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Byron poemas 2

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CAMINA RODEADA DE BELLEZA

I

Camina rodeada de belleza, como la noche
de climas serenos y cielos estrellados;
y todo lo que es mejor de la penumbra y el esplendor
se juntan en su semblante y en sus ojos:
así suavizada en esa tierna luz
que el cielo al ostentoso día niega.
II
Una sombra de más, un rayo de menos,
han disminuido a medias la innombrable gracia
que ondea en toda la negra y lustrosa trenza,
o suavemente relampaguea en su rostro;
donde los pensamientos con dulzura serena expresan
cuán pura, cuán querida es su morada.
III
Y sobre esas mejillas, sobre esa frente,
tan suave, tan sosegada, sin embargo elocuente,
la sonrisa que triunfa, los matices que refulgen,
no cuentan sino de días en bondad pasados,
mente en paz con todo lo que está debajo,
¡corazón cuyo amor es inocente!
LA GACELA SALVAJE
I
La gacela salvaje en las colinas de Judea
exultante aún puede brincar y beber de todos los vivos arroyuelos
que brotan en sagrado suelo:
su airoso paso y espléndidos ojos
pueden contemplarlos con éxtasis indómito.
II
Un paso tan veloz y ojos más brillantes
allí una vez presenció Judea
y en los lugares del perdido deleite
habitantes más hermosos.
Los cedros se balancean en el Líbano, pero ya
han desaparecido las doncellas aún más majestuosas de Judea.
III
Más bendita cada palma que sombrea esas llanuras
que la raza dispersada de Israel;
pues, echando raíces, allí se queda
en gracia solitaria:
abandonar no puede su lugar natal,
ni viviría en otra tierra.
IV
Pero nosotros tenemos que errar macilentos,
para morir en otras tierras;
y donde se hallen las cenizas de nuestros padres,
puede que las nuestras nunca descansen:
de nuestro templo no queda ni una piedra,
y la burla ocupa el trono de Salem.
¡OH! ARRANCADA EN LA FLORACIÓN DE LA BELLEZA
I
¡Oh! Arrancada en la floración de la belleza,
no te oprimirá ninguna tumba tediosa;
pero en tu césped las rosas levantarán
sus pétalos, los más tempranos del año;
y el ciprés silvestre ondulará en tierna penumbra:
II
Y a menudo junto a la corriente que azul lejana brota,
el dolor recostará la agachada cabeza,
y alimentará el hondo pensamiento con muchos sueños,
con descanso demorado y ligero andar;
¡querido desdichado! ¡Como si su paso perturbase a los muertos!
III
¡Aléjate! Sabemos que las lágrimas son vanas,
que la muerte no atiende ni escucha al infortunio:
¿acaso esto nos desacostumbrará a quejarnos?
¿O hará que el doliente menos llore?
Y tú, que me dices que olvide,
semblante triste tienes y húmedos tienes los ojos.
LA DESTRUCCIÓN DE SENAQUERIB
I
El asirio descendió como el lobo al redil,
y sus cohortes relumbraron de púrpura y oro;
y el resplandor de sus lanzas era como las estrellas sobre el mar,
cuando la azul onda se mueve de noche en el hondo Galilea.
II
Como las hojas del bosque cuando el estío es verde,
se vio esa hueste con sus estandartes en el ocaso:
como las hojas del bosque cuando el otoño ha soplado,
a la mañana esa hueste yacía marchita y esparcida.
III
Pues el ángel de la muerte extendió sus alas en las ráfagas,
y sopló en el rostro del enemigo al pasar a su lado;
y los ojos de los durmientes, fríos y letales se volvieron,
y sus corazones sólo se agitaron una vez y quietos se quedaron para siempre.
IV
Y allí yacía el corcel, con los ollares dilatados,
pero por ellos no pasaba el aliento de su soberbia:
y la espuma de sus jadeos yacía blanca sobre el césped,
y fría como la espuma de la ola que golpea las rocas.
V
Y allí yacía el jinete, desfigurado y pálido,
con el rocío de la frente y herrumbre en la cota de malla,
y todas las tiendas estaban calladas y solos los estandartes,
por el suelo las lanzas y la trompeta sin sonido.
VI
¡Y las viudas de Asur con fuerza se lamentan,
y en el templo de Baal se quiebran los ídolos;
y el poder de los gentiles, sin golpes de espada,
se ha derretido como nieve ante la mirada del Señor!
ESTROFAS PARA PONERLE MÚSICA
Que no haya ninguna de las hijas de la belleza,
con una magia como tú;
como música en las aguas
es tu dulce voz para mí;
cuando, como si su sonido ocasionase
el descanso del océano encantado,
las olas yacen tranquilas y fulguran,
y los vientos arrullados parecen soñar:
y la luna de medianoche teje
su luminosa cadena sobre el abismo;
cuyo pecho suavemente exhala el aire,
como el de un niño dormido:
así el espíritu ante ti se inclina,
para escuchar y adorarte;
con emoción plena más suave,
como el oleaje del océano en el estío.
Marzo de 1816
ESTROFAS ESCRITAS EN EL CAMINO QUE VA DE FLORENCIA A PISA
Oh, no me habléis de un gran nombre de la historia;
los días de la juventud son los días de nuestra gloria;
y el mirto y la hiedra de los dulces veintidós años,
valen por todos los laureles, aunque éstos sean muy abundantes.
¿De qué sirven las guirnaldas y las coronas a la frente arrugada?
Ella es como una muerta flor salpicada con el rocío de mayo.
Entonces alejad todo eso de la cabeza que ya es canosa.
¡No me cuido de las coronas que sólo brindan gloria!
¡Oh, fama! Si alguna vez me causó deleite el elogiarte,
fue menos por razón de tus frases altisonantes,
que por ver los brillantes ojos de la amada descubrir
que ella creyese que yo no era indigno de amarla.
Ahí mayormente te busqué, ahí sólo te encontré;
su mirada era el mejor de los rayos que te rodean;
cuando relumbraba sobre algo que era brillante en mi historia,
sabía que era amor y sentía que era la gloria.
Noviembre de 1821
EN ESTE DÍA COMPLETO MI TRIGÉSIMO SEXTO AÑO
Missolonghi,
22 de enero de 1824
 
Hora es que este corazón ya no se conmueva,
como otros, ha dejado de moverse:
aún así, aunque no pueda ser amado,
¡dejadme al menos que ame!
Mis días tienen ya hojas amarillas;
idas las flores y los frutos;
el gusano, el cancro, y el dolor
¡son sólo míos!
El fuego que de mi pecho hace presa,
es solitario como volcánica isla;
ninguna antorcha se enciende con su llama:
una pira mortuoria.
La esperanza, el miedo, el celoso afecto,
la exaltada parte del dolor
y la fuerza del amor, no puedo compartir
aunque desgastan la cadena.
Pero no es así y no es aquí,
tales pensamientos estremeceríanme el alma,
ni ahora, cuando la gloria engalana el féretro
del héroe o ciñe su frente.
¡La espada, el estandarte y el campo,
la gloria y Grecia a mi alrededor veo!
El espartano, caído sobre su escudo,
no fue más libre.
¡Despierta! (No Grecia: ¡ella está despierta!)
¡Despierta, espíritu mío! Piensa mediante quién
la sangre de tu vida rastrea su lago paterno
¡y luego vuelve a casa!
Sigue a esas pasiones que reviven,
¡indigna humanidad!, para ti
¡indiferente debiera ser la sonrisa
o el ceño de la belleza!
Si tú lamentas tu juventud, ¿por qué vives?
La tierra de la muerte honorable
es ésta: ¡ve hacia el campo y entrega
allí tu aliento!
Busca la tumba del soldado, menos
buscada a menudo que hallada, para ti la mejor;
luego mira alrededor y escoge el sitio,
y toma tu descanso.
De
The Prisoner of Chillon
1816
SONETO AL CASTILLO DE CHILLÓN
¡Eterno espíritu de la mente sin cadenas!
¡Libertad! La más brillante en calabozos eres,
pues en ellos es tu morada el corazón:
el corazón cuyo amor por ti sólo puede atarlo;
Y cuando tus hijos se ven a los grilletes entregados,
a los grilletes y a la penumbra sin día de la cripta húmeda,
su país conquistan con su martirio,
y la fama de la libertad alas halla en todos los vientos.
¡Chillón! Tu prisión es un sitio sagrado,
y tu triste suelo, un altar, pues fue andado,
hasta que sus mismos pasos dejaron sus huellas
marcadas, como si el frío pavimento fuera césped,
por Bonnivard. Ojalá que nunca se borren esos trazos
pues ellos son testigos de la tiranía ante Dios.

Byron poemas 1

Paisajes de lluvia (67)

Paisajes de lluvia (70)

BIOGRAFIA:
George Gordon Byron, sexto barón de Byron(1788-1824)
Poeta inglés, fue uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo. Nació en Londres el 22 de enero de 1788 y estudió en el colegio de Harrow y la Universidad de Cambridge. En 1798, al morir su tío abuelo William, quinto barón Byron, heredó el título y las propiedades. Más adelante, en 1822, adoptó el nombre de Noel para recibir una herencia de su suegra. En 1807 se publicó su libro de poemas Horas de ocio, una crítica adversa aparecida en el Edimburgh Review provocó su réplica en verso titulada Bardos ingleses y críticos escoceses (1809). En 1809 ocupó un escaño en la Cámara de los Lores y emprendió un viaje de dos años por España, Portugal y Grecia.
La publicación en 1812 de los dos primeros cantos de Childe Harold, poema que narra sus viajes por Europa, le llevó a la fama. El héroe del poema, Childe Harold, fue el primer ejemplo de lo que llegaría a conocerse como el héroe byroniano: un joven de emociones tormentosas que rechaza la humanidad y vaga por la vida bajo el peso de un sentimiento de culpa causado por misteriosos pecados del pasado. Este héroe byroniano, inspirado en la vida y personalidad del autor, es el mismo estereotipo que se repetiría en sus poemas narrativos de los dos años siguientes, El infiel (1813), La novia de Abydos (1813), El corsario (1814) y Lara (1814). En 1815, año en que publicó Melodías hebreas, se casó con Anna Isabella Milbanke, que tras dar a luz a la única hija legítima del poeta, Augusta Ada, le abandonó. En 1816, acordó la separación legal de su esposa. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su hermanastra Augusta y las dudas sobre su cordura provocaron su ostracismo social. Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra en 1816 y nunca volvió.
En Génova vivió con los Shelley y Claire Clairmont, escribió el tercer canto de Childe Harold y el poema narrativo El prisionero de Chillon (1816). De 1816 a 1819 estableció su residencia en Venecia, donde escribió el drama en verso Manfred (1817), que originó su correspondencia con Goethe, los dos primeros cantos de Don Juan (1818-1819) y el cuarto y último canto de Childe Harold (1818). También escribió allí Beppo (1818), un poema satírico escrito en octava rima (estrofa de ocho versos de once o doce sílabas), el mismo estilo que escogió y desarrolló por completo en Don Juan. Durante dos años viajó por Italia hasta que en 1821 se instaló en Pisa. Allí escribió los dramas en verso Caín y Sardanápalo y los poemas narrativos Mazeppa y La isla. En 1822 fundó en Pisa la revista The Liberal con los poetas Percy Bysshe Shelley y Leigh Hunt, pero la muerte de Shelley aquel mismo año y una pelea con Hunt puso fin a esta empresa cuando sólo habían publicado tres ejemplares. También entabló una polémica literaria con el poeta Robert Southey, que había atacado su Don Juan en el prefacio de su libro Una visión del juicio final. En su respuesta, Byron mostró su habilidad como satírico componiendo un devastador ataque, en el estilo de Una visión del juicio final, al elogio que Southey escribió a la muerte de Jorge III. Don Juan, poema heroicoburlesco de 16 cantos, supone una sátira brillante sobre la sociedad inglesa de la época. Considerada por muchos como su mejor obra, la terminó en 1823. Al enterarse de las noticias de la rebelión de los griegos contra los turcos, haciendo caso omiso de su débil condición física, se unió a los insurgentes en julio de 1823 en Missolonghi. No sólo reclutó un regimiento para la causa de la independencia griega sino que contribuyó con grandes sumas de dinero. Los griegos le nombraron Comandante en jefe de sus fuerzas en enero de 1824.
Murió de fiebre en Missolonghi, tres meses después sin participar en ningún combate importante. Como confirmación de su atracción y simpatía por los liberales españoles y la causa de los patriotas hispanoamericanos, se puede recordar que puso el nombre de `Bolívar` a su barco.

CUANDO NOSOTROS NOS SEPARAMOS

Cuando nosotros nos separamos
con silencio y lágrimas,
con el corazón medio roto
para desunirnos por años,
pálidas se volvieron tus mejillas y frías,
y aún más frío tu beso;
en verdad esa hora predijo
aflicción a ésta.
El rocío de la mañana
se hundió frío en mi frente:
lo sentía como el aviso
de lo que ahora siento.
Todas las promesas están rotas
e inconstante es tu reputación:
oigo pronunciar tu nombre
y comparto su vergüenza.
Ante mí te nombran,
tañido de muerte que escucho;
un temblor me recorre:
¿por qué te quise tanto?
No saben que te conocía,
que te conocía muy bien:
mucho, mucho tiempo te lamentaré,
muy hondamente para expresarlo.
En secreto nos encontramos.
En silencio me duelo,
que tu corazón pueda olvidar,
y engañar tu espíritu.
Si te volviese a encontrar,
después de muchos años,
¿cómo debería acogerte?
Con silencio y lágrimas.
1808
VERSOS GRABADOS EN UNA COPA HECHA CON UN CRÁNEO
Ni te sobresaltes ni creas que mi espíritu huyó;
en mí contempla al único cráneo,
del que, al revés de una viviente cabeza,
todo lo que fluye nunca es aburrido.
Viví, amé, bebí a grandes tragos como tú:
morí: que la tierra renuncie a mis huesos;
lléname: tú no puedes hacerme daño;
el gusano tiene labios más viles que los tuyos.
Mejor es contener a la uva burbujeante,
que criar la viscosa progenie del gusano terrestre,
y rodear en la forma de la copa
a la bebida de los dioses, que no al alimento del reptil.
Cuando por casualidad una vez mi ingenio brilla,
en ayuda de los demás, deja que brille;
y cuando, ¡ay!, nuestros cerebros hayan desaparecido,
¿qué substituto más noble habrá que el vino?
Bebe a grandes tragos mientras puedas: otra raza
cuando tú y la tuya, como la mía, se haya perdido,
puede que te rescate del abrazo de la tierra,
y rime y se deleite con los muertos.
¿Por qué no? Ya que mediante el breve día del vivir,
nuestras cabezas efectos tan tristes engendran,
redimidas de los gusanos y de la arcilla desgastada,
esta posibilidad tienen de ser provechosas.
Newstead Abbey
1808
NO ME HAGAS EVOCAR,
NO ME HAGAS EVOCAR
No me hagas evocar, no me hagas evocar,
esas amadas horas desvanecidas,
cuando toda mi alma te pertenecía;
horas que nunca serán olvidadas,
hasta que el tiempo debilite nuestras fuerzas vitales,
y tú y yo dejemos de existir.
¿Puedo yo olvidar, puedes tú olvidar,
cuando jugueteando con tu dorado cabello,
la premura con que latía tu palpitante corazón?
¡Oh, por mi alma, aún te veo
con ojos muy lánguidos, pecho muy hermoso,
y labios que, aunque callados, amor exhalaban!
Cuando así reclinada en mi pecho,
tus ojos me devolvían una mirada muy dulce,
que, aunque un poco reprochadora, alzaba el deseo,
y aún más cerca y más cerca nos estrechábamos,
y aún nuestros encendidos labios se encontraban
como si fueran a expirar en los besos.
Y luego esos pensativos ojos se cerraban,
y unión los párpados entre sí buscaban,
velando las azules órbitas debajo,
mientras el oscuro lustre de sus largas pestañas
parecían invadir la brillante mejilla,
como el plumaje del cuervo alisado en la nieve.
Anoche soñé que nuestro amor regresaba,
y es dulce el decirlo, ese mismo sueño
era más dulce en su fantasía
que si por otros corazones yo ardiese,
pues ningunos otros ojos como los tuyos podrían destellar
en la salvaje realidad del éxtasis.
Entonces no me hables, no me hagas evocar,
las horas que, aunque desaparecidas para siempre,
aún pueden restituir un sueño placentero,
hasta que tú y yo seamos olvidados,
e inertes e insensibles estemos, como la lápida
desmoronada que diga que ya no volveremos a ser nunca.
Y TÚ HAS MUERTO, SIENDO TAN JOVEN Y HERMOSA
«Heu, quanto minus esl cum reliquis versari quam tul meminisse!»
¡Y tú has muerto, siendo tan joven y hermosa
como si no fueras de nacimiento humano,
y forma tan suave y encantos tan únicos
tan pronto han regresado a la tierra!
Aunque la tierra los recibió en su lecho
y sobre el sitio la multitud ande
descuidada en su regocijo,
hay unos ojos que no podrían tolerar
mirar ni un instante a esa tumba.
No preguntaré dónde yaces ahí abajo,
ni contemplaré el sitio;
en él puede que crezcan flores o cizañas,
así que prefiero no mirarlos.
Me basta comprobar
que lo que amé y durante mucho tiempo amaré,
como la tierra común puede pudrirse;
no necesito ninguna lápida que lo diga,
nada importa que haya amado tan bien.
Con todo te amé hasta el final
con el mismo fervor que tú me amabas,
que nunca cambiaste en todo el pasado,
y ya no puedes modificarlo.
El amor en el que la muerte ha puesto su sello,
ni el tiempo puede enfriarlo, ni robarlo un rival,
ni repudiarlo la falsedad;
y, lo que sería peor, es que no puedes ver
ni mal, ni cambio, ni falta en mí.
Los días mejores de la vida fueron nuestros;
los peores no pueden ser sino míos:
el sol que alegra, la tormenta que abate,
nunca más serán míos.
El silencio de ese dormir sin sueños
ahora envidio demasiado como para llorar;
no necesito lamentarme,
que todos esos encantos hayan desaparecido;
pues los habría observado en su larga decadencia.
La flor en sazonada lozanía sin par,
debe caer como la primerísima presa;
aunque ninguna mano la arranque prematuramente,
los pétalos deben desgajarse:
y sin embargo sería un mayor dolor
el verla marchitarse, pétalo a pétalo,
que verla hoy arrancada;
ya que el ojo terrenal no puede sino aportar mal
al descubrir el cambio a la fetidez de la belleza.
No sé si habría soportado
el ver desvanecerse tu hermosura;
la noche que siguió a tal mañana
tuvo una sombra más profunda:
el día sin una nube ha pasado,
y tú fuiste hermosa hasta el final;
te extinguiste, no te marchitaste;
como las estrellas que cruzan el cielo
brillan con el mayor fulgor al caer desde las alturas.
Como una vez lloré, si pudiera llorar,
bien valdría la pena arrojar mis lágrimas,
al pensar que cerca no estuve para pasar
una vigilia junto a tu lecho;
para contemplar, con cuánto cariño, tu rostro,
y estrecharte con lánguido abrazo,
y sostener tu caída cabeza;
y probar que el amor, a pesar de todo lo vano,
ni tú ni yo podremos sentirlo de nuevo.
Sin embargo, mucho menos sería obtener,
aunque tú me hayas dejado libre,
las cosas más encantadoras que aún persisten,
¡que así recordarte!
Todo lo tuyo que no puede morir
por la oscuridad y temible eternidad,
vuelve de nuevo a mi lado,
y más tu amor sepultado se hace querido
que ninguna otra cosa, salvo sus vivos años.
Febrero de 1812
¡RECORDARTE! ¡RECORDARTE!
¡Recordarte! ¡Recordarte!
¡Hasta que el Leteo sofoque la ardiente corriente de la vida,
el remordimiento y la vergüenza se aferrarán a ti!
¡Y te perseguirán como un febril sueño!
¡Recordarte! Sí, no lo dudes.
¡Tu esposo también pensará en ti!
¡Ninguno de los dos te olvidará,
para él fuiste engañosa, para mí un demonio!

San Agustin

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Paisajes de playas (11)P

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San Agustín de Hipona- Oracion:

La muerte no es el final.

La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado. 
Yo soy yo, vosotros sois vosotros. 
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo 
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. 
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste. 
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí. 
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. 
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. 
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? 
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino. 
¿Veis? Todo está bien. 

No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen! 

Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas. 

Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás. 

AMÉN 

Enlace a las obras completas de San Agustin.

 

Grandes Poemas 2 Jorge Manrique

Paisajes de mar (42)
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Paisajes de mar (32)
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COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE
                    I
  Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
  contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
  tan callando;
  cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
  da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
  fue mejor.
                    II
  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s’es ido
  e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
  por passado.
  Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
  lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
  por tal manera.
                    III
  Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
  qu’es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
  e consumir;
  allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
  e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
  e los ricos.
            INVOCACIÓN
                    IV
  Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
  y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
  sus sabores.
  Aquél sólo m’encomiendo,
Aquél sólo invoco yo
  de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
  su deidad.
                    V
  Este mundo es el camino
para el otro, qu’es morada
  sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
  sin errar.
  Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
  e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
  descansamos.
                    VI
  Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
  como debemos,
porque, segund nuestra fe,
es para ganar aquél
  que atendemos.
  Aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
  descendió
a nescer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
  do murió.
                    VII
  Si fuesse en nuestro poder
hazer la cara hermosa
  corporal,
como podemos hazer
el alma tan glorïosa
  angelical,
  ¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora
  e tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
  descompuesta!
                    VIII
  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
  y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
  las perdemos.
  Dellas deshaze la edad,
dellas casos desastrados
  que acaeçen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
  desfallescen.
                    IX
  Dezidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
  de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
  ¿cuál se para?
  Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
  de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
  de senectud.
                    X
  Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
  tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
  en esta vida!
  Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
  que los tienen;
otros que, por non tener,
con oficios non debidos
  se mantienen.
                    XI
  Los estados e riqueza,
que nos dexen a deshora
  ¿quién lo duda?,
non les pidamos firmeza.
pues que son d’una señora;
  que se muda,
  que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
  presurosa,
la cual non puede ser una
ni estar estable ni queda
  en una cosa.
                    XII
  Pero digo c’acompañen
e lleguen fasta la fuessa
  con su dueño:
por esso non nos engañen,
pues se va la vida apriessa
  como sueño,
e los deleites d’acá
son, en que nos deleitamos,
  temporales,
e los tormentos d’allá,
que por ellos esperamos,
  eternales.
                    XIII
  Los plazeres e dulçores
desta vida trabajada
  que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la çelada
  en que caemos.
  Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
  sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
  no hay lugar.
                    XIV
  Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
  ya passadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
  trastornadas;
  assí, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
  e perlados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
  de ganados.
                    XV
  Dexemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
  ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
  sus hestorias;
  non curemos de saber
lo d’aquel siglo passado
  qué fue d’ello;
vengamos a lo d’ayer,
que también es olvidado
  como aquello.
                    XVI
  ¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d’Aragón
  ¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
  como truxeron?
  ¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
  de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
  e çimeras?
                    XVII
  ¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
  sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
  d’amadores?
  ¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
  que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
  que traían?
                    XVIII
  Pues el otro, su heredero
don Anrique, ¡qué poderes
  alcançaba!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero
el mundo con sus plazeres
  se le daba!
  Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
  se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuánd poco duró con él
  lo que le dio!
                    XIX
  Las dávidas desmedidas,
los edeficios reales
  llenos d’oro,
las vaxillas tan fabridas
los enriques e reales
  del tesoro,
  los jaezes, los caballos
de sus gentes e atavíos
  tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron sino rocíos
  de los prados?
                    XX
  Pues su hermano el innocente
qu’en su vida sucesor
  se llamó
¡qué corte tan excellente
tuvo, e cuánto grand señor
  le siguió!
  Mas, como fuesse mortal,
metióle la Muerte luego
  en su fragua.
¡Oh jüicio divinal!,
cuando más ardía el fuego,
  echaste agua.
                    XXI
  Pues aquel grand Condestable,
maestre que conoscimos
  tan privado,
non cumple que dél se hable,
mas sólo como lo vimos
  degollado.
  Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
  su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
  al dexar?
                    XXII
  E los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
  como reyes,
c’a los grandes e medianos
truxieron tan sojuzgados
  a sus leyes;
  aquella prosperidad
qu’en tan alto fue subida
  y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
  fue amatada?
                    XXIII
  Tantos duques excelentes,
tantos marqueses e condes
  e varones
como vimos tan potentes,
dí, Muerte, ¿dó los escondes,
  e traspones?
  E las sus claras hazañas
que hizieron en las guerras
  y en las pazes,
cuando tú, cruda, t’ensañas,
con tu fuerça, las atierras
  e desfazes.
                    XXIV
  Las huestes inumerables,
los pendones, estandartes
  e banderas,
los castillos impugnables,
los muros e balüartes
  e barreras,
  la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
  ¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo passas de claro
  con tu flecha.
                    XXV
  Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
  de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
  e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
  pues los vieron;
ni los quiero hazer caros,
pues qu’el mundo todo sabe
  cuáles fueron.
                    XXVI
  Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
  e parientes!
¡Qué enemigo d’enemigos!
¡Qué maestro d’esforçados
  e valientes!
  ¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
  ¡Qué razón!
¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
  qué león!
                    XXVII
  En ventura, Octavïano;
Julio César en vencer
  e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
  e trabajar;
  en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
  con alegría;
en su braço, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
  que prometía.
                    XXVIII
  Antoño Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
  del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
  e buen talante.
  Aurelio Alexandre fue
en desciplina e rigor
  de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor
  de su tierra.
                    XXIX
  Non dexó grandes tesoros,
ni alcançó muchas riquezas
  ni vaxillas;
mas fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
  e sus villas;
  y en las lides que venció,
cuántos moros e cavallos
  se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
  que le dieron.
                    XXX
  Pues por su honra y estado,
en otros tiempos passados
  ¿cómo s’hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos e criados
  se sostuvo.
  Después que fechos famosos
fizo en esta misma guerra
  que hazía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
  que tenía.
                    XXXI
  Estas sus viejas hestorias
que con su braço pintó
  en joventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
  en senectud.
  Por su gran habilidad,
por méritos e ancianía
  bien gastada,
alcançó la dignidad
de la grand Caballería
  dell Espada.
                    XXXII
  E sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
  las halló;
mas por çercos e por guerras
e por fuerça de sus manos
  las cobró.
  Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
  fue servido,
dígalo el de Portogal,
y, en Castilla, quien siguió
  su partido.
                    XXXIII
  Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
  al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
  verdadero;
  después de tanta hazaña
a que non puede bastar
  cuenta cierta,
en la su villa d’Ocaña
vino la Muerte a llamar
  a su puerta,
                    XXXIV
  diziendo: «Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
  e su halago;
vuestro corazón d’azero
muestre su esfuerço famoso
  en este trago;
  e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
  por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
  que vos llama.»
                    XXXV
  «Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
  qu’esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
  acá dexáis.
  Aunqu’esta vida d’honor
tampoco no es eternal
  ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
  peresçedera.»
                    XXXVI
  «El vivir qu’es perdurable
non se gana con estados
  mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
  infernales;
  mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
  e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
  contra moros.»
                    XXXVII
  «E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
  de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
  por las manos;
e con esta confiança
e con la fe tan entera
  que tenéis,
partid con buena esperança,
qu’estotra vida tercera
  ganaréis.»
[Responde el Maestre:]
                    XXXVIII
  «Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
  por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
  para todo;
  e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
  clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
  es locura.»
[Del maestre a Jesús]
                    XXXIX
  «Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
  e baxo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
  como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
  en tu persona,
non por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
  me perdona».
        FIN
                    XL
  Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
  conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
  e criados,
  dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
  en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
  su memoria.
Jorge Manrique, 1477

Sonetos religiosos 6

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—–
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Salmo XXVI
Después de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;
Después de tantos gustos mal logrados
y tantas Justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,
Sólo se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.
Y vengo a conocer que en el contento
del mundo, compra el Alma en tales días,
con gran trabajo, su arrepentimiento.
Francisco de Quevedo y Villegas
Salmo VII
¿Dónde Pondré, Señor, mis tristes ojos
que no vea tu poder divino y santo?
Si al cielo los levanto,
del sol en los ardientes Rayos Rojos
te miro hacer asiento;
si al manto de la noche soñoliento,
leyes te veo poner a las estrellas;
si los bajo a las tiernas plantas bellas,
te veo pintar las flores;
si los vuelvo a mirar los pecadores
que tan sin rienda viven como vivo,
con Amor excesivo,
allí hallo tus brazos ocupados
más en sufrir que en castigar pecados.
Francisco de Quevedo y Villegas
Cansado estoy de haber sin Ti vivido,
que todo cansa en tan dañosa ausencia.
Mas, ¿qué derecho tengo a tu clemencia,
si me falta el dolor de arrepentido?
Pero, Señor, en pecho tan rendido
algo descubrirás de suficiencia
que te obligue a curar como dolencia
mi obstinación y yerro cometido.
Tuya es mi conversión y Tú la quieres;
tuya es, Señor, la traza y tuyo el medio
de conocerme yo y de conocerte.
Aplícale a mi mal, por quien Tú eres,
aquel eficasísimo remedio
compuesto de tu sangre, vida y muerte.
Baltasar del Alcázar (Sevilla 1530 – 1606)
La vanidad del mundo.
En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino
pensar todo apretar, nada cogiendo,
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga de él muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la victoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.
Francisco de Aldana (1537 – 1578)
Dulce Señor, enamorado mío,
¿adónde vais con esa cruz pesada?
Volved el rostro a una alma lastimada
de que os pusiese tal su desvarío.
De sangre y llanto entre los dos un río
formemos hoy; y si a la vuestra agrada,
partamos el dolor, y la jornada,
que de morir por Vos, en Vos confío.
¡Ay, divino Señor del alma mía!
No permitáis que otro nuevo esposo
me reconozca suya en este día;
bajad de vuestros cielos amoroso,
y si merece quien con Vos porfía,
dadme estos brazos, soberano Esposo.
Tirso de Molina (1584 – 1648)
Tres años ha, mi Dios, que las impías
persecuciones ocasionan llantos,
y en sus profetas y ministros santos
la crueldad ejecuta tiranías.
Tres años ha que de mi pecho fías
(a pesar de amenazas y de espantos)
tus fieles siervos, puesto que ha otros tantos
que el cielo cierra la oración de Elías.
En dos cuevas amparo y doy sustento
a cien profetas tuyos escondidos
del poder de la envidia y los engaños.
¡Ampara Tú, Señor, mi justo intento;
clemente abre a mis ruegos tus oídos;
baste, mi Dios, castigo de tres años!
Tirso de Molina
Esta tarde, mi bien
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)
Tiempo soy entre dos eternidades.
Antes de mí la eternidad y luego
de mí, la eternidad. E1 fuego;
sombra sola entre inmensas claridades.
Fuego del tiempo, ruidos, tempestades;
sí con todas mis fuerzas me congrego,
siento enormes los ojos, miro ciego
y oigo caer manzanas soledades.
Dios habita mi muerte, Dios me vive.
Cristo, que fue en el tiempo Dios, derive
gajos perfectos de mi ceiba innata.
Tiempo soy, tiempo último y primero,
el tiempo que no muere y que no mata,
templado de cenit y de lucero.
Carlos Pellicer (1899 -1977)
Haz que tenga piedad de Ti, Dios mío.
Huérfano de mi amor, callas y esperas.
En cuántas y andrajosas primaveras
me viste arder buscando un atavío.
Vuelve donde a las rosas el rocío
conduce al festival de sus vidrieras.
Llaga que en tu costado reverberas,
no tiene en mí ni un leve calosfrío.
Del bosque entero harás carpintería
que yo estaré impasible a tus labores
encerrado en mi cruenta alfarería.
El grano busca en otro sembradío.
Yo no tengo qué darte, ni unas flores.
Haz que tenga piedad de Ti, Dios mío.
Carlos Pellicer
A Jesucristo
Colgado estás del áspero madero
cual lábaro de paz en las alturas
dislocadas las finas coyunturas,
pidiendo amor con grito lastimero
¡Veinte siglos así! Y hasta el postrero
sol que ilumine ignotas desventuras,
remachadas las férreas ligaduras
te ofrecerás al universo entero.
Plúgote así para que el hombre insano
torne al bien; sus oráculos inciertos
deje, y no tema tu cautiva mano;
para que por ciudades y desiertos,
hallarte pueda el pecador humano
¡con amorosos brazos siempre abiertos.
Guillermo Valencia (1873 – 1943)
¡Oh! Buen Jesús
¡Oh! buen Jesús, que noble y sensitivo
Poblaste de raíces mi alma seca
Y has sido para mí cual nueva meta,
Futuro y mi sostén definitivo
Libremente, has querido ser mi amigo
Refrescando mi alma cuando enteca
Anhelaba un consuelo y no una mueca
Consolándome atento y efusivo.
¡Que tesoro tan rico he adquirido!
¡Que suave consuelo proporcionas!
¡Que alegre compartir, que amable abrigo!
Tu gracia, tu poder y tu ternura
Son mi solio de honor y techo amigo
Que me llena de paz y de ternura.
Rafael Marañón Barrio
Cuando vuelto hacia ti de mi pecado,
iba pensando en confesar, sincero,
el dolor desgarrado y verdadero
del delito de haberte abandonado.
Cuando pobre me volví a ti humillado,
me ofrecí como inmundo pordiosero;
cuando temiendo tu mirar severo,
bajé los ojos, me sentí abrazado.
Sentí mis labios por tu amor sellados,
y ahogarse entre tus lágrimas divinas
la triste confesión de mis pecados.
Se llenó mi alma de luces matutinas
y, viendo ya mis males perdonados,
quise para mi frente tus espinas.
Autor desconocido

Sonetos religiosos 5

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Catedral de Salamanca
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1
Contemplación del poder del amor divino:
Todo lo vende amor, todo lo espera,
igual es con la muerte en poderío,
divino ardor que no lo anega el río
de la tribulación y angustia fiera.
Sólo el amor no acaba su carrera
con las cenizas del cadáver frío;
en gloria sigue el abrasado estío,
que en cuerpo fue suave primavera.
De amor se paga Dios, y quien le ama
consume en este fuego sus pecados,
puro se entrega como el oro puro.
Que aquella sacra y penetrante llama,
sobre los nudos dulcemente dados,
de esperanza y de fe levanta un muro.
Luis de Ribera (1552-1612)
La llamada divina
Metido andaba en vanas alegrías
sin Ti (mi Dios), de mí mismo olvidado,
y Tú, Señor, mirábasme enojado,
pero porque me amabas, me sufrías.
Esperábasme un día y muchos días;
sufríasme un pecado, otro pecado,
por no perder con solo un golpe airado
la imagen tuya con las culpas mías.
Pusiste en mí tus ojos blandamente,
y con los rayos de tu vista pura
me dejaste trocado en un momento;
Porque en llegando aquella luz ardiente,
quedó deshecha la tiniebla oscura
que ofuscaba mi ciego entendimiento.
Fray Diego Murillo (1555-1616)
Amor de Dios en la Eucarístía
Costumbre es del amante, si se parte,
dejar al que ama, en prenda señalada,
la prenda más querida y precïada
que acuerde su presencia, aunque se parte.
Hoy, Dios, de este manera y con tal arte,
al ausentarse de su Esposa amada,
deja su cuerpo en forma consagrada,
en toda todo y todo en cualquier parte.
¡Oh milagro tan digno de este nombre,
que al más agudo entendimiento y grave
deja confuso, atónito, espantado!
Viendo que sólo por amor del hombre,
Dios, que en el cielo ni en la tierra cabe,
así todo se encierra en un bocado.
Fray Diego Murillo
De un pecador arrepentido
Cobarde llego a vuestra real presencia,
aunque culpados dicen que acaricia,
temblando, ¡ay Dios!, si la he de hallar propicia
por ser envejecida mi dolencia.
Llego, viéndoos con brazos de clemencia,
temo, viéndoos con vara de justicia,
huyo de vos a vos en mi malicia
y apelo a vos de vos de la sentencia.
Para que me convierta, convertidme;
porque no huya, a vuestros pies clavadme,
y pues herido estáis, Señor, heridme.
Oveja vuestra soy, pastor, buscadme;
pródigo vuelvo, Padre, recibidme,
y pues que sois Jesús, ¡Jesús, salvadme!
José de Valdivieso (1560-1638)
¿Cuándo vendrá la muerte?
¿Cuándo vendrá la muerte? No sabemos.
¿El cómo y el lugar? Ni en conjetura.
¿El detener su curso? ¡Qué locura!
Sólo es cierto y de fe que fallecemos.
Pues, ¿cómo la amenaza no tememos
del Crïador de toda criatura?
Deseche la maldad nuestra cordura
y el vïaje del alma preparemos.
La muerte, aunque parece que se esconde,
cada momento nos está acechando;
dejémosla que siga y que nos ronde.
Ella va y viene, y nos está esperando,
y ya que nos oculta cómo y dónde,
estemos prontos para siempre y cuándo.
Diego de Torres Villarroel (1693-1770)
Plegaria
¡Dame, Señor, la firme voluntad,
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud
y en medio de las sombras claridad:
La que trueca en tesón la veleidad
y el ocio en perenal solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes engaños en verdad!
Y así conseguirá mi corazón
que los favores que a tu amor debí,
te ofrezcan fruto en galardón…
y aún tú, Señor, conseguirás así
que no llegue a romper mi confusión
la imagen tuya que pusiste en mí.
Adelardo López de Ayala (1829-1879)
En el camino
Me levantaré e iré a mi padre
I
Resuelve tornar al Padre
No temas, Cristo Rey, si descarriado
tras locos ideales he partido:
ni en mis días de lágrimas te olvido,
ni en mis horas de dicha te he olvidado.
En la llaga cruel de tu costado
quiere formar el ánima su nido,
olvidando los sueños que ha vivido
y las tristes mentiras que ha soñado.
A la luz del dolor, que ya me muestra
mi mundo de fantasmas vuelto escombros,
de tu místico monte iré a la falda,
con un báculo: el tedio, en la siniestra;
con andrajos de púrpura en los hombros,
con el haz de quimeras a la espalda.
II
De cómo se congratulan del retorno
Tornaré como el Pródigo doliente
a tu heredad tranquila; ya no puedo
la piara cultivar, y al inclemente
resplandor de los soles tengo miedo.
Tú saldrás a encontrarme diligente;
de mi mal te hablaré quedo, muy quedo…
y dejarás un ósculo en mi frente
y un anillo de nupcias en mi dedo;
y congregando del hogar en torno
a los viejos amigos del contorno,
mientras yantan risueños a tu mesa,
clamarás con profundo regocijo:
“¡Gozad con mi ventura, porque el hijo
que perdido llorábamos, regresa!”.
III
Pondera lo intenso de la futura vida interior
¡Oh, sí!, yo tornaré; tu amor estruja
con invencible afán al pensamiento,
que tiene hambre de paz y de aislamiento
en la mansa quietud de la cartuja.
¡Oh, sí!, yo tornaré; ya se dibuja
en el fondo del alma, ya presiento
la plácida silueta del convento
con su albo domo y su gentil aguja…
Ahí, solo por fin conmigo mismo,
escuchando en las voces de Isaías
tu clamor insinuante que me nombra,
¡cómo voy a anegarme en el mutismo,
cómo voy a perderme en las crujías,
cómo voy a fundirme con la sombra!
Amado Nervo (1870-1919)
Ten piedad, mi Señor, de mi presente
como ya la tuviste del pasado,
y ya que el corazón me lo has trocado,
ayúdame a vivir cristianamente.
Mira que quiero verme transformado,
transido de tu amor profundamente;
testigo de tu Cruz, constantemente
de espinas en mi cuerpo traspasado.
Pues de ti me confieso enamorado,
sólo tú has de ocupar mi pensamiento
Señor, amigo fiel, Crucificado.
Y puesto de rodillas a tu lado
tan sólo han de trabar conocimiento
mis ojos y tu cuerpo tan llagado.
Teófilo Amores
Si de la oscuridad me reclamaste
con tu Pasión tras verte escarnecido,
¡cuánto agradezco aquello que has sufrido,
pues que con ello, Amado, me salvaste!
Si por tu celo y amor no me dejaste,
ya que de ti fui siempre perseguido,
tan solo es tuyo, Señor, lo conseguido,
pues con tu sangre y tus ojos me alcanzaste.
¡Cuánta miseria y lodo hay en mi vida!
¡Cuánto sufriste, Amor, por no quererte!
¡Qué salvación me has dado inmerecida!
Vamos, Señor: dame pronto la muerte,
ya que por ella he de encontrar la Vida…
Quiero morir, Señor, … para tenerte.
Teófilo Amores
La partida
Contigo, mano a mano. Y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
Será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas, y me ganas siempre. Tiro
las mías, Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Y no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.
Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte
no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
José García Nieto
¿Por qué, de pronto, así, reconciliado
con todo: con el mundo y su armonía?
Señor, en este tarde, tuya y mía,
dame que se haga eterno tu cuidado.
¿Por qué sin esperarte has esperado
a un corazón que hacia el desierto huía?
¿Por qué me has dicho: “Hay tiempo todavía
para recuperar al olvidado”?
Atrás mi casa “estaba sosegada”;
se quedaba en mis hijos la mirada;
habías Tú dispuesto mesa y vino.
Y he salido a buscarte, y a perderme,
y a herirme con tu espada… Solo, inerme,
me has dejado en un alto del camino.
José García Nieto
Arde Lorenzo y goza en las parrillas;
el tirano en Lorenzo arde y padece,
viendo que su valor constante crece
cuanto crecen las llamas amarillas.
Las brasas multiplica en maravillas
y el sol entre carbones amanece
y en alimento a su verdugo ofrece
guisadas del martirio sus costillas.
A Cristo imita en darse en alimento
a su enemigo, esfuerzo soberano
y ardiente imitación del Sacramento.
Mírale el cielo eternizar lo humano,
y viendo victorioso el vencimiento
menos abrasa que arde el vil tirano.
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580 – 1645)
Salmo II
¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.
Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.
Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.
Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.
Francisco de Quevedo y Villegas

Sonetos religiosos 4

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De las condiciones del pájaro solitario
“Las condiciones del pájaro solitario son Cinco: la L primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su natura-leza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. Las cuales ha de tener el alma contemplativa: que ha de subir sobre las cosas transitorias no haciendo más caso de ellas que si no fuesen, y ha de ser tan amiga de la soledad y el silencio, que no sufra compañía de otra criatura; ha de poner el pico al aire del Espíritu Santo, corres-pondiendo a sus inspiraciones, para que, haciéndolo así, se haga más digna de su compañía; no ha de tener determinado color, no teniendo determina-ción en ninguna cosa, sino en lo que es voluntad de Dios; ha de cantar suavemente en la contemplación y amor de su Esposo”.
«Dichos de luz y amor»
San Juan de la Cruz
I
«…La primera, que se va a lo más alto».
Si fuera yo, si fuera yo, si fuera
un pájaro de llama enamorado,
un pájaro de luz tan incendiado
que en el silencio de tu noche ardiera;
si pudiera subirme, si pudiera
muy más allá de todo lo creado
y en la última rama de mi Amado
pusiera el corazón y el alma entera;
si aún más alto, más alto, y más volara,
allí donde no hay aire ya, ni vuelo,
allí donde tu mano es agua clara
y no es preciso mendigar consuelo,
allí -¡qué soledad!- yo me dejara
dulcemente morir de tanto cielo.
II
«…la segunda, que no sufre compañía,
aunque sea de su naturaleza».
¿Y qué has hecho de mí, pues a desierto
me sabe todo amor cuando te has ido?
Tú lo sabes muy bien; yo siempre he sido
un mendigo de amor en cada puerto.
Tendí mi mano en el camino incierto
de la belleza humana: cualquier nido
podía ser mi casa; y he pedido
tantos besos, que tengo el labio muerto.
Y ahora todo es sal. Me sabe a tierra
el pobre corazón. Estoy vacío.
El calor de un abrazo es calor frío.
Pues tu amor me redime y me destierra
y sé que mientras Tú no seas mío
hasta la paz va a parecerme guerra.
III
«…la tercera, que tiene el pico al aire».
Al aire de tu vuelo está mi vida.
Perdido en el silencio más delgado,
despojado de mí, deshabitado,
abierto estoy como se abre una herida.
Abierto a Ti, mi corazón se olvida
de respirar, y, estando tan callado,
escucha los latidos del Amado,
la voz de amor que a más amor convida.
El pico al aire, el viento de tu viento
respirará gozoso en la arboleda,
porque tu voz es todo mi alimento.
Y, mientras a tus pies mi canto queda,
en el silencio dormiré contento.
Lejos el mundo rueda, rueda y rueda
IV
«…la cuarta, que no tiene determinado color».
Al acercarme al agua de tu río
lo que yo fui se fue desvaneciendo,
lo mucho que soñé se fue perdiendo
y de cuanto yo soy ya nada es mío.
Tan sólo en Ti y en tu hermosura fío,
soy lo que eres, acabaré siendo
rastro de Ti, y triunfaré perdiendo
en combate de amor mi desafío.
Ya de hoy no más me saciaré con nada;
sólo Tú satisfaces con tu todo.
Un espejo seré de tu mirada,
esposados los dos, codo con codo.
Y, cuando pongas fin a mi jornada,
yo seré Tú, viviendo de otro modo.
V
«…la quinta, que canta suavemente».
Yo que hablé tanto, tanto, tanto y tanto,
que siempre fui un charlatán del viento,
un mayorista de palabras, siento
que no me queda voz para tu canto.
Y hoy que, temblando, mi canción levanto,
se quiebra en mi garganta el sentimiento
y ya más que canción es un lamento,
y ya más que lamento es sólo un llanto.
Adelgázame, Amor, mi voz ahora,
déjala ser silencio, llama pura;
río de monte, soledad sonora,
álamo respirando en la espesura.
Déjame ser un pájaro que llora
por no saber cantar tanta hermosura.
José Luis Martín Descalzo (Madridejos. Toledo, 1930-1994)
La espera
Te esperaré, Señor, tenso el oído
al callado temblor de tu pisada
sobre la senda nueva, acostumbrada
de tanto presentirte ya venido.
Te esperaré, Señor, estremecido
el cielo de mi noche inacabada,
despierta mi impaciencia a tu llamada
y hecha mi cárcel vuelo reprimido.
Te esperaré, Señor, hasta que quieras
trocarme en logro de tu dulce encuentro
esta amarga quietud de mis esperas.
Te esperaré en mi casa anochecida,
vallada en soledad por fuera y dentro,
a la luz de mi lámpara encendida.
Emeterio García Setién (Santander, 1915)
Íntima
Lo mejor que hay en mí ya te 1o he dado,
en mi secreta copa misteriosa.
Abierta se quedó la oculta rosa.
¡Ya estoy solo, tranquilo, despojado!
Tu dardo fue certero en mi costado:
tu llama fue voraz y luminosa.
¡Qué dulce su caricia silenciosa
que todo lo consume y lo ha trocado!
Que todo lo ha trocado en un deseo
que palpita en el fondo de la sombra,
donde a pesar de las tinieblas veo.
Ya es tuyo lo que es tuyo y me has logrado.
Aquello cuya voz todo lo nombra,
lo mejor que hay en mí, ya te lo he dado.
Juan Alberto de los Carmenes, Cuba
Oremos
Corazón, corazón, la travesía
te hace a veces sangrar con su aspereza.
La oración te será tu fortaleza,
¡reza, reza a Jesús, reza a María!
Orar logra entender la profecía
que es la cruz toda báculo y firmeza
y escala de ideal. Por eso, reza
para encender tu noche con su Día.
Oculto hablar, coloquio silencioso,
vena de un hondo y divinal reposo
donde renuevan fuerzas tus anhelos.
Santa oración, que todo el triunfo encierra.
¡Eres sobre el dolor de tanta tierra
la alegre embajadora de los cielos!
Juan Alberto de los Carmenes
Eucaristía
¿Quién te ha atado, Señor, a esta cadena,
a esta blanca cadena de la harina,
a este disfraz de pan, vianda divina
de misterio y deleite todo llena?
¿Quién te trajo por mesa tan ajena
de la deidad donde tu ser culmina,
para ocupar en la escasez mezquina
el puesto del manjar en nuestra cena?
¡Quién fue sino el Amor, y un amor tanto
que no cabe en la mente estremecida,
supera nuestro asombro y nuestro espanto!
¡ Y sólo puede el alma conmovida
ablandar esta harina con su llanto
y alimentar con este Pan la vida!
Juan Alberto de los Cármenes
Primera misa
Cuando suba al altar, cuando yo sienta
el suave son del órgano armonioso,
y entre. nubes de incienso vaporoso
se eleve el alma en la plegaria atenta.
En el instante de la ofrenda incruenta,
cuando feliz me incline tembloroso,
y el divino conjuro misterioso
la voz pronuncie conmovida y lenta.
En ese instante de ardoroso encanto,
de fe transida y silencioso llanto,
¡qué sentirá mi corazón aleve
cuando implorando amor que lo sostenga,
entre mis manos, mi Jesús, te tenga,
y ente mis manos, mi Jesús, te eleve!
Juan Alberto de los Cármenes
La tempestad
Te soñaba en mi noche tan lejano…
y creía mi mar tan sin orilla,
que alargaba mi angustia a la sencilla
omnipotencia alada de tu mano.
Vigía en tensa espera mi desvelo,
al tiempo que la sombra avizoraba,
la fe de mi esperanza agonizaba
en la inquieta impaciencia de mi anhelo.
Y, al rendirme al clamor de mis temores,
sorprendime al saber que Tú dormías
en el fondo del alma, quietamente.
Y, al quebrar la mañana sus albores,
vi, admirado, Señor, que sonreías
por mi angustia de niño, dulcemente.
Daniel Alfonso Vega (Gáname. Zamora, 1928)
Trascendencia
Yo sé de una perenne primavera
tras de algún horizonte sin orilla.
Allí para mis ojos un sol brilla
saciativo y redondo en tensa espera.
Y será alguna tarde. Cuando muera
entre mis manos esta lamparilla
de la luz de mi tiempo. Ya mi quilla
he enfilado hacia el lago sin ribera.
¿Cuándo será esa tarde, con su ocaso
perfumado de esencias de otras flores?
Mi alma es toda inquietud por sus caminos.
Todo se vuelva alfombras a mi paso:
Brisas, auroras, fuentes, ruiseñores.
Ya se alarga la sombra de los pinos.
Pablo Fernández Rey (Pinilla de los Barruecos, Burgos, 1928)
Así en tu mar…
Me ha robado,. Señora, la luz clara
de tus ojos azules. En prisiones
tan suaves, rindo ya las ambiciones
con que un ansia secreta se me ampara.
¡Cárcel de Dios y carcelera mía!
¡Dulce pirata de mi ardiente vuelo!
¡Desvelo de ilusión, claro desvelo
de los vuelos sin rumbo de mi ría!
Corta ya las amarras al navío,
Virgencita del Carmen, marinera.
Por faro, la luz blanca de tus ojos
nos brilla ya en la orilla. Tus anteojos
tomen hoy el timón de mi albedrío.
Y un día… así en tu mar ¡que yo me muera!
Eduardo T. Gil de Muro (Arnedo. La Rioja, 1927)
La última verdad
POR perseguirme a mi me fui Contigo
tras de un buscarte agotadoramente;
se me iba tu presencia en el torrente
clamoroso que hería mi castigo.
Me vi, Señor, sin Ti, me vi mendigo
mi cuerpo a cuestas dolorosamente.
Te vi cómo escapabas tristemente
sin que quisiera ser, Señor, Tu amigo.
Al fin yo me rendí a la instancia hambrienta
que me cavaba el alma como un toro
cava en la noche el río de sus celos.
Y te sentí conmigo en mi tormenta
corno un pulso cautivo y tan sonoro,
que. el alma se pobló toda de vuelos.
Ángel Mª Martínez