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Sonetos religiosos 4

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De las condiciones del pájaro solitario
“Las condiciones del pájaro solitario son Cinco: la L primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su natura-leza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. Las cuales ha de tener el alma contemplativa: que ha de subir sobre las cosas transitorias no haciendo más caso de ellas que si no fuesen, y ha de ser tan amiga de la soledad y el silencio, que no sufra compañía de otra criatura; ha de poner el pico al aire del Espíritu Santo, corres-pondiendo a sus inspiraciones, para que, haciéndolo así, se haga más digna de su compañía; no ha de tener determinado color, no teniendo determina-ción en ninguna cosa, sino en lo que es voluntad de Dios; ha de cantar suavemente en la contemplación y amor de su Esposo”.
«Dichos de luz y amor»
San Juan de la Cruz
I
«…La primera, que se va a lo más alto».
Si fuera yo, si fuera yo, si fuera
un pájaro de llama enamorado,
un pájaro de luz tan incendiado
que en el silencio de tu noche ardiera;
si pudiera subirme, si pudiera
muy más allá de todo lo creado
y en la última rama de mi Amado
pusiera el corazón y el alma entera;
si aún más alto, más alto, y más volara,
allí donde no hay aire ya, ni vuelo,
allí donde tu mano es agua clara
y no es preciso mendigar consuelo,
allí -¡qué soledad!- yo me dejara
dulcemente morir de tanto cielo.
II
«…la segunda, que no sufre compañía,
aunque sea de su naturaleza».
¿Y qué has hecho de mí, pues a desierto
me sabe todo amor cuando te has ido?
Tú lo sabes muy bien; yo siempre he sido
un mendigo de amor en cada puerto.
Tendí mi mano en el camino incierto
de la belleza humana: cualquier nido
podía ser mi casa; y he pedido
tantos besos, que tengo el labio muerto.
Y ahora todo es sal. Me sabe a tierra
el pobre corazón. Estoy vacío.
El calor de un abrazo es calor frío.
Pues tu amor me redime y me destierra
y sé que mientras Tú no seas mío
hasta la paz va a parecerme guerra.
III
«…la tercera, que tiene el pico al aire».
Al aire de tu vuelo está mi vida.
Perdido en el silencio más delgado,
despojado de mí, deshabitado,
abierto estoy como se abre una herida.
Abierto a Ti, mi corazón se olvida
de respirar, y, estando tan callado,
escucha los latidos del Amado,
la voz de amor que a más amor convida.
El pico al aire, el viento de tu viento
respirará gozoso en la arboleda,
porque tu voz es todo mi alimento.
Y, mientras a tus pies mi canto queda,
en el silencio dormiré contento.
Lejos el mundo rueda, rueda y rueda
IV
«…la cuarta, que no tiene determinado color».
Al acercarme al agua de tu río
lo que yo fui se fue desvaneciendo,
lo mucho que soñé se fue perdiendo
y de cuanto yo soy ya nada es mío.
Tan sólo en Ti y en tu hermosura fío,
soy lo que eres, acabaré siendo
rastro de Ti, y triunfaré perdiendo
en combate de amor mi desafío.
Ya de hoy no más me saciaré con nada;
sólo Tú satisfaces con tu todo.
Un espejo seré de tu mirada,
esposados los dos, codo con codo.
Y, cuando pongas fin a mi jornada,
yo seré Tú, viviendo de otro modo.
V
«…la quinta, que canta suavemente».
Yo que hablé tanto, tanto, tanto y tanto,
que siempre fui un charlatán del viento,
un mayorista de palabras, siento
que no me queda voz para tu canto.
Y hoy que, temblando, mi canción levanto,
se quiebra en mi garganta el sentimiento
y ya más que canción es un lamento,
y ya más que lamento es sólo un llanto.
Adelgázame, Amor, mi voz ahora,
déjala ser silencio, llama pura;
río de monte, soledad sonora,
álamo respirando en la espesura.
Déjame ser un pájaro que llora
por no saber cantar tanta hermosura.
José Luis Martín Descalzo (Madridejos. Toledo, 1930-1994)
La espera
Te esperaré, Señor, tenso el oído
al callado temblor de tu pisada
sobre la senda nueva, acostumbrada
de tanto presentirte ya venido.
Te esperaré, Señor, estremecido
el cielo de mi noche inacabada,
despierta mi impaciencia a tu llamada
y hecha mi cárcel vuelo reprimido.
Te esperaré, Señor, hasta que quieras
trocarme en logro de tu dulce encuentro
esta amarga quietud de mis esperas.
Te esperaré en mi casa anochecida,
vallada en soledad por fuera y dentro,
a la luz de mi lámpara encendida.
Emeterio García Setién (Santander, 1915)
Íntima
Lo mejor que hay en mí ya te 1o he dado,
en mi secreta copa misteriosa.
Abierta se quedó la oculta rosa.
¡Ya estoy solo, tranquilo, despojado!
Tu dardo fue certero en mi costado:
tu llama fue voraz y luminosa.
¡Qué dulce su caricia silenciosa
que todo lo consume y lo ha trocado!
Que todo lo ha trocado en un deseo
que palpita en el fondo de la sombra,
donde a pesar de las tinieblas veo.
Ya es tuyo lo que es tuyo y me has logrado.
Aquello cuya voz todo lo nombra,
lo mejor que hay en mí, ya te lo he dado.
Juan Alberto de los Carmenes, Cuba
Oremos
Corazón, corazón, la travesía
te hace a veces sangrar con su aspereza.
La oración te será tu fortaleza,
¡reza, reza a Jesús, reza a María!
Orar logra entender la profecía
que es la cruz toda báculo y firmeza
y escala de ideal. Por eso, reza
para encender tu noche con su Día.
Oculto hablar, coloquio silencioso,
vena de un hondo y divinal reposo
donde renuevan fuerzas tus anhelos.
Santa oración, que todo el triunfo encierra.
¡Eres sobre el dolor de tanta tierra
la alegre embajadora de los cielos!
Juan Alberto de los Carmenes
Eucaristía
¿Quién te ha atado, Señor, a esta cadena,
a esta blanca cadena de la harina,
a este disfraz de pan, vianda divina
de misterio y deleite todo llena?
¿Quién te trajo por mesa tan ajena
de la deidad donde tu ser culmina,
para ocupar en la escasez mezquina
el puesto del manjar en nuestra cena?
¡Quién fue sino el Amor, y un amor tanto
que no cabe en la mente estremecida,
supera nuestro asombro y nuestro espanto!
¡ Y sólo puede el alma conmovida
ablandar esta harina con su llanto
y alimentar con este Pan la vida!
Juan Alberto de los Cármenes
Primera misa
Cuando suba al altar, cuando yo sienta
el suave son del órgano armonioso,
y entre. nubes de incienso vaporoso
se eleve el alma en la plegaria atenta.
En el instante de la ofrenda incruenta,
cuando feliz me incline tembloroso,
y el divino conjuro misterioso
la voz pronuncie conmovida y lenta.
En ese instante de ardoroso encanto,
de fe transida y silencioso llanto,
¡qué sentirá mi corazón aleve
cuando implorando amor que lo sostenga,
entre mis manos, mi Jesús, te tenga,
y ente mis manos, mi Jesús, te eleve!
Juan Alberto de los Cármenes
La tempestad
Te soñaba en mi noche tan lejano…
y creía mi mar tan sin orilla,
que alargaba mi angustia a la sencilla
omnipotencia alada de tu mano.
Vigía en tensa espera mi desvelo,
al tiempo que la sombra avizoraba,
la fe de mi esperanza agonizaba
en la inquieta impaciencia de mi anhelo.
Y, al rendirme al clamor de mis temores,
sorprendime al saber que Tú dormías
en el fondo del alma, quietamente.
Y, al quebrar la mañana sus albores,
vi, admirado, Señor, que sonreías
por mi angustia de niño, dulcemente.
Daniel Alfonso Vega (Gáname. Zamora, 1928)
Trascendencia
Yo sé de una perenne primavera
tras de algún horizonte sin orilla.
Allí para mis ojos un sol brilla
saciativo y redondo en tensa espera.
Y será alguna tarde. Cuando muera
entre mis manos esta lamparilla
de la luz de mi tiempo. Ya mi quilla
he enfilado hacia el lago sin ribera.
¿Cuándo será esa tarde, con su ocaso
perfumado de esencias de otras flores?
Mi alma es toda inquietud por sus caminos.
Todo se vuelva alfombras a mi paso:
Brisas, auroras, fuentes, ruiseñores.
Ya se alarga la sombra de los pinos.
Pablo Fernández Rey (Pinilla de los Barruecos, Burgos, 1928)
Así en tu mar…
Me ha robado,. Señora, la luz clara
de tus ojos azules. En prisiones
tan suaves, rindo ya las ambiciones
con que un ansia secreta se me ampara.
¡Cárcel de Dios y carcelera mía!
¡Dulce pirata de mi ardiente vuelo!
¡Desvelo de ilusión, claro desvelo
de los vuelos sin rumbo de mi ría!
Corta ya las amarras al navío,
Virgencita del Carmen, marinera.
Por faro, la luz blanca de tus ojos
nos brilla ya en la orilla. Tus anteojos
tomen hoy el timón de mi albedrío.
Y un día… así en tu mar ¡que yo me muera!
Eduardo T. Gil de Muro (Arnedo. La Rioja, 1927)
La última verdad
POR perseguirme a mi me fui Contigo
tras de un buscarte agotadoramente;
se me iba tu presencia en el torrente
clamoroso que hería mi castigo.
Me vi, Señor, sin Ti, me vi mendigo
mi cuerpo a cuestas dolorosamente.
Te vi cómo escapabas tristemente
sin que quisiera ser, Señor, Tu amigo.
Al fin yo me rendí a la instancia hambrienta
que me cavaba el alma como un toro
cava en la noche el río de sus celos.
Y te sentí conmigo en mi tormenta
corno un pulso cautivo y tan sonoro,
que. el alma se pobló toda de vuelos.
Ángel Mª Martínez

Sonetos religiosos 3

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Oración a la luz
Señor: Yo sé que en la mañana pura
de este mundo, tu diestra generosa
hizo la luz antes que toda cosa
por que todo tuviera su figura.
Yo sé que te refleja la segura
línea inmortal del lirio y de la rosa
mejor que la embriagada y temerosa
música de los vientos en la altura.
Por eso te celebro yo en el frío
pensar exacto a la verdad sujeto
y en la ribera sin temblor del río;
por eso yo te adoro, mudo y quieto;
y por eso, Señor, el dolor mío
por llegar hasta ti se hizo soneto.
José María Pemán (Cádiz, 1897-1891)
Sonetos de esperanza
I
Cuando a tu mesa voy y de rodillas
recibo el mismo pan que Tú partiste
tan luminosamente, un algo triste
suena en mi corazón mientras Tú brillas.
Y me doy a pensar en las orillas
del lago y en las cosas que dijiste…
¡Cómo el alma es tan dura que resiste
tu invitación al mar que andando humillas!
Y me retiro de tu mesa ciego
de verme junto a Ti. Raro sosiego
con la inquietud de regresar rodea
la gran ruina de sombras en que vivo.
¿Por qué estoy miserable y fugitivo
y una piedra al rodar me pisotea?
II
Y salgo a caminar entre dos cielos
y ya al anochecer vuelvo a mis ruinas.
Ultimas nubes, ángeles divinas,
se bañan en desnudos arroyuelos.
La oscura sangre siente los flagelos
de un murciélago en ráfaga de espinas,
y aun en las limpias aguas campesinas
se pudren luminosos terciopelos.
La poderosa soledad se alegra
de ver las luces que su noche integra.
¡Un cielo enorme que alojaría puede!
Y un goce primitivo, una alegría
de Paraíso abierto se sucede.
Algo de Dios al mundo escalofría.
Carlos Pellicer (Villahermosa, México, 1899-1977)
Arrepentimiento
¿Qué has hecho tú? ¡Dámaso, bruto, bruto!
Del mundo, libertad centro te hacía.
Tiempo de Dios, en libertad crecía.
La flor, en rama, libre se iba a fruto.
¿Qué hiciste, adolescente chivo hirsuto,
luego chacal, pantera de su hombría,
hoy mico viejo ya, tú, inarmonía
del orbe en Dios, Dámaso bruto, bruto?
¡Alas de libertad! Aire sereno
del orden era en torno. Y yo gritaba:
«¡Libre Dámaso-dios!» Dámaso impío:
aire de Dios rasgó mi desenfreno
que osé la libertad que Dios me daba,
látigo contra Dios alzar, ¡Dios mío!
Dámaso Alonso (Madrid, 1898-1990)
Como la hiedra
Por el dolor creyente que brota del pecado.
Por haberte querido de todo corazón.
Por haberte, Dios mío, tantas veces negado;
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.
Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración.
¡Porque es como la hiedra sobre el árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión!
Porque es como la hiedra, déjame que Te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies;
¡porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que Tú lo ves!
Leopoldo Panero (Astorga, 1909-1962)
A Jesucristo N.S., muerto en la Cruz para salvarnos
Casi en las manos sosteniendo el brío,
desprendido y yacente el cuerpo santo
deshabitado está, ¡no alzad el llanto!
Ya tiene luz la rosa y gozo el río.
La muerte confirmó su señorío
sobre la carne del Señor y, en tanto,
si es sombra sana su mortal quebranto,
ya está el tiempo parado, Cristo mío;
ya está el tiempo en el mar y está cumplida
la noche en la mirada redentora
que vio la luz mirando el firmamento.
¡y volverá el pecado con la vida,
y clavada en la cruz está la Aurora
ya inútil al abrazo y leve al viento!
Luis Rosales (Granada, 1910-1992)
A Jesús crucificado
Delante de la Cruz, los ojos míos,
quédense, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo, estén llorando,
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así, con la mirada en vos prendida,
y así, con la palabra prisionera
como a carne a vuestra cruz asida,
quédeseme, Señor, el alma entera,
y así, lavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
Rafael Sánchez Mazas
Hombre
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
¡Oh Dios! Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo,
oirás mi voz. ¡Oh Dios! Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Blas de Otero (Bilbao, 1916-1979)
Salmo por el hombre de hoy
Salva al hombre, Señor, en esta hora
horrorosa, de trágico destino;
no sabe adónde va, de dónde vino
tanto dolor, que en sauce roto llora.
Ponlo de pie, Señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino;
mas que tu luz lo inmortaliza y dora.
Mira, Señor, que tanto llanto, arriba,
en pleamar, oleando a la deriva,
amenaza cubrirnos con la Nada.
¡Ponnos, Señor, encima de la muerte!
¡Agiganta, sostén nuestra mirada
para que aprenda, desde ahora, a verte!
Blas de Otero
Más que eterno
¡Ansia de eternidad! Señor, ¿acaso
no es suficiente ya con esta vida,
con esta hermosa noche concedida,
límite entre tu aurora y nuestro ocaso?
¿Si la luz de esta noche en que me abraso,
si el fuego en que mi sangre está encendida
no colman mi ambición en su medida,
dime qué tierra medirá mi paso?
¿Qué cielo exigiré para mi frente,
qué luz para mis ojos y qué fuego
para este corazón tan vehemente?
Será inmortal. ¿ Y alcanzaré el sosiego?
¿La eternidad será, al fin, suficiente?
No siempre, siempre pediré más, luego.
Vicente Gaos (Valencia, 1919-1980)
Fe de errores
(Mea culpa)
Cuando te imaginaba más cercano,
Qué lejos de ti estaba, Señor mío.
Cuando sentía hambre y sed y frío
Y distancia de Ti, tú de tu mano
me tenías, Señor. Ese es tu arcano
misterioso. Y yo, mi pensamiento impío,
no creía ni en mí. ¿Libre albedrío?
¡Ensueño de una noche de verano!
Mas de pronto surgiste. Tú, solemne,
mostrándome las llagas, como hiciste
con Tomás el incrédulo, conmigo.
Y te di gracias por salvarme indemne
de tanta ceguedad en que me hundiste
para alzarme al final, Señor, mi Amigo.
Vicente Gaos
Al nacimiento de Cristo, Nuestro Señor
Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
pero más fue nacer en tanto estrecho,
donde, para mostrar en nuestros bienes
a donde bajas y de donde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
No fue ésta más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte
(que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios ahombre, que de hombre a muerte.
Luis de Góngora (1561-1627)
Pecado y resurrección
¡Qué inmensa, negra noche desolada,
sus tinieblas de espanto, y de amargura,
su frío desamor, su sombra impura,
descendió sobre mi alma abandonada!
¡Qué triste corazón sin tu mirada,
sin tu luz, mi Señor, sin tu ventura!
¡Qué muerte sin tu amor! ¡Qué desventura
sentir mi sequedad, mi amarga nada!
Es la Noche, es la Sombra, es el no verte,
Señor, en la ceguera del pecado
la más amarga, cruel, trágica muerte…
Te tuve en mis entrañas sepultado
tanto tiempo, Señor, sin conocerte…
¡Mas nuevamente en mí has resucitado!
Bartolomé Llorens Catarroja, ( Valencia, 1922-1946)
Soneto a Cristo (Trilogía)
I
No te entiendo, Señor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solos el mar y Tú. Tú en la cruz, anclado,
dando a la mar el último suspiro.
No sé si entiendo lo que más admiro:
que ante el mar estando Dios callado,
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.
O el mar o Tú me engañas, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.
¿Me engañas Tú o el mar, al contemplarte
anda celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido?
II
Ven ya, madre de monstruos y quimeras,
paridora de música radiante:
ven a cantarle al Hombre agonizante
tus mágicas palabras verdaderas.
Rompe a sus pies tus olas altaneras,
deshechas en murmullo suspirante.
De la nube sin agua al desbordante
trueno de tu voz, enciende tus banderas.
Relampaguea, de tormenta suma,
la faz divinamente atormentada
del Hijo a tus entrañas evadido.
Pulsa la cruz con dedos de tu espuma.
Y mece, por el sueño acariciada,
la muerte de tu Dios recién nacido.
III
No se mueven de Dios para anegarte
las aguas por sus manos esparcidas;
ni se hace lengua el mar en tus heridas,
lamiéndolas de sal, para callarte.
Llega hasta ti la mar, a suplicarte,
madre de madres por tu afán transidas,
que ancles en sus entrañas doloridas
la misteriosa voz con que engendraste.
No hagas tu cruz, espada en carne muerta;
mástil en tierra y sequedad hundido,
árbol en cielo y nubes arraigado.
Madre tuya es la mar, sola, desierta.
Mírala tú que callas, tú caído.
Y entrégale tu grito arrebatado.
José Bergamín
¿Dónde está, Señor, tu luz?
Dame, Señor, tu mano guiadora.
Dime dónde la luz del sol se esconde.
Dónde la vida verdadera. Dónde
la verdadera muerte redentora.
Que estoy ciego, Señor, que quiero ahora
saber. Anda, Señor, anda, responde
de una vez para siempre. Dime dónde
se halla tu luz que dicen cegadora.
Dame, Señor, tu mano. Dame el viento
que arrastra a Ti a los hombres desvalidos.
O dime dónde está, para buscarlo.
Que estoy ciego, Señor. Que ya no siento
la luz sobre mis ojos ateridos
y ya no tengo Dios para adorarlo.
Jorge López Gorge
Hablando claro
Las cosas claras, Dios, las cosas claras.
¿Acaso te pedí que me nacieras,
que de dos voluntades verdaderas,
de barro y llanto, Dios, me levantaras?
¿Acaso te pedí que me dejaras
en mitad de la calle -en las aceras
se apiñaba la vida-, y que te fueras
y que con tu desdén me atropellaras?
Palabra que no sé por lo que peco.
Palabra que procuro, mas en vano,
llenar tu hueco, rellenar mi hueco.
Pero soy nada más Carlos Muriano.
Ni hombre ni nada, Dios; sólo un muñeco
que se mueve en la palma de tu mano.
Carlos Muriano (Arcos de la Frontera. Cádiz, 1931)
Corpus Christi
Todo fue así, tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
«Así mi cuerpo os doy en alimento…»
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste
Dios, en el trigo para sacramento.
Y te quedaste aquí, patena viva,
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.
Hostia de nieve, nube, nardo, fuente,
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así, sencillamente.
Sencillamente, como el ave cuando
inaugura, de un vuelo, la mañana;
sencillamente, como la fontana
canta en la roca, agua de luz manando;
sencillamente, como cuando ando,
como cuando Tú andabas la besana,
cuando calmabas sed samaritana,
cuando te nos morías perdonando.
Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo!
cena de doce y Dios. Noche de Jueves.
Y era en Jerusalén la primavera.
Y era blanco milagro ya aquel trigo.
Sencillamente: «Este es mi cuerpo». Y era.
Que viene por la calle Dios, que viene
como de espuma o pluma o nieve ilesa;
tan azucenamente pisa y pesa
que sólo un soplo de aire le sostiene.
Otro milagro, ¿ves? El, que no tiene
ni tamaño ni límites, no cesa
nunca de recrearnos la sorpresa
y ahora en un aro de aire se contiene.
Se le rinde el romero y se arrodilla;
se le dobla la palma ondulante;
las torres en tropel, campaneando.
Dobla también y rinde tu rodilla,
hombre, que viene Cristo caminante
-poco de pan, copo de pan- pasando.
Antonio y Carlos Muriano

Garcilaso de la Vega

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Mi mejor soneto de la lengua castellana:

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

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Sonetos completos:

Garcilaso_de_la_Vega_Inca_-_Sonetos_-_v1.0

Obra completa:

Garcilaso De La Vega – Poesía Completa

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
              aplacase la ira
              del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,
              y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
              las fieras alimañas,
              los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese:
              no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
              el fiero Marte airado,
              a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,
              ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
              por quien los alemanes,
              el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;
              mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
              y alguna vez con ella
              también seria notada
el aspereza de que estás armada,
              y cómo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura,
              convertido en vïola,
              llora su desventura
el miserable amante en tu figura.
              Hablo d’aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
              que ’stá muriendo vivo,
              al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
              Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
              la furia y gallardía,
              ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya l’aflige;
              por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
              y en el dudoso llano
              huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;
              por ti su blanda musa,
en lugar de la cítera sonante,
              tristes querellas usa
              que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;
              por ti el mayor amigo
l’es importuno, grave y enojoso:
              yo puedo ser testigo,
              que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,
              y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida
              que ponzoñosa fiera
              nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
              No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
              no debe ser notada
              que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
              Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
              que de ser desdeñosa
              se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.
              Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
              cuando, abajo mirando,
              el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
              y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
              el corazón cuitado,
              y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
              Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
              ¡Oh tarde arrepentirse!
              ¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
              Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
              los huesos se tornaron
              más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
               las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
              por las venas cuitadas
              la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,
              hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
              hizo de sí la gente
              no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
              No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
              probar, por Dios, agora;
              baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
              den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
              celebren la miseria
              d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.

Sonetos religiosos 2

593

Amado Cristo
Amado Cristo, si de ver mi pena,
algún placer recibes o contento,
de hoy más mi pena me será contento
pues de Ti manan mi contento y pena.
Si tu contento crece con mi pena,
crezca mi pena por Te dar contento,
aunque sea comprándote un contento
con infinitos géneros de pena.
Pero, ¿cuál de los dos, Tú, con tu contento,
yo con mi dura y rigurosa pena,
de esta pena tendrá mayor contento?
Achacaráslo de ver en que mi pena
es quien va dando ser a tu contento
y fuiste Tú la causa de mi pena.
Cecilia del Nacimiento (1570-1646)
Toquen a juego, venga gente apriesa,
Toquen a juego, venga gente apriesa,
que se nos quema un templo verdadero,
porque en fe de amistad un extranjero
bate con fuego el pecho de Teresa.
Y no vengan con agua porque de ésa
dos grandes fuentes hay sobre el crucero,
dos ojos que hacen un Jordán entero
y con él crece el fuego más que cesa.
¡A fuego!, ¡a fuego!, pero no a matarle,
antes a llevar de él para su casa
vengan las almas, vengan a porfía;
arda y no cese el cielo de aumentarle,
porque en el fuego que a Teresa abrasa
ojalá se quemase el alma mía.
Cecilia del Nacimiento
¡Oh pan de mi sustancia que me alientas!,
¡Oh pan de mi sustancia que me alientas!,
no hay a mi paladar alguna cosa
como el bocado tuyo deleitosa,
que en tu gusto mis gustos apacientas.
Muero por Ti de hambre y te me ausentas;
no huyas de quien tiembla temerosa,
-que aunque morena, soy también hermosa-
cuando en mi pobre choza te aposentas.
Traga en tu lleno todo mi vacío
para que así enriquezcas mi pobreza
quedándote en el corazón de asiento.
Pues estando sin mí, quiere ser mío,
deja el retrato, amor, de su belleza
y quédese cerrado el aposento.
Cecilia del Nacimiento
Vida que mata, muerte que da vida,
Vida que mata, muerte que da vida,
hielo que abrasa, fuego que nos hiela,
vela que duerme, sueño que desvela,
muerte alentada, vida decaída,
cobarde audacia, cobardía atrevida,
verdad tramada, destramada tela,
tardo neblí, galápago que vuela,
amarga sanidad, dulce herida,
valeroso Sansón con fuerza poca,
Hércules vencedor con flaca mano,
pregonero de paz que al arma toca;
son triunfos del amor caduco y vano,
mas el amor divino los apoca
juntando al Ser de Dios el ser humano.
Cecilia del Nacimiento
(I) El pecador pregunta a Cristo
¿De dónde venís alto? * De la altura.
¿Qué motivo traéis? * De enamorado.
¿ Y qué librea es ésa? * De encarnado.
¿ Y quién os la vistió? * La Virgen pura.
¿A qué venís, Creador? * A la creatura.
¿Y quién os trajo al suelo? * Su pecado.
¿De quién recibís fuerzas? * De mi grado.
¿Por qué? * Por dar reparo a mi hechura.
¿Qué tal halláis el alma? * Endurecida.
¿Por qué la hacéis bien? * Porque es mi oficio.
¿Qué tanto es vuestro amor? * Es sin medida.
¿Con qué os le pagarán? * Con buen servicio.
¿Qué más harán por vos? * Darme su vida.
Pues yo les di la mía en sacrificio.
(II) El pecador pregunta a Cristo
¿Quién eres, hombre? * Tu hechura.
¿Para qué te crié? * Para amarte.
¿En qué gastas tu vida? * En deshonrarte.
¿Quién eso te enseñó? * Mi gran locura.
Y ¿qué piensas hacer? * Buscar la cura.
Y ¿cuál es la mejor? * A ti buscarte.
¿Por dó has de comenzar? * Por suplicarte…
que mires que me hiciste a tu figura.
¿ Quién te ha parado tal?
Y dime, ¿qué has perdido? * Tu privanza.
Sin ella, ¿a dónde vives? * En tormento.
¿ Qué te hace a Mí venir? * La confianza.
¿ Y sabes que te oiré? * En un momento…
pues sé que todo el bien por Ti se alcanza.
Cecilia del Nacimiento
Soneto del Nombre de Jesús
Jesús, bendigo yo tu santo Nombre.
Jesús, mi corazón en Ti se emplee.
Jesús, mi alma siempre te desee.
Jesús, lóete yo cuando te nombre.
Jesús, yo te confieso Dios y Hombre.
Jesús, con viva fe con Ti pelee.
Jesús, en tu ley santa me recree.
Jesús, sea mi gloria tu renombre.
Jesús, contemple en Ti mi; entendimiento.
Jesús, mi voluntad en Ti se inflame.
Jesús, medite en Ti mi pensamiento.
Jesús de mis entrañas, yo te ame.
Jesús, viva yo en Ti todo momento.
Jesús, óyeme Tú cuando te llame.
Cecilia del Nacimiento
Oh peregrino bien del alma mía
¡Oh peregrino bien del alma mía
que solo, sin resabios ni recelos
puedes matar mi sed, quitar mis duelos
y convertir mi llanto en alegría!
Pues eres tú mi luz, mi guarda y guía
que tengo yo en la tierra y en los cielos,
no quiero medios, no quiero consuelos,
fuera de ti, de todo me desvía.
En soledad, de todo enajenada,
desnuda de mi ser y de mi vida,
para ser como fénix renovada,
en tu amorosa llama y encendida
me arrojo, que si fuere allí quemada,
seré cual salamandria renacida.
Ana de la Trinidad (1577-1613)
Linces de lo profundo y escondido
Linces de lo profundo y escondido,
balcones del amor, centros gloriosos,
alegres palmas, triunfos victoriosos,
piedras-toques del oro más subido,
espesas selvas donde me he perdido,
floridos paraísos deleitosos,
pozos de ciencia, senos misteriosos
y dulce suspensión de mi sentido;
sentencias de la muerte y de la vida,
cristales do se ve mejor el mundo,
soles que solos quitan mis enojos,
y refugios del ánima afligida,
blancos do mi afición segura fundo
son de Jesús los apacibles ojos.
Ana de la Trinidad
Si yo pensase acá en mi pensamiento
Si yo pensase acá en mi pensamiento
que no pensando en Dios, en nada pienso,
entonces pensaría yo que pienso
un muy sabroso y dulce pensamiento.
Mas no me pasa a mí por pensamiento
ni pienso que es pensar, aunque más pienso,
porque pensando en Dios, cuando lo pienso,
pienso cumplir con sólo el pensamiento.
¡Cuán bien que pensaría si pensase
lo poco que pensase y lo que piensa
el alma que está en Dios siempre pensando!
Pluguiese a Dios ya questo se pensase
y no en los desvaríos en que piensa
aquel que, sin pecar, peca pensando.
Francisco de Jesús (s. XVII)
Retruécano
Cristo en la Cruz jugó y perdió la vida
y ganó para Si en la Cruz la muerte;
pero porque en la Cruz recibe muerte,
el hombre por la Cruz recibe vida.
La Cruz al hombre da contento y vida
y a Dios le da la Cruz tormento y muerte,
y en la Cruz triunfa Dios del mal y muerte,
pues en la Cruz les quita al fin la vida.
Recibe Cristo en Cruz afrenta y muerte
y por la Cruz alcanza gloria y vida
el hombre que sin Cruz viviera en muerte.
Y al fin la Cruz a Cristo da la vida,
y es espada la Cruz contra la muerte
pues pierde por la Cruz el reino y vida.
Francisco de Jesús
Si en pago de ofenderte tantas veces
Si en pago de ofenderte tantas veces
usas, Señor, de tantos beneficios,
si en mí fueran virtudes tantos vicios
¿qué fuera, pues tan largo te me ofreces?
Si en vez de castigar, me favoreces
y das tal paso donde no hay servicios,
a quien te sirve bien me das indicios
de los bienes sin número que ofreces.
Pues no pido, Señor, que me regales;
trabajos pido, penas y deshonras;
que arranques, quemes, cortes y deshagas.
Que si aquí no se purgan tantos males,
temo en tanto regalo y tantas honras
otra purga mayor o nuevas llagas.
Francisco de Jesús
Soneto a San José
JOSÉ divino, pues que Cristo pobre
padre os quiso llamar desde el pesebre,
¿quién duda que en los cielos os requiebre
y honor y gloria como a padre os sobre?
¿ Quién duda que milagros por vos obre
y cuando algún devoto vuestro quiebre,
quién sino vos hará que se celebre
el llanto de su culpa y gracia cobre?
Porque si tantos años de costumbre
tuviste de aplacar la sed y hambre
a Dios del cielo en cuanto al ser de hombre,
claro está que gozando allá su cumbre,
los serafines en copioso enjambre
os cantarán tal gala y tal renombre.
Francisco de Jesús
Oyendo cantar a un ruiseñor junto a una rosa
Aquélla, la más dulce de las aves,
y ésta, la más hermosa de las flores,
esparcían suavísimos amores
en sus cánticos y nácares suaves.
Cuando, suspensa entre cuidados graves,
un alma, que atendía su primores,
arrebatada a objetos superiores,
les entregó del corazón las llaves.
Si aquí, dijo, en el yermo de esta vida
tanto una rosa, un ruiseñor eleva,
tan grande es su belleza y su dulzura,
¿cuán será la floresta prometida?
¡Oh dulce melodía siempre nueva,
oh siempre floridísima hermosura!
Jerónimo de San José (s. XVII)
La oración del ateo
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas.
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi alma endulzome noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.
Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-1936)
Señor, no me desprecies…
Señor, no me desprecies y conmigo
lucha; que sienta, al quebrantar tu mano
la mía, que me tratas como a hermano,
Padre, pues beligerancia consigo
de tu parte; esa lucha es la testigo
del origen divino de lo humano.
Luchando así comprendo que el arcano
de tu poder es de mi fe el abrigo.
Dime, Señor, tu nombre, pues la brega
toda esta noche de la vida dura
y del albor la hora luego llega;
me has desarmado ya de mi armadura,
y el alma, así vencida, no sosiega
hasta que salga de esta senda oscura.
Miguel de Unamuno
Te busco desde siempre
Te busco desde siempre. No te he visto
nunca. ¿Voy tras tus huellas?
Las rastreo con ansia, con angustia, y no las veo.
Sé que no sé buscarte, y no desisto.
¿Qué me induce a seguirte? ¿Por qué insisto
en descubrir tu rastro? Mi deseo
no sé si es fe. No sé. No sé si creo
en algo, ¿en qué? No sé. No sé si existo.
Pero, Señor de mis andanzas, Cristo
de mis tinieblas, oye mi jadeo.
No sufro ya la vida, ni resisto
la noche. Y si amanece, y yo no veo
el alba, no podré decirte: «He visto
tu luz, tus pasos en la tierra, y creo».
Juan José Domencrina (Madrid, 1898-1959)
Jesús del Gran Poder
Jesús del Gran Poder, Señor, Dios mío…
Si en medio de la noche sevillana
aparece tu efigie soberana
entre gotas de llanto y de rocío…
Si de tu santa faz el sol sombrío
antes que el astro enciende la mañana
y de tu sangre la Divina grana
eterna corre como fluye el río…
Y vuelven a bajar las golondrinas
a quitar de tu frente las espinas
al mandato de Amor, eterno y fuerte.
Ríndese el mal y el odio. Y tu «Carrera»
al hombre enseña, al fin, de qué manera
puede ser Dios un condenado a muerte.
Manuel Machado (Sevilla, 1874-1947)
Domine, ut videam
I
“Mi Vida, mi Verdad y mi Camino…”
Yo sé bien que eres Tú. Pero te busco
y ¡en qué mirajes la mirada ofusco,
o en qué negrura el paso desatino…!
Sin duda es verde aún la pobre rama
que en tu divino fuego arder quisiera,
y airado la separas de la hoguera
porque indigna la juzgas de tu llama
No sé, no sé, Señor, a dónde llego
corriendo tras tu sombra… En cualquier parte,
buscándote me angustio y extermino.
¡Dame, Señor, la mano, que soy ciego!
Ponme en la senda donde pueda hallarte:
¡Mi vida, mi Verdad y mi Camino!
II
Ya me maté a mí mismo, pues no quiero
con hombre nada y en Ti sólo fío,
y a tu infinita caridad confío
cuanto sólo de Ti, Señor, espero.
Sólo contigo familiar sería
si Tú me hablaras… Y ¡qué humildemente
sin guardar nada, corazón y mente,
si los quisieras Tú, te entregaría!
Tómamelos, mi bien, que esta jornada
correr, de todo peso libre, ansío,
porque en Tu Gracia pronto se concluya…!
Yo sé de sobra que no valen nada.
mas, pues dejé mi voluntad, Dios mío,
hazme saber al fin cuál es la Tuya.
III
¡Gracia, gracia, Señor, que el amor quiere
yo todo tuyo, mas Tú todo mío…!
Porque la mar lo espera corre el río.
Y a los besos del sol la rosa muere.
Amor, que a toda gloria se prefiere,
la muerte vence, mas no vence el frío…
Eco no halla la voz en el vacío.
No viva, Rey del alma, quien no espere.
Mas, si a vivir amando me destinas,
da pan al hambre mía, aunque sea poco;
agua a la sed en que me ves deshecho.
¡Del alma en sombras a las hondas minas
un rayito de sol…! -Y, Él: “Calla, loco,
siempre el amor acaba satisfecho!”
Manuel Machado
Kyrie Eleison
La Caridad, la Caridad, la Caridad…
Tus llagas otra vez, Señor, al mundo muestra,
y tu corona de espinas, y tu diestra
horadada por el clavo de la impiedad.
Dinos de nuevo aquella palabra que nos hace
llorar, y nos derrite la maldad en el pecho,
y nos da paz, amor y olvido. Y satisface
como el correr seguro del río por su lecho.
Y que un pasaje matinal, y que una buena
esperanza nos den la alegría piadosa,
y que sea el amor de dios nuestra verdad.
Que seamos buenos para librarnos de la pena.
Y que nunca olvidemos esta única cosa:
¡La Caridad, la Caridad, la Caridad!…
Manuel Machado

Sonetos Religiosos 1

cristo-de-velc3a1zquez-1632
Soneto a Cristo Crucificado
No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera;
No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Antonio de Rojas (1585-1650)

—————
Me basta Dios: solo este pensamiento
de tal manera el corazón me llena,
que toda dicha a su dulzura ajena,
es causa para mí de más tormento.
En la infinita plenitud que siento
ni el bien me halaga, ni el dolor me apena;
pues nada ya el espíritu encadena
que en sólo Dios ha puesto su contento.
Todo lo estima como inmundo lodo
el alma que de Dios está tocada,
porque en su amor inmenso transformada
sólo vive de amor; y de este modo,
en Dios y para Dios, lo quiere todo,
sin Dios y para sí, no quiere nada.
R. V. Osende, O.P.
La Visita
Déjame entrar Señor que tengo prisa…;
que he de volver a un mundo apresurado,
inmerso en la ambición y en el pecado,
huérfano de la luz y de la risa.
Déjame entrar que mi dolor precisa
hacer un alto en el camino andado;
porque tengo, Señor de tan cansado,
el gesto vago y la virtud remisa.
Déjame entrar Señor sólo persigo
pararme un rato, recobrar la calma,
pensar un poco y dialogar Contigo.
Soy el mismo de ayer tu viejo amigo
déjame entrar a confortarme el alma
luego, Señor cuando queráis… prosigo.
A. Trujillo Téllez
Visita al Santísimo Sacramento
Permíteme, Señor, que aquí postrado,
consciente de mi nada en tu presencia,
y aún temiendo pecar de irreverencia
me atreva al alto honor de acompañaros.
Yo sé que no soy digno de miraros,
Mas, fiado en tu amor y en tu clemencia,
se apacigua el clamor de mi conciencia
y me inunda la calma al contemplaros.
En el mundo, Señor por olvidaros,
es todo confusión y algarabía
que me inquietan de modo extraordinario.
Por eso, mi Señor vengo a rogaros,
que le dejes gozar al alma mía,
del remanso de paz de tu Sagrario.
José Ramón de Pablo
Soneto-oración
(De «La Gran Sultana»)
A ti me vuelvo, gran Señor, que alzaste,
a costa de tu sangre y de tu vida
la mísera de Adán primer caída
y adonde él nos perdió. Tú nos cobraste.
A Ti, Pastor bendito, que buscaste
de las cien ovejuelas la perdida,
y hallándola del lobo perseguida,
sobre tus hombros santos te la echaste.
A Ti me vuelvo en mi aflicción amarga
y a Ti toca, Señor, el darme ayuda,
que soy cordera de tu aprisco ausente
y temo que a carrera corta o larga
cuando a mi daño tu favor no acuda
me ha de alcanzar esta infernal serpiente.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)
Dime, Padre común
«Dime, Padre común, pues eres Justo,
¿por qué ha de permitir tu providencia
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que robusto
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo, que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo».
Esto decía yo, cuando riendo
celestial ninfa apareció, y me dijo:
«¡Ciego!, ¿es la tierra el centro de las almas?»
Bartolomé L. de Argensola (1562-1631)
A Dios omnipotente
Señor, que miras de tu excelsa cumbre
el tiempo todo en un presente eterno,
tu imagen mira en mí, que al ciego infierno
la inclina su terrena pesadumbre.
Oh suma luz, ya la encendida lumbre
de mi gozoso abril florido y tierno
muere, y ya temo ver en el invierno
más verde la raíz de mi costumbre.
Mírala, sacro santo Rey divino,
con ojos de piedad, que al dulce encuentro
del rayo celestial verás volvella
a verte, como en vidrio cristalino
la imagen mira el que se espeja dentro,
y está en su vista dél su mirar della.
Bartolomé L. de Argensola
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de este leño
en que tiendes los brazos poderosos;
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres:
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados;
¿pero cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?
Lope de Vega (1562-1635)
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
asómate ahora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡ Y cuántas veces, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega
Temores en el favor
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro,
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto,
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto;
que, arrepentido de ofenderos tanto,
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a mirarme humanos;
que por las sendas de mi error siniestras
me despenaron pensamientos vanos.
No sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
vos le dejéis de las divinas vuestras.
Lope de Vega
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado
la divina razón puesta en olvido,
conozco qué piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.
Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño,
Mas de tu luz mi oscuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño
vuelva a la patria, la razón perdida.
Lope de Vega
¿Qué ceguedad me trato a tantos daños?
¿Por dónde me llevaron desvaríos,
que no traté mis años como míos
y traté como propios sus engaños?
Oh puerto de mis blancos desengaños,
por donde ya mis juveniles bríos
pasaron como el curso de los ríos,
que no los vuelve atrás el de los años.
Hicieron fin mis locos pensamientos;
acomodóse el tiempo a la edad mía,
por ventura en ajenos escarmientos.
Que no temer el fin no es valentía,
donde acaban los gustos en tormentos
y el curso de los años en un día.
Lope de Vega
¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas, con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!
Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una Cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido,
al mismo precio en que me habéis comprado.
Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,
hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendréisme seguro con tres clavos.
Lope de Vega
Con ánimo de hablarle en confianza
de su pide, entré en el tempo un día;
donde Cristo en la cruz resplandecía
con el perdón que quien le mira alcanza.
Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la lengua pusieron osadía,
acordéme que fue por culpa mía,
y quisiera de mí tomar venganza.
Ya me volvía sin decirle nada,
y como vi la llaga del costa,
paróse el alma en lágrimas bañada.
Hablé, lloré, y entré por aquel lado,
porque no tiene Dios puerta cerrada
al corazón contrito y humillado.
Lope de Vega
Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte,
sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.
Está la majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte,
y de su cuerpo la mayor herida.
¡Oh duro corazón de mármol frío!,
¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,
y no te vuelves un copioso río?
Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.
Lope de Vega
Yo me muero de amor, que no sabía,
aunque diestro en amar cosas del suelo,
que no pensaba yo que amor del cielo
con tal rigor las almas encendía.
Si llama la moral filosofía
deseo de hermosura a amor, recelo
que con mayores ansias me desvelo
cuanto es más alta la belleza mía.
Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!
¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,
qué tiempo que perdí como ignorante!
Mas yo os prometo agora de pagaros
con mil siglos de amor cualquiera instante
que por amarme a mí dejé de amaros.
Lope de Vega
Hombre mortal mis padres me engendraron,
aire común y luz de los cielos dieron,
y mi primera voz lágrimas fueron,
que así los reyes en el mundo entraron.
La tierra y la miseria me abrazaron,
paños, no piel o pluma, me envolvieron,
por huésped de la vida me escribieron,
y las horas y pasos me contaron.
Así voy prosiguiendo la jornada
a la inmortalidad el alma asida,
que el cuerpo es nada, y no pretende nada.
Un principio y un fin tiene la vida,
porque de todos es igual la entrada,
y conforme a la entrada la salida.
Lope de Vega
Buscaba Madalena pecadora
un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos
perdón, que más la fe que los cabellos
ata sus pies, sus ojos enamora.
De su muerte a su vida se mejora,
efecto en Cristo de sus ojos bellos,
sigue su luz, y al occidente dellos
canta en los cielos y en peñascos llora.
«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando
que con amor a quien amó conquisto,
si amabas, Madalena, vive amando».
Discreta amante, que el peligro visto
súbitamente trasladó llorando
los amores del mundo a los de Cristo.
Lope de Vega

Salamanca y Unamuno

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Informacion pagina web Catedral de Salamanca

Mi Salamanca de Miguel de Unamuno:

Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
¡mi Salamanca!

Miras a un lado, allende el Tormes lento,
de las encinas el follaje pardo
cual el follaje de tu piedra, inmoble,
denso y perenne.
Y de otro lado, por la calva Armuña,
ondea el trigo, cual tu piedra, de oro,
y entre los surcos al morir la tarde
duerme el sosiego.

Duerme el sosiego, la esperanza duerme
de otras cosechas y otras dulces tardes,
las horas al correr sobre la tierra
dejan su rastro.
Al pie de tus sillares, Salamanca,
de las cosechas del pensar tranquilo
que año tras año maduró en tus aulas,
duerme el recuerdo.

Duerme el recuerdo, la esperanza duerme
y es tranquilo curso de tu vida
como el crecer de las encinas, lento,
lento y seguro.
De entre tus piedras seculares, tumba
de remembranzas del ayer glorioso,
de entre tus piedras recojió mi espíritu
fe, paz y fuerza.

En este patio que se cierra al mundo
y con ruinosa crestería borda
limpio celaje, al pie de la fachada
que de plateros

ostenta filigranas en la piedra,
en este austero patio, cuando cede
el vocerío estudiantil, susurra
voz de recuerdos.

 

En silencio fray Luis quédase solo
meditando de Job los infortunios,
o paladeando en oración los dulces
nombres de Cristo.

Nombres de paz y amor con que en la lucha
buscó conforte, y arrogante luego
a la brega volvióse amor cantando,
paz y reposo.

La apacibilidad de tu vivienda
gustó, andariego soñador, Cervantes,
la voluntad le enhechizaste y quiso
volver a verte.


Volver a verte en el reposo quieta,
soñar contigo el sueño de la vida,
soñar la vida que perdura siempre
sin morir nunca.

Sueño de no morir es el que infundes
a los que beben de tu dulce calma,
sueño de no morir ese que dicen
culto a la muerte.

En mi florezcan cual en ti, robustas,
en flor perduradora las entrañas
y en ellas talle con seguro toque
visión del pueblo.

Levántense cual torres clamorosas
mis pensamientos en robusta fábrica
y asiéntese en mi patria para siempre
la mi Quimera.

Pedernoso cual tú sea mi nombre
de los tiempos la roña resistiendo,
y por encima al tráfago del mundo
resuene limpio.

Pregona eternidad tu alma de piedra
y amor de vida en tu regazo arraiga,
amor de vida eterna, y a su sombra
amor de amores.

En tus callejas que del sol nos guardan
y son cual surcos de tu campo urbano,
en tus callejas duermen los amores
más fugitivos.

Amores que nacieron como nace
en los trigales amapola ardiente
para morir antes de la hoz, dejando
fruto de sueño.

El dejo amargo del Digesto hastioso
junto a las rejas se enjugaron muchos,
volviendo luego, corazón alegre,
a nuevo estudio.

De doctos labios recibieron ciencia
mas de otros labios palpitantes, frescos,
bebieron del Amor, fuente sin fondo,
sabiduría.

Luego en las tristes aulas del Estudio,
frías y oscuras, en sus duros bancos,
aquietaron sus pechos encendidos
en sed de vida.

Como en los troncos vivos de los árboles
de las aulas así en los muertos troncos
grabó el Amor por manos juveniles
su eterna empresa.

Sentencias no hallaréis del Triboniano,
del Peripato no veréis doctrina,
ni aforismos de Hipócrates sutiles,
jugo de libros.

Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Bianca o Pura,
nombres que fueron miel para los labios,
brasa en el pecho.

Así bajo los ojos la divisa del amor,
redentora del estudio,
y cuando el maestro calla, aquellos bancos
dicen amores.

Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes
mientras los campos que te ciñen daban
jugosos frutos.

Del corazón en las honduras guardo
tu alma robusta; cuando yo me muera
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.
Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di tú que he sido.

Miguel de Unamuno