compositores: Tavares

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Manuel de Tavares

Compositor español de origen portugués.

Musica en Canarias

Estos repertorios, compuestos sobre los textos latinos obligados, se renovarían además a medida que los nuevos gustos y estilos exigieran otro tipo de lenguajes musicales. Así, en el siglo XVI impera la polifonía austera, en el XVII la policoralidad, en el XVIII el diálogo entre voces e instrumentos solistas, en el XIX la espectacularidad de solistas, coro y orquesta… La catedral canaria de Santa Ana logró de esta manera acumular a lo largo de cuatrocientos años, en todos estos estilos, un patrimonio musical que abarca alrededor de dos mil obras religiosas «suyas», que confieren a su expresión litúrgica católica una personalidad diferenciada, única, lo cual también es algo propio de todas las catedrales del orbe cristiano. Si en el siglo XVI, por causa del esfuerzo económico derivado de la construcción del gran templo, el cabildo catedralicio canario tuvo que renunciar a la contratación de grandes maestros para asumir esta tarea y apoyarse, principalmente, en canarios enviados y formados en la Península, como lo fue el polifonista Ambrosio López. Los ataques piráticos al final de aquel siglo destruyeron una gran parte del patrimonio acumulado hasta entonces. Hubo que recurrir a repertorios importados y comenzar de nuevo la tarea de reunir un archivo de obras propias a partir del siglo XVII. De esta manera, a las pocas obras de López que se salvaron, se añadieron las pasiones de Melchor Cabello en 1615, también compuestas en el viejo estilo. 

Pero ya hacia 1620 se tomó conciencia de que estaba irrumpiendo la técnica coredada en la música de las catedrales, y se necesitaba un maestro conocedor del nuevo estilo, capaz no sólo de componer para coros enfrentados, sino también para entrenar a los cantores canarios en dicha técnica. Pese a los esfuerzos del cabildo, se tardó unos cuantos años en dar con la persona adecuada. El periodo musical de nuestra catedral que documentamos en este concierto comprende las tres décadas y media centrales del siglo XVII, en que se instala y florece en Las Palmas la policoralidad, con su peculiar dinámica espacial, que se genera al contraponerse un mínimo de dos masas corales de distinta densidad desde distintos focos de emisión. Nos remontamos a 1631, año en que llegó a Las Palmas el instaurador aquí de esta técnica y uno de los compositores más importantes de nuestra historia: el maestro de capilla de origen portugués Manuel de Tavares. Y pasando por los nombres de Rojas, Redondo y Cuevas, llegamos hasta la producción de los maestros Juan de Figueredo y Miguel de Yoldi, fallecidos ambos en 1674. De Rojas no conservamos música, y de Cuevas sólo una misa incompleta. Pero de los restantes compositores, cultivadores todos de la nueva técnica del Barroco pleno en la catedral de Santa Ana, hay obras suficientes como para ponernos de manifiesto que en Canarias estuvo entonces un grupo de maestros que nada tiene que envidiar a los mejores de aquella época, y no sólo a nivel español.

A partir de la llegada de Tavares las obras serán compuestas, principalmente, para dos coros con bajo continuo al órgano (un coro de solistas y otro pleno, apoyado éste por cornetas barrocas, sacabuche y bajón). Pero también desde Tavares se ejecutan obras a tres coros, y en la de Yoldi a cuatro coros. También no tardará en incorporarse a la catedral un clavicémbalo, que estará presente en la música desde los años 40; pero no el arpa, que sólo llegará a la catedral muy a finales del siglo XVII, ni los violines, que únicamente se incorporarán al comenzar el siglo XVIII. Manuel de Tavares, en cuya música se basa la mayor parte de este concierto, es bien conocido en la historiografía musical internacional. Muchas de sus obras fueron compradas tras su muerte para la copiosa biblioteca de música del rey Juan IV de Portugal, y éstas se perdieron en el incendio que ocasionó el terremoto de Lisboa de 1755. El mayor legado de composiciones que de Tavares se conserva, ciertamente poco cuantioso (sólo 15 obras, algunas de ellas incompletas), figura para suerte nuestra en el archivo de música de la catedral de Las Palmas, y se conservan además unas pocas obras sueltas suyas en otros archivos catedralicios como los de Cuenca, Zaragoza, Salamanca, Valencia, o Puebla de México. En la catedral de Murcia, donde estuvo Tavares antes de viajar a Canarias, existe también una porción de obras suyas, pero todas a cuatro voces a capella, en estilo antiguo, de manera que su legado policoral en la catedral de Las Palmas, por adscribirse al nuevo estilo, puede considerarse como su patrimonio conservado más importante y excepcional.

Manuel de Tavares había nacido en la localidad portuguesa de Portalegre hacia 1585, en cuya catedral fue mozo de coro y discípulo del maestro de capilla Antonio Ferro. Se trasladó joven a España, y se sabe que hasta 1612 fue maestro de capilla de la catedral de Baeza (provincia de Córdoba), constatándose por un acta capitular canaria que ya estaba allí en 1609, año en que intentó venir por vez primera como maestro a la catedral de Las Palmas, cuyo cabildo no lo quiso contratar. En 1612 se trasladó a la catedral de Murcia. El canónigo de Sevilla Juan Manuel Suárez, representante del cabildo canario, contrató a Manuel de Tavares en mayo de 1630, si bien éste tardaría un año entero en formalizar el contrato y trasladarse a Gran Canaria. Permaneció con su familia en esta isla siete años, regresando después a la Península e ingresando a fines de septiembre de 1638 en la catedral de Cuenca, donde apenas fue maestro de capilla un par de semanas, pues el drástico cambio de clima provocó su rápido fallecimiento, del que se da cuenta en el cabildo conquense el 12 de octubre de 1638. A Las Palmas había traído consigo este maestro a su hijo Nicolás Tavares, quien se formó aquí como maestro de capilla para ejercer luego con buena fama dicho cargo en la catedral de Cádiz (1637-38) y, más tarde, como sucesor de su padre en la de Cuenca, donde también falleció. Este hijo del maestro suscitó en Canarias la envidia y las quejas de algunos músicos, por ayudar a su padre en sus funciones docentes y de ensayos musicales sin pertenecer a la plantilla de la catedral.

La capilla de música de la catedral de Las Palmas constaba de un número limitado de cantores profesionales, generalmente ocho, más tres niños tiples y no menos de cuatro ministriles para apoyar y adornar la música del coro «segundo» o lleno (el coro primero o «favorito» era de solistas). Para reforzar al coro «lleno» en las solemnidades se unía al canto polifónico un cierto número de prebendados que habían sido educados musicalmente en la catedral, con lo que se le daba más prestancia a la música. Cuando Tavares se marchó de Las Palmas en el verano de 1638, se comprometió a contratar en España a un buen sucesor suyo para el magisterio de capilla de la catedral canaria, así como a varios cantores de calidad, lo que realizó puntualmente. El nuevo maestro que contrató Tavares en Andalucía fue el clérigo cordobés Juan de Rojas Caballero, recibido en Las Palmas el 6 de septiembre de 1638, maestro muy com­petente que estuvo cinco años al frente de la capilla, marchándose luego a América sin dejar copia de sus obras en la catedral. La actuación de Miguel de Yoldi como maestro de capilla y cantor de la catedral canaria rezuma desde su llegada orden y profesionalidad. Pero tuvo la mala suerte de sufrir a los siete años de su llegada un ataque de «perlesía» (una hemiplejía), del que se hacen eco las actas en 1668, en cuyo mes de noviembre decide el cabildo contratar al cantor lisboeta Juan de Figueredo Borges para ejercer como tenor de la catedral y como ayudante del maestro de capilla, sin duda porque Yoldi había quedado bastante impedido para desempeñar el cargo por sí solo. 

Figueredo se encontraba en Canarias de paso para el Brasil y se ofreció como cantor a la catedral, que lo contrató inmediatamente. En julio de 1669 decide el cabildo jubilar definitivamente a Yoldi con la mitad de su salario, relevándole de todas sus funciones y confiriéndole a Figueredo el rango de maestro de capilla con todo el salario inherente a tal empleo. El portugués era también un magnífico profesional y un compositor excelente, a nuestro juicio superior al propio Yoldi. Estos dos maestros, que nos dejaron cada uno un estimable legado de buenas composiciones en latín, en su mayoría para dos y tres coros (Yoldi 16 obras, Figueredo 10 obras), desaparecerían casi simultáneamente. Primero Figueredo, fallecido repentinamente en abril de 1674. Yoldi, aunque menoscabado de salud, actuaba en la catedral como ayuda de sochantre, y se ofreció inmediatamente para asumir de nuevo la dirección de la capilla; pero su esfuerzo le fue fatal, pues fallece poco más de dos meses después de dirigida, en julio del mismo año. Sucesivamente, las viudas de ambos músicos ofrecen en venta al cabildo las obras musicales propias y ajenas del archivo de sus respectivos maridos, que son adquiridas. En estas adquisiciones se incluyen los villancicos compuestos, aunque, desgraciadamente, ya no se conservan en la catedral. El fallecimiento casi simultáneo de estas dos personalidades cierra este capítulo central del siglo XVII. A dicho siglo pondrá broche de oro un nuevo maestro que actuó nada menos que 55 años en nuestra catedral: el alcarreño Diego Durón de Ortega (Brihuega, 1653 – Las Palmas de G.C, 1731), quien se hizo cargo de la capilla musical de Santa Ana en 1676 y nos legó más de 500 obras compuestas por él para el templo al que dedicó su vida.”

Ayuntamiento de Tenerife