, no,
que en la que yo digo
hubo más valor!
Pues Jacob, herido
de la lid salió;
y éste, sin la lid
consiguió el blasón.
6.—Yo lo vi en Elías,
50 cuando descendió
a su voz, del Cielo,
fuego abrasador.
1.—¡No, no, no, no, no,
que es el que yo digo
más divino ardor!
Que allí, bajó solo
fuego de furor;
y aquí, bajó Fuego
del Divino Amor.
60 Tod.—Pues ¿quién puede ser
tan grande Varón,
que de los Mayores
celebras Mayor?
1.—José, de quien ésos
sólo tipos son,
pues excede a todos
en la perfección.
¿Quién oyó? ¿Quién oyó lo que yo:
que el hombre domine,
70 y obedezca Dios?

SEGUNDO NOCTURNO

VILLANCICO IV

SI EN PENA A ZACARÍAS
se le da, de la duda
que al anuncio del Ángel
puso, respecto de su edad caduca,
que en prisión de silencio
quede su lengua muda,
y hasta que la Voz nace,
la suya ni desata ni articula:
¿por qué calla José,
10 sin verse, en la lectura
de la Sagrada Historia
ni una palabra sola que él pronuncia?
Mas ay, aquél por pena,
y éste calla de industria,
siendo mérito en uno
la señal misma que, en el otro, culpa.
Por padre de la Voz,
aquél la voz añuda;
y por Padre del Verbo
20 éste, el hablar otra palabra excusa.
Pues calle, en hora buena,
de José la mesura,
pues sólo el Verbo Eterno
es la que tiene por Palabra suya.
Virgen y silencioso,
ni halaga ni fecunda
el tálamo, de prole,
ni el aire, de sus ecos con dulzuras.
Pues virtud tan austera,
30 bien merece que supla
Dios su falta, y que Él sólo
Sucesión y Palabra substituya.
Estribillo
¡Y así, todos entiendan que José calla
porque el Verbo Divino es su Palabra!

VILLANCICO V

CUALQUIERA VIRGEN INTACTO
es Virgen sólo una vez;
pero el ser Virgen dos veces,
sólo es lauro de José.
Pues cualquiera Virgen, guarda
sola en sí su candidez;
mas José la guarda en sí
y en la que su Esposa es.
El tener Dios Madre Virgen
10 le debe: pues a merced
lo fue de José, cediendo
su matrimonial poder.
Pues siendo suya María
y siendo Virgen por él,
no es sólo Virgen en sí,
sino en su Esposa también.
Cedió el derecho que pudo
lícitamente tener,
por enlazar en sus triunfos
20 la Palma con el Laurel.
Si la mujer buena al hombre
se le da, porque obra bien,
¿cuál será la dignidad
que mereció tal Mujer?
¡Oh Virgen, de los demás
sacro coronado Rey,
que dos holocaustos puros
ofreces en una fe!
Estribillo
¡Pues supiste Coronas dobles tener,
30 haz que participemos de tanto bien!

VILLANCICO VI

Estribillo
1.—DIOS Y JOSÉF APUESTAN.
2.—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
1.—Oigan a Dios, oigan;
Oigan a José,
que aunque es hombre, se pone
a cuentas con Él;
y no sé cuál alcanza,
pero sólo sé
que Dios gusta de que
10 le alcance José.
¡Dios y Joséf apuestan!
2.—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
1.—¡Que aunque es hombre, se pone
a cuentas con Él!
Coplas
1.—Dios y José, parece
que andan a apuesta
sobre cuál ejecuta
mayor fineza.
2.—Dios le dice: Yo te hago
20 feliz Esposo
de la que aclaman Reina
los altos Coros
1.—José dice: Yo pago
con que a esa mesma
Señora, aunque es Casada,
guardo Doncella.
2.—Dios le dice: Ese obsequio
es bien te premie
con que, después del Parto,
30 Virgen te quede:
1.—Yo, de tener progenie
quise privarme,
para que Tú tuvieses Virgen por Madre.
2.—Yo, para compensarte
ese servicio,
hice que tener puedas
a Dios por Hijo.
1.—Yo fui a la voz del Ángel
40 tan obediente,
que mi respuesta sola
fue obedecerte.
2.—Yo pago con ventajas
esa fineza,
sujetando a ti toda
mi Omnipotencia.
1.—Yo a tu Madre Sagrada
guardé el decoro,
que es la mayor fineza
50 para un celoso.
2.—Yo te hice el beneficio
de asegurarte,
que es, a quien tiene celos,
el Bien más grande.
1.—Yo te di, para Madre,
mi misma Esposa.
2.—Yo, para Esposa tuya,
mi Madre propia.
1.—Luego ninguno alcanza,
60 pues en la cuenta
tanto vale la paga
como la deuda.

TERCERO NOCTURNO

VILLANCICO VII

¿POR QUÉ NO DE SIMPLE VIRGEN,
sino ligada a la unión
del Matrimonial consorcio,
el Hijo de Dios nació?
Pregunta, y da la respuesta,
aquel Máximo Doctor,
Padre de la Iglesia, y Padre
de mi sacra Religión.
Tres razones da, y la cuarta
10 dice que Ignacio añadió;
y aunque todas las venera
reverente mi atención,
yo la quinta he de añadir
en honra de mi Patrón,
pues será a favor de todos,
si es razón a su favor.
Digo, que fue por premiar
de José la perfección,
pues sólo era digno premio
20 el llamarlo Padre, Dios.
Por darle tal dignidad,
a su Madre desposó;
que mérito tan gigante,
no pide premio menor.
Estribillo
Pues cásese en buena hora
de Dios la Madre,
porque José, del Verbo,
Padre se llame.

VILLANCICO VIII.—ENSALADA

Introducción
LOS QUE MÚSICA NO ENTIENDEN
oigan, oigan, que va allá
una cosa, que la entiendan
todos, y otros muchos más.
¡Tris, tras;
oigan, que, que, que allá va!

JÁCARA

Va una Jácara de chapa;
atención, señores guapos,
y no faltará quien diga
10 que van las coplas de mazo.
Dígalo, que allá la Historia
dirá si es pedrada o palo,
y verán cómo son golpes
los que parecen porrazos.
Érase un buen Carpintero
de éstos que labran en blanco,
el cual, como voy diciendo;
por Dios, que se me ha olvidado.
Doyme un golpe en la mollera:
20 ¡oiga! ¿como qué? ¿burlamos?
¿Olvido a mí, que los vendo?
Doyme otra vez: lindo chasco.
Digo, pues (ya me acordé),
que este Oficial afamado
nunca gustó de colores,
por lo que tienen de engaños.
Verdad es, que en su Obrador
estaba un rico Sagrario
con un Niño que no tuvo
30 igual, de bien Encarnado.
Pero Éste no lo hizo él,
sino que era de un Maestrazo,
que por una cierta deuda
le dejó el Niño empeñado.
Pues como les voy diciendo,
era éste un hombre tan Santo,
que eran fiestas para el Cielo
los días de su trabajo.
Viene Dios, y ¿qué hace? Viendo
40 un proceder tan honrado,
entrégale la tutela
de un muy rico Mayorazgo.
Y hele aquí Tutor de Dios,
sin saber cómo ni cuándo:
miren, si es Dios su Menor,
cómo será su tamaño.
Vino Dios con esto a verlo,
porque (ya verán), tratando
con los bienes del Menor,
50 se puso en muy buen estado.
Mas, como suelen decir
que no hay dulce sin sus agrios,
viene la Justicia y echa
sobre los bienes embargo.
Porque a una fïanza antigua
estaba el tal obligado,
y renunció al obligarse
las exenciones de Hidalgo.
Y así, porque no le prendan,
60 parte a Egipto desterrado,
porque se cumpla que el Hijo
sea de Egipto llamado.
(¿Ven ustedes? Pues aquesto
no lo saco de mis cascos
que está de letra de molde,
con Fe de cuatro Escribanos.)
Vuelve, y piérdesele el Niño
entre ciertos mentecatos:
porque la Sabiduría
70 no se perdiera entre sabios.
Cátense aquí a mi Tutor
todo pena y sobresaltos,
por saber que ha de morir
su Menor ajusticiado.
¡Par Dios, por cantar los gozos,
los dolores he cantado!
Pero en cantando los unos,
ya me entiende con quien hablo.
Señores Tutores, cuenta,
80 los que son albaceazgos:
si así le fue al que era bueno,
¿cómo les irá a los malos?
Juguete
1.—Oigan una duda de todo primor.
2.— Pregunte, señor Doctor.
1.—Aquí a los niños veremos
que en la Capilla tenemos,
y premiaré al que acertare
lo que yo le preguntare.
Tod.—Pues pregúntenos usté.
90 1.—¿Cuál oficio San José
tiene?
2.—Si en eso topó,
a lo que imagino yo,
tuvo oficio de Pastor
de un rebaño superior;
pues el Cordero Pascual,
y otro tal
que en Egipto repartieron,
todos fueron
figuras de Él que él guardó,
100 y el que vio
para víctima Abrahán,
pues que Juan
lo enseñó por Salvador:
y así José fue Pastor
sin igual.
3.—¡No fue tal!
2.—¡Sí fue tal!
3.—¡No fue tal!
1.— Pues ¿qué fue?
3.—Fue Labrador
de la Semilla mejor,
pues en solamente un grano
110 guardó aquel Pan soberano,
a quien figura el que a Elías
tantos días
sustentó, y el de Habacuc,
y de Ruth
las espigas, y la alteza
de la Mesa
del Pan de Proposición,
y el blasón
con que José fue exaltado
120 y llamado
en Egipto Salvador;
y así, aquéste es Labrador
de caudal.
4.—¡No fue tal!
3.—¡Sí fue tal!
4.—¡No fue tal!
3.—Pues ¿qué fue?
4.—Fue Carpintero
(a mi entender) todo entero,
sin tener más embarazo
que su nivel y su mazo,
su juntera y su cepillo,
130 su martillo,
tenazas y cartabón,
su formón,
su azuela, sierra y barrena
muy buena,
su escoplo, escuadra y su vara,
para
quizá labrar el primero
el Madero
(Remedio de nuestro mal)
140
1.—¡No fue tal!
4.—¡Sí fue tal!
1.—¡No fue tal!
2.—Pues si es que alguno ha acertado,
denle el premio que ha ganado.
1.—¡Eso no,
que ninguno lo acertó!
Tod.—Pues, digo ¿qué oficio fue
el que tiene San José?
1.—Si oírlo quieren de mí,
¿danse por vencidos?
4.—Sí;
150 ¡dígalo ya!
1.—Que me place:
Oficio es de Prima Clase
con el Rito más solemne,
el que tiene;
porque es de España blasón
ser Patrón,
su Protector y Abogado
muy amado.
4.—Par Dios, que en ello no dimos;
160 y es que al instante nos fuimos
a que el Santo fue Oficial.
—¡No fue tal!
—¡Sí fue tal!
—¡No fue tal!

INDIO

Yo también, quimati Dios,
mo adivinanza pondrá
que no sólo los Dotore
habla la Oniversidá.
Cor.—¡Ja, ja, ja!
¿Qué adivinanza será?
Ind.—¿Qué adivinanza? ¿Oye osté?
170 ¿Cuál es mejor San José?
1.—¡Gran disparate!
2.—¡Terrible!
Si es uno, ¿cómo es posible,
que haber pueda otro mejor?
Ind.—Espere osté, so Doctor:
¿no ha visto en la Iglesia osté
junto mucho San José,
y entre todos la labor
de Xochimilco es mijor?
1.—Es verdad.
Cor.—¡Ja, ja, ja, ja!
180 ¡Bien de su empeño salió!

NEGRO

—Pues, y yo
también alivinalé;
lele, lele, lele, lele,
¡que pulo ser Neglo Señol San José!
1.—¿Por dónde esa línea va?
Neg.—Pues ¿no pulo de Sabá
telé algún cualteló?
Que a su Parre Salomó
también eya fue mujel:
190 ¡lele, lele, lele, lele!
¡que por poca es Neglo Señol San José!

PARA LA MISA

VILLANCICO IX.—A LA EPÍSTOLA

Estribillo
1.—SANTO TOMÁS DIJO
que ver y creer.
2 .—Pero José dice:
¡Creer y no ver!
Coplas
Tomás, del sentido
se dejó vencer,
para dar asenso
a aquello que ve.
Ver y creer.
10 Mas José, que sólo
asiente a la Fe,
ve el Vientre a María
como que no ve.
Creer y no ver.
Para creer, Tomás
quiere prueba hacer
de un Cuerpo sensible
a un Inmenso Ser.
Ver y creer.
20 Joséf en sus ojos
tiene tal poder,
que viendo un Preñado,
duda cómo es.
Creer y no ver.
Mas Dios, que los genios
encontrados ve,
de aqueste formal,
material de aquél;
a ellos se adaptó,
30 por satisfacer
a Tomás con Carne,
con Voz a José.
A Tomás le muestra
sus Llagas, porque
viendo un Cuerpo, crea
que es Dios el que ve.
Ver y creer.
Mas Joséf en todo
es tan al revés,
40 que porque crea un Cuerpo,
le habla un Dios por Fe.
¡Creer y no ver!

VILLANCICO X.—AL OFERTORIO

Estribillo
QUEDITITO, AIRECILLOS;
no, no susurréis:
mirad que descansa
un rato José.
No, no, no os mováis;
no, no, no silbéis:
quedito, pasito,
que duerme José.
Coplas
Para no ver el Preñado,
10 José, que le daba enojos,
de María, los dos ojos
ha cerrado.
Contra su vista severo
dijo airado, porque vía:
¿Testigos contra María?
No los quiero.
Si dicen que en el empleo
de mi Esposa falta fe,
nunca estoy más ciego que
20 cuando veo.
Ya que en llanto no se aneguen
porque a tanto se atrevieron,
ojos que contra ella fueron,
luego cieguen.
Viendo Dios que eran despojos
sus ojos, de su sentir,
hízole dormido abrir
tantos ojos.
Hablóle un Ángel glorioso,
30 porque solo pudo ser
bastante a satisfacer
a un celoso.

VILLANCICO XI.—AL ALZAR

Estribillo
¡AY QUÉ PRODIGIO!
¡Ay qué portento!
¡Vengan a verlo todos,
vengan a verlo!
Que si, a todos, los celos
quitan el sueño,
a mi Joséf el sueño
quita los celos.
Celos con sueño,
10 sueño con celos,
en Joséf solamente
no son opuestos.
¡Vengan a verlo!
Coplas
¡Cuán contrario que anda Dios
del orden natural nuestro,
pues hace incierta la vista,
haciendo verdad el sueño!
Despierto Joséf ignora,
20 y dormido sabe: luego
duerme cuando está velando,
vela cuando está durmiendo.
Si considera, dormido,
y alcanza tales Misterios,
¿si a esto le llaman dormir,
a cuál llamarán desvelo?
Mas ¡ay, que duerme celoso,
y el cuidado de los celos!
sólo admite de dormido
30 la semejanza de muerto!
Si Dios le ha de asegurar
de la Encarnación del Verbo
¿por qué no llega el aviso
antes de temer el riesgo?
¿Es, acaso, por probarlo
con el dolor más acerbo,
porque más tormentos pase
quien ha de gozar más premio?
No es sino quererle hacer
40 su dechado verdadero,
participándole Dios
de sus mesmos sentimientos.
El sentimiento de Dios
eran celos de su Pueblo;
y cuando los tiene Dios,
no está José bien sin ellos.
Pues sienta él entre los Santos
solamente este tormento;
que es Padre de Cristo, y debe
50 parecerse al Padre Eterno.

VILLANCICO XII.—AL “ITE MISSA EST”

Estribillo
¡OIGAN LA FINEZA, QUE DIOS QUIERE HACER
en la ostentación de su gran Poder!
Coplas
A poder Dios hacer otro
Dios, tan bueno como Él,
a lo que imagino yo,
hiciera sólo a Joséf:
y se ve,
pues en cuanto pudo
le dio su Poder.
10 Pero entonces, imagino
que no fuera la merced
tan grande, siendo su igual,
de quererlo obedecer
pues más fue,
siendo Joséf hombre,
sujetarse a él.
Más sustentaba que Dios,
a mi modo de entender,
pues Dios lo sustenta todo,
20 y él daba a Dios de comer;
y tuvo, a fe,
súbditos mejores,
pues que Dios lo fue.
¡Válgame Dios, los primores
que nuestro Dios sabe hacer!
¡Que toda nuestra grandeza
venga de la pequeñez,
y que esté
nuestro ser, por bajo,
30 en tal alto Ser!
Yo no entiendo tan gran Santo;
de mí solamente sé
que desde luego detesto
lo que no sonare bien;
y estaré
a lo que corrija
Nuestra Santa Fe.

Bela Bartok el castillo de barba azul

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Judith, impulsada por un ardiente amor, ha seguido a Barbazul a su castillo. Pide y obtiene de su amado las llaves de siete puertas misteriosas, y las abre una por una. Detrás de la primera hay una cámara de tortura: son los tormentos del propio Barbazul los que están encerrados allí. Detrás de la segunda puerta hay un depósito de armas, las del hombre en la lucha cotidiana por la vida. A continuación se pone al descubierto un tesoro, pero todas las joyas están manchadas de sangre: el hombre no puede lograr nada en este mundo sin hacer daño. Luego Judith ve un magnífico jardín detrás de la cuarta puerta; pero cuando mira más de cerca, la tierra, de la que brotan los árboles y las flores, está impregnada de sangre. La quinta puerta muestra un amplio paisaje; surge de él un torrente de luz cegadora, pero una nube que se extiende sobre él parece arrojar sombras tenebrosas, teñidas de sangre. Detrás de la sexta puerta hay un lago de plata: son las lágrimas, los dolores secretos de una vida. Barbazul entrega las llaves a Judith, que lo apremia, con una vacilación creciente; desea abrazarla y por medio de su amor escapar de su pasado. Sin embargo, Judith, a causa de su inclinación por este hombre extraño (que en realidad es el arquetipo del hombre), y tal vez por el eterno deseo femenino de redimirlo, le pide también la última llave. Y de esta manera descubre en el séptimo aposento a las mujeres anteriores de Barbazul: las amantes de su mañana, de su mediodía y de su tarde. Mientras Barbazul le pone el manto de estrellas y la diadema de la noche, Judith se sitúa en la fila de sus predecesoras y Barbazul se queda solo, a oscuras.

El castillo de barba azul opera de Bela Bartok

Barbebleue3

Bienvenidos al Castillo de Barba Azul, no al castillo de cuento de hadas del siglo XVII de Charles Perrault, que gotea con la sangre del legendario ogro asesino de esposas, como alguna encarnación anterior de Jack el Destripador, sino al sugerente y decididamente del siglo XX mundo del sombrío Duque Barba Azul del dramaturgo Béla Balázs y el compositor Béla Bartók, un estudio de la soledad, de la «falta de comunicación», de la ilusión frente a la realidad.

Para tener una idea de lo que atrajo a Bartók sobre el complot, considere lo siguiente, de una carta que escribió a su madre en 1905:

«¡Soy un hombre solitario! Puede que tenga algunos amigos en Budapest, pero hay veces en las que de repente me doy cuenta de que estoy absolutamente solo. Y tengo la pre-conciencia de que esta soledad espiritual será mi destino. Miro a mi alrededor en busca del compañero ideal, y sin embargo soy plenamente consciente de que es una búsqueda vana. Incluso si alguna vez tuviera éxito en la búsqueda de alguien, estoy seguro de que pronto me decepcionaría.»

En 1911, Bartók pondría música a tales sentimientos, no a sus propias palabras sino a las del dramaturgo de ideas afines, Béla Balázs.

Balázswas nació, en 1884, como Herbert Bauer, en una familia húngaro-judía de origen alemán. Como nacionalista húngaro, sin embargo, el «Bauer» tuvo que irse tan pronto como el adolescente comenzó a llamar la atención con su poesía.

Balázs y el compositor Zoltán Kodály fueron compañeros de habitación en un instituto de formación de profesores en Budapest. Kodály presentó al futuro poeta y dramaturgo a Bartók en 1906 cuando descubrió que Balász compartía su interés por la canción popular. Después de que los tres hombres hicieran su primer viaje de recopilación de canciones populares juntos, Balász escribió en su diario:

«Él [Bartók] es un ingenuo y torpe niño prodigio de 25 años. Hay una admirable y tranquila tenacidad en él. Es un hombre débil, escuálido y enfermizo, pero incluso cuando yo estaba muerta de cansancio, me instó, no me impulsó, a recoger más. Toca muy bien, compone cosas bonitas. Es el cautivo de su talento.»

Fuente:  El castillo de Barba Azul