Pintores: Manet

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A los doce años ingresó en el distinguido colegio Rollin, donde se hizo amigo inseparable de Antonin Proust, futuro Ministro de Bellas Artes y biógrafo de Manet. Ya en esa época empezó a despertar su interés por el arte, gracias a la influencia de su tío Edouard Fournier, quien con frecuencia le llevó a visitar El Louvre y la Galería Española de Luis-Felipe, instalada allí hasta finales de 1848.

Tras fracasar en su intento de acceder a la Escuela Naval, Manet logró convencer a su padre de su vocación artística, ingresando en 1850 en el estudio del pintor Thomas Couture, donde, además de adquirir una sólida formación, aprendió estudiando y copiando las obras de maestros antiguos del Louvre, como Tiziano, Tintoretto y Rubens, y otras obras atribuidas entonces a Velázquez. Sus primeros viajes a Holanda e Italia le pusieron en contacto con las obras maestras de Rembrandt y Frans Hals, así como con Tiziano y los pintores del Renacimiento florentino. Durante esos años conoció a Suzanne Leenhoff, profesora de piano de los hermanos Manet, que se convertiría en su esposa en 1863. Suzanne había tenido un hijo en 1852, Léon Koella, quien fue uno de los más importantes modelos del pintor.

En 1856 se independizó y abrió un estudio propio, iniciando un camino difícil marcado por los fracasos, al ser rechazado en 1859 el primer cuadro que presentó al Salón, El bebedor de absenta (1858). El desafío más importante para Manet era convencer al público del Salón y, a pesar de las duras críticas recibidas, nunca dejó de presentar sus cuadros al Salón. Su condición de hombre brillante, culto y refinado, amante de la literatura y de la música, le permitió estar rodeado siempre de un relevante círculo de literatos, como Baudelaire, Zola o Mallarmé, grandes defensores de su pintura, y artistas como Degas, Stevens, Fantin-Latour, y más tarde Claude Monet, o Berthe Morisot, quien contrajo matrimonio con su hermano Eugène en 1874.

En 1861 recibió una medalla por su obra El guitarrero o El cantante español (1860)*, ejemplo de la moda de temas y personajes españoles imperante en el París de la época, tendencia acentuada en esos años por el matrimonio del emperador Napoleón III con Eugenia de Montijo. En 1862 murió su padre dejándole una importante herencia, lo que le permitió consagrarse ya plenamente a la pintura sin preocupaciones económicas y adentrarse en el camino de la modernidad, consolidando a partir de 1871 un círculo de clientes propios. Le Déjeuner sur l’herbe (1863), rechazado por el Salón, y Olimpia (1865), son magníficos ejemplos de su plenitud creativa, que, sin embargo, provocaron grandes escándalos al ser expuestos. A partir de 1862, Manet expuso en diversas galerías y organizó sus propias muestras, como en 1867 su «exposition particulière» en el Pont de l’Alma, durante la Exposición Universal, o en 1876 en su propio estudio, consiguiendo a partir de 1879 el tan deseado reconocimiento del Salón.

Su viaje a España en 1865, le permitió enriquecer su conocimiento de la obra de maestros españoles como El Greco, Goya y Velázquez, a quien, tras su visita al Museo del Prado, denomina el pintor de los pintores. A su regreso a París realiza, además de unas escenas taurinas, algunas obras de marcada influencia española, como El pífano (1866)*, La ejecución de Maximiliano (1867)*, El filósofo (1866-67)* y El balcón (1868-69)*.

Durante la guerra franco-prusiana iniciada en 1870, Manet se enroló, junto con Degas, en la Garde Nationale. En una serie de dibujos, grabados y litografías documentó la represión de la Comuna en la «semana sangrienta» de mayo de 1871. Las obras de la última década de su vida, después de su estancia en Argenteuil con Claude Monet, están marcadas por su relación con los impresionistas, en cuyas exposiciones sin embargo nunca quiso participar. Faure en el papel de Hamlet (1876-77) y los retratos tardíos como Retrato de Madame Marlin o La Dama en rosa (1879-1881)* y Otoño (1881)*, son ejemplos de su interés por la técnica impresionista, que se fusiona con su propia estética independiente en su última obra maestra, el Bar en el Folies-Bergère (1881-82)*.

Manet falleció en París, el 30 de abril de 1883, reconocido por muchos como el artista más innovador de la época.

Pintores: Valdes Leal

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En 1673, el pintor sevillano Juan de Valdés Leal pintó una serie de cuadros sobre la vida de San Ambrosio para el oratorio bajo del Palacio Arzobispal de Sevilla por encargo del arzobispo don Ambrosio Spínola. Dos de ellos, de formato más pequeño y asuntos en los que hace su aparición lo sobrenatural, acompañarían en el altar a una Virgen con el Niño encargada a Murillo ese mismo año, mientras que los otros cinco, en los que se recogen los momentos culminantes del ministerio del santo y sus virtudes como prelado ejemplar, se distribuirían por las paredes del oratorio. Todos ellos desaparecieron durante la Guerra de la Independencia, cuando el mariscal Soult convirtió el Palacio en su cuartel general, y se dieron por perdidos hasta que reaparecieron en 1960 y 1981 en el mercado del arte.

La exposición, organizada en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Sevilla, reúne por primera vez los siete cuadros conocidos actualmente, de los que cuatro, adquiridos en diciembre de 2002 por el Museo Nacional del Prado, no han sido mostrados jamás en público.El resto proviene de los Museos de Saint Louis (Missouri), San Francisco (California) y Sevilla.

Don Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán (1632-1684) fue arzobispo de Sevilla entre 1669 y el año de su muerte. Nieto del general Ambrosio Spínola, el vencedor en Breda, e hijo de don Diego Messía y Guzmán, primer marqués de Leganés, tuvo una carrera típica del estamento eclesiástico en su grado más elevado. Educado por su tío, el cardenal Agustín Spínola, quien le guió en sus comienzos, fue obispo de Oviedo y arzobispo de Santiago antes de acceder, cuando sólo tenía treinta y ocho años, a la mitra hispalense. A lo largo de sus quince años de gobierno supo ganarse la veneración de los sevillanos gracias a su celo pastoral y a su práctica de la caridad.

Muy devoto de la Virgen María, el arzobispo Spínola acondicionó en su «cuarto bajo» del Palacio Arzobispal de Sevilla un oratorio privado para el que en 1673 encargó a Valdés Leal una serie de escenas de la vida de San Ambrosio. Las pinturas fueron sustraídas durante la Guerra de la Independencia por el mariscal Soult, quien en 1810 convirtió el Palacio Arzobispal en su cuartel general, y han estado en paradero desconocido hasta que cinco de ellas reaparecieron en 1960 en Nueva York en el mercado del arte y otras dos emergieron en una subasta celebrada en París en 1981. El Museo del Prado ha organizado esta exposición con motivo de la adquisición de cuatro de los cuadros de la serie.