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Maupasant – Cuento

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Una aventura parisiense  Cuento.

Guy de Maupassant


¿Existe en la mujer un sentimiento más agudo que la curiosidad? ¡Oh! ¡Saber, conocer, tocar lo que se ha soñado! ¿Qué no haría por ello? Una mujer, cuando su curiosidad impaciente está despierta, cometerá todas las locuras, todas las imprudencias, tendrá todas las audacias, no retrocederá ante nada. Hablo de las mujeres realmente mujeres, dotadas de ese espíritu de triple fondo que parece, en la superficie, razonable y frío, pero cuyos compartimentos secretos están los tres llenos: uno de inquietud femenina siempre agitada; otro de astucia coloreada de buena fe, de esa astucia de beato, sofisticada y temible; el último, por fin, de sinvergüencería encantadora, de trapacería exquisita, de deliciosa perfidia, de todas esas perversas cualidades que empujan al suicidio a los amantes imbécilmente crédulos, pero que arroban a los otros.

Aquella cuya aventura quiero contar era una provinciana, vulgarmente honesta hasta entonces. Su vida tranquila en apariencia, discurría en su hogar, entre un marido muy ocupado y dos hijos a los que criaba como mujer irreprochable. Pero su corazón se estremecía de curiosidad insatisfecha, de un prurito de lo desconocido. Pensaba en París sin cesar, y leía ávidamente los periódicos mundanos.  La descripción de las fiestas, de los vestidos, de los placeres, hacía hervir sus deseos; pero sobre todo la turbaban misteriosamente los ecos llenos de sobreentendidos, los velos levantados a medias en frases hábiles, y que dejan entrever horizontes de disfrutes culpables y asoladores.

Desde allá lejos veía París en una apoteosis de lujo magnífico y corrompido.

Y durante las largas noches de ensueño, acunada por los ronquidos regulares de su marido que dormía a su lado de espaldas, con un pañuelo en torno al cráneo, pensaba en los hombres conocidos cuyos nombres aparecen en la primera página de los periódicos como grandes estrellas en un cielo sombrío; y se figuraba su vida enloquecedora entre un continuo desenfreno, orgías antiguas tremendamente voluptuosas y refinamientos de sensualidad tan complicados que ni siquiera podía figurárselos.

Los bulevares le parecían una especie de abismo de las pasiones humanas; y todas sus casas encerraban con seguridad prodigiosos misterios de amor.

Se sentía envejecer mientras tanto. Envejecía sin haber conocido nada de la vida, salvo esas ocupaciones regulares, odiosamente monótonas y triviales, que constituyen, dicen, la felicidad del hogar. Era aún bonita, conservada en aquella existencia tranquila como una fruta de invierno en un armario cerrado; pero estaba roída, asolada, trastornada por ardores secretos. Se preguntaba si moriría sin haber conocido todas esas embriagueces pecaminosas, sin haberse arrojado una vez, una sola vez, por entero, a esa oleada de voluptuosidades parisienses.

Con larga perseverancia preparó un viaje a París, inventó un pretexto, se hizo invitar por unos parientes, y, como su marido no podía acompañarla, partió sola. En cuanto llegó, supo imaginar razones que le permitirían en caso necesario ausentarse dos días o mejor dos noches, sí era preciso, pues había encontrado, decía, unos amigos que vivían en la campiña suburbana.
Y buscó. Recorrió los bulevares sin ver nada, salvo el vicio errante y numerado. Sondeó con la vista los grandes cafés, leyó atentamente los anuncios por palabras de Le Figaro, que se le presentaba cada mañana como un toque de rebato, una llamada al amor.

Y nunca nada la ponía sobre la pista de aquellas grandes orgías de artistas y de actrices; nada le revelaba los templos de aquellos excesos, que se imaginaba cerrados por una palabra mágica como la cueva de Las mil y una noches y esas catacumbas de Roma donde se celebraban secretamente los misterios de una religión perseguida.

Sus parientes, pequeños burgueses, no podían presentarle a ninguno de esos hombres conocidos cuyos nombres zumbaban en su cabeza; y, desesperada, pensaba ya en volverse, cuando el azar vino en su ayuda.

Un día, bajando por la calle de la Chausée d’Antin, se detuvo a contemplar una tienda repleta de esos objetos japoneses tan coloreados que constituyen una especie de gozo para la vista. Examinaba los graciosos marfiles grotescos, los grandes jarrones de esmaltes llameantes, los bronces raros, cuando oyó, en el interior de la tienda, al dueño, que, con muchas reverencias, mostraba a un hombrecito grueso de cráneo calvo y barba gris un enorme monigote ventrudo, pieza única según decía.

Y a cada frase del comerciante el nombre del coleccionista, un nombre célebre, resonaba como un toque de clarín. Los otros clientes, jóvenes señoras, elegantes caballeros, contemplaban con una ojeada furtiva y rápida, una ojeada como es debido y manifiestamente respetuosos, al renombrado escritor, quien, por su parte, miraba apasionadamente el monigote de porcelana.  Eran tan feos uno como otro, feos como dos hermanos salidos del mismo seno.

El comerciante decía:

-A usted, don Jean Varin, se lo dejaría en mil francos; es exactamente lo que me cuesta. Para todo el mundo sería mil quinientos francos; pero aprecio a mi clientela de artistas y le hago precios especiales. Todos vienen por aquí, don Jean Varin. Ayer, el señor Busnach me compró una gran copa antigua. El otro día vendí dos candelabros como estos (son bonitos, ¿verdad?) a don Alejandro Dumas. Mire, esa pieza que usted tiene, señor Varin, estaría ya vendida si la hubiera visto el señor Zola.

El escritor vacilaba, muy perplejo, tentado por el objeto, pero calculando la suma, y no se ocupaba más de las miradas que si hubiera estado solo en un desierto. Ella había entrado temblando, con la vista clavada descaradamente sobre él, y ni siquiera se preguntaba si era guapo, elegante o joven. Era Jean Varin en persona, ¡Jean Varin!

Tras un largo combate, una dolorosa vacilación, él dejó el jarrón sobre una mesa.

-No, es demasiado caro -dijo.

El comerciante redobló su elocuencia:

-¡Oh, don Jean Varin! ¿demasiado caro? ¡Vale muy a gusto dos mil francos.

El hombre de letras replicó tristemente, sin dejar de mirar la figurilla de ojos de esmalte:

-No digo que no; pero es demasiado caro para mí.

Entonces ella, asaltada por una enloquecida audacia, se adelantó:

-Para mí -dijo-, ¿cuánto vale este hombrecillo?

El comerciante, sorprendido, replicó:

-Mil quinientos francos, señora.

-Me lo quedo.

El escritor, que hasta entonces ni se había fijado en ella, se volvió bruscamente, y la miró de pies a cabeza como un buen observador, con los ojos un poco cerrados; después, como un experto, la examinó en detalle. Estaba encantadora, animada, iluminada de pronto por aquella llama que hasta entonces dormía en ella. Y, además, una mujer que compra una chuchería por mil quinientos francos no es una cualquiera.

Ella tuvo entonces un movimiento de arrobadora delicadeza; y, volviéndose hacia él, con voz temblorosa:

-Perdón, caballero, quizás me mostré un poco viva; acaso usted no había dicho su última palabra.

Él se inclinó:

-La había dicho, señora.

Pero ella, muy emocionada:

-En fin, caballero, hoy o más adelante, si decide cambiar de opinión, este objeto es suyo. Yo lo compré solo porque le había gustado.

Él sonrió, visiblemente halagado:

-¿Cómo? ¿Me conoce usted? -dijo.

Entonces ella le habló de su admiración, le citó sus obras, fue elocuente. Para conversar, él se había acodado en un mueble y, clavando en ella sus ojos agudos, intentaba descifrarla. A veces el comerciante, encantado de poseer aquel reclamo viviente, cuando entraban clientes nuevos gritaba desde el otro extremo de la tienda:

-Oiga, mire esto, don Jean Varin, ¿verdad que es bonito?

Entonces todas las cabezas se alzaban, y ella se estremecía de placer al ser vista así, en íntima conversación con un Ilustre. Por fin, embriagada, tuvo una audacia suprema, como los generales que van a emprender el asalto:

-Caballero -dijo- hágame un favor, un grandísimo favor. Permítame que le ofrezca este monigote en recuerdo de una mujer que lo admira apasionadamente y a quien usted ha visto diez minutos.

Él se negó. Ella insistía. Se resistió, divertido, riéndose de buena gana. Ella, obstinada, le dijo:

-¡Bueno! Voy a llevárselo a su casa ahora mismo; ¿dónde vive usted?

Se negó a dar su dirección; pero ella, preguntándosela al comerciante, la supo y, una vez pagada su adquisición, escapó hacia un coche de punto. El escritor corrió para alcanzarla, sin querer exponerse a recibir aquel regalo, que no sabría a quién devolver. Se reunió con ella cuando saltaba al coche, y se lanzó, casi cayó sobre ella, derribado por el simón que se ponía en camino; después se sentó a su lado, muy molesto. Por mucho que rogó, que insistió, ella se mostró intratable. Cuando llegaban delante de la puerta, puso sus condiciones:

-Accederé -dijo ella-, a no dejarle esto, si usted cumple hoy todos mis deseos.

La cosa le pareció tan divertida que aceptó.

Ella preguntó:

-¿Qué suele hacer usted a esta hora?

Tras una leve vacilación:

-Doy un paseo -dijo.

Entonces, con voz resuelta, ella ordenó:

-¡Al Bosque!

Se pusieron en marcha. Fue preciso que él le nombrara a todas las mujeres conocidas, sobre todo a las impuras, con detalles íntimos sobre ellas, sus vidas, sus hábitos, sus pisos, sus vicios. Atardeció

-¿Qué hace usted todos los días a esta hora? -dijo ella.

Él respondió riendo:

-Tomo un ajenjo.

Entonces, gravemente, agregó ella:

-Entonces, caballero, vamos a tomar un ajenjo.

Entraron en un gran café del bulevar que él frecuentaba, donde encontró a unos colegas. Se los presentó a todos. Ella estaba loca de alegría. Y en su cabeza sonaban sin cesar estas palabras:

-¡Al fin! ¡al fin!

Pasaba el tiempo, y ella preguntó:

-¿Es su hora de cenar?

Él respondió:

-Sí, señora.

-Pues entonces, vamos a cenar.

Y, al salir del café Bignon:

-¿Qué hace usted por la noche? -dijo.

Ella miró fijamente:

-Depende: a veces voy al teatro.

-Pues bien, caballero vamos al teatro.

Entraron en el Vaudeville, gratis, gracias a él, y, gloria suprema, toda la sala la vio a su lado, sentada en una butaca de palco. Terminada la representación, él le besó galantemente la mano:

-Solo me queda, señora, agradecerle el delicioso día…

Ella lo interrumpió:

-A esta hora, ¿qué hace usted todas las noches?

-Pues… pues… vuelvo a casa.

Ella se echó a reír, con una risa trémula.

-Pues bien, caballero… volvamos a casa.

Y no hablaron más. Ella se estremecía a ratos, temblorosa de pies a cabeza, con ganas de huir y ganas de quedarse, con, en lo más hondo de su corazón, una voluntad muy firme de llegar hasta el final. En la escalera, se aferraba al pasamanos, tan viva era su emoción; y él subía delante, sin resuello, con una cerilla en la mano.

En cuanto estuvo en el dormitorio, ella se desnudó a toda prisa y se metió en la cama sin pronunciar una palabra; y esperó, acurrucada contra la pared. Pero ella era tan simple como puede serlo la esposa legítima de un notario de provincias, y él más exigente que un bajá de tres colas. No se entendieron en absoluto.

Entonces él se durmió. La noche transcurrió, turbada solamente por el tictac del reloj, y ella, inmóvil, pensaba en las noches conyugales; y bajo los rayos amarillos de un farol chino miraba, consternada, a su lado, a aquel hombrecillo, de espaldas, rechoncho, cuyo vientre de bola levantaba la sábana como un globo de gas. Roncaba con un ruido de tubo de órgano, con resoplidos prolongados, con cómicos estrangulamientos. Sus veinte cabellos aprovechaban aquel reposo para levantarse extrañamente, cansados de su prolongada fijeza sobre aquel cráneo desnudo cuyos estragos debían velar. Y un hilillo de saliva corría por una comisura de su boca entreabierta.

La aurora deslizó por fin un poco de luz entre las cortinas corridas. Ella se levantó, se vistió sin hacer ruido y ya había abierto a medias la puerta cuando hizo rechinar la cerradura y él se despertó restregándose los ojos. Se quedó unos segundos sin recobrar enteramente los sentidos, y después, cuando recordó su aventura preguntó:

-¿Qué? ¿Se marcha usted?

Ella permanecía en pie, confusa. Balbució:

-Pues sí, ya es de día.

Él se incorporó:

-Veamos, dijo, tengo, a mi vez, algo que preguntarle.

Ella no respondía, y é1 prosiguió:

-Me tiene usted muy extrañado desde ayer. Sea franca, confiéseme por qué ha hecho todo esto, pues no entiendo nada.

Ella se acercó despacito, ruborizada como una virgen:

-Quise conocer… el… vicio… y, bueno… y, bueno, no es muy divertido.

Y escapó, bajó la escalera, se lanzó a la calle.

El ejército de los barrenderos barría. Barrían las aceras, los adoquines, empujando toda la basura al arroyo. Con un movimiento regular, el mismo movimiento de los segadores en un prado, empujaban el barro en semicírculo ante sí; y, calle tras calle, ella los encontraba como juguetes de cuerda, movidos automáticamente por el mismo resorte.

Y le parecía que también en ella acababan de barrer algo, de empujar al arroyo, a la cloaca, sus ensueños sobreexcitados.

Regresó a casa, sin resuello, helada, guardando solo en la cabeza la sensación de aquel movimiento de las escobas que limpiaban París por la mañana.

Y, en cuanto estuvo en su habitación, sollozó.

FIN

Poesías por Navidad

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JESÚS, EL DULCE, VIENE… Juan Ramón Jiménez

Jesús, el dulce, viene…

Las noches huelen a romero…

¡Oh, qué pureza tiene

la luna en el sendero!

Palacios, catedrales,

tienden la luz de sus cristales

insomnes en la sombra dura y fría…

Mas la celeste melodía

suena fuera…

Celeste primavera

que la nieve, al pasar, blanda, deshace,

y deja atrás eterna calma…

¡Señor del cielo, nace

esta vez en mi alma!

 

¿QUIEN HA ENTRADO EN EL PORTAL DE BELÉN?

Gerardo Diego

¿Quién ha entrado en el portal,

en el portal de Belén?

¿Quién ha entrado por la puerta?

¿quién ha entrado, quién?.

La noche, el frío, la escarcha

y la espada de una estrella.

Un varón -vara florida-

y una doncella.

¿Quién ha entrado en el portal

por el techo abierto y roto?

¿Quién ha entrado que así suena

celeste alboroto?

Una escala de oro y música,

sostenidos y bemoles

y ángeles con panderetas

dorremifasoles.

¿Quién ha entrado en el portal,

en el portal de Belén,

no por la puerta y el techo

ni el aire del aire, quién?.

Flor sobre impacto capullo,

rocío sobre la flor.

Nadie sabe cómo vino

mi Niño, mi amor.
NACIMIENTO DE CRISTO, EN QUE SE DISCURRIÓ LA ABEJA

Sor Juana Inés de la Cruz

De la más fragante Rosa

nació la Abeja más bella,

a quien el limpio rocío

dio purísima materia.

Nace, pues, y apenas nace,

cuando en la misma moneda,

lo que en perlas recibió,

empieza a pagar en perlas.

Que llore el Alba, no es mucho,

que es costumbre en su belleza;

mas quién hay que no se admire

de que el Sol lágrimas vierta?

Si es por fecundar la Rosa,

es ociosa diligencia,

pues no es menester rocío

después de nacer la Abeja;

y más, cuando en la clausura

de su virginal pureza,

ni antecedente haber pudo

ni puede haber quien suceda.

Pues a ¿qué fin es el llanto

que dulcemente le riega?

Quien no puede dar más Fruto,

¿qué importa que estéril sea?

Mas ¡ay! que la Abeja tiene

tan íntima dependencia

siempre con la Rosa, que

depende su vida de ella;

pues dándole el néctar puro

que sus fragancias engendran,

no sólo antes la concibe,

pero después la alimenta.

Hijo y madre, en tan divinas

peregrinas competencias,

ninguno queda deudor

y ambos obligados quedan.

La Abeja paga el rocío

de que la Rosa la engendra,

y ella vuelve a retornarle

con lo mismo que la alienta.

Ayudando el uno al otro

con mutua correspondencia,

la Abeja a la Flor fecunda,

y ella a la Abeja sustenta.

Pues si por eso es el llanto,

llore Jesús, norabuena,

que lo que expende en rocío

cobrará después en néctar.
LAS PAJAS DEL PESEBRE . Lope de Vega

Las pajas del pesebre

niño de Belén

hoy son flores y rosas,

mañana serán hiel.

Lloráis entre pajas,

del frío que tenéis,

hermoso niño mío,

y del calor también.

Dormid, Cordero santo;

mi vida, no lloréis;

que si os escucha el lobo,

vendrá por vos, mi bien.

Dormid entre pajas

que, aunque frías las veis,

hoy son flores y rosas,

mañana serán hiel.

Las que para abrigaros

tan blandas hoy se ven,

serán mañana espinas

en corona crüel.

Mas no quiero deciros,

aunque vos lo sabéis,

palabras de pesar

en días de placer;

que aunque tan grandes deudas

en pajas las cobréis,

hoy son flores y rosas,

mañana serán hiel.

Dejad en tierno llanto,

divino Emmanüel;

que perlas entre pajas

se pierden sin por qué.

No piense vuestra Madre

que ya Jerusalén

previente sus dolores

y llora con José;

que aunque pajas no sean

corona para rey,

hoy son flores y rosas,

mañana serán hiel.

 

LA NIÑA A QUIEN DIJO EL ÁNGEL Lope de Vega

 

La Niña a quien dijo el Ángel

que estaba de gracia llena,

cuando de ser de Dios madre

le trujo tan altas nuevas,

ya le mira en un pesebre,

llorando lágrimas tiernas,

que obligándose a ser hombre,

también se obliga a sus penas.

¿Qué tenéis, dulce Jesús?,

le dice la Niña bella;

¿tan presto sentís mis ojos

el dolor de mi pobreza?

Yo no tengo otros palacios

en que recibiros pueda,

sino mis brazos y pechos,

que os regalan y sustentan.

No puedo más, amor mío,

porque si yo más pudiera,

vos sabéis que vuestros cielos

envidiaran mi riqueza.

El niño recién nacido

no mueve la pura lengua,

aunque es la sabiduría

de su eterno Padre inmensa.

Mas revelándole al alma

de la Virgen la respuesta,

cubrió de sueño en sus brazos

blandamente sus estrellas.

Ella entonces desatando

la voz regalada y tierna,

así tuvo a su armonía

la de los cielos suspensa.

Pues andáis en las palmas,

Ángeles santos,

que se duerme mi niño,

tened los ramos.

Palmas de Belén

que mueven airados

los furiosos vientos

que suenan tanto.

No le hagáis ruido,

corred más paso,

que se duerme mi niño,

tened los ramos.

El niño divino,

que está cansado

de llorar en la tierra

por su descanso,

sosegar quiere un poco

del tierno llanto,

que se duerme mi niño,

tened los ramos.

Rigurosos yelos

le están cercando,

ya veis que no tengo

con qué guardarlo.

Ángeles divinos

que vais volando,

que se duerme mi niño,

tened los ramos.

 

AL NACIMIENTO DE CRISTO Lope de Vega

Repastaban sus ganados

a las espaldas de un monte

de la torre de Belén

los soñolientos pastores,

alrededor de los troncos

de unos encendidos robles,

que, restallando a los aires,

daban claridad al bosque.

En los nudosos rediles

las ovejuelas se encogen,

la escarcha en la hierba helada

beben pensando que comen.

No lejos los lobos fieros,

con los aullidos feroces,

desafían los mastines,

que adonde suenan, responden.

Cuando las oscuras nubes,

de sol coronado, rompe

un Capitán celestial

de sus ejércitos nobles,

atónitos se derriban

de sí mismos los pastores,

y por la lumbre las manos

sobre los ojos se ponen.

Los perros alzan las fretes,

y las ovejuelas corren

unas por otras turbadas

con balidos desconformes.

Cuando el nuncio soberano

las plumas de oro escoge,

y enamorando los aires,

les dice tales razones:

«Gloria a Dios en las alturas,

paz en la tierra a los hombres,

Dios ha nacido en Belén

en esta dichosa noche.

»Nació de una pura Virgen;

buscadle, pues sabéis donde,

que en sus brazos le hallaréis

envuelto en mantillas pobres».

Dijo, y las celestes aves

en un aplauso conformes

acompañando su vuelo

dieron al aire colores.

Los pastores, convocando

con dulces y alegres voces

toda la sierra, derriban

palmas y laureles nobles.

Ramos en las manos llevan,

y coronados de flores,

por la nieve forman sendas

cantando alegres canciones.

Llegan al portal dichoso

y aunque juntos le coronen

racimos de serafines,

quieren que laurel le adorne.

La pura y hermosa Virgen

hallan diciéndole amores

al niño recién nacido,

que Hombre y Dios tiene por nombre.

El santo viejo los lleva

adonde los pies le adoren,

que por las cortas mantillas

los mostraba el Niño entonces.

Todos lloran de placer,

pero ¿qué mucho que lloren

lágrimas de gloria y pena,

si llora el Sol por dos soles?

El santo Niño los mira,

y para que se enamoren,

se ríe en medio del llanto,

y ellos le ofrecen sus dones.

Alma, ofrecedle los vuestros,

y porque el Niño los tome,

sabed que se envuelve bien

en telas de corazones.

 

YO VENGO DE VER. Lope de Vega

Yo vengo de ver, Antón,

un niño en pobrezas tales,

que le di para pañales

las telas del corazón

 

ZAGALEJO DE PERLAS Lope de Vega

Zagalejo de perlas,

hijo del Alba,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana?.

Como sois lucero

del alma mía,

al traer el día

nacéis primero;

pastor y cordero

sin choza y lana,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana?

Perlas en los ojos,

risa en la boca,

las almas provoca

a placer y enojos;

cabellitos rojos,

boca de grana,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana?

Que tenéis que hacer,

pastorcito santo,

madrugando tanto

lo dais a entender;

aunque vais a ver

disfrazado el alma,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana.

 

Romance del Nacimiento  San Juan de la Cruz

 

Ya que era llegado el tiempo

en que de nacer había,

así como desposado

de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,

que en sus brazos la traía,

al cual la graciosa Madre

en su pesebre ponía,

entre unos animales

que a la sazón allí había,

los hombres decían cantares,

los ángeles melodía,

festejando el desposorio

que entre tales dos había,

pero Dios en el pesebre

allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa

al desposorio traía,

y la Madre estaba en pasmo

de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,

y en el hombre la alegría,

lo cual del uno y del otro

tan ajeno ser solía.

 

DE CÓMO ESTABA LA LUZ…  Luis Rosales

El sueño como un pájaro crecía

de luz a luz borrando la mirada;

tranquila y por los ángeles llevada,

la nieve entre las alas descendía.

 

El cielo deshojaba su alegría,

mira la luz el niño, ensimismada,

con la tímida sangre desatada

del corazón, la Virgen sonreía.

Cuando ven los pastores su ventura,

ya era un dosel el vuelo innumerable

sobre el testuz del toro soñoliento;

y perdieron sus ojos la hermosura,

sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,

la luz del corazón sin movimiento.

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natividad

navidad

DE CUAN GRACIOSA Y APACIBLE ERA LA BELLEZA DE LA VIRGEN .  Luis Rosales

¡Morena por el sol de la alegría,

mirada por la luz de la promesa,

jardín donde la sangre vuela y pesa;

inmaculada Tú, Virgen María!.

¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía

de tu paso sencillo, qué sorpresa

de vuelo arrepentido y nieve ilesa,

junta tus manos en el alba fría?.

¿Qué viento turba el momento y lo conmueve?

Canta su gozo el alba desposada,

calma su angustia el mar, antiguo y bueno.

La Virgen, a mirarle no se atreve,

y el vuelo de su voz arrodillada

canta al Señor, que llora sobre el heno.

 

ODA A LA VIRGEN-   Fray Luis de León

Virgen, que el sol más pura,

gloria de los mortales, luz del cielo,

en quien la piedad es cual la alteza:

los ojos vuelve al suelo

y mira un miserable en cárcel dura,

cercado de tinieblas y tristeza.

Y si mayor bajeza

no conoce, ni igual, juicio humano,

que el estado en que estoy por culpa ajena,

con poderosa mano

quiebra, Reina del cielo, esta cadena.

 

Virgen, en cuyo seno

halló la deidad digno reposo,

do fue el rigor en dulce amor trocado:

si blando al riguroso

volviste, bien podrás volver sereno

un corazón de nubes rodeado.

Descubre el deseado

rostro, que admira el cielo, el suelo adora:

las nubes huirán, lucirá el día;

tu luz, alta Señora,

venza esta ciega y triste noche mía.

Virgen y madre junto,

de tu Hacedor dichosa engendradora,

a cuyos pechos floreció la vida:

mira cómo empeora

y crece mí dolor más cada punto;

el odio cunde, la amistad se olvida;

si no es de ti valida

la justicia y verdad, que tú engendraste,

¿adónde hallará seguro amparo?

Y pues madre eres, baste

para contigo el ver mi desamparo.

Virgen, del sol vestida,

de luces eternales coronada,

que huellas con divinos pies la Luna;

envidia emponzoñada,

engaño agudo, lengua fementida,

odio crüel, poder sin ley ninguna,

me hacen guerra a una;

pues, contra un tal ejército maldito,

¿cuál pobre y desarmado será parte,

si tu nombre bendito,

María, no se muestra por mi parte?

Virgen, por quien vencida

llora su perdición la sierpe fiera,

su daño eterno, su burlado intento;

miran de la ribera

seguras muchas gentes mi caída,

el agua violenta, el flaco aliento:

los unos con contento,

los otros con espanto; el más piadoso

con lástima la inútil voz fatiga;

yo, puesto en ti el lloroso

rostro, cortando voy onda enemiga.

Virgen, del Padre Esposa,

dulce Madre del Hijo, templo santo

del inmortal Amor, del hombre escudo:

no veo sino espanto;

si miro la morada, es peligrosa;

si la salida, incierta; el favor mudo,

el enemigo crudo,

desnuda, la verdad, muy proveída

de armas y valedores la mentira.

La miserable vida,

sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

Virgen, que al alto ruego

no más humilde sí diste que honesto,

en quien los cielos contemplar desean;

como terrero puesto-

los brazos presos, de los ojos ciego-

a cien flechas estoy que me rodean,

que en herirme se emplean;

siento el dolor, mas no veo la mano;

ni me es dado el huir ni el escudarme.

Quiera tu soberano

Hijo, Madre de amor, por ti librarme.

Virgen, lucero amado,

en mar tempestuoso clara guía,

a cuvo santo rayo calla el viento;

mil olas a porfía

hunden en el abismo un desarmado

leño de vela y remo, que sin tiento

el húmedo elemento

corre; la noche carga, el aire truena;

ya por el cielo va, ya el suelo toca;

gime la rota antena;

socorre, antes que emviste en dura roca.

Virgen, no enficionada

de la común mancilla y mal primero,

que al humano linaje contamina;

bien sabes que en ti espero

dende mi tierna edad; y, si malvada

fuerza que me venció ha hecho indina

de tu guarda divina

mi vida pecadora, tu clemencia

tanto mostrará más su bien crecido,

cuanto es más la dolencia,

y yo merezco menos ser valido.

Virgen, el dolor fiero

añuda ya la lengua, y no consiente

que publique la voz cuanto desea;

mas oye tú al doliente

ánimo, que contino a ti vocea.

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Villancico de la falta de fe- Luis Rosales

La estrella es tan clara que
no todo el mundo la ve.

En el cielo hay una estrella
nueva y lentísima, es
la estrella de Dios que guía
hacia el portal de Belén.

Los Magos, como son magos,
vieron la estrella nacer;
los hombres, como son hombres,
la miran y no la ven.

Baltasar tiene la carne
morena como el almez;
es viejo, tan viejo
que ha muerto más de una vez,

y Melchor es tan creyente,
tan iluminado, que
siempre que sus ojos miran
se ven sus ojos arder.

Pasan ciudades, ciudades
con calentura en la sien,
donde la estrella, que es niña,
se apaga para no ver.

Pasan desiertos, desiertos
como los hombres también,
y bosques que acaso nunca
volverán a florecer.

Pasan años y los hombres
siguen padeciendo sed,
la estrella sigue en el cielo,
sólo muy pocos la ven.

El camello cojito -Gloria Fuertes.

El camello se pinchó
con un cardo en el camino
y el mecánico Melchor
le dio vino.
Baltasar fue a repostar
más allá del quinto pino
e intranquilo el gran Melchor
consultaba su «Longinos».

—¡No llegamos,
no llegamos
y el Santo Parto ha venido!
—Son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido.

El camello cojeando
más medio muerto que vivo
va espeluchando su felpa
entre los troncos de olivos.

Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
—Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.

A la entrada de Belén
al camello le dio hipo.
¡Ay, qué tristeza tan grande
en su belfo y en su tipo!

Se iba cayendo la mirra
a lo largo del camino;
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba al bicho.

Y a las tantas ya del alba
—ya cantaban pajarillos—
los tres reyes se quedaron
boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.
—No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero.
Le quiero —repitió el Niño.

A pie vuelven los tres reyes
cabizbajos y afligidos.

Mientras el camello echado
le hace cosquillas al Niño.

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The Holy Night by Carlo Maratta

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Granada y Federico

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Federico García Lorca: Impresiones

Granada ama lo diminuto. Y en general toda Andalucía. El lenguaje del pueblo pone los verbos en diminutivo. Nada tan incitante para la confidencia y el amor. Pero los diminutivos de Sevilla y los diminutivos de Málaga son ciudades en las encrucijadas del agua, ciudades con sed de aventura que se escapan al mar. Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y definitivamente anclada, busca a sí misma sus horizontes, se recrea en sus pequeñas joyas y ofrece en su lenguaje diminutivo soso, su diminutivo sin ritmo y casi sin gracia, si se compara con el baile fonético de Málaga y Sevilla, pero cordial, doméstico, entrañable. Diminutivo asustado como un pájaro, que abre secretas cámaras de sentimiento y revela el más definido matiz de la ciudad.

El diminutivo no tiene más misión que la de limitar, ceñir, traer a la habitación y poner en nuestra mano los objetos o ideas de gran perspectiva.

Se limita el tiempo, el espacio, el mar, la luna, las distancias, y hasta lo prodigioso: la acción.

No queremos que el mundo sea tan grande ni el mar tan hondo. Hay necesidad de limitar, de domesticar los términos inmensos.

Granada no puede salir de su casa. No es como las otras ciudades que están a la orilla del mar o de los grandes ríos, que viajan y vuelven enriquecidas con lo que han visto. Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene más salida que su alto puesto natural de estrellas. Por eso, porque no tiene sed de aventuras, se dobla sobre sí misma y usa del diminutivo para recoger su imaginación, como recoge su cuerpo para evitar el vuelo excesivo y armonizar sobriamente sus arquitecturas interiores con las vivas arquitecturas de la ciudad.

Por eso la estética genuinamente granadina es la estética del diminutivo, la estética de las cosas diminutas.

Las creaciones justas de Granada son el camarín y el mirador de bellas y reducidas proporciones. Así como el jardín pequeño y la estatua chica.

Lo que se llaman escuelas granadinas son núcleos de artistas que trabajan con primor obras de pequeño tamaño. No quiere esto decir que limiten su actividad a esta clase de trabajo; pero, desde luego, es lo más característico de sus personalidades.

Se puede afirmar que las escuelas de Granada y sus más genuinas representantes son preciosistas. La tradición del arabesco de la Alhambra, complicado y de pequeño ámbito, pesa en todos los grandes artistas de aquella tierra. El pequeño palacio de la Alhambra, palacio que la fantasía andaluza vio mirando con los gemelos al revés, ha sido siempre el eje estético de la ciudad. Parece que Granada no se ha enterado de que en ella se levantan el palacio de Carlos V y la dibujada catedral. No hay tradición cesárea ni tradición de haz de columnas. Granada todavía se asusta de su gran torre fría y se mete en sus antiguos camarines, con una maceta de arrayán y un chorro de agua helada, para labrar en dura madera pequeñas torres de marfil.

La tradición renacentista, con tener en la urbe bellas muestras de su actividad, se despega, se escapa o, burlándose de las proporciones que impone la época, construye la inverosímil torrecilla de Santa Ana: torre diminuta, más para palomas que para campanas, hecha con todo el garbo y la gracia antigua de Granada.

En los años en que renace el arco del triunfo, labra Alonso Cano sus virgencitas, preciosos ejemplares de virtud y de intimidad. Cuando el castellano es apto para describir los elementos de la Naturaleza y flexible hasta el punto de estar dispuesto para las más agudas construcciones místicas, tiene Fray Luis de Granada delectaciones descriptivas de cosas y objetos pequeñísimos.

Es Fray Luis quien, en la Introducción al símbolo de la fe, habla de cómo resplandece más la sabiduría y providencia de Dios en las cosas pequeñas que en las grandes. Humilde y preciosista, hombre de rincón y maestro de miradas, como todos los buenos granadinos.

En la época en que Góngora lanza su proclama de poesía pura y abstracta, recogida con avidez por los espíritus más líricos de su tiempo, no podía Granada permanecer inactiva en la lucha que definía una vez más el mapa literario de España. Soto de Rojas abraza la estrecha y difícil regla gongorina; pero, mientras el sutil cordobés juega con mares, selvas y elementos de la Naturaleza, Soto de Rojas se encierra en su Jardín para descubrir surtidores, dalias, jilgueros y aires suaves. Aires moriscos, medio italianos, que mueven todavía sus ramas, frutos y boscajes de su poema.

En suma: su característica es el preciosismo granadino. Ordena su naturaleza con un instinto de interior doméstico. Huye de los grandes elementos de la Naturaleza, y prefiere las guirnaldas y los cestos de frutas que hace con sus propias manos. Así pasó siempre en Granada. Por debajo de la impresión renacentista, la sangre indígena daba sus frutos virginales.

La estética de las cosas pequeñas ha sido nuestro fruto más castizo, la nota distinta y el más delicado juego de nuestros artistas. Y no es obra de paciencia, sino obra de tiempo; no obra de trabajo, sino obra de pura virtud y amor. Esto no podía suceder en otra ciudad. Pero sí en Granada.

Granada es una ciudad de ocio, una ciudad para la contemplación y la fantasía, una ciudad donde el enamorado escribe mejor que en ninguna otra parte el nombre de su amor en el suelo. Las horas son allí más largas y sabrosas que en ninguna otra ciudad de España. Tiene crepúsculos complicados de luces constantemente inéditas que parece no terminarán nunca.

Sostenemos con los amigos largas conversaciones en medio de sus calles.

Vive con la fantasía. Está llena de iniciativas, pero falta de acción.

Sólo en la ciudad de ocios y tranquilidades puede haber exquisitos catadores de aguas, de temperaturas y de crepúsculos, como los hay en Granada.

El granadino está rodeado de la naturaleza más espléndida, pero no va a ella. Los paisajes son extraordinarios; pero el granadino prefiere mirarlos desde su ventana. Le asustan los elementos y desprecia el vulgo voceador, que no es de ninguna parte. Como es hombre de fantasía, no es, naturalmente, hombre de valor. Prefiere el aire suave y frío de su nieve al viento terrible y áspero que se oye en Ronda, por ejemplo, y está dispuesto a poner su alma en diminutivo y traer al mundo dentro de su cuarto. Sabiamente se da cuenta de que así puede comprender mejor. Renuncia a la aventura, a los viajes, a las curiosidades exteriores; las más veces renuncia al lujo, a los vestidos, a la urbe.

Desprecia todo esto y engalana su jardín. Se retira consigo mismo. Es hombre de pocos amigos. (¿No es proverbial en Andalucía la reserva de Granada?)

De esta manera mira y se fija amorosamente en los objetos que lo rodean. Además, no tiene prisa. Quizá por esta mecánica los artistas de Granada se hayan deleitado en labrar cosas pequeñas o describir mundos de pequeño ámbito. Se me puede decir que éstas son las condiciones más aptas para producir una filosofía. Pero una filosofía necesita una constancia y un equilibrio matemático, bastante difícil en Granada. Granada es apta para el sueño y el ensueño. Por todas partes limita con lo inefable. Y hay mucha diferencia entre soñar y pensar, aunque las actitudes sean gemelas. Granada será siempre más plástica que filosófica. Más lírica que dramática. La sustancia entrañable de su personalidad se esconde en los interiores de sus casas y de su paisaje. Su voz es una voz que baja de un miradorcillo o sube de una ventana oscura. Voz impersonal, aguda, llena de una inefable melancolía aristocrática. Pero ¿quién la canta? ¿De dónde ha salido esa voz delgada, noche y día al mismo tiempo?

Para oírla hay necesidad de entrar en los pequeños camarines, rincones y esquinas de la ciudad. Hay que vivir su interior sin gente y su soledad ceñida. Y lo más admirable: hay que hurgar y explorar nuestra propia intimidad y secreto, es decir, hay que adoptar una actitud definidamente lírica.

Hay necesidad de empobrecerse un poquito, de olvidar nuestro nombre, de renunciar a eso que han llamado las gentes personalidad.

Todo lo contrario que Sevilla. Sevilla es el hombre y su complejo sensual y sentimental. Es la intriga política y el arco de triunfo. Don Pedro y Don Juan. Está llena de elemento humano, y su voz arranca lágrimas, porque todos la entienden. Granada es como la narración de lo que ya pasó en Sevilla.

Hay un vacío de cosa definitivamente acabada.

Comprendiendo el alma íntima y recatada de la ciudad, alma de interior y jardín pequeño, se explica también la estética de muchos de nuestros artistas más representativos y sus característicos procedimientos.

Todo tiene por fuerza un dulce aire doméstico; pero, verdaderamente, ¿quién penetra esta intimidad? Por eso, cuando en el siglo XVII un poeta granadino, don Pedro Soto de Rojas, de vuelta de Madrid, lleno de pesadumbre y desengaños, escribe en la portada de un libro suyo estas palabras: «Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos», hace, a mi modo de ver, la más exacta definición de Granada: Paraíso cerrado para muchos.

higinio: fabulas 5

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XLVI. ERECTEO

1. Erecteo, hijo de Pandíon, tuvo cuatro hijas[349], que juraron entre sí que si una de ellas moría, las demás se darían muerte.
2. Por este tiempo Eumolpo, hijo de Neptuno, llegó a Atenas con intención de atacarla, porque decía que la tierra ática había sido de su padre.
3. Cuando éste con su ejército fue vencido y muerto a manos de los atenienses, Neptuno exigió que una de las hijas de Erecteo le fuera sacrificada, a fin de que éste no se regodeara con la muerte de su hijo.
4. Y así, una vez inmolada Ctonia[350], una de las hijas, las demás se dieron muerte en virtud de la palabra dada. El propio Erecteo fue fulminado por Júpiter a instancias de Neptuno.
XLVII. HIPÓLITO
1. Fedra, hija de Minos, esposa de Teseo, se enamoró de su hijastro Hipólito. Como no pudo atraerlo a sus deseos, envió a su marido unas tablillas inscritas[351], que decían que ella había sido violada por Hipólito, y ella misma se quitó la vida ahorcándose.
2. Y Teseo, oído el suceso, ordenó a su hijo salir fuera de las murallas y pidió a su padre Neptuno la muerte para Hipólito. Así pues, cuando éste guiaba su tiro de caballos, de repente surgió un toro del mar, por cuyo mugido los caballos, encabritados[352], desgarraron a Hipólito y le quitaron la vida.

XLVIII. LOS REYES DE LOS ATENIENSES[353]

Cécrope, hijo de Tierra; Céfalo, hijo de Deíon; Egeo, hijo de Pandíon[354]; Pandíon, hijo de Erictonio; Teseo, hijo de Egeo; Erictonio, hijo de Vulcano; Erecteo, hijo de Pandíon; Demofonte, hijo de Teseo.
XLIX. ESCULAPIO

1. Se dice que Esculapio, hijo de Apolo, devolvió la vida a Glauco, hijo de Minos, y también[355] a Hipólito; y por ello Júpiter lo fulminó.
2. Apolo, dado que no podía dañar a Júpiter, mató a los que habían forjado los rayos, esto es, a los Ciclopes[356]. Por este hecho Apolo fue entregado en servidumbre a Admeto, rey de Tesalia.
L. ADMETO
1. Después de haber requerido muchos en matrimonio a Alcestis, hija de Pelias, y tras haber rechazado éste a muchos pretendientes, les impuso una prueba: se la daría a quien unciera unas bestias salvajes a un carro. Y éste se la llevaría en ellas cuando quisiera[357].
2. Así pues, Admeto pidió a Apolo que le prestara ayuda. Apolo, habiendo sido tratado generosamente por aquél cuando se puso a su servicio[358], le proporcionó uncidos un jabalí y un león merced a los cuales Admeto condujo a Alcestis al carro[359].

LI. ALCESTIS
1. Muchos pretendientes habían requerido en matrimonio a Alcestis, hija de Pelias y de Anaxibia, hija de Biante. Pelias, tratando de evitar sus propuestas, los fue rechazando y les impuso una prueba: se la daría a quien unciera unas bestias salvajes a un carro y se llevara a Alcestis en el carro.
2. Así pues, Admeto pidió a Apolo que le prestara ayuda. El dios, puesto que había sido tratado generosamente por él mientras estuvo a su servicio, le entregó uncidos un jabalí y un león con los que Admeto se llevó a Alcestis.
3. También recibió de Apolo el privilegio de que otro muriera voluntariamente en su lugar. Al no haber querido morir por él ni su padre ni su madre, su esposa Alcestis se ofreció y murió por él, reemplazándole en la muerte. Después Hércules la rescató de los Infiernos.
LII. EGINA

1. Júpiter, queriendo violar a Egina, hija de Asopo, y temiendo a Juno, se la llevó a la isla de Delos[360] y la dejó encinta. De esta unión nació Éaco.
2. Cuando Juno se enteró de esto, envió una serpiente al agua, que la envenenó, y moría todo aquel que bebía de ella.
3. Habiendo perdido Éaco a sus compañeros, y no pudiendo permanecer allí por la escasez de hombres, mientras observaba unas hormigas, pidió a Júpiter que le diera hombres para su defensa. Entonces Júpiter transformó a las hormigas en hombres, que fueron denominados «mirmidones» porque en griego hormigas se dice myrmices.
4. La isla tomó entonces el nombre de Egina.
LIII. ASTERIA

1. Júpiter amaba a Asteria, hija de un Titán[361], pero ella lo desdeñaba; entonces fue transformada por él en el ave «ortigia», que nosotros llamamos codorniz[362], y la arrojó al mar. Y de ella surgió una isla que se denominó Ortigia.
2. Esta isla iba a la deriva. Hacia allí fue llevada más tarde Latona por el viento Aquilón por orden de Júpiter, cuando la perseguía Pitón[363]. Y allí, agarrándose a un olivo[364], Latona dio a luz a Apolo y a Diana[365]. Esta isla fue llamada posteriormente Delos.
LIV. TETIS
1. Respecto a la Nereida Tetis hubo un vaticinio, según el cual quien naciera de ella sería más poderoso que su padre[366].
2. Como nadie conocía este presagio salvo Prometeo, y Júpiter quería acostarse con ella, aquél le prometió a Júpiter que lo prevendría si lo liberaba de las cadenas. Y así, comprometida su palabra, advirtió[367] a Júpiter que no se acostara con Tetis, no fuera que si nacía uno más fuerte, expulsara a Júpiter del trono, como también él mismo había hecho con Saturno.
3. Y así, Tetis fue dada en matrimonio a Peleo, hijo de Éaco. Y Hércules fue enviado para matar el águila que le roía el corazón a Prometeo. Una vez muerta, Prometeo fue liberado del monte Cáucaso al cabo de treinta mil años.

LV. TITIO
Puesto que Latona se había acostado con Júpiter, Juno ordenó a Titio, hijo de Tierra[368], de enorme tamaño, que violara a Latona. Después de intentarlo, fue fulminado por Júpiter[369]. Se dice que yace en los Infiernos tendido, que ocupa nueve yugadas[370], y que una serpiente[371] se encuentra apostada junto a él para devorarle el hígado, que vuelve a crecerle con la luna[372].
LVI. BUSIRIS
Como la esterilidad se adueñara de Egipto durante el reinado de Busiris, hijo de Neptuno, y Egipto se hubiera agostado completamente por una pertinaz sequía de nueve años, aquél mandó llamar de Grecia a unos augures. Trasio[373], hijo del hermano de Pigmalión, mostró a Busiris que si inmolaba a un extranjero vendrían las lluvias, y él mismo —con su propio sacrificio— demostró la veracidad de sus promesas[374].
LVII. ESTENEBEA
1. Cuando Belerofontes llegó desterrado al palacio del rey Preto para hospedarse, Estenebea, esposa del rey, se enamoró de él. Como Belerofontes no quiso acostarse con ella, ésta mintió a su marido diciendo que había sido forzada por él[375].
2. Pero Preto, escuchado el caso, inscribió en unas tablillas acerca de este asunto y envió a Belerofontes a presencia del rey Yóbates, padre de Estenebea. Una vez leídas, no quiso matar él a tal varón, sino que lo envió para que diera muerte a la Quimera[376]. Se decía que ésta, de triple cuerpo, exhalaba llamaradas por su boca.
3. Esto es: la parte delantera, león; la trasera, serpiente; y la intermedia, la propia Quimera[377].
4. Mató a ésta a lomos de Pégaso, y se dice que cayó en los campos Aleyos[378], por lo que también se comenta que se dislocó las caderas.
5. Pero el rey, alabando sus virtudes, le dio a su otra hija en matrimonio. Estenebea, oído el hecho, se suicidó[379].
LVIII. ESMIRNA[380]

1. Esmirna era hija de Cíniras, rey de los asirios[381], y de Cencreide. Su madre Cencreide habló con demasiada soberbia al haber antepuesto la belleza de su hija a la de Venus. Venus, buscando el castigo de la madre, inoculó en Esmirna un execrable amor hasta el punto de que ésta se enamorara de su padre.
2. La nodriza intervino para que ella no se quitara la vida ahorcándose y, sin saberlo el padre, Esmirna yació con él por mediación de la nodriza[382]. Concibió de éste y, para que no se hiciera público, azuzada por la vergüenza, se ocultó en el bosque.
3. Más tarde Venus se compadeció de ella y la transformó en árbol, del que destila la mirra. De ésta nació Adonis, que fue víctima también de los castigos que Venus había infligido a su madre.
LIX. FILIS
1. Se dice que Demofonte, hijo de Teseo, llegó a Tracia para hospedarse en casa de Filis, y que ésta se enamoró de él. Queriendo éste regresar a su patria, le dio palabra de que había de volver junto a ella.
2. No habiendo llegado éste el día convenido, se dice que Filis corrió a lo largo de ese día nueve veces hasta la costa, que por esta circunstancia se llama en griego «Nueve Caminos[383]». Filis, por añoranza de Demofonte, exhaló el espíritu[384].
3. Sus padres le erigieron un túmulo, y allí surgieron árboles que lloran la muerte de Filis en una determinada época en que sus hojas se secan y marchitan. A partir de su nombre las hojas han sido llamadas en griego phylla[385].
LX. SÍSIFO Y SALMONEO
1. Sísifo y Salmoneo, hijos de Éolo, se profesaron mutua enemistad. Sísifo preguntó a Apolo cómo podría matar a su enemigo, esto es, a su hermano. Recibió como respuesta que si procreaba hijos a partir de la violación de Tiro, hija de su hermano Salmoneo, ellos serían los vengadores.
2. Habiendo cumplido Sísifo esto, nacieron dos hijos, a los que su madre Tiro asesinó, una vez oído el oráculo.
3. Pero al enterarse Sísifo Ahora se dice que él, por su impiedad, hace rodar en los Infiernos monte arriba una roca empujándola con sus hombros. Cuando ha logrado llevarla hasta la cumbre, de nuevo cae rodando hacia abajo tras él[386].
LXI. SALMONEO

Como Salmoneo, hijo de Éolo, hermano de Sísifo, tratara de imitar los truenos y rayos de Júpiter, y montándose en una cuadriga lanzara teas encendidas contra el pueblo y los ciudadanos[387], a causa de ello fue fulminado por Júpiter[388].

LXII. IXÍON

Ixíon, hijo de Leonteo[389], intentó violar a Juno. Ésta, por orden de Júpiter, puso en su lugar una nube. Ixíon creyó que se trataba de la imagen de Juno. De ella nacieron los Centauros. Pero Mercurio, por orden de Júpiter, amarró fuertemente a Ixíon a una rueda en los Infiernos, y se dice que todavía permanece allí girando[390].
LXIII. DÁNAE
1. Dánae era hija de Acrisio y de Aganipe. A éste[391] se le había profetizado que el hijo que ella diese a luz había de matar a Acrisio. Temeroso de ello, Acrisio la emparedó entre muros de piedra, pero Júpiter, convertido en lluvia de oro, yació con Dánae. De esta unión nació Perseo.
2. Por haber sido violada, su padre la encerró en un arca junto con Perseo, y la arrojó al mar.
3. Por voluntad de Júpiter, el arca fue arrastrada hasta la isla de Serifos. Un pescador, Dictis, la encontró y, una vez abierta (el arca), vio a una mujer con el niño, a quienes condujo ante el rey Polidectes, que se casó con ella e hizo criar a Perseo en el templo de Minerva[392].
4. Cuando Acrisio se enteró de que vivían con Polidectes, marchó a reclamarlos. Al llegar allí, Polidectes intercedió en favor de ellos, y Perseo dio palabra a Acrisio, su abuelo, de que él nunca lo mataría.
5. Estando retenido Acrisio por culpa de un temporal, Polidectes murió. Al rendirle un homenaje mediante unos juegos fúnebres, Perseo lanzó el disco que el viento desvió hacia la cabeza de Acrisio, y lo mató.
6. Así, lo que no quiso por propia voluntad, sucedió por la de los dioses. Enterrado Acrisio, Perseo partió para Argos y tomó posesión del reino de su abuelo[393].
LXIV. ANDRÓMEDA
1. Casíope[394] antepuso la belleza de su hija Andrómeda a la de las Nereidas. Por ello Neptuno exigió que Andrómeda, hija de Cefeo, fuera expuesta a un monstruo marino.
2. Una vez expuesta, se dice que Perseo, volando con las sandalias aladas de Mercurio, llegó allí y la liberó del peligro. Al querer llevársela, su padre Cefeo, y con él Agénor, a quien había sido prometida[395], quisieron matar en secreto a Perseo.
3. Él, conocido el hecho, les mostró la cabeza de la Górgona y todos fueron transformados de hombres en roca. Perseo regresó a su patria con Andrómeda.
4. A Polidectes, (cuando) percibió el gran valor que tenía Perseo, se le llenó el corazón de temor y quiso matarlo mediante un engaño. Conocida esta maquinación, Perseo le mostró la cabeza de la Górgona, y Polidectes fue transformado de hombre en piedra[396].
LXV. ALCÍONE
Ceix, hijo de Héspero o Lucífero, y de Filónide, había perecido en un naufragio. Su esposa Alcíone, hija de Éolo y de Egíale, por amor se precipitó al mar. Por la misericordia de los dioses, los dos fueron transformados en aves, que son llamadas alciones. A lo largo de siete días, durante la estación invernal, estas aves forman el nido, ponen los huevos, y tienen sus polluelos en el mar. El mar está tranquilo durante estos días, que los marineros llaman «días alcionios[397]».

LXVI. LAYO
1. Layo, hijo de Lábdaco, había obtenido de Apolo el vaticinio de que debía guardarse de la muerte a manos de su propio hijo[398]. De este modo, su esposa Yocasta, hija de Meneceo, después de darlo a luz, mandó que fuera expuesto.
2. Peribea, esposa del rey Pólibo, mientras lavaba la ropa a la orilla del mar, recogió a este niño, que había sido abandonado[399]. Al enterarse Pólibo, puesto que ellos no tenían descendencia, lo criaron como a un hijo suyo y, porque tenía los pies horadados, lo llamaron Edipo[400].
LXVII. EDIPO
1. Cuando Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, llegó a la edad viril, era el más fuerte entre los demás, y los de su edad le echaron en cara —por envidia— que era hijo adoptivo de Pólibo, ya que Pólibo era tan apacible y él tan descarado. Edipo se dio cuenta de que no se lo reprochaban en balde.
2. Y así partió a Delfos para consultar acerca de (sus propios padres. Entretanto a Layo[401]) unos prodigios le mostraban que le acechaba la muerte a manos de su hijo.
3. Al dirigirse éste a Delfos, Edipo se cruzó con él en el camino. Unos guardias que escoltaban a aquél, mandaron a Edipo que dejara vía libre al rey, pero Edipo no hizo caso. El rey espoleó contra él a los caballos, y una rueda le aplastó un pie a Edipo. Entonces éste, encolerizado, forzó a bajar del carro a su padre, sin saber que lo era, y lo mató.
4. Muerto Layo, Creonte, hijo de Meneceo, ocupó el trono. Entretanto, fue enviada a Beoda la Esfinge[402], hija de Tifón, que devastaba los campos de los tebanos. Esta impuso al rey Creonte la siguiente prueba: si alguien lograba interpretar el enigma que proponía, ella se iría de allí; pero si, por el contrario, no resolvía el enigma propuesto, ella lo devoraría, y no de otro modo saldría del territorio.
5. El rey, oída la condición, la proclamó por toda Grecia. A quien resolviera el enigma de la Esfinge, prometió que le daría el reino y a su hermana Yocasta en matrimonio. Habiendo venido muchos por deseo del reino, y habiendo sido devorados por la Esfinge, se presentó Edipo, hijo de Layo, e interpretó el enigma[403]. La Esfinge se despeñó.
6. Edipo recibió el reino paterno y como esposa, sin él saberlo[404], a su madre Yocasta, de la que procreó a Etéocles y Polinices, a Antigona e Ismene. Entretanto sobrevino en Tebas una gran esterilidad y escasez de cosechas[405] por los crímenes de Edipo. Interrogado Tiresias por qué era Tebas afligida de este modo, respondió que si sobrevivía alguien del linaje del Dragón y moría por la patria, la liberaría de la peste. Entonces Meneceo, padre de Yocasta, se precipitó desde la muralla[406].
7. Mientras esto sucedía en Tebas, murió Pólibo en Corinto. Al enterarse, Edipo comenzó a sentir gran pesadumbre pensando que su padre había muerto. Peribea le desveló su adopción[407]. Igualmente el anciano Menetes, quien lo había expuesto, reconoció por las cicatrices de los pies y de los tobillos que Edipo era el hijo de Layo.
8. Cuando Edipo escuchó esto, tras ver que quien había perpetrado tantos crímenes nefandos era él, arrancó las fíbulas del vestido de su madre y se privó de la vista. Entregó el reino a sus hijos[408] para que gobernasen en años altemos, y abandonó Tebas con su hija Antigona como lazarillo.
LXVIII. POLINICES
1. Polinices, hijo de Edipo, habiéndose cumplido un año, reclamó el reino a su hermano Etéocles. Éste no quiso cederlo. Por ello Polinices se presentó con la ayuda del rey Adrasto en compañía de siete caudillos[409] para asaltar Tebas.
2. Allí Capaneo, por haber dicho que tomaría Tebas incluso contra la voluntad de Júpiter, fue fulminado por un rayo mientras ascendía por el muro[410]. Anfiarao fue tragado por la tierra. Etéocles y Polinices, luchando entre sí, se mataron el uno al otro.
3. Cuando les estaban siendo tributadas las honras fúnebres en Tebas, aunque el viento era impetuoso, sin embargo, el humo nunca se elevaba en una única dirección, sino que se repartía en dos[411].
4. Mientras los demás asaltaban Tebas, y los tebanos desconfiaban de sus fuerzas, el adivino Tiresias, hijo de Everes, advirtió que si perecía alguien procedente de la estirpe del Dragón, la ciudad sería liberada de esta destrucción. Al darse cuenta Meneceo de que él era el único que podía conseguir la salvación de los ciudadanos, se precipitó desde la muralla. Los tebanos obtuvieron la victoria.
A[412]
Polinices, hijo de Edipo habiendo transcurrido un año, reclamó el reino a su hermano Etéocles con la ayuda de Adrasto, hijo de Tálao, y con siete caudillos; y asaltaron Tebas. Entonces Adrasto huyó gracias a su caballo. Capaneo, por haber dicho que él se adueñaría de Tebas incluso contra la voluntad de Júpiter, fue fulminado por Júpiter mientras escalaba la muralla. A Anfiarao con su cuadriga se lo tragó la tierra. Etéocles y Polinices, luchando entre sí, se mataron mutuamente. Mientras a éstos se les tributaban honras fúnebres comunes en Tebas, el humo se dividía en dos porque se habían matado el uno al otro. Los demás perecieron.
B
Polinices, hijo de Edipo, habiendo transcurrido un año, (reclamó) (el reino) paterno (a su her)mano Etéocles. Éste (no) quiso ce(derlo). (Polinices) se presentó (para asaltar Tebas). Allí Capaneo, porque dijo que él había de tomar (Tebas) incluso contra (la voluntad de Júpiter), fue abatido por un rayo mientras esc(alaba) la muralla. A Anfiarao (se lo tragó la tierra. Etéocles y Polinices), luchando entre sí, se mataran) el uno al otro. (A éstos, mientras en Tebas) se les tributaban honras fúnebres, aunque el viento era impetuoso, (sin embargo, el humo nunca se) volvía hacia una sola parte, sino que se (dispersaba) en dos (partes). (Los demás, como) asaltaran Tebas, y un tebano (…)
LXIX. ADRASTO
1. Adrasto, hijo de Tálao y de Eurínome, recibió de Apolo el vaticinio de que él daría a sus hijas Argía y Deípila en matrimonio a un jabalí y a un león.
2. Por aquel mismo tiempo Polinices, hijo de Edipo, expulsado por su hermano Etéocles, se presentó ante Adrasto. Casi a la vez llegó Tideo, hijo de Eneo y de la cautiva Peribea, expulsado por su padre por haber matado a su hermano Menalipo en una cacería[413].
3. Habiendo anunciado unos criados a Adrasto que dos jóvenes habían llegado con vestimenta desconocida (pues uno iba cubierto con la piel de un jabalí y el otro con la piel de un león), en ese momento Adrasto —acordándose de su vaticinio— mandó que fueran conducidos a su presencia y les preguntó por qué se habían presentado así, con aquel atuendo, en sus dominios.
4. Polinices le manifestó a Adrasto que él había llegado de Tebas y que, por esa razón, se había cubierto con una piel de león, porque Hércules descendía de linaje tebano, y llevaba consigo las señales de su raza. Tideo, por su parte, aseguró que era hijo de Eneo, que descendía de Calidón y que por ello estaba cubierto con una piel de jabalí, evocando al jabalí de Calidón.
5. Entonces el rey, acordándose del vaticinio, a Polinices le concedió a su hija mayor, Argía, de la que nació Tersandro; a Tideo le otorgó a Deípila, la menor, de la que nació Diomedes, que luchó en Troya.
6. Pero Polinices pidió a Adrasto que le preparase un ejército para recobrar de su hermano el reino paterno. Adrasto no sólo le concedió un ejército, sino que incluso él mismo se alistó con otros (seis) caudillos, porque siete eran las puertas que cerraban Tebas.
7. En efecto, Anfión, que había ceñido Tebas con una muralla, había establecido siete puertas con el nombre de sus siete hijas. Éstas fueron Tera, Cleodoxe, Astínome, Asticratía, Quíade, Ogigia y Cloris.
A
Adrasto, hijo de Tálao, tuvo (como hijas a Deípile[414] y Argí)a. Apolo le había vaticinado que (él) había de dar (a sus hijas a un jabalí y a un león). Tideo, hijo de Eneo, (enviado al exilio por su padre por)que (había matado) a su hermano Menalipo en el transcurso de una cacería, vino ante Adrasto cubierto (por una piel de jabalí). Por el mismo tiem(po también Polinices, hijo de Edipo), como (hubiera sido expulsado) del reino por su hermano Etéocles, se presentó cubierto (por una piel de le)ón. Cuando Adrasto los vio, acordándose del vaticinio, entregó a Argía en (matrimo)nio a Polinices, y (a Deípila a Tideo).

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 XIV. ARGONAUTAS CONVOCADOS

1. Jasón, hijo de Esón y de Alcimede, que era hija de Clímeno[173], y también jefe de los tesalios. Orfeo, hijo de Eagro y de la musa Calíope, tracio, de la ciudad de Pimplea[174], que se encuentra al pie del monte Olimpo, junto al río Enipeo, adivino y citaredo. Asterión, hijo de Piremo[175], que tenía por madre a Antígona, hija de Feres[176], de la ciudad de Pelene. Otros dicen que era hijo de Hiperasio, de la ciudad de Piresias, que está asentada en la falda del monte Fileo, en Tesalia, lugar en el que confluyen en un solo punto dos ríos de cursos separados, el Apidano y el Enipeo.

2. Polifemo, hijo de Elato, que tenía por madre a Hipea, hija de Antipo, tesalio, de la ciudad de Larisa, lento de pies. Íficlo, hijo de Fílaco, que tenía por madre a Clímene, hija de Minia, de Tesalia, y era tío materno de Jasón. Admeto, hijo de Feres y de Periclímene, hija de Minia[177], de Tesalia, del monte Calcodonio, de cuyo monte tomó nombre la ciudadela y el río; dicen que Apolo apacentó su ganado[178].

3. Eurito y Equíon, hijos de Mercurio y de Antianira, hija de Méneto, de la ciudad de Álope, que ahora se llama Éfeso; algunos autores los consideran tesalios[179]. Etálides, hijo de Mercurio y de Eupolemía, hija de Mirmidón; éste fue de Larisa[180]. (Corono, hijo de Ceneo), de la ciudad de Girtón, que está en Tesalia.

4. Este Ceneo, hijo de Élato, magnesio[181], demostró que de ningún modo podían herirlo los Centauros con la espada, sino con troncos de árboles tallados en cuña. Hay quien dice que había sido mujer y que Neptuno, a causa del matrimonio que había deseado, le había concedido —porque así se lo había pedido ella— el don de no poder ser matado por ningún golpe, una vez convertido en joven. Esto nunca sucedió, ni es posible que suceda que un mortal no pueda ser matado a espada o llegue a ser transformado de mujer en hombre[182].

5. Mopso, hijo de Ámpico y de Cloris[183]. Éste, instruido en la adivinación por Apolo, era procedente de Ecalia[184] o, como algunos creen, titarense. Euridamante, hijo de Iro y de Demonasa, otros dicen que hijo de Ctímeno, que habitaba la ciudad de Dolopia, junto al lago Jinio[185]. Teseo[186], hijo de Egeo y de Etra, hija de Piteo, procedente de Trecén; otros dicen que de Atenas.

6. Pirítoo, hijo de Ixíon, hermano de los Centauros, tesalio. Menecio, hijo de Áctor, de Opunte. Eribotes, hijo de Teleonte, de Eleón[187].

7. Euritión, hijo de Iro y de Demonasa. Ixitión, de la ciudad de Cerinto. Oileo, hijo de Hodédoco y de Agriánome, que era hija de Perseón, de la ciudad de Naricea[188].

8. Clitio e Ífito, hijos de Éurito y de Antíope, que era hija de Pilón, reyes de Ecalia; otros dicen que de Eubea. Se dice que Éurito, tras haberle concedido Apolo el arte de tirar las flechas, compitió con el autor del don. Su hijo Clitio fue asesinado por Eetes. Peleo y Telamón, hijos de Éaco y de Endeide, que era hija de Quirón[189], de la isla de Egina. Éstos abandonaron sus propios hogares por el asesinato de su hermano Foco, y cada uno partió en busca de una patria diferente[190]. Peleo se dirigió aPtía, Telamón a Salamina, isla a la que Apolonio de Rodas llama Ática[191].

9. Butes, hijo de Teleonte y de Zeuxipe[192], hija del río Eridano, procedente de Atenas. Falero, hijo de Alconte, de Atenas. Tifis, hijo de Forbante y de Hirmine, beocio. Éste fue el timonel de la nave Argo[193].

10. Argos, hijo de Pólibo y de Argía; otros dicen que era hijo de Dánao[194]. Era argivo y se cubría con una piel de toro negra y velluda; éste fue el constructor de la nave Argo. Flíaso, hijo de Líber Pater y de Ariadna, hija de Minos, de la ciudad de Fliunte, que está en el Peloponeso; otros dicen que era tebano. Hércules, hijo de Júpiter y de Alcmena, hija de Electrión, tebano.

11. Hilas, hijo de Tiodamante[195] y de la ninfa Menodice, hija de Orion, efebo, de Ecalia; otros dicen que de Argos, compañero de Hércules[196]. Nauplio, hijo de Neptuno y de Amimone, que era hija de Dánao, argivo. Idmon, hijo de Apolo y de la ninfa Cirene; algunos dicen que era hijo de Abante, argivo. Conocedor del oficio de augur, aunque supo por la predicción de unas aves que él había de morir, no faltó sin embargo a la fatal expedición[197].

12. Cástor y Pólux, hijos de Júpiter y de Leda, hija de Testio, lacedemonios; otros dicen que eran espartanos, los dos imberbes. Se ha escrito también que sucedió por ese mismo tiempo que unas estrellas se posaron sobre sus cabezas para que fueran vistos. Linceo e Idas, hijos de Afareo y de Arena[198], que era hija de Ébalo, mesemos, del Peloponeso. Se dice que uno de ellos, Linceo, veía cualquier cosa oculta bajo tierra, y que ninguna oscuridad se lo impedía.

13. Otros dicen que a Linceo no podía verlo nadie de noche[199]. Del mismo se dijo que estaba acostumbrado a distinguir claramente lo que había bajo tierra hasta el punto de que había reconocido minas de oro. Como descendía e inmediatamente mostraba el oro, de este modo surgió el rumor de que solía ver bajo tierra. Asimismo Idas, que era violento, feroz.

14. Periclímeno, hijo de Neleo y de Cloris, hija de Anfión y de Níobe; éste fue de Pilo. Anfidamante y Cefeo, hijos de Áleo y de Cleobule, de Arcadia. Anceo, hijo de Licurgo, otros dicen que nieto, de Tegea.

15. Augías, hijo de Sol y de Nausídame[200], que era hija de Anfidamante; era de Elea. Asterión y Anfión, hijos de Hiperasio, otros dicen que de Hípaso[201], naturales de Pelene. Eufemo, hijo de Neptuno y de Europe, hija de Titio, de Ténaro; se dice que éste había corrido sobre las aguas sin mojarse los pies.

16. Un segundo Anceo, hijo de Neptuno, que tenía por madre a Altea[202], hija de Testio, de la isla de Ímbraso[203], que fue llamada Partenia, y ahora en cambio se la llama Samos. Ergino, hijo de Neptuno, de Mileto; algunos dicen que era hijo de Periclímeno, de Orcómeno[204]. Meleagro, hijo de Eneo y de Altea, hija de Testio. Algunos lo consideran hijo de Marte, de Calidón.

17. Laocoonte, hijo de Portaon, hermano de Eneo, de Calidón. Un segundo Íficlo, hijo de Testio, que tenía por madre a Leucipe, y era hermano de Altea por parte de madre, lacedemonio; éste fue un enérgico corredor y lanzador de jabalina[205], Ífito, hijo de Náubolo, focense; otros dicen que era hijo de Hípaso, natural del Peloponeso.

18. Zetes y Calais, hijos del viento Aquilón y de Oritía, que era hija de Erecteo. Se dice que éstos tenían la cabeza y los pies alados, los cabellos azulados, y que atravesaban el cielo abierto[206]. Ahuyentaron lejos de Fineo, hijo de Agénor, a las tres aves Harpías: Aelópoda, Celeno y Ocípete, hijas de Taumante y de Ozómene, cuando se dirigían hacia la Cólquide como compañeros de Jasón. Las Harpías habitaban las islas Estrófades, que son llamadas «Plotas», en el mar Egeo[207]. Se dice que tenían cabeza de ave[208], estaban dotadas de plumas y alas; y poseían brazos humanos, con grandes garras, patas de ave, pero pecho, vientre y muslos humanos[209]. Éstos, Zetes y Calais, por su parte, fueron muertos con flechas por Hércules. En sus túmulos unas piedras superpuestas son removidas por el soplo del viento paterno. Se dice que eran naturales de Tracia.

19. Foco y Príaso, hijos de Ceneo, de Magnesia. Eurimedonte, hijo de Líber Pater y de Ariadna, hija de Minos, de Fliunte. Palemonio, hijo de Lemo, de Calidón.

20. Áctor, hijo de Hípaso, del Peloponeso. Tersaron[210], hijo de Sol y de Leucótoe, natural de Andros. Hipálcimo[211], hijo de Pélope y de Hipodamía, hija de Enómao, del Peloponeso, de Pisa.

21. Asclepio[212], hijo de Apolo y de Corónide, de Trica. (…) hija de Testio, argivo. Neleo[213], hijo de Hipocoonte, de Pilo.

22. Yolao, hijo de Ificlo[214], argivo. Deucalión, hijo de Minos (y) de Pasífae, hija de Sol, de Creta. Filoctetes, hijo de Peante, de la ciudad de Melibea.

23. Un segundo Ceneo, hijo de Corono, procedente de Girtón[215]. Acasto, hijo de Pelias y de Anaxibia, hija de Biante, de Yolco, cubierto con un doble manto[216]. Éste se agregó voluntariamente a los Argonautas; fue compañero de Jasón por propia iniciativa.

24. Todos éstos, ciertamente, fueron llamados Minias, bien porque las hijas de Minia habían engendrado a muchos de ellos, bien porque la madre de Jasón era hija de Clímene, (hija) de Minia. Pero no todos llegaron a la Cólquide ni regresaron a su patria.

25. En efecto, Hilas fue raptado en Misia por unas ninfas, cerca de Cío y del río Ascanio. Mientras Hércules y Polifemo lo buscaban, al ser arrastrada la nave por el viento, éstos fueron abandonados. Polifemo, dejado a su vez por Hércules, fundó una ciudad en Misia y pereció entre los cálibes[217].

26. Tifis, por su parte, fue consumido por una enfermedad entre los mariandinos, en la Propontide[218], en la corte del rey Lico; en su lugar Anceo, hijo de Neptuno, dirigió la nave hasta la Cólquide. Por otra parte, Idmon, hijo de Apolo, allí mismo, en el palacio de Lico, cuando salió a recoger heno[219], cayó abatido por un jabalí. El vengador de Idmon fue Idas, hijo de Afareo, que mató al jabalí.

27. Butes, hijo de Teleonte, aunque era atraído por los cantos y la cítara de Orfeo, sucumbió no obstante al encanto de las Sirenas, y se precipitó al mar para nadar hacia ellas. Arrastrado por las olas, Venus lo puso a salvo en Lilibeo[220].

28. Éstos son los que no llegaron a la Cólquide. Por otra parte, en el viaje de regreso perecieron Euríbates, hijo de Teleonte[221], y Canto, hijo de Cerionte[222]. Fueron asesinados en Libia por el pastor Cefalión, que era hermano de Nasamón e hijo de la ninfa Tritónide y de Anfítemis, cuyo ganado ellos habían atacado a golpes de cayado[223].

29. También Mopso, hijo de Ámpico, murió en África por la picadura de una serpiente[224]. Éste se había agregado en el transcurso de la travesía como compañero de los Argonautas, una vez muerto su padre Ámpico.

30. Asimismo se agregaron desde la isla de Día los hijos de Frixo y de Calcíope, hermana de Medea: Argos, Melas, Fróntide y Cilindro, a los que otros suelen llamar Fronio, Demoleón, Autólico y Flogio[225]. Habiéndolos llevado Hércules para tener los como compañeros, cuando fue en busca del cinturón de las Amazonas, los abandonó aterrorizados por Dáscilo, hijo de Lico, el rey de los mariandinos.

31. Los Argonautas, por su paite, al salir hacia la Cólquide, quisieron designar como jefe a Hércules; éste se negó y dijo que convenía que fuera Jasón, gracias al cual todos participaban en la expedición. Así pues, Jasón gobernó como jefe.

32. El constructor fue Argos, hijo de Dánao; (Tifis fue el timonel), a cuya muerte pilotó la nave Anceo, hijo de Neptuno; como vigía actuó Linceo, hijo de Afareo, que tenía una visión muy aguda. Los jefes de los remeros[226] fueron Zetes y Calais, hijos de Aquilón, que tenían alas tanto en la cabeza como en los pies; a los remos de proa se sentaron Peleo y Telamón; en el puesto de los remos grandes tomaron asiento[227] Hércules e Idas; los demás conservaron sus puestos; la cadencia del ritmo la marcó Orfeo, hijo de Eagro. Después Hércules fue abandonado[228] por (los Argonautas), y en su banco se sentó Peleo, hijo de Éaco.

33. Esta es la nave Argo que Minerva trasladó al círculo sideral[229], porque —se decía— había sido construida por ella; y en cuanto esta nave fue botada al mar, apareció entre los astros desde el timón hasta la vela. Cicerón describe su forma y figura en los Fenómenos[230], con los siguientes versos:

pero serpenteando hacia la cola del Can deslizase Argo,

llevando por delante con su luz la popa girada;

no como otras naves, que suelen colocar en alta mar sus proas al frente,

hendiendo con los espolones las llanuras de Neptuno;

como cuando intentan tocar puertos resguardados, 

los marineros hacen virar la nave con su gran peso, 

y llevan la popa girada en sentido opuesto, rumbo a los añorados litorales; 

así la vieja Argo, virada, se desliza sobre el éter.

Desde ahí el gobernalle, que se extiende desde la rápida popa,

toca las huellas de las patas postreras del brillante Can.

Esta nave tiene cuatro estrellas en la popa, cinco en el timón derecho, cuatro en el izquierdo, todas parecidas entre sí, en total trece[231].

Higinio : fabulas 3

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XV. LAS LEMNÍADES

1. En la isla de Lemnos, las mujeres durante algunos años no habían ofrecido sacrificios en honor de Venus; debido a la ira de ésta, sus maridos tomaron por esposas a mujeres tracias y despreciaron a las primeras[232]. Pero las lemníades, conjuradas por instigación de la misma Venus, acabaron con todo el linaje de hombres que allí había, excepto Hipsípila, que escondió en una nave a su padre Toante, a quien una tempestad arrastró hasta la isla Táurica[233].

2. Entretanto, los Argonautas se acercaron a Lemnos en el curso de su navegación. Cuando los vio Ifínoe, guardiana de la puerta, se lo anunció a la reina Hipsípila, a quien Polixo[234], mujer de avanzada edad, le aconsejó que los ligara a sus hospitalarias mansiones.

3. Hipsípila procreó de Jasón dos hijos, Euneo y Deípilo[235].

4. Tras ser retenidos allí muchos días, partieron reprendidos por Hércules.

5. Pero las lemníades, después de enterarse de que Hipsípila había salvado a su padre, intentaron matarla; ella se dio a la fuga. Unos bandidos la capturaron, la deportaron a Tebas y la vendieron al rey Lico[236] como esclava.

6. Por otra parte, todas las lemníades que habían concebido hijos de los Argonautas, les impusieron los nombres de éstos[237].

XVI. CÍZICO

1. Cízico, hijo de Eusoro, rey en una isla de la Propontide acogió a los Argonautas con generosa hospitalidad. Éstos, habiéndose alejado de él y navegado durante todo un día, tras haberse desencadenado una tempestad durante la noche, fueron llevados sin saberlo ellos a la misma isla[238].

2. Cízico, creyendo que eran enemigos pelasgos, entabló con ellos combate en la oscuridad de la noche en la playa, y fue muerto por Jasón. Al día siguiente, al acercarse Jasón a la costa y comprobar que había matado al rey, le dio sepultura y entregó el reino a sus hijos[239].

XVII. ÁMICO

Ámico, hijo de Neptuno y de Melie, era rey de Bebricia[240]. A quien llegaba a su reino le obligaba a luchar con él con guantes de pugilato y hacía perecer a los vencidos. Cuando éste provocó a los Argonautas a la lucha, Pólux contendió con él y lo mató[241].

XVIII. LICO

Lico, rey de una isla de la Propontide[242], recibió a los Argonautas de forma hospitalaria en agradecimiento porque habían matado a Ámico, que lo hostigaba con frecuencia[243]. Durante la estancia en la corte de Lico, los Argonautas salieron a recoger heno, e Idmon, hijo de Apolo, pereció abatido por un jabalí. En el largo tiempo que les llevó darle sepultura murió Tifis, hijo de Forbante. Entonces los Argonautas entregaron el pilotaje de la nave Argo a Anceo, hijo de Neptuno.

XIX. FINEO

1. Fineo, hijo de Agénor, tracio, tuvo de Cleopatra dos hijos. A éstos su padre los había cegado por una acusación de la madrastra[244].

2. También se dice que Apolo concedió a este Fineo el don de augurar. Éste, por desvelar los designios de los dioses, fue cegado por Júpiter, y le colocó a su lado a las Harpías, que se dice que son «perras de Júpiter[245]», para que le arrebataran el alimento de su boca.

3. Tras haber llegado los Argonautas a su presencia y haberle pedido que les indicara el camino, dijo que se lo enseñaría si lo libraban de su castigo. Entonces Zetes y Calais, hijos del viento Aquilón y de Oritía, de quienes se dice que tenían alas en la cabeza y en los pies, ahuyentaron a las Harpías hasta las islas Estrófades y liberaron a Fineo de su castigo.

4. Éste les enseñó cómo podrían pasar las Simplégades. Les dijo que soltaran una paloma una vez que estas rocas se hubieran separado tras haber chocado entre sí (…)[246] ellos debían retroceder. Gracias a Fineo los Argonautas cruzaron las Simplégades.

XX. LAS ESTINFÁLIDES

Cuando los Argonautas llegaron a la isla de Día, unas aves comenzaron a herirlos con sus plumas como si fueran flechas. Al no poder hacer frente a tan gran cantidad de aves, siguiendo la advertencia de Fineo, tomaron los escudos y lanzas (y) las ahuyentaron con gran estrépito, a la manera de los Curetes[247].

XXI. LOS HIJOS DE FRIXO

 

 

1. Cuando los Argonautas se adentraron en el mar denominado Euxino a través de los peñascos Ciáneos, que son llamados rocas Simplégades, navegaron errantes y fueron llevados por voluntad de Juno a la isla de Día.

2. Allí se encontraron a los hijos de Frixo y de Calcíope: Argos, Fróntide, Melas y Cilindro, como náufragos desnudos y desvalidos. Éstos expusieron sus infortunios a Jasón diciendo que en su precipitada marcha hacia su abuelo Atamante, fueron arrojados allí a consecuencia de un naufragio. Jasón los acogió y les dispensó ayuda. Ellos condujeron a Jasón hasta la Cólquide por el curso del río Termodonte.

3. No estando ya lejos de la Cólquide, ordenaron varar la nave en un lugar oculto, se presentaron ante su madre Calcíope, hermana de Medea, y le manifestaron los favores que Jasón les había dispensado y por qué habían venido. Entonces Calcíope les habló de Medea, y la condujo junto con sus propios hijos hasta Jasón.

4. Cuando Medea lo vio, reconoció a aquel de quien se había enamorado en sueños a instancias de Juno, y le prometió todo tipo de ayuda, y lo condujeron al templo.

XXII. EETES

1. A Eetes, hijo de Sol, se le había vaticinado que había de poseer el reino tanto tiempo como permaneciera en el santuario de Marte el vellocino que Frixo había consagrado.

2. Y así Eetes impuso a Jasón la siguiente prueba[248]: si quería llevarse el vellocino de oro, debía uncir a un yugo de acero unos toros de pezuñas de bronce que exhalaban llamas por las narices, y además debía arar y sembrar los dientes del Dragón contenidos en un yelmo, de los que nacería inmediatamente una raza de hombres armados que se matarían entre sí[249].

3. Juno, por su parte, siempre deseó la salvación de Jasón, porque habiendo llegado a un río con la intención de tantear los corazones de los hombres, se hizo pasar por una anciana y se puso a pedir que la pasaran a la otra orilla. Aunque los demás que lo habían vadeado, la habían desatendido, Jasón la transportó[250].

4. Así pues, sabiendo que Jasón no podría cumplir lo mandado sin el concurso de Medea, pidió a Venus que le inspirara el amor de Medea. Jasón fue amado por ésta a instancias de Venus. Con la ayuda de aquélla, Jasón se vio libre de todo peligro. En efecto, tras haber arado con los toros y haber brotado los hombres armados, aconsejado por Medea, arrojó una piedra entre ellos. Éstos, luchando entre sí, se mataron unos a otros. Por su parte, adormecido el Dragón por una pócima, sustrajo la piel del santuario y partió con Medea rumbo a su patria.

XXIII. APSIRTO

 

 

1. Cuando Eetes se enteró de que Medea había huido con Jasón, tras haber aparejado una nave, envió a su hijo Apsirto con una escolta armada para perseguirla. Habiendo ido en su persecución hasta el palacio de Alcínoo, situado en el mar Adriático, en Istria[251], y queriendo combatir con las armas, Alcinoo medió entre ellos para que no peleasen. Tomaron a éste como árbitro, quien los emplazó para el día siguiente.

2. Como Alcínoo se encontraba un tanto triste y su esposa Arete le preguntara cuál era el motivo de su pesadumbre, dijo que había sido nombrado juez por parte de dos pueblos rivales, colcos y argivos[252]. Al interrogarle Arete qué sentencia iba a dictar, respondió Alcínoo que si Medea era virgen, se la devolvería a su padre, pero que si ya era mujer[253], se la daría a su esposo.

3. Cuando Arete oyó esto a su esposo, envió a un mensajero ante Jasón, y éste desvirgó a Medea de noche en una cueva. Al día siguiente, habiendo acudido ellos al juicio, tras haberse verificado que Medea era ya mujer, fue entregada a su esposo.

4. Sin embargo, cuando partieron, Apsirto —que temía las órdenes de su padre— los persiguió hasta la isla de Minerva. Allí, mientras Jasón estaba realizando sacrificios en honor de Minerva, apareció Apsirto y fue asesinado por Jasón. Medea dio sepultura a su cuerpo y partieron de allí[254].

5. Los colcos que habían acompañado a Apsirto, por temor a Eetes, se quedaron allí y fundaron una ciudad que llamaron Apsoris[255], a partir del nombre de Apsirto. Esta isla está situada en Istria, frente a Pula, muy cerca de la isla de Canta[256].

XXIV. JASÓN. LAS PELÍADES

 

 

1. Jasón, después de haber arrostrado tantos peligros por orden de su tío paterno Pelias, comenzó a maquinar cómo lo mataría sin levantar sospechas. Medea le prometió que ella lo haría.

2. Y así, cuando estaban ya lejos de la Cólquide, ordenó varar la nave en un lugar oculto, en tanto que ella se presentó ante las hijas de Pelias como si fuera sacerdotisa de Diana, y les prometió que ella rejuvenecería a su anciano padre Pelias. Pero Alcestis, la hija mayor, dijo que esto no podía llevarse a cabo.

3. Medea, para atraer a ésta más fácilmente a su voluntad, arrojó una oscura nube sobre ellas y, por medio de unos brebajes, realizó muchos prodigios que parecían verosímiles, e introdujo un carnero viejo en un caldero de bronce, de donde pareció que saltaba un bellísimo cordero[257].

4. Y después, de este mismo modo, las pelíades, es decir, Alcestis[258], Pelopia, Medusa, Pisidice e Hipótoe, a instigación de Medea, cocieron en el caldero de bronce a su padre muerto. Al verse burladas, huyeron de la patria.

5. A su vez Jasón, recibida una señal de Medea, se apoderó del palacio real y entregó el trono de su padre a Acasto, hijo de Pelias, hermano de las pelíades, por haber ido con él a la Cólquide. Y Jasón partió con Medea a Corinto[259].

XXV. MEDEA

1. Después de haber tenido ya Medea, hija de Eetes y de Idía, dos hijos de Jasón, Mérmero y Feres, y de haber vivido ambos en perfecta armonía, se le echaba en cara a Jasón que un hombre tan valiente, atractivo y noble, tuviera por esposa a una extranjera y además hechicera.

2. Creonte, hijo de Meneceo[260], rey de Corinto, le dio a Jasón por esposa a su hija menor Glauce. Cuando Medea se vio ultrajada por tan gran afrenta, ella, que se había portado tan bien con Jasón, impregnó una corona de oro con venenos y mandó a sus hijos que se la dieran a la madrastra como un obsequio.

3. Creusa[261], recibido el regalo, murió abrasada junto con Jasón[262] y Creonte. Medea, al ver el palacio en llamas, mató a los hijos que ella había tenido con Jasón, Mérmero y Feres, y huyó de Corinto.

XXVI. MEDEA DESTERRADA

 

 

1. Medea, desterrada de Corinto, llegó a Atenas para hospedarse en el palacio de Egeo, hijo de Pandíon, y se casó con él. De él nació Medo.

2. Más tarde la sacerdotisa de Diana comenzó a hostigar a Medea, y decía al rey que no podía celebrar piadosamente los ritos sagrados porque en esa ciudad había una mujer hechicera y criminal. Entonces fue desterrada por segunda vez.

3. Medea, por su parte, regresó de Atenas a la Cólquide en un carro tirado por dragones[263]. Durante el trayecto se detuvo en Apsoris, donde estaba enterrado su hermano Apsirto[264]. Allí los apsoritanos no podían hacer frente a una plaga de serpientes. Entonces Medea, accediendo a sus súplicas, las juntó y las arrojó a la tumba de su hermano[265]. Todavía permanecen allí y, si alguna sale fuera de la tumba, muere[266].

XXVII. MEDO

 

 

1. A Perses, hijo de Sol y hermano de Eetes, se le había vaticinado que se precaviera de la muerte a manos de un descendiente de Eetes. A Medo, mientras andaba buscando a su madre, una tempestad lo arrastró ante el rey Perses; los guardias lo condujeron prisionero ante dicho rey.

2. Medo, hijo de Egeo y de Medea, al ver que había caído en manos de un enemigo, mintió diciendo que él era Hípotes, hijo de Creonte. El rey lo investigó con gran diligencia y ordenó que fuera enviado a la cárcel. Se dice que hubo allí esterilidad y escasez de alimentos.

3. Habiendo llegado allí Medea en un carro tirado por dragones, se hizo pasar por sacerdotisa de Diana ante el rey, y dijo que ella podía conjurar la esterilidad. Y cuando oyó decir al rey que Hípotes, hijo de Creonte, estaba detenido en la cárcel, pensando que él habría llegado para vengar el ultraje infligido a su padre, allí traicionó a su propio hijo, sin saber que lo era.

4. En efecto, ella persuadió al rey de que aquél no era Hípotes, sino Medo, hijo de Egeo, enviado por su madre para matar al rey, y pidió a éste que se lo entregara para matarlo, estimando que se trataba de Hípotes.

5. Y así, cuando Medo iba a ser conducido ante ella para pagar la mentira con la muerte, al ver Medea que la realidad era distinta de como había pensado, dijo que quería conversar con él, le entregó una espada y le mandó vengar las ofensas infligidas a su abuelo[267]. Medo, oído el relato, mató a Perses y se apoderó del reino de sus antepasados. A partir de su nombre denominó a aquella tierra Media[268].

XXVIII. OTO Y EFIALTES

1. Se dice que Oto y Efialtes, hijos de Aloeo y de Ifimede, hija de Neptuno, eran de un admirable tamaño[269]. Cada mes iban creciendo nueve dedos. Y de este modo, al cumplir los nueve años[270], intentaron subir al cielo.

2. Se procuraron el acceso de la siguiente manera: colocaron el monte Osa sobre el Pelio (por lo que el Pelio es llamado también monte Osa[271]), y apilaron otros montes[272]. Descubiertos por Apolo, fueron muertos por él.

3. Otros autores, en cambio, dicen que los hijos de Neptuno y de Ifimede habían sido invulnerables. Habiendo querido violar a Diana, como ésta no podía hacer frente a sus fuerzas, Apolo envió una cierva entre ellos. Encendidos de furor, al querer matarla con sus jabalinas, se mataron mutuamente[273].

4. Se dice que sufren en los Infiernos el siguiente castigo: están amarrados con serpientes a una columna, dándose la espalda el uno al otro. Entre ellos hay un autillo[274] posado sobre[275] la columna a la que están atados[276].

XXIX. ALCMENA

1. Cuando Anfitrión se había ausentado para atacar Ecalia, Alcmena —creyendo que Júpiter era su esposo— lo acogió en su tálamo. Tras haber llegado éste al lecho nupcial y haberle referido las gestas llevadas a cabo en Ecalia, ella —creyendo que se trataba de su esposo— se acostó con él[277].

2. Júpiter yació tan a gusto con ella que suprimió un día y unió dos noches[278], de tal forma que Alcmena se extrañó de una noche tan larga. Después, cuando le anunciaron que su esposo acababa de llegar victorioso, no le dio ninguna importancia, porque pensaba que ya había visto a su esposo.

3. Cuando Anfitrión entró en el palacio y la vio indiferente y con tanta apatía, comenzó a extrañarse y a quejarse de que no lo hubiera acogido al llegar, a lo que Alcmena respondió: «Ya has venido hace tiempo, te has acostado conmigo y me has contado las gestas que habías llevado a cabo en Ecalia».

4. Al narrar ella todos los detalles, se dio cuenta Anfitrión de que alguna divinidad lo había suplantado[279]. Desde aquel día no se acostó con ella[280]. Ésta, encinta de Júpiter, dio a luz a Hércules.

higinio: Fabulas 1

FABULAS DE HIGINO, LIBERTO DE AUGUSTO

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Las Fábulas atribuidas al hispano Gayo Julio Higino (64 a. C.-17 d. C.) constituyen la colección más completa de mitos clásicos en lengua latina. Se trata de uno de los pocos libros de la Antigüedad del que no se ha conservado ningún manuscrito, sino que es conocido a partir de la editio princeps (1535).

 I. TEMISTO

1. Atamante, hijo de Éolo, tuvo de su esposa Nébula un hijo, Frixo, y una hija, Hele. De Temisto, hija de Hipseo, dos hijos, Esfincio y Orcómeno[127]. Y de Ino, hija de Cadmo, otros dos hijos, Learco y Melicertes[128].

2. Temisto, porque Ino le había privado de su matrimonio, quiso matar a los hijos de ésta. Por ello se escondió en el palacio y, hallada la ocasión, pensando que estaba matando a los hijos de su enemiga, asesinó a los suyos propios sin reconocerlos, engañada por la nodriza[129], que les había puesto una vestimenta equivocada. Cuando Temisto se dio cuenta del hecho, se suicidó.

 II. INO

1. Ino, hija de Cadmo y de Harmonía, tras haber decidido matar a Frixo y a Hele, hijos de Nébula, urdió un plan con las mujeres casadas de toda la comarca y conspiró para que tostaran[130] los granos que iban a destinar a la siguiente sementera, con el fin de que no germinaran. De modo que, al sobrevenir la esterilidad y la escasez de cereales[131], toda la ciudad habida de perecer, parte por hambre, parte por enfermedad.

2. A raíz de este hecho, Atamante envió a Delfos a un criado, al que Ino ordenó traer una respuesta falsa diciendo que, si Atamante inmolaba a Frixo en honor de Júpiter, sobrevendría el final de la peste. Como Atamante se negara a llevarlo a cabo, Frixo prometió —espontáneamente y de buen grado— que él solo liberaría a la ciudad de esta desgracia.

3. Y así, habiendo sido conducido Frixo ante el altar con las ínfulas[132], y deseando su padre elevar una plegaria a Júpiter, el criado —por compasión hacia el joven— reveló a Atamante el plan de Ino. El rey, conocido el crimen, entregó a su esposa Ino y al hijo de ésta, Melicertes, a Frixo para hacerlos perecer.

4. Cuando los llevaba al suplicio, Líber Pater arrojó una oscura nube[133] sobre Ino, su propia nodriza[134], y la arrebató. Más tarde Atamante, presa de un ataque de locura infundido por Juno[135], mató a su hijo Learco.

5. Por su parte, Ino se precipitó al mar con su hijo Melicertes. Líber quiso que fuera llamada Leucótea[136], nosotros la llamamos Mater Matuta; en cambio quiso que Melicertes fuese llamado dios Palemon, a quien nosotros damos el nombre de Portuno[137]. En honor de éste cada cuatro años se celebran unos juegos atléticos, que son denominados «ístmicos[138]».

 III. FRIXO

1. Mientras Frixo y Hele andaban errabundos por el bosque, tras un acceso de locura infundido por Líber, se dice que hasta allí llegó su madre Nébula, y que llevó un carnero de piel dorada[139], hijo de Neptuno y de Teófane, y ordenó a sus hijos montarse en él, dirigirse a la Cólquide a la corte del rey Eetes, hijo de Sol, y sacrificar allí el carnero a Marte[140].

2. Se dice que así acaeció. Tras haberse montado en el carnero, y cuando éste los estaba trasladando sobrevolando el mar, Hele se cayó del camero, por lo que ese mar fue denominado «Helesponto[141]». A Frixo, en cambio, lo llevó hasta la Cólquide. Allí inmoló el camero según órdenes de su madre, y depositó su piel dorada en el templo de Marte. Ésta era custodiada por un Dragón, y se dice que Jasón, hijo de Esón y de Alcimede[142], fue a buscarla.

3. A Frixo, por su parte, lo recibió Eetes de buen grado y le dio a su hija Calcíope por esposa. Ésta engendró después hijos de él. Pero Eetes tuvo miedo de que lo expulsaran de su reino, porque se le había vaticinado por medio de prodigios que se había de precaver de la muerte a manos de un extranjero, hijo de Éolo. Así pues, mató a Frixo[143].

4. Pero los hijos de Frixo: Argos, Fróntide, Melas y Cilindro[144], subieron a una barquichuela para ir a casa de su abuelo Atamante. Jasón, cuando se dirigía a la búsqueda del vellocino, los rescató como náufragos en la isla de Día[145], y los devolvió a su madre Calcíope, por cuyo favor fue recomendado él a su hermana Medea.

 IV. INO DE EURÍPIDES

1. Atamante, rey en Tesalia[147], creyendo que había perecido su esposa Ino, de la que (había engendrado) dos hijos, se desposó con Temisto, hija de una ninfa. De ella tuvo dos hijos gemelos.

2. Después se enteró de que Ino estaba en el Parnaso y de que había llegado hasta allí con motivo de una bacanal. Envió a unos hombres para que la condujeran ante él. Una vez llevada a presencia de Atamante, éste la ocultó.

3. Se enteró Temisto de que Ino había sido encontrada, pero no lograba identificarla. Quiso matar a los hijos de ésta y tomó a la propia Ino, a la que consideraba una cautiva, como cómplice del crimen, y le dijo que cubriera a sus propios hijos con ropajes blancos, y a los de Ino con negros.

4. Ino cubrió a los suyos con los ropajes blancos y a los de Temisto con los oscuros. Entonces Temisto, engañada, asesinó a sus propios hijos. Cuando se dio cuenta de ello, se suicidó.

5. Atamante, por su parte, en un ataque de locura mató a Learco, su hijo mayor, en el transcurso de una cacería. En cambio, Ino se arrojó al mar con su hijo menor Melicertes y se vio transformada en diosa[148].


 V. ATAMANTE

Por haber yacido Sémele con Júpiter, Juno fue hostil a todo su linaje. Y así Atamante, hijo de Éolo, en un ataque de locura, mató a su propio hijo con flechas en el transcurso de una cacería.

 VI. CADMO

Cadmo, hijo de Agénor y de Argíope, presa de la cólera de Marte por haber matado al Dragón que custodiaba la fuente Castalia[150], una vez muertos sus hijos, fue transformado en serpiente en las regiones de Iliria[151] junto con su esposa Harmonía, hija de Venus y de Marte.

 VII. ANTÍOPE

1. Antíope, hija de Nicteo, fue violada por Épafo[153] mediante un engaño. A consecuencia de ello fue repudiada por su esposo Lico[154]. A ésta, que no tenía marido, Júpiter la forzó.

2. Por su parte, Lico tomó en matrimonio a Dirce, en quien surgió la sospecha de que su marido había yacido en secreto con Antíope. Así pues, ordenó a unos criados que la encerraran atada con cadenas en un lugar oscuro.

3. Cuando se le acercaba el momento de dar a luz, Antíope escapó de las cadenas al monte Citerón por voluntad de Júpiter. Y como le apremiaran los dolores del parto y buscara un lugar donde dar a luz, el dolor la obligó a parir en una encrucijada de caminos.

4. Unos pastores los criaron como a hijos suyos y les pusieron nombres, a uno Zeto «de buscar un lugar», y al otro Anfión «porque lo dio a luz en un cruce de caminos o junto al camino», esto es, porque lo tuvo en una encrucijada[155].

5. Ellos, después de reconocer a su madre, quitaron la vida a Dirce, tras haberla atado a un toro salvaje. De su cuerpo brotó una fuente en el monte Citerón, que fue llamada «Dircea[156]», por favor de Líber, ya que Dirce había sido bacante suya.

 VIII. LA MISMA DE EURÍPIDES, QUE ESCRIBIÓ ENNIO

1. Antíope fue hija de Nicteo, rey en Beocia. Júpiter, seducido por su extraordinaria belleza, la dejó encinta.

2. Queriéndola castigar su padre por haber sido violada, Antíope huyó ante la amenaza de un peligro inminente. Por casualidad estaba Épafo de Sición en el mismo lugar al que ella había llegado. Éste se llevó a la mujer a su propia casa y se unió a ella en matrimonio.

3. Nicteo, que llevaba muy a mal este suceso, en el momento de morir manda mediante juramento a su hermano Lico, a quien en ese momento legaba el reino, que Antíope no quedara impune. A la muerte de Nicteo, Lico llegó a Sición. Asesinado Épafo, condujo a Antíope encadenada al Citerón. Ésta dio a luz a dos gemelos y los abandonó. Un pastor los crió, y los llamó Zeto y Anfión.

4. Antíope fue entregada a Dirce, esposa de Lico, para su tortura; pero aquélla, hallada la ocasión, se dio a la fuga. Se llevó a sus hijos; de ellos Zeto, por considerarla una fugitiva, no la acogió. Dirce se dirigió a aquel mismo lugar durante una bacanal de Líber; allí encontró a Antíope y la arrastró a la muerte.

5. Pero los jóvenes, advertidos por el pastor que los había criado de que Antíope era su propia madre, rápidamente la siguieron y la rescataron de allí; y mataron a Dirce, atándola a un toro por los cabellos.

6. Cuando se propusieron matar a Lico, Mercurio se lo impidió y al mismo tiempo ordenó a Lico ceder el reino a Anfión.

 IX. NÍOBE

1. Anfión y Zeto, hijos de Júpiter y de Antíope, hija de Nicteo, ciñeron Tebas por orden de Apolo con una muralla[158] que llegaba hasta el túmulo de Sémele[159], y enviaron al destierro a Layo, hijo del rey Lábdaco. Ellos mismos comenzaron a gobernar allí.

2. Anfión recibió en matrimonio a Níobe, hija de Tántalo y de Dione, de quien engendró a siete hijos y a otras tantas hijas. Este parto Níobe lo consideró superior al de Latona, y habló con demasiada altivez contra Apolo y Diana, alegando que ésta iba ceñida con el atuendo propio de un varón y que Apolo llevaba un vestido talar y la cabellera intonsa[160], y que ella misma superaba a Latona en el número de hijos[161].

3. Por ello Apolo mató con sus flechas a los hijos de Níobe, mientras cazaban en el bosque; y a su vez Diana asaeteó en el palacio a las hijas, excepto a Cloris[162]. La madre, por su parte, privada de sus hijos, derramando lágrimas, se dice que fue convertida en piedra en el monte Sípilo[163], y que sus lágrimas siguen manando hoy día.

4. Anfión, en cambio, al querer asaltar el templo de Apolo, fue asaeteado por el dios.

 X. CLORIS

1. Cloris, hija de Níobe y de Anfión, fue la única que había sobrevivido de las siete hijas. Neleo, hijo de Hipocoonte[164], la tomó por esposa, de la que engendró a doce hijos varones.

2. Hércules, al atacar Pilo, mató a Neleo y a diez de sus hijos[165]; pero el undécimo, Periclímeno, por un favor de su abuelo Neptuno, escapó a la muerte[166] transformado en figura de águila.

3. Así pues, el duodécimo, Néstor, estuvo en Ilio, de quien se dice que por privilegio de Apolo vivió durante tres siglos. Pues los años que Apolo había arrebatado a los hermanos de Cloris, se los concedió a Néstor[167].

 XI. LOS NIÓBIDAS

Lerta, Tántalo, Ismeno, Eupino, Fédimo, Sípulo, Quíade, Cloris, Asticratía, Síboe, Sictocio, Eudoxa, Arquénor, Ogigia[168]. Éstos son los hijos e hijas de Níobe, esposa de Anfión.

 XII. PELIAS

1. A Pelias, hijo de Creteo y de Tiro, se le había vaticinado que debía ofrecer un sacrificio a Neptuno; y que si un «monocrépide», es decir, un hombre con un solo pie calzado[169], se presentaba de improviso, entonces se le estaba acercando su muerte.

2. Al celebrar Pelias los sacrificios anuales en honor de Neptuno, Jasón, hijo de Esón, que era hermano de Pelias, deseoso de participar en los sacrificios, se dejó atrás una sandalia mientras cruzaba el río Eveno[170]. Y no se preocupó de ella, a fin de llegar rápidamente a los ritos sagrados.

3. Pelias, fijándose en este detalle, recordando la prescripción del oráculo, le ordenó que reclamara a su enemigo, el rey Eetes, la piel dorada del camero que Frixo había consagrado a Marte en la Cólquide.

4. Jasón, una vez reunidos los caudillos de Grecia, partió hacia la Cólquide.


 XIII. JUNO

Juno, disfrazada de anciana, se encontraba a orillas del río Eveno para tantear la voluntad de los hombres, por ver si la pasaban a la otra ribera del río Eveno. Como nadie quería hacerlo, la pasó Jasón, hijo de Esón y de Alcimede. Ella, a su vez, airada con Pelias porque había dejado de celebrar un sacrificio en su honor, se las arregló para que Jasón se dejara una sandalia en el lodo[171].