quevedo: el mundo por de dentro

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Francisco de Quevedo Villegas

 EL MUNDO POR DE DENTRO.

A DON PEDRO GIRÓN, DUQUE DE OSUNA.

Estas son mis obras: claro está que juzgará V. Excelencia que siendo tales no me han de llevar al cielo; mas como yo no pretenda dellas más de que en este mundo me den nombre, y el que más estimo es de criado de V. Excelencia, se las invío para que, como tan gran príncipe, las honre; lograrán de paso la enmienda. Dé Dios a V.

Excelencia su gracia y salud, que lo demás merecido lo tiene al mundo su virtud y grandeza. En la aldea, abril 26 de 1612.

 

Don Francisco Quevedo Villegas.

 

 

AL LECTOR, COMO DIOS ME LO DEPARARE, CÁNDIDO O PURPÚREO,

PÍO O CRUEL, BENIGNO O SIN SARNA.

 

 

Es cosa averiguada, así lo siente Metrodoro Chío y otros muchos, que no se sabe nada, y que todos son ignorantes, y aun esto no se sabe de cierto, que a saberse ya se supiera algo; sospéchase.

Dícelo así el doctísimo Francisco Sánchez, médico y filósofo, en su libro cuyo título es Nihil Scitur, no se sabe nada. En el mundo hay algunos que no saben nada y estudian para saber, y estos tienen buenos deseos y vano ejercicio, porque al cabo solo les sirve el estudio de conocer cómo toda la verdad la quedan ignorando. Otros hay que no saben nada y no estudian porque piensan que lo saben todo; son destos muchos irremediables; a estos se les ha de invidiar el ocio y la satisfactión y llorarles el seso. Otros hay que no saben nada y dicen que no saben nada porque piensan que saben algo de verdad, pues lo es que no saben nada, y a estos se les había de castigar la hipocresía con creerles la confesión.

Otros hay, y en estos, que son los peores, entro yo, que no saben nada, ni quieren saber nada, ni creen que se sepa nada y dicen de todos que no saben nada y todos dicen dellos lo mismo y nadie miente. Y como gente que en cosas de letras y sciencias no tiene que perder tampoco, se atreven a imprimir y sacar a luz todo cuanto sueñan. Estos dan qué hacer a las emprentas, sustentan a los libreros, gastan a los curiosos, y al cabo sirven a las especierías. Yo pues, como uno destos, y no de los peores ignorantes, no contento con haber soñado el Juicio ni haber endemoniado un alguacil, y últimamente escrito El infierno, agora salgo sin ton y sin son (pero no importa, que esto no es bailar) con El mundo por de dentro. Si te agradare y pareciere bien agradécelo a lo poco que sabes, pues de tan mala cosa te contentas; y si te pareciere malo, culpa mi ignorancia en escribirlo y la tuya en esperar otra cosa de mí. Dios te libre, lector, de prólogos largos y de malos epítetos.

 

 

Discurso

 

Es nuestro deseo siempre peregrino en las cosas desta vida, y así, con vana solicitud anda de unas en otras sin saber hallar patria ni descanso; aliméntase de la variedad y diviértese con ella; tiene por ejercicio el apetito, y este nace de la ignorancia de las cosas, pues si las conociera cuando cudicioso y desalentado las busca, así las aborreciera como cuando arrepentido las desprecia. Y es de considerar la fuerza grande que tiene, pues promete y persuade tanta hermosura en los deleites y gustos, lo cual dura solo en la pretensión de ellos, porque en llegando cualquiera a ser poseedor es juntamente descontento. El mundo, que a nuestro deseo sabe la condición, para lisonjearla, pónese delante mudable y vario, porque la novedad y diferencia es el afeite con que más nos atrae. Con esto acaricia nuestros deseos, llévalos tras sí, y ellos a nosotros. Sea por todas las experiencias mi succeso, pues cuando más apurado me había de tener el conocimiento destas cosas, me hallé todo en poder de la confusión, poseído de la vanidad de tal manera que en la gran población del mundo, perdido ya, corría donde tras la hermosura me llevaban los ojos y adonde tras la conversación los amigos, de una calle en otra, hecho fábula de todos; y en lugar de desear salida al labirinto, procuraba que se me alargase el engaño. Ya por la calle de la ira descompuesto seguía las pendencias pisando sangre y heridas; ya por la de la gula veía responder a los brindis turbados. Al fin, de una calle en otra andaba (siendo infinitas) de tal manera confuso que la admiración aun no dejaba sentido para el cansancio, cuando, llamado de voces descompuestas y tirado porfiadamente del manteo, volví la cabeza. Era un viejo venerable en sus canas, maltratado, roto por mil partes el vestido y pisado; no por eso ridículo, antes severo y digno de respeto.

 

-¿Quién eres -dije-, que así te confiesas envidioso de mis gustos?

Déjame, que siempre los ancianos aborrecéis en los mozos los placeres y deleites, no que dejáis de vuestra voluntad, sino que por fuerza os quita el tiempo. Tú vas, yo vengo: déjame gozar y ver el mundo.

 

Desmintiendo sus sentimientos, riéndose, dijo:

 

-Ni te estorbo ni te invidio lo que deseo, antes te tengo lástima.

¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así, alegre, le dejas pasar hurtado de la hora que fugitiva y secreta te lleva preciosísimo robo. ¿Quién te ha dicho que lo que ya fue volverá cuando lo hayas menester si le llamares?

Dime ¿has visto algunas pisadas de los días? No por cierto, que ellos solo vuelven la cabeza a reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están eslabonados y en una cadena, y que cuando más caminan los días que van delante de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte, que quizá la aguardas y es ya llegada, y según vives, antes será pasada que creída. Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir y por malo al que vive tan sin miedo della como si no la hubiese, que este lo viene a temer cuando lo padece, y embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin.

Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir.

 

-Eficaces palabras tienes, buen viejo. Traído me has el alma a mí, que me la llevaban embelesada vanos deseos. ¿Quién eres, de dónde, y qué haces por aquí?

 

-Mi hábito y traje dice que soy hombre de bien y amigo de decir verdades, en lo roto y poco medrado; y lo peor que tu vida tiene es no haberme visto la cara hasta ahora. Yo soy el Desengaño; estos rasgones de la ropa son de los tirones que dan de mí los que dicen en el mundo que me quieren, y estos cardenales del rostro, estos golpes y coces me dan en llegando, porque vine y porque me vaya, que en el mundo todos decís que queréis desengaño, y en teniéndole, unos os desesperáis, otros maldecís a quien os le dio, y los más corteses no le creéis. Si tú quieres, hijo, ver el mundo, ven conmigo, que yo te llevaré a la calle mayor, que es a donde salen todas las figuras, y allí verás juntos los que por aquí van divididos sin cansarte; yo te enseñaré el mundo como es, que tú no alcanzas a ver sino lo que parece.

 

-¿Y cómo se llama -dije yo- la calle mayor del mundo, donde hemos de ir?

 

-Llámase -respondió- Hipocresía, calle que empieza con el mundo y se acabará con él; y no hay nadie casi que no tenga, si no una casa, un cuarto o un aposento en ella. Unos son vecinos y otros paseantes, que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son. ¿Y ves aquel que gana de comer como sastre y se viste como hidalgo? Es hipócrita, y el día de fiesta, con el raso y el terciopelo y el cintillo y la cadena de oro, se desfigura de suerte que no le conocerán las tijeras y agujas y jabón, y parece tan poco a sastre, que aun parece que dice verdad.

¿Ves aquel hidalgo con aquel que es como caballero? Pues debiendo medirse con su hacienda ir solo, por ser hipócrita y parecer lo que no es, se va metiendo a caballero, y por sustentar un lacayo, ni sustenta lo que dice ni lo que hace, pues ni lo cumple ni lo paga, y la hidalguía y la ejecutoria le sirve solo de pontífice en dispensarle los casamientos que hace con sus deudas, que está más casado con ellas que con su mujer. Aquel caballero, por ser señoría no hay diligencia que no haga, y ha procurado hacerse Venecia, por ser señoría; sino que como se fundó en el viento, para serlo se había de fundar en el agua. Sustenta, por parecer señor, caza de halcones, que lo primero que matan es a su amo de hambre con la costa, y luego el rocín en que los llevan, y después, cuando mucho, una graja o un milano. Y ninguno es lo que parece. El señor, por tener actiones de grande se empeña, y el grande remeda cosas de rey. ¿Pues qué diré de los discretos? ¿Ves aquel aciago de cara?

Pues siendo un mentecato, por parecer discreto y ser tenido por tal, se alaba de que tiene poca memoria, quéjase de melancolías, vive descontento y préciase de mal regido, y es hipócrita, que parece entendido y es mentecato. ¿No ves los viejos hipócritas de barbas, con las canas envainadas en tinta, querer en todo parecer muchachos? ¿No ves a los niños preciarse de dar consejos y presumir de cuerdos? Pues todo es hipocresía. Pues en los nombres de las cosas ¿no la hay la mayor del mundo? El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado; el botero, sastre del vino, que le hace de vestir; el mozo de mulas, gentilhombre de camino; el bodegón, estado, el bodegonero, contador; el verdugo se llama miembro de la justicia y el corchete criado; el fullero, diestro; el ventero, güésped; la taberna, ermita; la putería, casa; las putas, damas; las alcahuetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman el mancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia la mentira, donaire la malicia, descuido la bellaquería, valiente al desvergonzado, cortesano al vagamundo, al negro moreno, señor maestro al albardero y señor doctor al platicante. Así que ni son lo que parecen ni lo que se llaman, hipócritas en el nombre y en el hecho. ¿Pues unos nombres que hay generales? A toda pícara, señora hermosa; a todo hábito largo, señor licenciado; a todo gallofero, señor soldado; a todo bien vestido, señor hidalgo; a todo fraile motilón o lo que fuere, reverencia y aun paternidad; a todo escribano, secretario. De suerte que todo el hombre es mentira por cualquier parte que le examinéis, si no es que, ignorante como tú, crea las apariencias. ¿Ves los pecados? Pues todos son hipocresía, y en ella empiezan y acaban, y della nacen y se alimentan la Ira, la Gula, la Soberbia, la Avaricia, la Lujuria, la Pereza, el

Homicidio y otros mil.

 

-¿Cómo me puedes tú decir, ni probarlo, si vemos que son diferentes y distinctos?

 

-No me espanto que eso ignores, que lo saben pocos. Oye y entenderás con facilidad eso que así te parece contrario, qué bien se conviene: todos los pecados son malos, eso bien lo confiesas, y también confiesas con los filósofos y teólogos que la voluntad apetece lo malo debajo de razón de bien, y que para pecar no basta la representación de la ira ni el conocimiento de la lujuria, sin el consentimiento de la voluntad, y que eso para que sea pecado no aguarda la ejecución, que solo le agrava más, aunque en esto hay muchas diferencias. Esto así visto y entendido, claro está que cada vez que un pecado destos se hace, que la voluntad lo consiente y le quiere; y según su natural no pudo apetecelle sino debajo de razón de algún bien. ¿Pues hay más clara y más confirmada hipocresía, que vestirse del bien en lo aparente para matar con el engaño? «¿Qué esperanza es la del hipócrita?», dice Job. Ninguna, pues ni la tiene por lo que es, pues es malo, ni por lo que parece, pues lo parece y no lo es. Todos los pecadores tienen menos atrevimiento que el hipócrita, pues ellos pecan contra Dios, pero no con Dios ni en Dios, mas el hipócrita peca contra Dios y con Dios, pues le toma por instrumento para pecar; y por eso, como quien sabía lo que era, y lo aborrecía tanto sobre todas las cosas, Cristo, habiendo dado muchos preceptos afirmativos a sus dicípulos, solo uno les dio negativo, diciendo: «No queráis ser como los hipócritas tristes»; de manera que, con muchos preceptos y comparaciones, les enseñó cómo habían de ser, ya como luz, ya como sal, ya como el convidado, ya como el de los talentos, y lo que no habían de ser, todo lo cerró en decir solamente «No queráis ser como los hipócritas tristes», advirtiendo que en no ser hipócritas está el no ser en ninguna manera malos, porque el hipócrita es malo de todas maneras.

 

En esto llegamos a la calle mayor; vi todo el concurso que el viejo me había prometido. Tomamos puesto conveniente para registrar lo que pasaba. Fue un entierro en esta forma: venían envainados en unos sayos grandes de diferentes colores unos pícaros, haciendo una taracea de mullidores; pasó esta recua incensando con las campanillas; seguían los muchachos de la doctrina, meninos de la muerte y lacayuelos del ataúd gritando su letanía, luego las órdenes, y tras ellos los clérigos, que galopeando los responsos, cantaban de portante abreviando porque no se derritiesen las velas y tener tiempo para sumir otro. Seguíanse luego doce galloferos hipócritas de la pobreza, con doce hachas, acompañando el cuerpo y abrigando a los de la capacha, que hombreando testificaban el peso de la difunta. Detrás seguía larga procesión de amigos que acompañaban en la tristeza y luto al viudo que, anegado en capuz de bayeta y devanado en una chía, perdido el rostro en la falda de un sombrero de suerte que no se le podían hallar los ojos, corvos e impedidos los pasos con el peso de diez arrobas de cola que arrastraba, iba tardo y perezoso. Lastimado deste espectáculo,

-¡Dichosa mujer -dije-, si lo puede ser alguna en la muerte, pues hallaste marido que pasó con la fe y el amor más allá de la vida y sepultura. Y dichoso viudo que ha hallado tales amigos, que no solo acompañan su sentimiento, pero que parece que le vencen en él. ¿No ves qué tristes van y suspensos?

 

El viejo, moviendo la cabeza y sonriéndose, dijo:

 

-¡Desventurado! Eso todo es por fuera, y parece así, pero agora lo verás por de dentro y verás con cuánta verdad el ser desmiente a las aparencias. ¿Ves aquellas luces, campanillas y mullidores, y todo este acompañamiento? ¿Quién no juzgará que los unos alumbran algo y que los otros no es algo lo que acompañan, y que sirve de algo tanto acompañamiento y pompa? Pues sabe que lo que allí va no es nada, porque aun en vida lo era y en muerte dejó ya de ser, y que no le sirve de nada todo; sino que también los muertos tienen su vanidad y los difuntos y difunctas su soberbia. Allí no va sino tierra de menos fruto y más espantosa de la que pisas, por sí no merecedora de alguna honra, ni aun de ser cultivada con arado ni azadón. ¿Ves aquellos viejos que llevan las hachas? Pues no las atizan para que atizadas alumbren más, sino porque atizadas a menudo se derritan más y ellos hurten más cera para vender: estos son los que a la sepultura hacen la salva en el difunto y difunta, pues antes que ella lo coma ni lo pruebe, cada uno le ha dado un bocado, arrancándole un real o dos. ¿Ves la tristeza de los amigos?

Pues todo es de ir en el entierro, y los convidados van dados al diablo con los que los convidaron, que quisieran más pasearse o asistir a sus negocios. Aquel que habla de mano con el otro, le va diciendo que convidar a entierro y a misacantanos, donde se ofrece, que no se puede hacer con un amigo, y que el entierro solo es convite para la tierra, pues a ella solamente llevan que coma. El viudo no va triste del caso y viudez, sino de ver que pudiendo él haber enterrado a su mujer a un muladar y sin coste y fiesta ninguna, le hayan metido en semejante barahúnda y gasto de confadrías y cera, y entre sí dice que le debe poco y que ya que se había de morir pudiera haberse muerto de repente, sin gastarle en médicos, barberos ni boticas, y no dejarle empeñado en jarabes y pócimas. Dos ha enterrado con esta, y es tanto el gusto que recibe de enviudar, que va ya trazando el casamiento con una amiga que ha tenido, y fiado con su mala condición y endemoniada vida, piensa doblar el capuz por poco tiempo.

 

Quedé espantado de ver todo eso ser así, diciendo:

 

-¡Qué diferentes son las cosas del mundo de como las vemos! Desde hoy perderán conmigo todo el crédito mis ojos y nada creeré menos de lo que viere.

 

Pasó por nosotros el entierro como si no hubiera de pasar por nosotros tan brevemente, y como si aquella difunta no nos fuera enseñando el camino y, muda, no nos dijera a todos: «Delante voy donde aguardo a los que quedáis, acompañando a otros, y que yo vi pasar con ese propio descuido».

 

Apartónos desta consideración el ruido que andaba en una casa a nuestras espaldas; entramos dentro a ver lo que fuese, y al tiempo que sintieron gente, comenzó un plañido a seis voces de mujeres que acompañaban una viuda. Era el llanto muy autorizado pero poco provechoso al difunto; sonaban palmadas de rato en rato, que parecía palmeado de disciplinantes. Oíanse unos sollozos estirados, embutidos de suspiros, pujados por falta de gana. La casa estaba despojada, las paredes desnudas; la cuitada estaba en un aposento escuro, sin luz ninguna, lleno de bayetas, donde lloraban a tiento.

Unas decían: «Amiga, nada se remedia con llorar»; otras: «Sin duda goza de Dios». Cuál la animaba a que se conformase con la voluntad del Señor. Y ella luego comenzaba a soltar el trapo, y llorando a cántaros decía:

 

-¿Para qué quiero yo vivir sin fulano? ¡Desdichada nací, pues no me queda a quien volver los ojos! ¿Quién ha de amparar a una pobre mujer sola?

 

Y aquí plañían todas con ella, y andaba una sonadera de narices que se hundía la cuadra. Y entonces advertí que las mujeres se purgan en un pésame destos, pues por los ojos y las narices echan cuanto mal tienen. Enternecíme y dije:

 

-¡Qué lástima tan bien empleada es la que se tiene a una viuda, pues por sí una mujer es sola, y viuda mucho más! Y así les dio la Sagrada Escritura nombre de mudas sin lengua, que eso significa la voz que dice viuda en hebreo, pues ni tiene quien hable por ella ni atrevimiento, y como se ve sola para hablar, y aunque hable, como no la oyen, lo mesmo es que ser mudas, y peor. Mucho cuidado tuvo Dios dellas en el Testamento Viejo, y en el Nuevo las encomendó mucho por San Pablo: «Cómo el Señor cuida de los solos y mira lo humilde de lo alto»; «No quiero vuestros sábados y festividades

-dijo por Isaías-, y el rostro aparto de vuestros inciensos; cansado me tienen vuestros holocaustos, aborresco vuestras calendas y solemnidades; lavaos y estaos limpios, quitad lo malo de vuestros deseos, pues lo veo yo. Dejad de hacer mal, aprended a hacer bien, buscad la justicia, socorred al oprimido, juzgad en su innocencia al huérfano, defended a la viuda». Fue creciendo la oración de una obra buena en otra buena más accepta, y por suma caridad puso el defender la viuda. Y está escrito con la providencia del Espíritu Santo, decir: «Defended a la viuda», porque en siéndolo no se puede defender, como hemos dicho, y todos la persiguen. Y es obra tan accepta a Dios esta, que añade el profeta consecutivamente, diciendo: «Y si lo hiciéredes, venid y argüidme». Y conforme a esta licencia que da Dios de que le arguyan los que hicieren bien y se apartaren del mal, y socorrieren al oprimido y miraren por el huérfano y defendieren la viuda, bien pudo Job argüir a Dios, libre de las calumnias que por argüir con Él le pusieron sus enemigos, llamándole por ello atrevido e impío. Que lo hiciese consta del capítulo 31, donde dice: «¿Negué yo, por ventura, lo que me pedían los pobrecitos? ¿Hice aguardar los ojos de la viuda?», que convienen con lo dicho, como quien dice: ella no puede, porque es muda, con palabras, sino con los ojos, poniendo delante su necesidad. El rigor de la letra hebrea dice:«¿O consumí los ojos de la viuda?», que eso hace el que no se duele de la que lo mira para que le socorra porque no tiene voz para pedirle. Dejadme -dije al viejo- llorar semejante desventura y juntar mis lágrimas a las destas mujeres.

 

El viejo, algo enojado, dijo:

 

-¿Agora lloras, después de haber hecho ostentación vana de tus estudios y mostrádote docto y teólogo, cuando era menester mostrarte prudente? ¿No aguardaras a que yo te hubiera declarado estas cosas para ver cómo merecían que se hablase dellas? ¿Mas quién habrá que detenga la sentencia ya imaginada en la boca? No es mucho, que no sabes otra cosa, y que a no ofrecerse la viuda te quedabas con toda tu ciencia en el estómago. No es filósofo el que sabe dónde está el tesoro, sino el que trabaja y le saca. Ni aun ese lo es del todo, sino el que después de poseído usa bien dél.

¿Qué importa que sepas dos chistes y dos lugares si no tienes prudencia para acomodallos? Oye; verás esta viuda, que por defuera tiene un cuerpo de responsos, cómo por de dentro tiene una ánima de aleluyas; las tocas negras y los pensamientos verdes. ¿Ves la escuridad del aposento y el estar cubiertos los rostros con el manto? Pues es porque así, como no las pueden ver, con hablar un poco gangoso, escupir y remedar sollozos, hacen un llanto casero y hechizo, teniendo los ojos hechos una yesca. ¿Quiéreslas consolar?

Pues déjalas solas y bailarán en no habiendo con quien cumplir. Y luego las amigas harán su oficio: «Quedáis moza y es mal lograros, hombres habrá que os estimen, ya sabéis quién es fulano, que cuando no supla la falta del que está en la gloria», etc. Otra: «Mucho debéis a don Pedro, que acudió en este trabajo, no sé qué me sospeche, y en verdad que si hubiera de ser algo, que por quedar tan niña os será forzoso…». Y entonces la viuda, muy recoleta de ojos y muy estreñida de boca, dice: «No es agora tiempo deso; a cargo de Dios está, Él lo hará si viere que conviene». Y advertid que el día de la viudez es el día que más comen estas viudas, porque para animarla no entra ninguna que no le dé un trago, y le hace comer un bocado, y ella lo come diciendo: «Todo se vuelve ponzoña», y medio mascándolo, dice: «¿Qué provecho puede hacer esto a la amarga viuda, que estaba hecha a comer a medias todas las cosas, y con compañía, y agora se las habrá de comer todas enteras, sin dar parte a nadie, de puro desdichada?». Mira, pues, siendo esto así, qué a propósito vienen tus exclamaciones.

 

Apenas esto dijo el viejo, cuando arrebatados de unos gritos ahogados en vino, de gran ruido de gente, salimos a ver qué fuese, y era un alguacil, el cual con solo un pedazo de vara en la mano y las narices ajadas, deshecho el cuello, sin sombrero y en cuerpo, iba pidiendo «¡Favor al rey! ¡Favor a la justicia!» tras un ladrón que en seguimiento de una iglesia, y no de puro buen cristiano, iba tan ligero como pedía la necesidad y le mandaba el miedo. Atrás, cercado de gente, quedaba el escribano, lleno de lodo, con las cajas en el brazo izquierdo, escribiendo sobre la rodilla. Y noté que no hay cosa que crezca tanto en tan poco tiempo como culpa en poder de escribano, pues en un instante tenía una resma al cabo.

Pregunté la causa del alboroto; dijeron que aquel hombre que huía era amigo del alguacil, y que le fió no sé qué secreto tocante en delicto, y por no dejarlo a otro que lo hiciese, quiso él asirle.

Huyósele después de haberle dado muchas puñadas, y viendo que venía gente encomendóse a sus pies y fuese a dar cuenta de sus negocios a un retablo. El escribano hacía la causa mientras el alguacil con los corchetes (que son podencos del verdugo que siguen ladrando) iban tras él, y no le podían alcanzar. Y debía de ser el ladrón muy ligero, pues no le podían alcanzar soplones, que por fuerza corrían como el viento.

 

-¿Con qué podrá premiar una república el celo deste alguacil, pues porque yo y el otro tengamos nuestras vidas, honras y haciendas, ha aventurado su persona? Este merece mucho con Dios y con el mundo.

Mírale cuál va roto y herido, llena de la sangre la cara, por alcanzar aquel delincuente y quitar un entropezón a la paz del pueblo.

 

-¡Basta!-dijo el viejo-, que si no te van a la mano dirás un día entero. Sábete que ese alguacil no sigue a este ladrón, ni procura alcanzalle por el particular y universal provecho de nadie, sino que como ve que aquí le mira todo el mundo, córrese de que haya quien en materia de hurtar le eche el pie delante, y por eso aguija por alcanzalle. Y no es culpable el alguacil porque le prendió, siendo su amigo, si era delincuente, que no hace mal el que come de su hacienda; antes hace bien y justamente, y todo delincuente y malo, sea quien fuere, es hacienda del alguacil y le es lícito comer della. Estos tienen sus censos sobre azotes y galeras y sus juros sobre la horca. Y créeme que el año de virtudes, para estos y para el infierno es estéril. Y no sé cómo aborreciéndolos el mundo tanto, por vergüenza dellos no da en ser bueno adrede por un año o dos años, que de hambre y de pena se morirían.Y renegad de oficio que tiene situados sus gajes donde los tiene situados Bercebú.

 

-Ya que en eso pongas también dolo, ¿cómo lo podrás poner en el escribano, que le hace la causa calificada con testigos?

 

-Ríete deso -dijo-. ¿Has visto tú alguacil sin escribano algún día?

No por cierto, que como ellos salen a buscar de comer, porque, aunque topen un innocente, no vaya a la cárcel sin causa, llevan escribano que se la haga, y así, aunque ellos no den causa para que les prendan, hácesela el escribano, y están presos con causa. Y en los testigos no repares, que para cualquier cosa tendrán tantos como tuviere gotas de tinta el tintero, que los más, en los malos oficiales, los presenta la pluma y los examina la cudicia, y si dicen algunos lo que es verdad, escriben lo que han de menester y repiten lo que dijeron. Y para andar como había de andar el mundo, mejor fuera y más importara que el juramento que ellos toman al testigo, que jure a Dios y a la cruz decir verdad en lo que les fuere preguntado, que el testigo se lo tomara a ellos de que la escribirán como ellos la dijeren. Muchos hay buenos escribanos y alguaciles muchos, pero de sí el oficio es con los buenos como la mar con los muertos, que no los consiente y dentro de tres días los echa a la orilla. Bien me parece a mí un escribano a caballo y un alguacil con capa y gorra honrando unos azotes como pudiera un bautismo, detrás de una sarta de ladrones que azotan; pero siento que cuando el pregonero dice: «A estos hombres, por ladrones», que suena el eco en la vara del alguacil y en la pluma del escribano.

 

Más dijera si no le tuviera la grandeza con que un hombre rico iba en una carroza, tan hinchado que parecía porfiaba a sacarla de husillo, pretendiendo parecer tan grave, que a las cuatro bestias aun se lo parecía, sigún el espacio con que andaban. Iba muy derecho, preciándose de espetado, escaso de ojos y avariento de miraduras, ahorrando cortesías con todos, sumida la cara en un cuello abierto hacia arriba que parecía vela en papel, y tan olvidado de sus conjunturas que no sabía por dónde volverse a hacer una cortesía ni levantar el brazo a quitarse el sombrero, el cual parecía miembro sigún estaba fijo y firme. Cercaban el coche cantidad de criados traídos con artificio, entretenidos con promesas y sustentados con esperanzas. Otra parte iba de acompañamiento de acreedores, cuyo crédito sustentaba toda aquella máquina. Iba un bufón en el coche entreteniéndole.

 

-Para ti se hizo el mundo -dije yo luego que le vi-, que tan descuidado vives y con tanto descanso y grandeza. ¡Qué bien empleada hacienda, qué lucida! ¡Y cómo representa bien quién es este caballero!

 

-Todo cuanto piensas -dijo el viejo- es disparate y mentira cuanto dices; y solo aciertas en decir que el mundo solo se hizo para este, y es verdad, porque el mundo es solo trabajo y vanidad y este es todo vanidad y locura. ¿Ves los caballos? Pues comiendo se van, a vueltas de la cebada y paja, al que la fía a este, y por cortesía de las ejecuciones trae ropilla. Más trabajo le cuesta la fábrica de sus embustes para comer que si lo ganara cavando. ¿Ves aquel bufón? Pues has de advertir que tiene por su bufón al que le sustenta y le da lo que tiene. ¿Qué más miseria quieres destos ricos, que todo el año andan comprando mentiras y adulaciones y gastan sus haciendas en falsos testimonios? Va aquel tan contento porque el truhán le ha dicho que no hay tal príncipe como él y que todos los demás son unos escuderos, como si ello fuera así, y diferencian muy poco, porque el uno es juglar del otro: desta suerte el rico se ríe con el bufón y el bufón se ríe del rico porque hace caso de lo que lisonjea.

 

Venía una mujer hermosa, trayéndose de paso los ojos que la miraban y dejando los corazones llenos de deseos. Iba ella con artificioso descuido escondiendo el rostro a los que ya le habían visto y descubriéndole a los que estaban divertidos. Tal vez se mostraba por velo, tal vez por tejadillo; ya daba un relámpago de cara con un bamboleo de manto, ya se hacía brújula mostrando un ojo solo, ya tapada de medio lado descubría un tarazón de mejilla. Los cabellos, martirizados, hacían sortijas a las sienes. El rostro era nieve y grana y rosas que se conservaban en amistad esparcidas por labios, cuello y mejillas; los dientes trasparentes; y las manos, que de rato en rato nevaban el manto, abrasaban los corazones. El talle y paso ocasionando pensamientos lascivos; tan rica y galana como cargada de joyas recibidas y no compradas. Vila, y arrebatado de la naturaleza, quise seguirla entre los demás, y a no tropezar en las canas del viejo lo hiciera. Volvíme atrás y diciendo:

 

-Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. ¡Dichoso es el que halla tal ocasión y sabio el que la goza! ¿Qué sentido no descansa en la belleza de una mujer que nació para amada del hombre? De todas las cosas del mundo aparta y olvida su amor, correspondiendo, teniéndole todo en poco y tratándole con desprecio. ¡Qué ojos tan hermosos honestamente! ¡Qué mirar tan cauteloso y prevenido en los descuidos de una alma libre! ¡Qué cejas tan negras, esforzando recíprocamente la blancura de la frente! ¡Qué mejillas, donde la sangre mezclada con la leche engendra lo rosado que admira! ¡Qué labios encarnados, guardando perlas que la risa muestra con recato! ¡Qué cuello! ¡Qué manos!

¡Qué talle! Todos son causa de perdición y juntamente disculpa del que se pierde por ella.

 

-¿Qué más le queda a la edad que decir y al apetito que desear?-dijo el viejo-. Trabajo tienes si con cada cosa que ves haces esto. Triste fue tu vida. No naciste sino para admirado.

Hasta agora te juzgaba por ciego y agora veo que también eres loco.

Y echo de ver que hasta agora no sabes para lo que Dios te dio los ojos ni cuál es su oficio. Ellos han de ver y la razón ha de juzgar y elegir; al revés lo haces, o nada haces, que es peor. Si te andas a creerlos padecerás mil confusiones: tendrás las sierras por azules y lo grande por pequeño, que la longitud y la proximidad engañan la vista. ¡Qué río caudaloso no se burla della, pues para saber hacia dónde corre es menester una paja o ramo que se lo muestre. ¿Viste esa visión que acostándose fea se hizo esta mañana hermosa ella misma y haces extremos grandes? Pues sábete que las mujeres lo primero que se visten en despertándose es una cara, una garganta y unas manos, y luego las sayas. Todo cuanto ves en ella es tienda y no natural. ¿Ves el cabello? Pues comprado es y no criado. Las cejas tienen más de ahumadas que de negras, y si como se hacen cejas se hicieran las narices, no las tuvieran. Los dientes que ves, y la boca, era de puro negra un tintero y a puros polvos se ha hecho salvadera. La cera de los oídos se ha pasado a los labios y cada uno es una candelilla. ¿Las manos, pues? Lo que parece blanco es untado. ¡Qué cosa es ver una mujer que ha de salir otro día a que la vean, echarse la noche antes en adobo y verlas acostar las caras hechas cofines de pasas, y a la mañana irse pintando sobre lo vivo como quieren! ¡Qué es ver una fea o una vieja querer, como el otro tan celebrado nigromántico, salir de nuevo de una redoma! ¿Estáslas mirando? Pues no es cosa suya. Si se lavasen las caras no las conocerías. Y cree que en el mundo no hay cosa tan trabajada como el pellejo de una mujer hermosa, donde se enjugan y secan y derriten más jalbegues que sus faldas.

Desconfiadas de sus personas, cuando quieren halagar algunas narices, luego se encomiendan a la pastilla y al sahumerio o aguas de olor, y a veces los pies disimulan el sudor con las zapatillas de ámbar. Dígote que nuestros sentidos están en ayunas de lo que es mujer y ahítos de lo que le parece. Si la besas te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo la cama en los chapines; si la pretendes te cansas; si la alcanzas te embarazas; si la sustentas te empobreces; si la dejas te persigue; si la quieres te deja. Dame a entender de qué modo es buena, y considera agora este animal soberbio con nuestra flaqueza, a quien hacen poderoso nuestras necesidades, más provechosas sufridas o castigadas que satisfechas, y verás tus disparates claros. Considérala padeciendo los meses y te dará asco; y cuando está sin ellos acuérdate que los ha tenido y que los ha de padecer, y te dará horror lo que te enamora. Y avergüénzate de andar perdido por cosas que en cualquier estatua de palo tienen menos asqueroso fundamento.

 

Fin del mundo por de dentro.

 

Pintores: bourguerau

320px-William-Adolphe_Bouguereau_(1825-1905)_-_Whisperings_of_Love_(1889)

RAMEAU - William Adolphe Bouguereau (1825-1905) - La Vierge aux Anges

William-Adolphe_Bouguereau_(1825-1905)_-_Bather_(1870)

Bouguereau nació el año 1825 en La Rochelle en la costa Oeste de Francia, en la región Poitou-Charentes. Hijo de Théodore Bouguereau, de origen inglés, y Marie Marguérite Bonnin, Adolphe-William fue el segundo de los cuatro hijos de una familia de orientación calvinista, sin embargo a la edad de cinco años fue bautizado en la fe católica. Su padre tenía una modesta vinatería suficiente para mantener un nivel pequeño-burgés.

En 1832 la familia se mudó a Saint-Martin, en la isla de  con la intención de abrir un nuevo negocio que no llegaría a prosperar. William, inicialmente inscrito en la escuela local, donde al parecer solía llenar de dibujos sus libros y cuadernos, fue enviado a vivir con su tío Eugène,nota 2 de 27 años, joven cura en la iglesia de Saint-Étienne enMortagne sur Gironde, y que posiblemente estimuló su sensibilidad e inquietudes artísticas.

En 1839, Eugène decidió enviar a su sobrino a la escuela de Pons a estudiar arte clásico, religión e historia antigua, entre otras materias. Más tarde, con 16 años, Bouguereau tomó clases de dibujo con Louis Sage, discípulo de Ingres.

En el año 1841, la familia volvió a reunirse para trasladarse a Burdeos, donde el incipiente pintor tuvo que hacerse cargo de la contabilidad del nuevo negocio familiar, un comercio de aceite de oliva, y llevar la contabilidad de un taller vecino. A condición de que no descuidara sus obligaciones y no se convirtiera en ‘artista’, su padre finalmente lo dejó inscribirse en la escuela municipal de arte, donde fue admitido en las clases avanzadas de Jean-Paul Alaux, dos horas diarias. Sus grandes aptitudes le permitieron entrar en la prestigiosa École des Beaux-Arts de París, a pesar de la inicial oposición paterna y gracias al apoyo de su tío, cuya ayuda le permitió pasar tres meses en Mortagne pintando retratos de personalidades de Saintonge, y ahorrar 900 francos. Gracias a una carta de recomendación de Alaux, obtuvo empleo en el estudio de pintura de François Picot en París, donde, según su propio testimonio, trabajó como un esclavo sin apenas tiempo para dormir. Finalmente, en el mes de abril de 1846, William fue aceptado en la École des Beaux-Arts. En 1850 ganó el Grand Prix de Rome y con ello una beca para estudiar en Roma.

Los ganadores del Grand Prix de Rome eran enviados a la Villa Médici. Durante tres años y cuatro meses viajó por Italia pintando copias de obras maestras. De vuelta en París, consiguió una segunda medalla en el Salón de 1854. Su popularidad y prestigio académicos crecieron rápidamente. En 1857 el emperador Napoleón III le encargó un retrato de sí mismo y de la emperatriz, así como la pintura histórica Napoléon III visitando las inundaciones de Tarascon.

El 8 de enero de 1876, Bouguereau fue elegido miembro de la Academia francesa de Bellas Artes. En 1881 el gobierno francés entregó el control administrativo del Salón a los artistas, como resultado de ello se fundó laSociedad de Artistas Franceses y Bouguereau fue elegido el primer presidente del capítulo de pintura.

En 1903 fue nombrado «Gran Oficial» de la Legión de Honor. Y se le invitó a participar en la conmemoración del centenario de la Villa Médici. En esa época recibía invitaciones de toda Europa, que a petición del pintor su esposa Elizabeth rechazaba sistemáticamente para poder atenderle. Al final del año de 1903 su precaria salud le impedía escribir o pintar. Murió de un problema cardíaco, en su casa de La Rochelle, la noche del 19 de agosto de 1905.

Bouguerau estuvo casado con otra artista, Elizabeth Jane Gardner. Su influencia permitió que las instituciones de arte francesas se abrieran por primera vez a las mujeres que pintaban realismo burgués. Sus obras fueron muy apreciadas y económicamente valoradas por la alta burguesía de los Estados Unidos.

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220px-William-Adolphe_Bouguereau_(1825-1905)_-_Biblis_(1884)

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Pintores : melendez (2)

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Luís Meléndez (1716-1780) es uno de los principales pintores españoles del siglo XVIII dedicados al género del bodegón. Nació en Nápoles, en una familia de artistas españoles. Su padre, Francisco Antonio Meléndez, pintor de cámara del rey Felipe V, se había trasladado a la ciudad italiana en 1699 y allí permaneció con su familia hasta que su hijo cumplió un año de edad.

Sus bodegones, ejecutados con una técnica minuciosa, presentan unas composiciones sobrias, ordenadas con pocos elementos, con gran precisión en los detalles y gran realismo. Elige sus motivos buscando diferentes formas y texturas. Se caracteriza por el predominio de la luz, la expresividad del color y la firmeza del dibujo. El punto de vista es bajo, como si Meléndez hubiera pintado sus bodegones sentado delante, con los objetos dispuestos a la altura de sus ojos.

Algunas Obras de Luis Meléndez

Bodegón de frutas y utensilios de cocina

En esta obra se decanta por las frutas de formas esféricas, de aspecto brillante y sin defectos. En primer término, sitúa un grupo de pequeñas peras junto a un limón y unas cerezas, que parecen haber rodado hasta el borde de la mesa.

Imita la textura, contrastando la apariencia áspera del barro con la suavidad de la piel de las frutas. Las piezas están ordenadas por tamaños e iluminadas por una fuerte luz, que proviene del lado izquierdo.

Bodegón con tomates, berenjenas, cebollas y cuenco

Meléndez representó con extraordinaria precisión las formas y superficies de las hortalizas. Los tomates, mediante una gama de matices rojos, aplicando cuidadosamente los toques de luz y la piel de las berenjenas, con audaces toques de pintura verde-azul, amarilla y su característico color vino, que va aumentando a medida que van madurando.

Bodegón con plato de ciruelas, brevas y rosca de pan

Aparece un plato colmado de ciruelas y a un lado, sobre una servilleta doblada, una rosca de pan. A otro lado, tres higos rellenan el vacío de la izquierda procurando equilibrar la composición.

Bodegón con naranjas, plato de nueces, melón, cajas de dulces y recipientes

En este bodegón de 1772, vemos un retrato del rey Carlos III escondido tras las frutas. El busto fue ocultado por Meléndez, haciendo desaparecer una de sus pocas obras con figura humana.

Otras obras son Bodegón con calabaza; Bodegón con cerezas, ciruelas, queso y jarra; Bodegón con granadas, manzanas, acerolas y uvas en un paisaje; Bodegón con membrillos, melocotones, uvas y melón; Bodegón con limas, caja de jalea, mariposa y recipientes; Bodegón con sandías y manzanas en un paisaje; Bodegón con plato de acerolas, queso y recipientes; Bodegón con pepinos y tomates; Bodegón con frutas y un jarro; Bodegón con caja de dulce, roscas y otros objetos; Frutero con uvas, peras, melocotones y ciruelas; Bodegón con ciruelas, brevas, pan, barrilete, jarra y otros recipientes o Bodegón con manzanas, nueces, tarro y cajas de dulce.

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pintores: van der weyden

 

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PERGOLESI - Columba_Altarpiece,_Rogier_van_der_Weyden

Rogier van der Weyden (Tournai, hoy en la provincia de Henao,Bélgica1399/1400 – Bruselas18 de junio de 1464), fue el pintor más célebre e influyente de la escuela flamenca en el período gótico. También se le conoce como Roger de la Pasture o Rogier du Pasture.

  Fue contemporáneo de Jan van Eyck, aunque no llegaron a conocerse. Nombrado maestro en Tournai en 1432, en 1435 se instaló en Bruselas, que se convirtió en su residencia habitual. Allí creó un taller y fue nombrado pintor oficial de esa ciudad (1436).

Estuvo en Italia para ganar el jubileo de 1450, y allí conoció las obras del pintor Gentile da Fabriano. Estuvo en Roma y parece que también enFerrara.

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Rogier de le Pasture influyó en prácticamente todos los artistas de su entorno, tales como Hugo van der GoesHans MemlingPetrus Christus,Dirk Bouts y Gérard David. Su hijo Pierre también fue pintor, aunque no tan destacado.

Sus únicas obras firmadas eran los cuatro paneles dedicados a la justiciaque estaban en la Sala dorada del ayuntamiento de Bruselas y que se perdieron en los bombardeos de 1945. En Berna hay unos tapices que son reproducciones de ellos.

Así pues, realmente, no se conserva nada suyo firmado, y sus figuras tuvieron tanto éxito que fueron muy reproducidas. Aun así, las atribuciones son muy poco cuestionables.

Se distingue tanto por la interpretación de temas religiosos (patéticos y marianos) como por sus notables retratos (Retrato de Felipe III de Borgoña). Pinta al óleo sobre madera, en panel único, dípticos o polípticos. En sus primeras obras, su estilo es marcadamente gótico: hierático, y realiza fondos dorados. Posteriormente evoluciona hacia líneas sinuosas y fluidas en cuerpos y en drapeados. Sus personajes presentan un marcado corte realista.

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pintores: kramskoi

VERHULST J. - Ivan_Kramskoy - Crist al desert

Iván Kramskói nació en 8 de junio de 1837 en la localidad de Ostrogózhsk (Óblast de Vorónezh). Sus orígenes se encuentran en una familia humilde de la pequeña burguesía local. Entre 1857 y 1863 estudió en la Academia Imperial de las Artes(San Petersburgo). Allí se enfrentó al academicismo imperante y fue el inspirador de la “revuelta de los catorce” que acabó con la expulsión de la Academia de los estudiantes implicados. Éstos fundaron una sociedad cooperativa de arte a la que llamaron “Artel de pintores” (Артель художников).

Bajo el influjo de las ideas de los demócratas revolucionarios rusos, Kramskói defendió la existencia de un deber fundamental del artista ante la sociedad: los principios del realismo, además de reivindicar un contenido moral y nacional en el arte. Se convirtió en uno de los organizadores de la Sociedad de Exposiciones Artísticas Itinerantes (Peredvízhniki), que dirigiría en su primera etapa. Entre 1863 y 1868 dio clases en la escuela de dibujo de una sociedad de apoyo a las artes aplicadas.

Con los años acabaría creando una notable galería de retratos de contemporáneos ilustres: escritores, científicos, artistas y otras personalidades destacadas, entre ellos Lev Tolstói (1873), Iván Shishkin (1873 y 1880), Pável Tretiakov(1876), Tarás Shevchenko (1871), Aleksandr Griboyédov (1875), Iván AivazovskiVladímir Soloviov (1885), el emperador Alejandro III (1886) y su esposa María Fiódorovna.

Aparte de figuras relevantes de su época Kramskói retrató con frecuencia a personas anónimas, siguiendo sus propias ideas acerca de la finalidad del arte. Son particularmente destacables sus retratos de campesinos rusos, en los que poniendo el acento sobre las características psicológicas del sujeto alcanza una gran expresividad.

En 1872 Kramskói realiza la que quizá sea su pintura más célebre: “Cristo en el desierto”. Continuando con la tradición humanística de Aleksandr Ivánov, Kramskói trata una escena bíblica (tema tradicional en el arte) dando al motivo una especial profundidad moral y filosófica. Sobre este lienzo Lev Tolstói dijo que era el mejor retrato de Cristo que nunca hubiera contemplado.

La influencia de las ideas del artista se hace patente en tanto en los retratos como en los temas elegidos para las pinturas, como por ejemplo en “Retrato de una desconocida” (1887-1888) o en “Aflicción inconsolable” (1884).

La orientación de las obras de Kramskói, sus agudas y críticas opiniones sobre el arte, y sus perseverante búsqueda de criterios objetivos en la valoración de las creaciones artísticas contribuyeron a desarrollar de un modo crucial la visión democrática del arte en la Rusia del último tercio del siglo XIX.

Quevedo: la hora de todos

PISENDEL - Claude Joseph Vernet - A Seaport

Francisco de Quevedo

La hora de todos y la Fortuna con seso

A don Álvaro de Monsalve,

canónigo de la Santa Iglesia de Toledo, primada de las Españas

Este libro tiene parentesco con vuesa merced, por tener su origen de una palabra que le oí. A Vuesa Merced debe el nacimiento, a mí el crecer. Su comunicación es estudio para el bien atento, pues con pocas letras que pronuncia, ocasiona discursos. Tal es la genealogía déste. Doyle lo que es suyo en la sustancia, y lo que es mío en la estatura y bulto. Su título es: La hora de Todos, y la Fortuna con seso. Todos me deberán una hora por lo menos, y la Fortuna sacarla de los orates, que lo más ha vivido entre locos.

El tratadillo, burla burlando, es de veras. Tiene cosas de las cosquillas, pues hace reír con enfado y desesperación. Extravagante reloj, que dando una hora sola, no hay cosa que no señale con la mano. Bien sé que le han de leer unos para otros, y nadie para sí. Hagan lo que mandaren, y reciban unos y otros mi buena voluntad. Si no agradare lo que digo, bien se le puede perdonar a un hombre ser necio una hora, cuando hay tantos que no lo dejan de ser una hora en toda su vida. Vuesa merced, señor don Álvaro, sabe empeñarse-por los amigos y desempeñarlos. Encárguese desta defensa, que no será la primera que le deberé.

Guarde Dios a Vuesa Merced, como deseo.
Hoy 12 de marzo de 1636.


Prólogo

Júpiter, hecho de hieles, se desgañifaba poniendo los gritos en la tierra; porque ponerlos en el cielo, donde asiste, no era encarecimiento a propósito. Mandó que luego a consejo viniesen todos los dioses trompicando. Marte, don Quijote de las deidades, entró con sus armas y capacete, y la insignia de viñadero enristrada, echando chuzos, y a su lado, el panarra de los dioses, Baco, con su cabellera de pámpanos, remostada la vista, y en la boca lagar y vendimias de retorno derramadas, la palabra bebida, el paso trastornado, y todo el celebro en poder de las uvas. Por otra parte asomó con pies descabalados Saturno, el dios marimanta, comeniños, engulléndose sus hijos a bocados. Con él llegó, hecho una sopa, Neptuno, el dios aguanoso, con su quijada de vieja por cetro (que eso es tres dientes en romance), lleno de cazcarrias y devanado en ovas, y oliendo a viernes y vigilias, haciendo lodos con sus vertientes en el cisco de Plutón, que venía en su seguimiento; dios dado a los diablos, con una cara afeitada con hollín y pez, bien zahumado con alcrebite y pólvora, vestido de cultos tan obscuros que no le amanecía todo el buchorno del Sol, que venía en su seguimiento, con su cara de azófar y sus barbas de oropel; planeta bermejo y andante, devanador de vidas, dios dado a la barbería, muy preciado de guitarrilla y pasacalles, ocupado en ensartar un día tras otro, y en engazar años y siglos, mancomunado con las cenas y los pesares para fabricar calaveras. Entró Venus haciendo rechinar los coluros con el ruedo del guardainfante, empalagando de faldas a las cinco zonas, a medio afeitar la jeta, y el moño, que la encorozaba de pelambre la cholla, no bien encasquetado por la prisa. Venía tras ella la Luna, con su cara en rebanadas, estrella en mala moneda, luz en cuartos, doncella de ronda, y ahorro de lanternas y candelillas. Entró con gran zurrido el dios Pan resollando, con dos grandes piaras de númenes, faunos, pelicabras y patibueyes. Hervía todo el cielo de manes y lémures, lares y penates, y otros diosecillos bahúnos. Todos se repantigaron en sillas y las diosas se rellanaron, y asestando las jetas a Júpiter con atención reverente, Marte se levantó, sonando a choque de cazos y sartenes, y con ademanes de la carda, dijo: «¡Pesia tu hígado, oh grande Coime que pisas el alto claro, abre esa boca y garla, que parece que sornas!» Júpiter, que se vio salpicar de jacarandinas los oídos, y estaba, siendo verano y asándose el mundo, con su rayo en la mano haciéndose chispas, cuando fuera mejor hacerse aire con un abanico, con voz muy corpulenta, dijo: «Vusted envaine y llámenos a Mercurio»

El cual, con su varita de jugador de manos y sus zancajos pajarillos y su sombrerillo hecho a horma de hongo, en un santiamén y en volandas se le puso delante. Júpiter le dijo: «Dios virote, dispárate al mundo! Tráeme aquí en un abrir y cerrar de ojos a la Fortuna asida de los arrapiezos.»

Luego el chisme del Olimpo, calzándose dos cernícalos por acicates, se despareció, que ni fue visto ni oído, con tal velocidad, que verle partir y volver fue una mesma acción de la vista. Volvió hecho mozo de ciego y lazarillo adestrando a la Fortuna que con un bordón en la una mano venía tentando, y de la otra tiraba de la cuerda que servía de freno a un perrillo. Traía por chapines una bola sobre que venía de puntillas, y hecha pepita de una rueda que la cercaba como centro, encordelada de hilos, trenzas y cintas, cordeles y sogas, que con sus vueltas se tejían y destejían. Detrás venía como fregona la Ocasión , gallega de coramvobis, muy gótica de faciones, cabeza de contramoño, cholla bañada de calva de espejuelo, y en la cumbre de la frente un solo mechón en que apenas había pelo para un bigote. Era éste más resbaladizo que anguilla, culebreaba deslizándose al resuello de las palabras.

Echábasele de ver en las manos que vivía de fregar y barrer y vaciar los arcaduces que la Fortuna llevaba. Todos los dioses mostraron mohína de ver a la Fortuna y algunos dieron señal de asco, cuando ella, con chillido desentonado, hablando a tiento, dijo:

-Por tener los ojos acostados y la vista a buenas noches, no atisbo quién sois los que asistís a este acto, empero, seáis quien fuéredes, con todos hablo, y primero contigo, oh Jove, que acompañas las toses de las nubes con gargajo trisulco. Dime, ¿qué se te antojó ahora de llamarme, habiendo tantos siglos que de mí no te acuerdas? Puede ser que se te haya olvidado a ti y a esotro vulgo de diosecillos lo que yo puedo, y que así he jugado contigo y con ellos como con los hombres.

Júpiter, muy prepotente, la respondió:

-Borracha, tus locuras, tus disparates y tus maldades son tales que persuades a la gente mortal que, pues no te vamos a la mano, que no hay dioses, y que el cielo está vacío, y que yo soy un dios de mala muerte. Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a los que habías de quitar las orejas, y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer.

La Fortuna, demudada y colérica, dijo:

-Yo soy cuerda, y sé lo que hago, y en todas mis acciones ando pie con bola. Tú, que me llamas inconsiderada y borracha, acuérdate que hablaste por boca de ganso en Leda, que te derramaste en lluvia de bolsa por Dánae, que bramaste y fuiste Inde toro pater por Europa, que has hecho otras cien mil picardías y locuras, y que todos esos y esas que están contigo han sido avechuchos, urracas y grajos, cosas que no se dirán de mí. Si hay beneméritos arrinconados y virtuosos sin premios, no toda la culpa es mía: a muchos se los ofrezco que los desprecian, y de su templanza fabricáis mi culpa. Otros, por no alargar la mano a tomar lo que les doy, lo dejan pasar; otros me lo arrebatan sin dárselo yo; más son los que me hacen fuerza que los que yo hago ricos; más son los que me hurtan lo que les niego que los que tienen lo que les doy. Muchos reciben de mí lo que no saben conservar: piérdenlo ellos y dicen que yo se lo quito. Muchos me acusan por mal dado en otros lo que estuviera peor en ellos. No hay dichoso sin invidia de muchos, no hay desdichado sin desprecio de todos. Esta criada me ha servido perpetuamente y no he dado paso sin ella: su nombre es la Ocasión; ¡oídla!, ¡aprended a juzgar de una fregona!

Y desatando la tarabilla la Ocasión, por no perderse a sí mesma, dijo:

-Yo soy una hembra que me ofrezco a todos: muchos me hallan, pocos me gozan. Soy Sansona femenina, que tengo la fuerza en el cabello; quien sabe asirse a mis crines, sabe defenderse de los corcovos de mi ama. Yo la dispongo, yo la reparto, y de lo que los hombres no saben recoger ni gozar, me acusan. Tiene repartidas la necedad por los hombres estas infernales cláusulas: «Quién dijera; no pensaba; no miré en ello; no sabía; bien está; qué importa; qué va ni viene; mañana se hará; tiempo hay; no faltará ocasión; descuidéme; yo me entiendo; no soy bobo; déjese deso; yo me lo pasaré; ríase de todo; no lo crea; salir tengo con la mía; no faltará; Dios lo ha de proveer; más días hay que longanizas; donde una puerta se cierra, otra se abre; bueno está eso; qué le va a él; paréceme a mí, no es posible; no me diga nada; ya estoy al cabo; ello dirá; ande el mundo; una muerte debo a Dios; bonito soy yo para eso; sí por cierto; diga quien dijere; preso por mil, preso por mil y quinientos; no es posible; todo se me alcanza; mi alma en mi palma; ver veamos; dizque»; y «pero» y «quizás». Y el tema de los porfiados «De dónde diere».

Estas necedades hacen a los hombres presumidos, perezosos y descuidados. Éstas son el hielo en que yo me deslizo, en éstas se trastorna la rueda de mi ama, y trompica la bola que la sirve de chapín.

Pues si los tontos me dejan pasar ¿qué culpa tengo yo de haber pasado? Si a la rueda de mi ama son tropezones y barrancos, ¿por qué se quejan de sus vaivenes? Si saben que es rueda y que sube y baja, y que por esta razón baja para subir y sube para bajar, ¿para qué se devanan en ella? El Sol se ha parado, la rueda de la Fortuna, nunca. Quien más seguro pensó haberla fijado el clavo no hizo otra cosa que alentar con nuevo peso el vuelo de su torbellino. Su movimiento digiere las felicidades y miserias como el del tiempo las vidas del mundo y el mundo mesmo poco a poco. Esto es verdad, Júpiter. Responda quien quisiere. La Fortuna, con nuevo aliento, bamboleándose con remedos de veleta y acciones de barrena, dijo:

-La Ocasión ha declarado la ocasión injusta de la acusación que se me pone; empero yo quiero de mi parte satisfacerte a ti, supremo atronador, y a todos esotros que te acompañan, sorbedores de ambrosía y néctar, no obstante que en vosotros he tenido, tengo y tendré imperio, como le tengo en la canalla más soez del mundo. Y yo espero ver vuestro endiosamiento muerto de hambre por falta de víctimas, y de frío, sin que alcancéis una morcilla por sacrificios, ocupados en sólo abultar poemas y poblar coplones, gastados en consonantes y en apodos amorosos, sirviendo de munición a los chistes y a las pullas.

-Malas nuevas tengas de cuanto deseas -dijo el Sol-, que con tan insolentes palabras blasfemas de nuestro poder. Si me fuera lícito, pues soy el Sol, te friyera en caniculares, y te asara en buchornos, y te desatinara a modorras.

-Vete a enjugar lozadales -dijo la Fortuna-, a madurar pepinos, y a proveer de tercianas a los médicos, y a adestrar las uñas de los que se espulgan a tus rayos; que ya te he visto yo guardar vacas y correr tras una mozuela, que, siendo Sol, te dejó a escuras. Acuérdate que eres padre de un quemado; cósete la boca y déjale hablar a quien le toca. Entonces Júpiter severo pronunció estas razones:

-Fortuna, en muchas cosas de las que tú y esa picarona que te sirve habéis dicho, tenéis razón; empero para satisfación de las gentes está decretado inviolablemente que en el mundo, en un día y en una propria hora, se hallen de repente todos los hombres con lo que cada uno merece. Esto ha de ser: señala hora y día.

La Fortuna respondió:

-Lo que se ha de hacer ¿de qué sirve dilatarlo? Hágase hoy. Sepamos qué hora es.

El Sol, jefe de relojeros, respondió:

-Hoy son veinte de junio, y la hora, las tres de la tarde, tres cuartos y diez minutos. Pues en dando las cuatro, veréis lo que pasa en la tierra.

Y diciendo y haciendo empezó a untar el eje de su rueda y encajar manijas y mudar clavos y enredar cuerdas, aflojar unas y estirar otras, cuando el Sol, dando un grito, dijo:

-Las cuatro son, ni más ni menos: que ahora acabo de dorar la cuarta sombra posmeridiana de las narices de los relojes de sol.

En diciendo estas palabras, la Fortuna, como quien toca sinfonía, empezó a desatar su rueda, que, arrebatada en huracanes y vueltas, mezcló en nunca vista confusión todas las cosas del mundo; y dando un grande aullido, dijo:

-Ande la rueda, y coz con ella.

I

En aquel proprio instante, yéndose a ojeo de calenturas paso entre paso un médico en su mula, le cogió la Hora, y se halló de verdugo, perneando sobre un enfermo, diciendo credo en lugar de Récipe, con aforismo escurridizo.

II

Por la mesma calle, poco detrás, venía un azotado, con la palabra del verdugo delante chillando, y con las mariposas del sepancuantos detrás, y el susodicho en un borrico, desnudo de medio arriba, como nadador de rebenque. Cogióle la Hora, y, derramando un rocín al alguacil que llevaba, y el borrico al azotado, el rocín se puso debajo del azotado y el borrico debajo del alguacil; y mudando lugares, empezó a recibir los pencazos el que acompañaba al que los recibía, y el que los recibía a acompañar al que le acompañaba. El escribano se apeó para remediarlo, y, sacando la pluma, le cogió la Hora, Y se la alargó en remo, y empezó a bogar cuando quería escribir.

III

Atravesaban por otra calle unos chirriones de basura, y llegando enfrente de una botica, los cogió la Hora, y empezó a rebosar la basura, y salirse de los chirriones, y entrarse en la botica, de donde saltaban los botes y redomas, zampándose en los chirriones con un ruido y admiración increíble; y como se encontraban al salir y al entrar los botes y la basura, se notó que la basura, muy melindrosa, decía a los botes: «Háganse allá.»

Los basureros ayudaban con escobas y palas, traspalando en los chirriones mujeres afeitadas, y gangosos, y teñidos, sin poder nadie remediarlo.

IV

Había hecho un bellaco una casa de grande ostentación con resabios de palacio y portada sobrescrita de grandes genealogías de piedra.

Su dueño era un ladrón que, por debajo de su oficio, había hurtado el caudal con que la edificó. Estaba dentro y tenía cédula a la puerta para alquilar tres cuartos. Cogióle la Hora. ¡Oh, inmenso Dios, quién podrá referir tal portento! Pues, piedra por piedra, ladrillo por ladrillo, se empezó a deshacer, y las tejas, unas saltaban a unos tejados, y otras a otros. Veíanse vigas, puertas y ventanas entrar por diferentes casas con espanto de sus dueños, que la restitución tuvieron a terremoto y a fin del mundo. Iban las rejas y las celosías buscando sus dueños de calle en calle. Las armas de la portada partieron como rayos a restituirse a la Montaña a una casa de solar, a quien este maldito había achacado su pícaro nacimiento. Quedó desnudo de paredes y en cueros de edificio, y sólo en una esquina quedó la cédula de alquiler que tenía puesta, tan mudada por la fuerza de la Hora, que donde decía: «Quien quisiere alquilar esta casa vacía, entre, que dentro vive su dueño», se leía:

«Quien quisiere alquilar este ladrón, que está vacío de su casa, entre sin llamar, pues la casa no lo estorba.»

V

Vivía enfrente déste un mohatrero que prestaba sobre prendas, y viendo afufarse la casa de su vecino, quiso prevenirse, diciendo: «¿Las casas se mudan de los dueños? ¡Mala invención!»

Y por presto que quiso ponerse en salvo, cogido de la Hora, un escritorio y una colgadura y un bufete de plata, que tenía cautivos de intereses argeles, con tanta violencia se desclavaron de las paredes y se desasieron, que al salirse por la ventana un tapiz, le cogió en el camino y, revolviéndosele al cuerpo, amortajado en figurones, le arrancó y llevó en el aire más de cien pasos, donde, desliado, cayó en un tejado, no sin crujido del costillaje; desde donde, con desesperación, vio pasar cuanto tenía, en busca de sus dueños, y detrás de todo una ejecutoria, sobre la cual, por dos meses, había prestado a su dueño doscientos reales, con ribete de cincuenta más. Esta, (¡oh estraña maravilla!), al pasar, le dijo: «Morato Arráez de prendas, si mi amo por mí no puede ser preso por deudas, ¿qué razón hay para que tú por deudas me tengas presa a mi?»

Y diciendo esto se zampó en un bodegón, donde el hidalgo estaba disimulando ganas de comer, con el estómago de rebozo, acechando unas tajadas que so el poder de otras muelas rechinaban.

VI

Un hablador plenario, que de lo que le sobra de palabras a dos leguas pueden moler otros diez habladores, estaba anegando en prosa su barrio, desatada la tarabilla en diluvios de conversación. Cogióle la Hora, y quedó tartamudo y tan zancajoso de pronunciación, que, a cada letra que pronunciaba, se ahorcaba en pujos de be a ba; y como el pobre padecía, paró la lluvia con la retención, y empezó a rebosar charla por los ojos y por los oídos.

VII

Estaban unos senadores votando un pleito. Uno dellos, de puro maldito, estaba pensando cómo podría condenar a entreambas partes. Otro, incapaz , que no entendía la justicia de ninguno de los dos litigantes, estaba determinando su voto por aquellos dos textos de los idiotas: «Dios se la depare buena» y «dé donde diere». Otro, caduco, que se había dormido en la relación, discípulo de la mujer de Pilatos en alegar sueño, estaba trazando a cuál de sus compañeros seguiría, sentenciando a trochemoche. Otro, que era doto y virtuoso juez, estaba como vendido al lado de otro que estaba como comprado, senador brujo untado. Este alegó leyes torcidas, que pudieran arder en un candil, y trujo a su voto al dormido y al tonto y al malvado. Y habiendo hecho sentencia, al pronunciarla les cogió la Hora, y en lugar de decir: «Fallamos que debemos condenar y condenamos», dijeron: «Fallamos que debemos condenarnos y nos condenamos.» «Ese sea su nombre», dijo una voz.

Y al instante se les volvieron las togas pellejos de culebras, y arremetiendo los unos con los otros, se trataban de monederos falsos de la verdad. Y de tal suerte se repelaron, que las barbas de los unos se veían en las manos de los otros, quedando las caras lampiñas y las uñas barbadas, en señal de que juzgaban con ellas y para ellas, por lo cual las competía la zalea jurisconsulta.

VIII

Un casamentero estaba emponzoñando el juicio de un buen hombre que, no sabiendo qué se hacer de su sosiego, hacienda y quietud, trataba de casarse. Proponíale una picarona y guisábasela con prosa eficaz, diciéndole: «Señor, la nobleza, no digo nada, porque, gloria a Dios, a Vuesa Merced le sobra para prestar; hacienda, Vuesa Merced no la ha menester; hermosura, en las mujeres proprias, antes se debe huir por peligro; entendimiento, Vuesa Merced la ha de gobernar, y no la quiere para letrado; condición, no la tiene; los años que tiene son pocos (y decía entre sí «por vivir»); lo demás es a pedir de boca.» El pobre hombre estaba furioso, diciendo: «Demonio ¿qué será lo demás? Si ni es noble ni rica ni hermosa ni discreta, lo que tiene sólo es lo que no tiene, que es condición.»

En esto los cogió la Hora, cuando el maldito casamentero, sastre de bodas, que hurta y miente y engaña y remienda y añade, se halló desposado con la fantasma que pretendía pegar al otro, y hundiéndose a voces sobre «¿quién sois vos?», «qué trujisteis vos?», «no merecéis descalzarme», se fueron comiendo a bocados.

IX

Estaba un poeta en un corrillo leyendo una canción cultísima, tan atestada de latines y tapida de jerigonzas, tan zabucada de cláusulas y cortada de paréntesis, que el auditorio pudiera comulgar de puro en ayunas que estaba. Cogióle la Hora en la cuarta estancia, y a la obscuridad de la obra (que era tanta que no se veía la mano), acudieron lechuzas y murciélagos, y los oyentes encendiendo lanternas y candelillas, oían de ronda a la Musa a quien llaman: la enemiga del día que el negro manto descoge.

Llegóse uno tanto con un cabo de vela al poeta (noche de invierno, de las que llaman boca de lobo), que se encendió el papel por en medio. Dábase el autor a los diablos de ver quemada su obra, cuando el que la pegó fuego le dijo: «Estos versos no pueden ser claros y tener luz si no los queman: más resplandecen luminaria que canción.»

X

Salía de su casa una buscona piramidal, habiendo hecho sudar la gota tan gorda a su portada, dando paso a un inmenso contorno de faldas, y tan abultada que pudiera ir por debajo rellena de ganapanes, como la tarasca. Arrempujaba con el ruedo las dos aceras de una plazuela. Cogióla la Hora, y volviéndose del revés las faldas del guardainfante y arboladas, la sorbieron en campana vuelta del revés, con faciones de tolva, y descubrióse que, para abultar de caderas, entre diferentes legajos de arrapiezos que traía, iba un repostero plegado y la barriga en figura de taberna, y al un lado un medio tapiz; y lo más notable fue que se vía un Holofernes degollado, porque la colgadura debía de ser de aquella historia. Hundíase la calle a silbos y gritos; ella aullaba, y como estaba sumida en dos estados de carcavuezo que formaban los espartos del ruedo que se había erizado, oíanse las voces como de lo profundo de una sima, donde yacía con punta de carantamaula.

Ahogárase en la caterva que concurrió si no sucediera que, viniendo por la calle rebosando Narcisos uno con pantorrillas postizas y tres dientes, y dos teñidos, y tres calvos con sus cabelleras, los cogió la Hora de pies a cabeza, y el de las pantorrillas empezó a desangrarse de lana, y sintiendo mal acostadas por falta de los colchones las canillas, y queriendo decir: «¿Quién me despierna?», se le desempedró la boca al primer bullicio de la lengua; los teñidos quedaron con requesones por barbas, y no se conocían unos a otros; a los calvos se les huyeron las cabelleras con los sombreros en grupa, y quedaron melones con bigotes, con una cortesía de memento homo.

XI

Era muy favorecido de un señor un criado suyo: este le engañaba hasta el sueño, y a éste un criado que tenía, y a este criado un mozo suyo, y a este mozo un amigo, y a este su amigo su amiga, y a ésta el diablo. Pues cógelos la Hora; y el diablo, que estaba al parecer tan lejos del señor, revístese en la puta, y la puta en su amigo, el amigo en el mozo, el mozo en el criado, el criado en el amo, el amo en el señor.

Y como el demonio llegó a él destilado por puta y rufián, y mozo de mozo de criado de señor, endemoniado por pasadizo y hecho un infierno, embistió con su siervo, éste con su criado, y el criado con su mozo, el mozo con su amigo, el amigo con su amiga, esta con todos; y chocando los arcaduces del diablo, unos con otros se hicieron pedazos, se deshizo la sarta de embustes, y Satanás, que enflautado en la cotorrera se paseaba sin ser sentido, rezumándose de mano en mano, los cobró a todos de contado.

XII

Estábase afeitando una mujer casada y rica. Cubría con hopalandas de solimán unas arrugas jaspeadas de pecas; jalbegaba, como puerta de alojería, lo rancio de la tez; estábase guisando las cejas con humo, como chorizos; acompañaba lo mortecino de los labios con munición de lanternas, a poder de cerillas; iluminábase con vergüenza postiza, con dedadas de salserilla de color. Asistíala, como asesor de cachivaches, una dueña, calavera confitada en untos. Estaba de rodillas sobre sus chapines, con un moñazo imperial en las dos manos, y a su lado una doncellita, platicanta de botes, con unas costillas de borrenes, para que su ama lanaplenase las concavidades que la resultaban de un par de jibas que la trompicaban el talle.

Estándose, pues, la tal señora dando pesadumbre y asco a su espejo, cogida de la Hora, se confundió en manotadas, dándose con el solimán en los cabellos, y con el humo en los dientes, y con la cerilla en las cejas, y con la color en la frente, y encajándose el moño en las quijadas, y atacándose las borrenes al revés, quedó cana y cisco, y Antón Pintado y Antón Colorado, y barbada de rizos, y hecha abrojo, con cuatro corcovas, vuelta visión y cochino de San Antón. La dueña, entendiendo que se había vuelto loca, echó a correr con los andularios de requiem en las manos; la muchacha se desmayó, como si viera al diablo; ella salió tras la dueña, hecha un infierno, chorreando pantasmas. Al ruido salió el marido, y viéndola, creyó que eran espíritus que se la habían revestido, y partió de carrera a llamar quien la conjurase.

XIII

Un gran señor fue a visitar la cárcel de su Corte, que le dijeron servía de heredad y bolsa a los que tenían a su cargo, que de los delitos hacían mercancía y de los delincuentes tienda, trocando los ladrones en oro y los homicidas en buena moneda. Mandó que sacasen a visita los encarcelados, y halló que los habían preso por los delitos que habían cometido y que los tenían presos por los que su codicia cometía con ellos. Supo que a los unos contaban lo que habían hurtado y podido hurtar, y a otros lo que tenían y podían tener, y que duraba la causa todo el tiempo que duraba el caudal, y que precisamente el día del postrero maravedí era el día del castigo, y que los prendían por el mal que habían hecho, y los justiciaban porque ya no tenían.

Saliéronse a visitar dos que habían de ahorcar al otro día; al uno, porque le había perdonado la parte, le tenían como libre; al otro por hurtos ahorcaban, habiendo tres años que estaba preso, en los cuales le habían comido los hurtos, y su hacienda, y la de su padre y su mujer, en quien tenía dos hijos. Cogió la Hora al gran señor en esta visita, y, demudado de color, dijo:

-«A este que libráis porque perdonó la parte, ahorcaréis mañana; porque, si esto se hace, es instituir mercado público de vidas y hacer que, por el dinero del concierto con que se compra el perdón, sea mercancía la vida del marido para la mujer, y la del padre para el hijo, y la del hijo para el padre; y en poniéndose los perdones de muerte en venta, las vidas de todos están en almoneda pública, y el dinero inhibe en la justicia el escarmiento, por ser muy fácil de persuadir a las partes que les serán más útil mil escudos, o quinientos, que un ahorcado. Dos partes hay en todas las culpas públicas: la ofendida y la justicia; y es tan conveniente que ésta castigue lo que le pertenece, como que aquélla perdone lo que le toca. Este ladrón, que después de tres años de prisión queréis ahorcar, echaréis a galeras; porque como tres años ha estuviera justamente ahorcado, hoy será injusticia muy cruel, pues será ahorcar, con el que pecó, a su padre, a sus hijos y a su mujer, que son inocentes, a quien habéis vosotros comido y hurtado con la dilación las haciendas. Acuérdome del cuento del que, enfadado de que los ratones te roían papelillos, y mendrugos de pan, y cortezas de queso, y los zapatos viejos, trujo gatos que le cazasen los ratones; y viendo que los gatos se comían los ratones, y juntamente un día le sacaban la carne de la olla, otro se la desensartaban del asador, que ya le cogían una paloma, ya una pierna de carnero, mató los gatos y dijo: ‘Vuelvan los ratones’. Aplicad vosotros este chiste, pues como gatazos, en lugar de limpiar la república, cazáis y coméis los ladrones ratoncillos que cortan una bolsa, agarran un pañizuelo, quitan una capa y corren un sombrero, y juntamente os engullís el reino, robáis las haciendas y asoláis las familias. ¡Infames! ratones quiero, y no gatos.»

Diciendo esto, mandó soltar todos los presos, y prender todos los ministros de la cárcel. Armóse una herrería y confusión espantosa: trocaban unos con otros quejas y alaridos; los que tenían los grillos y las cadenas se las echaban a los que se las mandaron echar y se las echaron.

XIV

Iban diferentes mujeres por la calle; las unas a pie, y aunque algunas dellas se tomaban ya de los años, iban gorjeándose de andadura y desviviéndose de ponleví, y naguas; otras iban embolsadas en coches, desantañándose de navidades, con melindres y manoteado de cortinas; otras, tocadas de gorgoritas y vestidas de noli me tangere iban en figura de camarines en una alacena de cristal con resabios de hornos de vidrio, romanadas por dos moros, o cuando mejor, por dos pícaros; llevaban las tales trasparentes los ojos en muy estrecha vecindad con las nalgas del mozo delantero, y las narices molestadas del zumo de sus pies, que como no pasa por escarpines, se perfuma de Fregenal. Unas y otras iban reciennaciéndose, arrulladas de galas, y con niña postiza callando la vieja como la caca, pasando a la perspectiva o arismética de los ojos los ataúdes por las cunas.

Cogiólas la Hora y, topándolas Estoflerino y Magirio y Origano y Argolio con sus efemérides desenvainadas, embistieron con ellas a ponerlas a todas las fechas de sus vidas, con día, mes y año, Hora, minutos y segundos. Decían con voces descompuestas: «Demonios, reconoced vuestra fecha como vuestra sentencia; cuarenta y dos años tienes, dos meses y cinco días, dos horas, nueve minutos y veinte segundos.»

pintores: shishkin

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Iván Shishkin nació en la ciudad de Yelábuga, en la región de Vyatka en el seno de una familia de antiguas raíces locales. Su padre era un comerciante que lo mandó a los doce años a estudiar al Gymnasium de Kazán, institución que abandonó en 1856 para ingresar en la Escuela de pintura, escultura y arquitectura de Moscú, donde se formó durante cuatro años. A continuación fue admitido en la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo, donde estudió entre 1856 y 1860. En la Academia Imperial de las Artes se graduó con la gran medalla de oro y recibió además una beca para continuar sus estudios en Europa. Gracias a la beca imperial vivió enSuiza y Alemania durante un tiempo: residió en ZürichDresde y Düsseldorf, en cuya Academia de Bellas Artes complementó sus estudios entre 1864 y 1865. Al regresar a San Petersburgo se hizo miembro de los Pintores Itinerantes y de la Sociedad Rusa de Acuarelistas. A los cinco años de su graduación Shishkin se convirtió en miembro de la propia Academia Imperial, en la que sería catedrático de pintura desde 1873 hasta su muerte. Además, Shishkin estuvo a cargo de la dirección del taller de pintura de paisajes en la Escuela Superior de Arte de San Petersburgo.

Shihkin además participó en exposiciones de la Academia Imperial de las Artes, en las Exposiciones Universales de París en 1867 y1878 y Viena en 1873, y en las exposiciones rusas de Moscú (1882) y Nizhny Nóvgorod (1896).

Shishkin basaba su trabajo en estudios analíticos de la naturaleza. Adquirió gran notoriedad por sus paisajes forestales, y reveló tener además grandes dotes para el dibujo técnico y el grabado. Sus obras destacan por la poética descripción de las diferentes estaciones del año en los bosques y en los campos.

Shishkin era el propietario de una dacha en la aldea de Vyra, al Sur de San Petersburgo. Allí pintó muchos de sus mejores paisajes. Falleció repentinamente el 20 de marzo de 1898 cuando se hallaba sentado frente al caballete trabajando en un nuevo cuadro. Sus restos están enterrados en el cementerio Tijvin (Monasterio de Aleksandr Nevski, San Petersburgo).

Las colecciones más completas del artista se exhiben actualmente en el Museo Ruso de San Petersburgo y en la Galería Tretiakov de Moscú.

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