Pintores : Scorel

 

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Jan van Scorel (1495, Schoorl, cerca de Alkmaar6 de diciembre de 1562, Utrecht) fue un influyente pintor holandés al que se atribuye la introducción del arte del Alto renacimiento italiano en los Países Bajos.

No se sabe si comenzó sus estudios con Jan Gossaert en Utrecht o con Jacob Cornelisz. van Oostsanen en Ámsterdam, pero fueron los grandes maestros que conoció posteriormente los que tendrían una mayor influencia en su técnica. Van Scorel comenzó a viajar por Europa cuando tenía poco más de veinte años, primero dirigiéndose a Núremberg en busca de Durero y luego a Austria. Allí fue, en 1520, donde acabó su primera obra representativa, el Retablo de Sippen (Sippenaltar) o «Retablo de la familia», para la iglesia de San Martín, del pueblo de Obervellach, (Carintia). Pasó por Venecia, donde recibe la influencia de Giorgione. Después de dejar Venecia, van Scorel pasó por Roma e hizo una peregrinación a Tierra Santa. Sus experiencias en Jerusalén están representadas en muchas de sus obras de madurez.

En 1521, regresó a Roma, donde conoció al papa Adriano VI, de origen holandés, quien le nombró pintor del Santa Sede. El propio Papa posó para un retrato. Van Scorel gozó de la influencia de Miguel Ángel y Rafel, y sucedió a Rafael en el puesto de Conservador del Belvedere.

A su regreso a los Países Bajos en 1524, se estableció en Utrecht y comenzó una exitosa carrera como pintor y maestro. Van Scorel fue un artista con una gran educación y talento, y ejerció como ingeniero y arquitecto, además de pintor. También era políglota, sin duda alguna como resultado de sus viajes.

Se le considera el líder de los «romanistas» holandeses y su influjo en el arte de los países nórdicos fue considerable. Van Scorel murió en Utrecht en 1562, dejando tras sí un gran número de retratos y retablos. Aunque muchas de sus obras fueron víctimas de la destrucción iconoclasta de 1566, algunas aún se conservan y pueden verse principalmente en museos de los Países Bajos. En el Museo del Prado de Madrid existe un Retrato de humanista de su mano

 

San Juan de la Cruz

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San Juan de la Cruz. Una síntesis global para nuestro tiempo (II)
Autor: Antonio José Mialdea Baena  |  Publicado en: Junio de 2008

En el anterior artículo decíamos que desde el primer tercio del pasado siglo Juan de la Cruz comienza a despertar un inusitado interés en territorios en los que anteriormente le había sido denegado el paso o a los que no había tenido acceso en ese afán de ocultación al que este carmelita, por diferentes circunstancias, había sido sometido. La Literatura, la Lingüística, la Psicología, otras creencias religiosas, otras espiritualidades, la Historia, la Ecdótica, etc. comienzan a hacerse eco de los versos y la prosa sanjuanistas conformando así, decíamos, el amplio caudal de riqueza que la mística de Juan de la Cruz ofrece al hombre de nuestro tiempo. En esta segunda parte nos centraremos en el ingreso de Juan de la Cruz en el canon de la literatura española.

Siempre que nos enfrentamos a cuestiones como el canon literario, de tanta actualidad en el último decenio del pasado siglo, podemos optar por hacerlo desde una visión dinámica incluyendo la historia, o desde una visión ahistórica o estática. Es evidente que según lo hagamos en relación a la obra literaria de San Juan de la Cruz, el resultado será muy distinto.

Si prescindimos de la historia, podemos encontrar afirmaciones de este tipo:

Juan de la Cruz representa, en el ámbito de la literatura española desde sus comienzos hasta nuestros días una de las figuras más interesantes; su talla literaria se ha impuesto no sólo por el propio valor de su obra poética -que ha sido definida «sublime» pero también la «más enigmática»-, sino además por el interés que su obra comenzó a suscitar ya desde el siglo XVII y que se mantiene hasta el presente sin mostrar signos de disminución. Es más, habría que decir que la dificultad de aclarar la compleja problemática ínsita en su obra o relacionada con ella, lejos de agotarse en intentos llamados de antemano casi necesariamente al fracaso, ha despertado un fervor y un volumen de estudios que ha traspasado las fronteras nacionales, y que se ha extendido a disciplinas distintas de las de impronta específicamente literaria: los millares de aportaciones publicados hasta la fecha son la prueba evidente de un interés y de una fama que ya nacieron apenas pasados treinta años de la muerte del autor, a raíz de la edición -en el 1618- de sus primeras obras. (ELIA, PAOLA: San Juan de la Cruz. Poesías, Madrid, Castalia, 1990, pp. 9-10)

La visión que sobre la obra literaria de San Juan de la Cruz ofrece la autora de estas líneas nos parecen demasiado optimistas. Decir que “Juan de la Cruz representa, en el ámbito de la literatura española desde sus comienzos hasta nuestros días, una de las figuras más interesantes”, supone utilizar un contexto demasiado amplio para que en un caso como el de la obra literaria de San Juan de la Cruz no se precise de más especificación. Si  Paola Elia se refiere al período en el que nace y va desarrollándose la historiografía de la literatura española, no podemos estar en absoluto de acuerdo con su afirmación. Nuestras investigaciones no nos han conducido a esa conclusión, sino que hemos advertido que la obra literaria de San Juan de la Cruz comienza a ser interesante para la historiografía sólo a partir de mediados del siglo XIX. Es evidente que la autora se eleva sobre la historia y mira un conjunto en el que sobresale San Juan de la Cruz como una de las figuras más representativas de la literatura española, entendida ésta en el conjunto global de sus disciplinas científicas. De cualquier manera,  la afirmación que se sigue de la anterior plantea un problema aún mayor. La recordamos: “Su talla literaria se ha impuesto no sólo por el propio valor de su obra poética […], sino además por el interés que su obra comenzó a suscitar ya desde el siglo XVII y que se mantiene hasta el presente sin mostrar signos de disminución”. Al contrario que en el caso precedente, nos encontramos ahora con una afirmación que no escapa de la historia. Sin embargo, es errónea, al menos, tal y como aquí ha sido expuesta o necesita más aclaración y especificación. Si volvemos de nuevo la mirada al principio del párrafo y observamos que el contexto científico sobre el que la autora asienta sus afirmaciones es la literatura española, decir en tal caso que la obra literaria del místico de Fontiveros no ha cesado de despertar interés desde el siglo XVII,  y desde ahí se ha mantenido intacto y creciente hasta nuestros días no responde del todo a la verdad histórica. La atención de la literatura española a la obra literaria de San Juan de la Cruz durante los siglos XVII y XVIII es prácticamente nula. No ocurre lo mismo con los siglos XIX y XX, siglos en los que Juan va progresivamente despuntando hasta elevarse a la cima de la poesía española, gracias, fundamentalmente, a una de sus obras poéticas: el Cántico Espiritual. Si Paola Elia se hubiese referido, no sólo al ámbito de la literatura española, sino también al ámbito teológico, su afirmación hubiese gozado, sin duda, de más valor de verdad.

De hecho, en un asunto como la relación entre el canon y la obra literaria de San Juan de la Cruz, lo primero que tendríamos que diferenciar es el canon teológico del canon literario, entre otras cosas porque el fraile carmelita no ingresa al mismo tiempo en estos dos cánones. Ya sabemos, además, que fue problemático para ambos.

San Juan de la Cruz ha sido un autor bastante controvertido, tanto para la teología como para la literatura. La teología, por una parte, ha tenido dos problemas fundamentales: primero, el de la crítica textual, con el consiguiente problema de la fijación del canon de las obras del místico, asunto que nos lleva hasta casi la mitad del siglo XX; y en segundo lugar, el problema del contenido teológico del texto, sobre todo en lo referente al Cántico Espiritual y su relación con cierta lectura del Cantar de los Cantares, texto realmente conflictivo, teológicamente hablando, en el siglo XVI -véase, por ejemplo, el conocido caso de fray Luis de León y su lectura literal de este texto bíblico-. Tanto es así que, precisamente, en la primera edición de las obras de Juan de la Cruz (Alcalá de Henares, 1618), el Cántico Espiritual no aparece. Este problema teológico ha sido reflejado por algunos especialistas en la materia.

Tanto tomismo en la orden de los místicos se debe en buena parte a la permanente precisión de defender a sus fundadores del acoso a que fueran sometidos ante la Inquisición por soñadas connivencias y coincidencias con los alumbrados. (EGIDO, TEÓFANES: “Religión”, en AGUILAR PIÑAL, FRANCISCO (ed.): Historia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, Trotta, C.S.I.C, 1996, pág. 788).

De cualquier manera, y poco a poco, Juan va liberándose del problema teológico que despertaban sus místicas enseñanzas. Y tenemos, naturalmente, unas fechas que se nos presentan como claves en la historia de este proceso de liberación que se inicia en 1618 con la editio princeps de su obra literaria, y que, progresivamente, van convirtiendo a San Juan de la Cruz en miembro de pleno derecho del canon teológico, y no sólo del español y el cristiano. Estas fechas son las siguientes: 1675, 1726 y 1926. La primera es la que corresponde a su beatificación, la segunda, a su canonización, y la tercera a su proclamación como Doctor de la Iglesia. Con estas tres fechas, incluida también la de la primera edición de sus obras, los escritos de Juan de la Cruz solventaron los problemas teológicos inherentes al propio texto, aunque todavía no lograron esquivar los literarios. Esto ocurrirá algo más adelante, entre la fecha de su canonización y la de su nombramiento como Doctor Ecclesiae.

Esta es la razón y no otra por la que defendimos líneas arriba, al comentar el texto de Paola Elia, la necesidad de una mayor especificación si lo que tratamos de explicar es la relación de San Juan de la Cruz y su obra poética con los siglos XVII y XVIII, períodos en los que los centros de interés no sobrepasan ámbitos estrictamente teológicos y, dentro de éstos, los carmelitanos.

La relación de San Juan de la Cruz, su obra literaria y su ingreso en el canon de la literatura española son cuestiones bien distintas a las del ingreso en el canon teológico, aunque puedan existir conexiones e influencias mutuas.

Lo tardío y quebrado del proceso de ingreso de Juan de la Cruz en el canon literario español va unido necesaria e inseparablemente a lo quebrado y cambiante de la propia historia del canon en el devenir de la literatura española. De esta forma, insertamos al santo carmelita en el contexto de la historia de la literatura española: para poder comprender de una forma más adecuada cuándo y por qué la obra literaria del místico de Fontiveros ha sido considerada un valor y cuándo y por qué un contravalor. Por otra parte, la recepción en las obras de creación literaria y el interés de los creadores por un cierto autor no coincide, en muchas ocasiones, con el reconocimiento oficial como autoridad literaria de ese mismo autor. La aparición, realmente tardía, de San Juan de la Cruz en el canon de autoridades de la literatura española, independientemente de su inclusión en algunas poéticas o historias de la literatura española, también presenta sus fechas esenciales, claves: 1856, 1878 y 1881. Curiosamente estas tres fechas se encuentran situadas entre la canonización de San Juan de la Cruz (1726) y la celebración del tercer centenario de su muerte (1891) con la posterior proclamación como Doctor de la Iglesia (1926). La primera fecha propuesta, 1856, se corresponde con la publicación de las obras del místico en la Biblioteca de Autores Españoles, precedida de una extensa introducción de Pi y Margall, que tuvo su respuesta en la introducción que hizo Juan Manuel Ortí y Lara a otra edición de las obras del santo, esta vez en 1872. La segunda fecha, 1878, corresponde al ingreso de San Juan de la Cruz en el «Catálogo oficial de escritores que pueden servir de autoridad en el uso de vocabularios y frases en la lengua castellana». Y la tercera, 1881, desde nuestro entender, la fundamental, corresponde a la lectura del discurso de ingreso en la Real Academia española de un joven Menéndez Pelayo, discurso dedicado a la poesía mística española. En este intervalo que va desde 1872 a 1881, el místico carmelita comienza a ser protagonista de nuestra historia literaria, protagonismo que ya no cesará durante todo el siglo XX.

¿Por qué ahora y no antes? ¿Qué factor o factores han influido en este cambio, de no existir a existir para la literatura española, para el canon literario?

El siglo XIX español, en lo que a lo literario se refiere, posee dos vertientes esenciales y muy marcadas: por un lado, se produce una revisión y rescate de autores,  sobre todo de nuestros siglos de oro, hasta entonces no demasiado reconocidos; y, por otro, es el momento en que nace propiamente la historiografía de la  literatura española, coincidiendo, además, con la época en que dicha Historia se convierte en asignatura de índole universitaria. Estos dos aspectos, reunidos, hicieron posible la aparición en escena de un personaje, hasta ese momento, poco tenido en consideración en el ámbito de los estudios literarios. San Juan de la Cruz es, de esta forma, rescatado y, también, depositado en la cima del Parnaso de los poetas españoles.

 Texto | Antonio José Mialdea Baena

               Doctor en Filología Española
Licenciado en Estudios Eclesiásticos.
Diploma de Estudios Avanzados en Traducción e Interpretación.
Director de la revista internacional »San Juan de la Cruz»

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Basílica del Sagrado Corazón (París)

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Basílica del Sacré-Coeur.

La basílica del Sagrado Corazón de Montmartre,[1] (en francés: Basilique du Sacré-Cœur) es un importante templo religioso situado en París (Francia). Está ubicado en lo alto de la colina de Montmartre.

Se trata de una basílica dedicada al Sagrado Corazón de Jesús (en francés, Sacré Cœur de Jésus). Su construcción fue decidida por la Asamblea Nacional en 1873, como un edificio religioso a perpetuidad en homenaje a la memoria de los numerosos ciudadanos franceses que habían perdido la vida durante la Guerra franco-prusiana. Según sus promotores se hacía también para expiar por la impiedad del Segundo Imperio francés.[2] Fue el arquitecto Paul Abadie quien ganó el concurso para su construcción.

La primera piedra se colocó en 1875, y aunque se completó en 1914, no se consagró hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, en 1919. La iglesia fue construida con fondos procedentes exclusivamente de una suscripción popular.

Aunque muy controvertido, es uno de los monumentos más visitados de París. La basílica tiene forma de cruz griega, adornada con cuatro cúpulas: el domo central, de 80 m. de altura, está tocado por una linterna, formada por una columnata. En el ábside, una inmensa torre cuadrada hace las veces de campanario que guarda, entre otras, la Savoyarde, una campana de 3 m de diámetro y de 18.550 kilogramos de peso, ofrecida por la diócesis de Chambéry. La cripta posee la misma disposición que la iglesia, y es una de las curiosidades de la basílica.

La arquitectura de la basílica se inspira en la arquitectura romana y bizantina e influyó en otros edificios religiosos del siglo XX, como la basílica de Sainte-Thérèse de Lisieux. Es posible acceder a la basílica tomando el funicular de Montmartre.

Pintores: Goya

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Goya was born in Fuendetodos, Aragón, Spain, on March 30, 1746 to José Benito de Goya y Franque and Gracia de Lucientes y Salvador. His family lived in a home bearing the family crest of his mother. His father, who was of Basque origin, earned his living as a gilder.[4] About 1749, the family bought a house in the city of Saragossa and some years later moved into it; Goya may have attended school at Escuelas Pias. He formed a close friendship with Martin Zapater at this time, and their correspondence from the 1770s to the 1790s is a valuable source for understanding Goya’s early career at the court of Madrid. At age 14, Goya studied under the painter José Luzán.[5] He moved to Madrid where he studied with Anton Raphael Mengs, a painter who was popular with Spanish royalty. He clashed with his master, and his examinations were unsatisfactory. Goya submitted entries for the Royal Academy of Fine Art in 1763 and 1766, but was denied entrance.

La cometa, 1777–78, one of Goya’s tapestry cartoons

He then relocated to Rome, where in 1771 he won second prize in a painting competition organized by the City of Parma. Later that year, he returned to Saragossa and painted parts of the cupolas of the Basilica of the Pillar (including Adoration of the Name of God), a cycle of frescoes in the monastic church of the Charterhouse of Aula Dei, and the frescoes of the Sobradiel Palace. He studied with Francisco Bayeu y Subías and his painting began to show signs of the delicate tonalities for which he became famous.

Goya married Bayeu’s sister Josefa (he nicknamed her «Pepa») on 25 July 1773. This marriage, and Francisco Bayeu’s membership of the Royal Academy of Fine Art (from the year 1765) helped Goya to procure work as a painter of designs to be woven by the Royal Tapestry Factory. There, over the course of five years, he designed some 42 patterns, many of which were used to decorate (and insulate) the bare stone walls of El Escorial and the Palacio Real del Pardo, the residences of the Spanish monarchs near Madrid. This brought his artistic talents to the attention of the Spanish monarchs who later would give him access to the royal court. He also painted a canvas for the altar of the Church of San Francisco El Grande in Madrid, which led to his appointment as a member of the Royal Academy of Fine Art.

De Goya’s 1790 Retrato de Martín Zapater at Museo de Arte de Ponce, Ponce, Puerto Rico

In 1783, the Count of Floridablanca, a favorite of Charles III of Spain, commissioned Goya to paint his portrait. He also became friends with Crown Prince Don Luis, and spent two summers with him, painting portraits of both the Infante and his family. During the 1780s, his circle of patrons grew to include the Duke and Duchess of Osuna, the King and other notable people of the kingdom whom he painted. In 1786, Goya was given a salaried position as painter to Charles III. After the death of Charles III in 1788 and revolution in France in 1789, during the reign of Charles IV, Goya reached his peak of popularity with royalty.[6]

Charles IV of Spain and His Family, 1800. Théophile Gautier described the figures as looking like «the corner baker and his wife after they won the lottery».[7]

In 1789 he was made court painter to Charles IV and in 1799 was appointed First Court Painter with a salary of 50,000 reales and 500 ducats for a coach. He painted the King and the Queen, royal family pictures, portraits of the Prince of the Peace and many other nobles. His portraits are notable for their disinclination to flatter, and in the case of Charles IV of Spain and His Family, the lack of visual diplomacy is remarkable.[8] Modern interpreters have seen this portrait as social satire; it is thought to reveal the corruption behind the rule of Charles IV. Under his reign his wife Louisa was thought to have had the real power, and thus Goya placed her at the center of the group portrait. From the back left of the painting one can see the artist himself looking out at the viewer, and the painting behind the family depicts Lot and his daughters, thus once again echoing the underlying message of corruption and decay.

Goya received orders from many of the Spanish nobility. Among those from whom he procured portrait commissions were Pedro Téllez-Girón, 9th Duke of Osuna and his wife María Josefa Pimentel, 12th Countess-Duchess of Benavente, María del Pilar de Silva, 13th Duchess of Alba (universally known simply as the «Duchess of Alba»), and her husband José María Álvarez de Toledo, 15th Duke of Medina Sidonia, and María Ana de Pontejos y Sandoval, Marchioness of Pontejos.

At some time between late 1792 and early 1793, a serious illness (the exact nature of which is not known) left Goya deaf, and he became withdrawn and introspective. During his recuperation, he undertook a series of experimental paintings. His experimental art—which would encompass paintings and drawings as well as a bitterly expressive series of aquatinted etchings, published in 1799 under the title Caprichos—was done in parallel to his more official commissions of portraits and religious paintings. In 1798 he painted luminous and airy scenes for the pendentives and cupola of the Real Ermita (Chapel) of San Antonio de la Florida in Madrid. Many of these depict miracles of Saint Anthony of Padua set in the midst of contemporary Madrid.

The Third of May 1808, 1814. Oil on canvas, 266 х 345 cm. Museo del Prado, Madrid

Later years

French forces invaded Spain in 1808, leading to the Peninsular War of 1808–1814. The extent of Goya’s involvement with the court of the «Intruder king», Joseph I, the brother of Napoleon Bonaparte, is not known; he did paint works for French patrons and sympathisers, but kept neutral during the fighting. After the restoration of the Spanish king, Ferdinand VII, in 1814, Goya denied any involvement with the French. When his wife Josefa died in 1812, he was mentally and emotionally processing the war by painting The Charge of the Mamelukes and The Third of May 1808, and preparing the series of prints later known as The Disasters of War (Los desastres de la guerra). Ferdinand VII returned to Spain in 1814 but relations with Goya were not cordial. He painted portraits of the king for a variety of organizations, but not for the king himself.

Leocadia Weiss (née Zorrilla, b. 1790)[9][10] the artist’s maid, younger by 35 years, and a distant relative,[11] lived with and cared for Goya after Bayeu’s death. She stayed with him in his Quinta del Sordo villa until 1824 with her daughter Rosario.[12] Leocadia was probably similar in features to Goya’s first wife Josefa Bayeu, to the point that one of his well known portraits bears the cautious title of Josefa Bayeu (or Leocadia Weiss).[13]

The Milkmaid of Bordeaux, 1825–27, is the third and final Goya portrait which may depict Leocadia Weiss. This might also be of Leocadia’s daughter Rosario.[14] Its colourisation and mood is very similar to the Lecodia «Black Painting».

Not much is known about her beyond her fiery temperament. She was likely related to the Goicoechea family, a wealthy dynasty into which the artist’s son, the feckless Javier, had married. It is believed she held liberal political views and was unafraid of expressing them, a fact met with disapproval by Goya’s family. It is known that Leocadia had an unhappy marriage with a jeweler, Isideo Weiss, but was separated from him since 1811. Her husband cited «illicit conduct» during the divorce proceedings. She had two children before the marriage dissolved, and bore a third, Rosario, in 1814 when she was 26. Isideo was not the father, and it has often been speculated—although with little firm evidence—that the child belonged to Goya.[15] There has been much speculation that Goya and Weiss were romantically linked, however, it is more likely the affection between them was sentimental.[16]

It is not known whether this 1805 Goya portrait is of his wife Josefa Bayeu or of Leocadia Weiss

Goya’s works from 1814 to 1819 are mostly commissioned portraits, but also include the altarpiece of Santa Justa and Santa Rufina for the Cathedral of Seville, the print series of La Tauromaquia depicting scenes from bullfighting, and probably the etchings of Los Disparates.

In 1819, with the idea of isolating himself, he bought a country house by the Manzanares river just outside of Madrid. It was known as the Quinta del Sordo (roughly, «House of the Deaf Man», titled after its previous owner and not after Goya himself). There he created the Black Paintings with intense, haunting themes, reflective of the artist’s fear of insanity and his outlook on humanity. Several of these, including Saturn Devouring His Son, were painted directly onto the walls of his dining and sitting rooms.

Goya lost faith in or became threatened by the restored Spanish monarchy’s anti-liberal political and social stance and left Spain in May 1824 for Bordeaux and then Paris.[10] He travelled to Spain in 1826, but returned to Bordeaux, where he died of a stroke in 1828, at the age of 82. He was of the Catholic faith and was buried in Bordeaux; in 1919 his remains were transferred to the Royal Chapel of St. Anthony of La Florida in Madrid.

Leocadia was left nothing in Goya’s will; mistresses were often omitted in such circumstances, but it is also likely that he did not want to dwell on his mortality by thinking about or revising his will. She wrote to a number of Goya’s friends to complain of her exclusion but many of her friends were Goya’s also and by then they were old men and had died, or died before they could reply. Largely destitute she moved into rented accommodation and passed on her copy of the Caprichos for free.[17]

Poesia: Garcilaso

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SONETO V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.

Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

autógrafo