El arte de vivir (en tiempos difíciles) Epicteto 6

De cada obra, observa sus puntos de partida y sus efectos, y empréndela solo entonces. De lo contrario, al principio irás con entusiasmo, como nada preocupado por las consecuencias, pero luego, al presentarse algunas de ellas, desistirás vergonzosamente. ¿Quieres vencer en los Juegos Olímpicos? ¡Por los dioses, yo también, que es algo estupendo! Pero observa los puntos de partida y los efectos, y solo después acomete la empresa. Debes imponerte disciplina, seguir dieta estricta, abstenerte de dulces, hacer ejercicio por fuerza, en la hora establecida, con calor, con frío, sin beber agua fría ni vino cuando se te antoje; sencillamente tendrás que atenerte al dictado de tu entrenador como al de un médico. Luego, en la competición, tendrás que revolver la tierra, a veces dislocarte una mano, torcerte un tobillo, tragar mucho polvo, tal vez recibir golpes, y después de todo ello, quizá, ser derrotado. Después de sopesado todo esto, si todavía quieres, hazte atleta. Si no, te estarás comportando como los niños, que ahora juegan a ser atletas, ahora a gladiadores, ahora a trompetistas y luego a actores. Así también tú, ahora vas a ser atleta, y ahora gladiador, después rétor, después filósofo, pero nada de ello con toda tu alma. Imitas como un mono todo lo que ves, y una cosa tras otra todo te complace. A nada has llegado con mirada cuidadosa, ni habiéndolo considerado con detenimiento, sino a la ligera y con un deseo tibio. Así, algunos que han visto a un filósofo y han oído a alguien hablar como habla Eufrates (¿pero quién es capaz de hablar como él?) quieren dedicarse ellos también a la filosofía. Hombre, primero examina el asunto de que se trata; y después observa bien tu propia naturaleza, si eres capaz de sobrellevarlo. ¿Quieres dedicarte al pentatlón o a la lucha? Mírate los brazos, los muslos, observa tu espalda. Pues cada uno nació para una cosa. ¿Crees que haciendo esto39 puedes seguir comiendo del mismo modo, bebiendo del mismo modo, enfadándote igual, contrariándote igual? Tendrás que desvelarte, esforzarte, alejarte de tus próximos, verte desdeñado por un esclavo, ridiculizado por los que te encuentres, degradado en todo: en honores, en cargos, en derechos, en cada mínimo asunto40 . Examina estas cosas si quieres recibir a cambio de ellas la impasibilidad, la libertad y la imperturbabilidad41 . Si no, no sigas adelante, no sea que, como los niños, hagas ahora de filósofo, después de recaudador de impuestos, luego de rétor y luego de procurador del César. Estas cosas no armonizan. Tienes que ser una sola persona, buena o mala. Tienes que trabajar o tu principio rector42 o las cosas exteriores. Es decir, tomar posición de filósofo o de persona corriente.

XXX En general, las acciones apropiadas se establecen en función de las relaciones. Si alguien es el padre, lo propio es que cuides de él, que le muestres respeto en todo, que toleres hasta que te insulte o te golpee. «¡Pero es un mal padre!» ¿Es que acaso la naturaleza está obligada a emparentarte con un padre bueno? No, simplemente con un padre. «Mi hermano es injusto.» Conserva entonces tu propia disposición con respecto a él, y no te fijes en lo que él hace, sino en qué tienes que hacer tú para que tu voluntad elija de acuerdo con la naturaleza. Pues otro no te hará daño si tú no quieres; y solo serás dañado cuando juzgues que se te daña. De este modo, descubrirás lo que es apropiado para con el vecino, para con el ciudadano, para con el estratego, si te acostumbras a contemplar las relaciones.

XXXI Sobre la devoción a los dioses, debes saber que lo más importante es tener los juicios correctos43 acerca de ellos, como que existen y que administran la totalidad de las cosas con perfecta justicia, que te han orientado a ti mismo, en todo, a dejarte persuadir por ellos, y a ceder en todos los acontecimientos, y seguirles voluntariamente como bajo el designio de la mejor inteligencia. De este modo, no censurarás nunca a los dioses, ni les reprocharás que te hayan descuidado. Pero no es posible que esto ocurra si no separas el bien y el mal de las cosas que no dependen de nosotros y no los vinculas solo con las que dependen de nosotros. Pues, si juzgas buena o mala alguna de aquellas, con toda necesidad, tan pronto como no obtengas lo que quieres y te topes con lo que no quieres, censurarás y odiarás a los causantes. De hecho, todo ser vivo tiende por naturaleza a huir y apartarse de las cosas que le parecen perjudiciales y de sus causas, y a perseguir y apegarse a las beneficiosas y a sus causas. Así, es inconcebible que alguien que se cree perjudicado se alegre de lo que cree que le perjudica, al igual que es imposible alegrarse por el perjuicio mismo. De ahí que el padre sea injuriado por el hijo cuando aquel no comparte con este las cosas que son consideradas como bienes. Y esto es lo que hizo enemigos entre sí a Polinices y a Eteocles, al suponer que el poder era un bien. Y es por eso por lo que el labriego injuria a los dioses, y por eso lo hace el marinero, y por eso lo hace el mercader, y por eso lo hacen los que han perdido a sus mujeres e hijos. Porque allí donde está lo conveniente, allí está también la devoción; de modo que quien se preocupa de desear y rechazar según se debe con ello mismo se preocupa también de la devoción. Al ofrecer libaciones, sacrificios y primicias, conviene seguir en cada caso las costumbres patrias con pureza, sin dejadez ni negligencia, ni tampoco mezquindad, ni sobrepasando lo que se puede.

XXXII Cuando recurras a la adivinación, recuerda que no sabes lo que acontecerá (por eso vas al adivino a averiguarlo), pero que, si eres filósofo, vas sabiendo ya de qué clase va a ser. Pues, si es alguna de las cosas que no dependen de nosotros, por fuerza no será ni un bien ni un mal. Por eso, no te presentes ante el adivino llevando tu deseo o tu aversión, ni tampoco temblando, sino convencido de que todo lo que haya de acontecer es indiferente y que nada te atañe, y que sea lo que sea, te será posible recibirlo adecuadamente, y eso nadie te lo impedirá. Por lo tanto, acude a los dioses como a tus consejeros con toda confianza. Y a continuación, cuando se te haya aconsejado algo, recuerda a quiénes tomaste por consejeros y a quiénes desoirás si los desobedeces. Acude, por tanto, a la profecía del modo en que lo recomendaba Sócrates , en aquellos casos en los que toda la cuestión haga referencia al desenlace, y ni por la razón ni por cualquier otra técnica se den los medios para comprender lo planteado. Así, cuando sea necesario afrontar un peligro por un amigo o por la patria, no recurras a la adivinación para saber si hay que afrontar el peligro. Pues, si el adivino advierte que los augurios son desfavorables, es evidente que se insinúa la muerte, o la mutilación de alguna parte del cuerpo, o el destierro. Pero la razón exige que, incluso bajo esas circunstancias, permanezcas al lado de tu amigo o de tu patria afrontando el peligro. Por eso, vuelve tu atención hacia el mayor de los adivinos, el Pitio45 , que echó de su templo a uno que no acudió en ayuda de su amigo cuando lo asesinaban.

XXXIII Establece ya mismo un carácter para ti, y un modelo de conducta, y mantente fiel a ellos tanto ante ti mismo como cuando te encuentres con otras personas. Mantente por lo general en silencio, y habla solo lo necesario y con brevedad. Y eventualmente, cuando la ocasión requiera decir algo, dilo. Pero que no sea sobre nada de lo que se suele: ni sobre combates de luchadores, ni sobre carreras de caballos, ni sobre atletas, ni sobre comidas o bebidas, de los que se habla en todas partes; y sobre todo no censures a otras personas, o las elogies, o las compares. Y si te es posible, guía también con tus propias palabras a aquellos que estén contigo hacia lo conveniente. Pero si te encuentras rodeado de extraños, cállate. Que tu risa no sea mucha, ni por muchas cosas, ni desatada. Rehúsa hacer juramentos, si te es posible, por completo; y si no, lo que permitan las circunstancias. Evita los festejos con extraños y ajenos46; y si alguna vez asistir fuera oportuno, fija tu atención en no incurrir en comportamientos vulgares. Pues ten en cuenta que, si el compañero está manchado, también por necesidad acabará ensuciando al que se roce con él, por limpio que esté por sí mismo. En lo relativo al cuerpo, toma solo hasta cubrir la mera necesidad, tanto en alimento como en bebida, vestido, vivienda o servicio; lo que conduzca a la fama o al lujo descártalo por completo. En lo erótico, en la medida de lo posible, mantente limpio hasta el matrimonio . Pero si te unes, comparte el goce de lo que está aceptado. Sin embargo, no llegues a ser pesado con quienes practican estos placeres, ni los censures, ni proclames en todas partes que tú no lo haces. Si alguien te cuenta que alguno habla mal de ti, en vez de defenderte contra lo que haya dicho, contesta: «Pues no conoce los demás defectos que tengo, porque si no no habría dicho solo esos». No es necesario acudir con frecuencia a los espectáculos. Pero si fuera oportuno estar, no manifiestes tomar partido por nadie salvo por ti mismo. Es decir: desea que ocurra solo lo que ocurre y que venza solo el vencedor. Así no te vincularás. De gritar y de llorar por cualquier cosa, o de conmoverte demasiado, abstente por completo. Y después de irte no converses demasiado sobre las cosas sucedidas, a no ser que la conversación te lleve a corregirte, pues eso revelaría que te quedaste maravillado por el espectáculo. No vayas a la ligera y dócilmente a las lecturas públicas de cualquiera; pero si vas, mantén la dignidad y la compostura, y al tiempo mantente sin mostrar fastidio48 . Cuando tengas idea de ir a ver a alguien, sobre todo si es de los que se consideran superiores, pregúntate a ti mismo qué harían en tal caso Sócrates o Zenón, y no te será difícil dar con el comportamiento apropiado. Cuando vayas a visitar a alguno de los muy poderosos, supón que no lo vas a encontrar en casa, que te van a impedir el paso, que te van a dar con la puerta en las narices, que no te atenderá. Si aun así debes ir, ve y soporta las cosas que ocurran, y en ningún momento te digas a ti mismo que «no merecía la pena»; pues ese sería el comportamiento del hombre común y que está arrojado a las cosas exteriores. En las conversaciones, evita recordar muy a menudo y sin medida algunas de tus propias acciones y aventuras. Pues aunque a ti te agrade recordar tus aventuras, a los demás no les agrada tanto escuchar las cosas que te han pasado. Evita también hacerte el gracioso, pues es el modo de caer en la vulgaridad, y además basta para echar a perder el respeto que te tienen los que te rodean. También es resbaladizo el entrar en comentarios obscenos. Así que, cuando ocurra algo de esa clase, si la ocasión es buena, incluso reprende al que los inició; y si no lo es, al menos manteniendo silencio, con el rostro enrojecido y mirando con enfado, haz evidente que te molesta lo que se dice.

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