goya pintura historica

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A Goya se le ha definido en ocasiones como “testigo de la historia” e incluso como el “primer reportero gráfico” de la misma, en definiciones ciertamente efectistas y brillantes que, sin embargo, no reflejan en absoluto la complejidad inventiva de sus escasas escenas de ese género. El Museo del Prado tiene sólo dos cuadros que correspondan a la clasificación de `asuntos históricos´, como son las escenas sobre el inicio de la guerra de la Independencia: El 2 de mayo de 1808 en Madrid o «La lucha con los mamelucos», y El 3 de mayo de 1808 en Madrid o «Los fusilamientos», pintadas en 1814, después del fin de la sangrienta contienda, que deben unirse a los dibujos estampas de losDesastres de la guerra. Los lienzos se refieren a un hecho histórico como fue el de los acontecimientos acaecidos en Madrid los días 2 y 3 de mayo de 1808, que supusieron el estallido de la guerra contra los franceses, hasta entonces aliados de España, que ese día pasaron a ser considerados como un ejército invasor. En 1814, ante el regreso de Fernando VII, la Regencia, que se preparaba para conmemorar en libertad, la primera vez desde el fin de la guerra, ese acontecimiento histórico, solicitó de Goya dos lienzos con escenas relativas a esos hechos, para subrayar el valor del pueblo español y en especial del de Madrid, como centro del poder. Ambos cuadros se pagaron por el “cuarto del rey”, lo que indica que su destino original fue en las salas del Palacio Real.

Los dos lienzos llegaron al Museo del Prado en fecha indeterminada, aunque anterior a 1834, cuando se describían por primera vez en el “almacén grande”, y se expusieron pronto en distintas salas que no se han logrado determinar con seguridad, aunque se recogieron desde 1840 en los escritos de varios visitantes extranjeros del Museo que los vieron ya expuestos. Figuraron por primera vez en el catálogo de Pedro de Madrazo de 1872, que siguió la valoración realista de estas obras propia de ese período, que entendió las escenas como ilustraciones literales de los hechos. En la bibliografía de entonces se presentaba a Goya como un testigo que había ido de un sitio a otro ese día, observando los enfrentamientos y la muerte de los patriotas. En realidad, el artista resumió en dos grandes composiciones, que se apartan de la iconografía de cuatro escenas establecida por estampas anteriores y por obras de teatro, los choques entre españoles y franceses y el inicio de la guerra. En las dos escenas, que forman un díptico perfectamente equilibrado en cuanto al color, la composición y la caracterización de algunos personajes, se hace evidente la violencia de ambas partes, que también le interesó en losDesastres de la guerra, que Goya ha expresado aquí a través de la utilización de figuras y de conceptos de la pintura anterior, incluso de los temas religiosos y de las grandes composiciones del siglo XVII, así como por la insistencia en los detalles terribles relativos a la muerte y al momento preciso de darse muerte unos y otros. La visión crítica, personal y subjetiva que el artista ha establecido aquí ante los hechos históricos que el poder pretendía utilizar como reclamo nacionalista para exaltar a Fernando VII, entra de lleno en el concepto del arte de los jóvenes de la nueva generación que iniciaba en Francia por entonces el movimiento romántico, con la que Goya tiene importantes puntos de contacto que revelan su capacidad de transformación y la modernidad de sus ideas.

Finalizada la guerra de la Independencia en 1813, el regreso a España de Fernando VII se había conocido desde diciembre de ese mismo año, por el tratado de Valençay, así como su consiguiente entrada en Madrid. A principios de febrero la cuestión era inminente, habiéndosele enviado las condiciones de su vuelta al trono, como la jura de la Constitución de 1812, y su llegada a la capital iba a coincidir con la primera conmemoración del alzamiento del pueblo de Madrid contra los franceses del 2 de mayo de 1808. Entre febrero y marzo de 1814, el Consejo de la Regencia, presidida por el infante don Luís María de Borbón y Vallabriga, las Cortes y el Ayuntamiento de Madrid, comenzaron la preparación de los actos para la entrada del rey. En la bibliografía sobre El 2 de mayo de 1808 en Madrid, o “La lucha con los mamelucos”, y su compañero, El 3 de mayo de 1808 en Madrid, o “Los fusilamientos” (P00749), se fue consolidando, erróneamente, la idea de que estas obras fueron pintadas con un destino público en las calles de la capital. Sin embargo, ninguno de los documentos de esos actos ni la descripción de los monumentos efímeros, con decoraciones alegóricas, presentes en las calles de Madrid, recogen las pinturas de Goya. Recientemente, la localización de varias facturas (localizados en el Archivo General de Palacio) relativas a los pagos de la manufactura de los marcos de estos dos cuadros, como gastos del «Quarto del rey», ya en los meses de julio y noviembre de 1814, indican que fueron financiados por el rey, por lo tanto, para las salas de Palacio, y, que habían sido pintados, casi con seguridad, después de mayo de 1814. La idea de los mismos, sin embargo, se inició por la Regencia en el mes de febrero, según la documentación procedente del Ministerio de la Gobernación y de su titular, Juan Álvarez Guerra, que aceptan el 24 de ese mes las condiciones de Goya para realizar ese trabajo, supuestamente solicitado por él, por «la grande importancia de tan loable empresa y la notoria capacidad del dicho profesor para desempeñarla… que mientras el mencionado Goya esté empleado en este trabaxo, se le satisfaga por la Tesorería mayor, además de lo que por sus cuentas resulte de invertido en lienzos, aparejos y colores, la cantidad de mil y quinientos reales de vellón mensuales por vía de compensación… para que á tan ilustre y benemérito Profesor no falten en su avanzada edad los medios de Subsistir». El 11 de mayo, dos días antes de su entrada en Madrid, Fernando VII detuvo a los ministros del gobierno de la Regencia y desterró en Toledo al infante, aboliendo, además, la Constitución. Las facturas para la manufactura de dos marcos para «los cuadros grandes de pinturas alusivas á el día 2 de Mayo de 1808», los dan por terminados el 29 de noviembre de 1814, fecha a partir de la cual debieron de colgarse en Palacio, aunque no existe noticia alguna al respecto.

 

Goya pintó solamente dos obras relativas a los hechos del 2 de mayo de 1808 y no cuatro, lo que se ha sugerido habitualmente en la bibliografía, como atestiguan las facturas de los marcos, tratándose de un encargo de la Regencia continuado por Fernando VII, habiéndose seguido el trámite reglamentario. Planteó dos temas, a modo de díptico, que se complementan visualmente y por su significado: el violento ataque del pueblo de Madrid a las tropas de Murat en la mañana del 2 de mayo y la consiguiente represalia del ejército francés. Para la representación de los hechos de la mañana del 2 de mayo, Goya se decantó por el combate callejero contra la caballería francesa, representando principalmente a los más aguerridos y famosos de todos, los mamelucos de la Guardia Imperial, tropas de élite, aunque figuran también un dragón de la Emperatriz y, entre los muertos, un granadero de la Guardia Imperial o un marinero de línea. Entre los asaltantes españoles, la diversidad de tipos, con atuendos de varias regiones, expresan la variedad del pueblo que se alzó contra los franceses.

 

Han sido varias las identificaciones propuestas para el lugar en que Goya situó la escena: la puerta del Sol, la plaza de la Cebada, la calle Mayor desde la iglesia de San Felipe, la calle de Carretas con la iglesia del Buen Suceso y la Casa de Correos, la calle Nueva con el Palacio a la derecha y la cúpula de San Francisco el Grande a la izquierda, o bien la perspectiva desde la iglesia del Buen Suceso hacia el Palacio Real, cuya mole con su arquitectura característica coronado por la cúpula de la capilla sería la que preside la escena a la izquierda. Este motivo arquitectónico parece indicar que Goya situó la lucha contra los franceses en un lugar presidido efectivamente por el Palacio Real como símbolo de la Corona, cuya defensa movió aquél día a los rebeldes, lo que persistió como un ideal de retorno del rey «Deseado» durante toda la guerra.