Pintores: Eakins

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Thomas Eakins estudió en la Escuela de Bellas Artes de Jean-Léon Gérôme y de Léon Bonnat entre 1866 y 1868. Viajó después a España y luego regresó a los Estados Unidos donde comenzó una brillante carrera como pintor realista. Enamorado de la realidad óptica, se interesó por la fotografía. En 1882 fue nombrado profesor de la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, una escuela de arte vanguardista donde enseñó fotografía. En 1886 perdió su puesto en dicha academia por haber revelado la desnudez de un modelo masculino a un público femenino en un curso de anatomía.

Su esposa, Susan Macdowell Eakins (18511938), fue también pintora.

Pintores: Kirchner

 

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Albert Emil Kirchner (Leipzig, 12 de maig de 1813 – Munich, 4 de juny de 1885) va ser un pintor alemany. Fill d’un fuster, es va formar a l’Escola de Sant Tomàs de Leipzig. Amb 13 anys va entrar a l’escola de l’arquitecte Albert Geutebrück (1801-1868). Anys més tard, va seguir la seva formació a l’Acadèmia d’Art de Dresden, on va ser deixeble del famós pintor Caspar David Friedrich i del també alemany Johan Christian Clausen Dahl. Després d’una llarga estada a Munich, el 1832 va tornar a Saxònia per a realitzar un treball a l’entorn dels monuments de l’arquitectura de l’Edat Mitjana en base als dibuixos de Puttrichs Ludwig (1783-1856). El 1834 es va traslladar finalment amb la seva esposa, amb qui es va casar el 1836, a Munich. Allà es va dedicar de ple a la pintura i al dibuix. Va ser membre de l’Acadèmia de Munich i l’Estat el va honrar amb la concessió d’una pensió vitalícia.

Pintores: Grimshaw

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John Atkinson Grimshaw Grimshaw, nació en 9 Back Park Street, en Leeds, hijo de un policía retirado. Se casó en 1856 con su prima lejana Frances Hubbard (1835-1917). En 1861, con gran disgusto de sus padres, deja su trabajo en el Great Northern Railway, para iniciar su carrera artística como pintor. Comenzó a exponer en 1862, ayudado por la «Sociedad Filosófica y Literaria de Leeds», con pinturas, en su mayoría, de aves, frutas y flores.[5] Grimshaw está principalmente influenciado por los pintores prerrafaelitas. Fiel a su estilo, que representa los colores y la iluminación en gran detalle. Posteriormente, pintó paisajes, de temporada o en un momento determinado.

Hacia 1870, por el éxito obtenido por sus obras, pudo alquilar una mansión del siglo XVII para convertirla en su residencia en Knostrop Old Hall, donde viviría hasta su muerte. A finales de la década de 1870, alquiló otra casa en Scarborough para permanecer en los meses de verano, a la que llamaba su «castillo junto al mar». Las dos localizaciones quedaron reflejadas en varios de sus cuadros.

Algunos de sus hijos, Arthur Grimshaw (1864–1913), Louis H. Grimshaw (1870–1944), Wilfred Grimshaw (1871–1937) y Elaine Grimshaw (1877–1970) fueron también pintores

 

Pintores: Guercino

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Guercino nació en Cento (provincia de Ferrara), una ciudad entre Ferrara y Bolonia, en la región de Emilia-Romaña, hijo de Andrea Barbieri y de Elena Ghisellini, una familia de condición humilde. Además de en su ciudad natal, vivió y pintó también en Roma y Bolonia. A la edad de 17 años se asoció con Benedetto Gennari «el Viejo», un pintor de la escuela boloñesa. En 1615 se trasladó a Bolonia, lo que le fue de gran provecho, pues le permitió estudiar las valiosas pinturas allí conservadas. Sus propias obras se ganaron los elogios de Ludovico Carracci, ya anciano. Pintó dos grandes lienzos, Elías alimentado por cuervos y Sansón detenido por los filisteos, de un fuerte estilo caravaggista (aunque es poco probable que pudiera ver ningún Caravaggio). Estos óleos fueron pintados para el cardenal Jacopo Serra, el legado papal en Ferrara.

Los pastores de Arcadia (Et in Arcadia ego) (Roma, Galleria Nazionale d’Arte Antica) fue pintado en 1618, a la vez que Marsias desollado por Apolo (Palazzo Pitti de Florencia). Como dijo a menudo, su estilo en estos años estaba fuertemente influido por los Carracci. Algunas de sus obras posteriores, en cambio, se asemejan más a las de su contemporáneo Guido Reni, quien llegó a acusarle de plagio. Están pintadas con más luminosidad y claridad, con figuras más dulzonas, lo que suscitaría críticas en siglos posteriores. En vida, Guercino fue muy famoso, y hasta Cento fueron a verlo personajes muy destacados, entre ellos Velázquez, quien lo visitó en 1629, en el transcurso de su primer viaje a Italia (1629 — 31).

Guercino fue recomendado por el marqués Enzo Bentivoglio al papa, el boloñés Alessandro Ludovisi, Gregorio XV. Pasó dos años (1621-23) en Roma, donde pintaría muchas obras. De este periodo son los frescos del Casino de la Villa Ludovisi (La Aurora, La Fama y La Noche), el techo de la Basílica de San Crisógono (1622) sobre San Crisógono en la Gloria, su retrato del papa Gregorio (actualmente en el Getty Center) y la que está considerada su obra maestra, El enterramiento de Santa Petronila, para el Vaticano (actualmente en los Museos Capitolinos).

A partir de 1628 se produce un cambio estilístico en la obra del Guercino, que los expertos han dado en llamar seconda maniera (segundo estilo). Ahora sus figuras tendrán un aspecto más imponente, cercano a los ideales de perfección física que en el siglo anterior había buscado la escuela romanista fundada por Rafael.

La orden franciscana de Reggio le pagó 300 ducados en 1655 por la obra San Lucas mostrando una pintura de la Virgen y su hijo (actualmente en el Museo Nelson-Atkins, en Kansas City). Los Corsini también le pagaron 300 ducados por la Flagelación de Cristo pintado en 1657.

Destaca en Guercino su extrema rapidez de ejecución; realizó nada menos que 106 grandes obras de altar para iglesias, y 144 pinturas de otros temas y formatos. En 1626 empezó sus frescos en el Duomo de Piacenza. Guercino continuó pintando y enseñando hasta su muerte en 1666. Para cuando falleció había amasado una fortuna considerable.

 

Pintores : Scorel

 

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Jan van Scorel (1495, Schoorl, cerca de Alkmaar6 de diciembre de 1562, Utrecht) fue un influyente pintor holandés al que se atribuye la introducción del arte del Alto renacimiento italiano en los Países Bajos.

No se sabe si comenzó sus estudios con Jan Gossaert en Utrecht o con Jacob Cornelisz. van Oostsanen en Ámsterdam, pero fueron los grandes maestros que conoció posteriormente los que tendrían una mayor influencia en su técnica. Van Scorel comenzó a viajar por Europa cuando tenía poco más de veinte años, primero dirigiéndose a Núremberg en busca de Durero y luego a Austria. Allí fue, en 1520, donde acabó su primera obra representativa, el Retablo de Sippen (Sippenaltar) o «Retablo de la familia», para la iglesia de San Martín, del pueblo de Obervellach, (Carintia). Pasó por Venecia, donde recibe la influencia de Giorgione. Después de dejar Venecia, van Scorel pasó por Roma e hizo una peregrinación a Tierra Santa. Sus experiencias en Jerusalén están representadas en muchas de sus obras de madurez.

En 1521, regresó a Roma, donde conoció al papa Adriano VI, de origen holandés, quien le nombró pintor del Santa Sede. El propio Papa posó para un retrato. Van Scorel gozó de la influencia de Miguel Ángel y Rafel, y sucedió a Rafael en el puesto de Conservador del Belvedere.

A su regreso a los Países Bajos en 1524, se estableció en Utrecht y comenzó una exitosa carrera como pintor y maestro. Van Scorel fue un artista con una gran educación y talento, y ejerció como ingeniero y arquitecto, además de pintor. También era políglota, sin duda alguna como resultado de sus viajes.

Se le considera el líder de los «romanistas» holandeses y su influjo en el arte de los países nórdicos fue considerable. Van Scorel murió en Utrecht en 1562, dejando tras sí un gran número de retratos y retablos. Aunque muchas de sus obras fueron víctimas de la destrucción iconoclasta de 1566, algunas aún se conservan y pueden verse principalmente en museos de los Países Bajos. En el Museo del Prado de Madrid existe un Retrato de humanista de su mano

 

San Juan de la Cruz

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San Juan de la Cruz. Una síntesis global para nuestro tiempo (II)
Autor: Antonio José Mialdea Baena  |  Publicado en: Junio de 2008

En el anterior artículo decíamos que desde el primer tercio del pasado siglo Juan de la Cruz comienza a despertar un inusitado interés en territorios en los que anteriormente le había sido denegado el paso o a los que no había tenido acceso en ese afán de ocultación al que este carmelita, por diferentes circunstancias, había sido sometido. La Literatura, la Lingüística, la Psicología, otras creencias religiosas, otras espiritualidades, la Historia, la Ecdótica, etc. comienzan a hacerse eco de los versos y la prosa sanjuanistas conformando así, decíamos, el amplio caudal de riqueza que la mística de Juan de la Cruz ofrece al hombre de nuestro tiempo. En esta segunda parte nos centraremos en el ingreso de Juan de la Cruz en el canon de la literatura española.

Siempre que nos enfrentamos a cuestiones como el canon literario, de tanta actualidad en el último decenio del pasado siglo, podemos optar por hacerlo desde una visión dinámica incluyendo la historia, o desde una visión ahistórica o estática. Es evidente que según lo hagamos en relación a la obra literaria de San Juan de la Cruz, el resultado será muy distinto.

Si prescindimos de la historia, podemos encontrar afirmaciones de este tipo:

Juan de la Cruz representa, en el ámbito de la literatura española desde sus comienzos hasta nuestros días una de las figuras más interesantes; su talla literaria se ha impuesto no sólo por el propio valor de su obra poética -que ha sido definida «sublime» pero también la «más enigmática»-, sino además por el interés que su obra comenzó a suscitar ya desde el siglo XVII y que se mantiene hasta el presente sin mostrar signos de disminución. Es más, habría que decir que la dificultad de aclarar la compleja problemática ínsita en su obra o relacionada con ella, lejos de agotarse en intentos llamados de antemano casi necesariamente al fracaso, ha despertado un fervor y un volumen de estudios que ha traspasado las fronteras nacionales, y que se ha extendido a disciplinas distintas de las de impronta específicamente literaria: los millares de aportaciones publicados hasta la fecha son la prueba evidente de un interés y de una fama que ya nacieron apenas pasados treinta años de la muerte del autor, a raíz de la edición -en el 1618- de sus primeras obras. (ELIA, PAOLA: San Juan de la Cruz. Poesías, Madrid, Castalia, 1990, pp. 9-10)

La visión que sobre la obra literaria de San Juan de la Cruz ofrece la autora de estas líneas nos parecen demasiado optimistas. Decir que “Juan de la Cruz representa, en el ámbito de la literatura española desde sus comienzos hasta nuestros días, una de las figuras más interesantes”, supone utilizar un contexto demasiado amplio para que en un caso como el de la obra literaria de San Juan de la Cruz no se precise de más especificación. Si  Paola Elia se refiere al período en el que nace y va desarrollándose la historiografía de la literatura española, no podemos estar en absoluto de acuerdo con su afirmación. Nuestras investigaciones no nos han conducido a esa conclusión, sino que hemos advertido que la obra literaria de San Juan de la Cruz comienza a ser interesante para la historiografía sólo a partir de mediados del siglo XIX. Es evidente que la autora se eleva sobre la historia y mira un conjunto en el que sobresale San Juan de la Cruz como una de las figuras más representativas de la literatura española, entendida ésta en el conjunto global de sus disciplinas científicas. De cualquier manera,  la afirmación que se sigue de la anterior plantea un problema aún mayor. La recordamos: “Su talla literaria se ha impuesto no sólo por el propio valor de su obra poética […], sino además por el interés que su obra comenzó a suscitar ya desde el siglo XVII y que se mantiene hasta el presente sin mostrar signos de disminución”. Al contrario que en el caso precedente, nos encontramos ahora con una afirmación que no escapa de la historia. Sin embargo, es errónea, al menos, tal y como aquí ha sido expuesta o necesita más aclaración y especificación. Si volvemos de nuevo la mirada al principio del párrafo y observamos que el contexto científico sobre el que la autora asienta sus afirmaciones es la literatura española, decir en tal caso que la obra literaria del místico de Fontiveros no ha cesado de despertar interés desde el siglo XVII,  y desde ahí se ha mantenido intacto y creciente hasta nuestros días no responde del todo a la verdad histórica. La atención de la literatura española a la obra literaria de San Juan de la Cruz durante los siglos XVII y XVIII es prácticamente nula. No ocurre lo mismo con los siglos XIX y XX, siglos en los que Juan va progresivamente despuntando hasta elevarse a la cima de la poesía española, gracias, fundamentalmente, a una de sus obras poéticas: el Cántico Espiritual. Si Paola Elia se hubiese referido, no sólo al ámbito de la literatura española, sino también al ámbito teológico, su afirmación hubiese gozado, sin duda, de más valor de verdad.

De hecho, en un asunto como la relación entre el canon y la obra literaria de San Juan de la Cruz, lo primero que tendríamos que diferenciar es el canon teológico del canon literario, entre otras cosas porque el fraile carmelita no ingresa al mismo tiempo en estos dos cánones. Ya sabemos, además, que fue problemático para ambos.

San Juan de la Cruz ha sido un autor bastante controvertido, tanto para la teología como para la literatura. La teología, por una parte, ha tenido dos problemas fundamentales: primero, el de la crítica textual, con el consiguiente problema de la fijación del canon de las obras del místico, asunto que nos lleva hasta casi la mitad del siglo XX; y en segundo lugar, el problema del contenido teológico del texto, sobre todo en lo referente al Cántico Espiritual y su relación con cierta lectura del Cantar de los Cantares, texto realmente conflictivo, teológicamente hablando, en el siglo XVI -véase, por ejemplo, el conocido caso de fray Luis de León y su lectura literal de este texto bíblico-. Tanto es así que, precisamente, en la primera edición de las obras de Juan de la Cruz (Alcalá de Henares, 1618), el Cántico Espiritual no aparece. Este problema teológico ha sido reflejado por algunos especialistas en la materia.

Tanto tomismo en la orden de los místicos se debe en buena parte a la permanente precisión de defender a sus fundadores del acoso a que fueran sometidos ante la Inquisición por soñadas connivencias y coincidencias con los alumbrados. (EGIDO, TEÓFANES: “Religión”, en AGUILAR PIÑAL, FRANCISCO (ed.): Historia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, Trotta, C.S.I.C, 1996, pág. 788).

De cualquier manera, y poco a poco, Juan va liberándose del problema teológico que despertaban sus místicas enseñanzas. Y tenemos, naturalmente, unas fechas que se nos presentan como claves en la historia de este proceso de liberación que se inicia en 1618 con la editio princeps de su obra literaria, y que, progresivamente, van convirtiendo a San Juan de la Cruz en miembro de pleno derecho del canon teológico, y no sólo del español y el cristiano. Estas fechas son las siguientes: 1675, 1726 y 1926. La primera es la que corresponde a su beatificación, la segunda, a su canonización, y la tercera a su proclamación como Doctor de la Iglesia. Con estas tres fechas, incluida también la de la primera edición de sus obras, los escritos de Juan de la Cruz solventaron los problemas teológicos inherentes al propio texto, aunque todavía no lograron esquivar los literarios. Esto ocurrirá algo más adelante, entre la fecha de su canonización y la de su nombramiento como Doctor Ecclesiae.

Esta es la razón y no otra por la que defendimos líneas arriba, al comentar el texto de Paola Elia, la necesidad de una mayor especificación si lo que tratamos de explicar es la relación de San Juan de la Cruz y su obra poética con los siglos XVII y XVIII, períodos en los que los centros de interés no sobrepasan ámbitos estrictamente teológicos y, dentro de éstos, los carmelitanos.

La relación de San Juan de la Cruz, su obra literaria y su ingreso en el canon de la literatura española son cuestiones bien distintas a las del ingreso en el canon teológico, aunque puedan existir conexiones e influencias mutuas.

Lo tardío y quebrado del proceso de ingreso de Juan de la Cruz en el canon literario español va unido necesaria e inseparablemente a lo quebrado y cambiante de la propia historia del canon en el devenir de la literatura española. De esta forma, insertamos al santo carmelita en el contexto de la historia de la literatura española: para poder comprender de una forma más adecuada cuándo y por qué la obra literaria del místico de Fontiveros ha sido considerada un valor y cuándo y por qué un contravalor. Por otra parte, la recepción en las obras de creación literaria y el interés de los creadores por un cierto autor no coincide, en muchas ocasiones, con el reconocimiento oficial como autoridad literaria de ese mismo autor. La aparición, realmente tardía, de San Juan de la Cruz en el canon de autoridades de la literatura española, independientemente de su inclusión en algunas poéticas o historias de la literatura española, también presenta sus fechas esenciales, claves: 1856, 1878 y 1881. Curiosamente estas tres fechas se encuentran situadas entre la canonización de San Juan de la Cruz (1726) y la celebración del tercer centenario de su muerte (1891) con la posterior proclamación como Doctor de la Iglesia (1926). La primera fecha propuesta, 1856, se corresponde con la publicación de las obras del místico en la Biblioteca de Autores Españoles, precedida de una extensa introducción de Pi y Margall, que tuvo su respuesta en la introducción que hizo Juan Manuel Ortí y Lara a otra edición de las obras del santo, esta vez en 1872. La segunda fecha, 1878, corresponde al ingreso de San Juan de la Cruz en el «Catálogo oficial de escritores que pueden servir de autoridad en el uso de vocabularios y frases en la lengua castellana». Y la tercera, 1881, desde nuestro entender, la fundamental, corresponde a la lectura del discurso de ingreso en la Real Academia española de un joven Menéndez Pelayo, discurso dedicado a la poesía mística española. En este intervalo que va desde 1872 a 1881, el místico carmelita comienza a ser protagonista de nuestra historia literaria, protagonismo que ya no cesará durante todo el siglo XX.

¿Por qué ahora y no antes? ¿Qué factor o factores han influido en este cambio, de no existir a existir para la literatura española, para el canon literario?

El siglo XIX español, en lo que a lo literario se refiere, posee dos vertientes esenciales y muy marcadas: por un lado, se produce una revisión y rescate de autores,  sobre todo de nuestros siglos de oro, hasta entonces no demasiado reconocidos; y, por otro, es el momento en que nace propiamente la historiografía de la  literatura española, coincidiendo, además, con la época en que dicha Historia se convierte en asignatura de índole universitaria. Estos dos aspectos, reunidos, hicieron posible la aparición en escena de un personaje, hasta ese momento, poco tenido en consideración en el ámbito de los estudios literarios. San Juan de la Cruz es, de esta forma, rescatado y, también, depositado en la cima del Parnaso de los poetas españoles.

 Texto | Antonio José Mialdea Baena

               Doctor en Filología Española
Licenciado en Estudios Eclesiásticos.
Diploma de Estudios Avanzados en Traducción e Interpretación.
Director de la revista internacional »San Juan de la Cruz»